El despellejado

Un pueblo que lee asume su cultura y se enriquece con el conocimiento de la Humanidad. Para hacer de México un país de lectores, creamos 850,000 bibliotecas de aula, entregamos 286.000,000 libros en este ciclo escolar…

Si de semejante tsunami de libros uno solo hubiese aprovechado el segundo marido de Marta, al que ella permitió formar parte de la «pareja presidencial». Si un volumen hubiese tomado para sí aquel que, desfachatado, ha sido hasta hoy el más zafio y el más ignorante de los especimenes que han logrado encaramarse en Los Pinos. Ignorancia así de aberrante la certifican sus dichos y sus acciones. Al mediocre vendedor de aguas negras Dios lo haya perdonado. Descanse en paz. Políticamente.

Hablando de libros: el mexicano lee entre medio y dos libros al año, y las poquísimas páginas que lee se refieren a charlatanerías de «superación personal«, «desarrollo humano» y «horóscopos«. basura y superchería Ah, si las masas dedicaran a la lectura la milésima parte de la vida que descargan aplastadas dos nalgas en ese retrete infecto que es el televisor…

¿Alguno de ustedes pregunta por ese libro con el cual comenzar el ejercito sistemático de la lectura? Ni por donde empezar. Hay tantos. ¿Que sean monitos, que tengan ilustraciones, que haya más ilustraciones que texto en el libro? Difícil..

Un libro conozco que de ilustración exhibe una foto; y qué foto esta que constituye el motivo de toda la obra Claro, sí Farabeuf, de Salvador Elizondo. No es fácil lectura y sí en tantos sentidos estremecedor, comenzando con la foto de la que se hace la glosa Si tienen el libro miren la dicha ilustración. Obsérvenla con detenimiento. ¿Qué les parece?
Escalofriante, mis valedores: muestra la foto y el texto detalla el tormento ritual que cinco verdugos chinos aplican a un ajusticiado. En ella se advierte cómo lo van desollando vivo, y el gesto del rostro aquel como en éxtasis mientras el cuerpo, ya cercenadas las manos, es serruchado a la altura de las rodillas. Estómago se precisa para examinar la foto y leer la descripción del tormento, que narra un testigo presidencial:

«Primero le hacen dos tajos horizontales sobre las tetillas y luego, jalando hacia abajo los bordes de esas incisiones, el verdugo le arranca la piel hasta dejar al descubierto las costillas (…) Es curioso ver cuan resistente es la carne de nuestro cuerpo; es preciso ver la magnitud del esfuerzo que desarrolla el verdugo antes de poner al descubierto las costillas del hombre, para comprender cuál es exactamente la capacidad y la resistencia de la carne…»

Sobrecogedor: «El suplicado nunca grita Los sentidos quizá se vuelven sordos a tanto dolor. (…) Comprendí que el dolor, de tan intenso, se convierte en orgasmo (…) El dignatario (…) ordena a los demás verdugos, mientras se enjuga las manos manchadas de sangre, que procedan al descuartizamiento (…) Es un hecho curioso que en toda esta escena sólo el supliciado mira hacia arriba todos los demás, los verdugos y los curiosos, miran hacia abajo. Hay un hombre, el penúltimo hacia el extremo derecho de la fotografía que mira al frente. Su mirada está llena de terror…»

Y que en las pupilas del supliciado se refleja un delirio misterioso y exquisito, y que parece estar absorto en un goce supremo, porque existe un punto en el que el dolor y el placer se confunden «Se trata de un símbolo, un símbolo más apasionante que cualquiera otro (…) El rostro de este ser se vuelve luminoso, irradia una luz ajena a la fotografía..»

Uno de los espectadores del rito macabro se apoya sobre el hombro de su vecino para seguir con la vista todo el trabajo de los verdugos, que representa el horror en su máxima expresión. Y fue en la tertulia de anoche donde se trató el tema de Farabeuf. El maestro: «Contertulios: ¿alguno se considera con ánimo y temple como para llegado el caso presenciar la desolladura el descuartizamiento de un ser vivo todavía.?»

No, por supuesto. Nunca y en esto todos de acuerdo; hasta El Síquiri, alguna vez ayudante del matancero en el rastro. «A menos que se tenga alma de judicial, de policía oaxaqueño desollando militantes de la APPO o maestros Sección 22.»

– Yo -la tía Conchis– vi al pobre cristiano y sentí que algo se me frunció en mis adentros. No me animo a ver de nuevo la foto, y mucho menos asistir de cuerpo presente al calentamiento.

– ¿No, contertulios? ¿Que no? Pues entonces quien tenga televisor no vaya a encenderla esta noche, cuando una claque política en brama va a despellejar vivo a un pobre individuo que ya desde ahora y por anticipado debe estar padeciendo la agonía del despellejamiento.
– ¿Quién, tú? -la obesa Tintorera al oído del marido. «¿Quién?» (A saber.)

Un comentario en “El despellejado”

  1. Que tal señor don valedor!!

    Lo admiro y sigo sus pasos!!

    soy profesor y hago lo necesario por cultivar la lectura en mis alumnos.

    podria recomendarme alguna novela contemporanea de cracater critico.

    me interesa que se comprenda la pseudo politica que vivimos en México!!

    Muchas gracias

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