¡El corazón de Jesús está conmigo!

«¡Viva el Papa.! ¡Viva la Iglesia! ¡Viva Cristo Rey…»

Ocurrió en mayo del año 2000. El Papa de Roma, por validar y reciclar la revuelta cristera de 1926-29, le beatificó 24 cristeros y soltó su sentencia dinamita y veneno: «¡Ese movimiento fue legítimo y sigue vigente!» Yo, a propósito, pregunto a todos ustedes: ¿qué distancia se puede apreciar entre la afirmación papal y la que el 11 de febrero de 1927, desde Roma y en carta pastoral, hizo pública el entonces arzobispo de Durango, donde el reverendo daba su aprobación, colmaba de bendiciones y ordenaba el inicio de la cristera carnicería? Lo decía en la susodicha carta pastoral:

«Nos nunca provocamos este movimiento armado. Pero una vez que, agotados los medios pacíficos, este movimiento existe, a nuestros hijos católicos que andan levantados en armas por la defensa de sus derechos sociales y religiosos, después de haberlo pensado largamente ante Dios y de haber consultado los teólogos más sabios de la ciudad de Roma, debemos decirles: estad tranquilos en vuestras conciencias y recibid nuestras bendiciones…»

Mis valedores: mucho cuidado; la «guerra santa» no se ha erradicado de nuestro país; sus efectos perniciosos se manifiestan aquí y allá. Piensen, si no, en San Juan Chamula, Chenalhó, en fin. Y el poder de los símbolos: sería en Querétaro el Teatro de la República, cuna de la Constitución, escenario donde un montón de fanáticos de movimientos medievales como la cristera y la Unión Nacional Sinarquista, recién resucitados a punta de beatos a escala industrial, se dieron a festejar a los cristeros beatificados por el de Roma, y los festejaron muy a su modo, con el ondear de viejas banderas todavía pringadas de sangreañeja polvo de aquellos cristeros lodos, y el grito fanático y sinarquista

¡A implantar un orden social-cristiano! ¡Vamos a imponer la contra revolución! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Cristo Rey..!

Como en las épocas negras, rojas de sangre recién derramada..

Nomás me quedé pensando, y a la mente se me vino aquel retazo de mi juventud que viví en la Guadalajara de aquellos tiempos, qué tiempos, reaccionaria y devota de Orozco y Jiménez, cristero y obispo, en ese orden…

Guadalajara. Tardes aquellas que fueron las de mi juventud, con sabor a tejuino, rumorosa de esquilas. Mi padre Juan, revista Unión entre manos, se exaltaba al exaltar las vidas hazañosas de diversos sinarcas, sus andanzas «patrióticas» y cierta epopeya que tanto lo emocionaba la «Colonia María Auxiliadora«, delirante utopía de aquellas familias que, al sueño de colonizarla el sinarquismo había lanzado contra Baja California. Yo, todavía por aquel entonces ayuno de todo rastro político, contemplaba las fotos de la revista, las de los tales alucinantes alucinados que en lejas tierras y en nombre de Cristo Rey le andaban queriendo sacar agua a las peñas y al desierto rosas…

– Sublime, ¿no? Tú, cuando crezcas, Dios me conceda la dicha de verte convertido en todo un varón de virtudes y un sinarquista cabal para que así, cuando la hora te llegue, mira derechito a sentarte a la diestra de Dios padre.

Cuando crezcas, me dijo. Yo, mis valedores, como crecer, quién sabe cuánto y en cuántas formas haya crecido, pero creo que sí lo suficiente para alegrarme de que años más tarde, cuando la muerte vino a sonsacármelo, ya lo encontró todo desencantado de los «sinarcas». «De ésos casi tanto como del PRI-Gobiemo, mi hijo: nada de nada…»

Y la paz. Muerto y sepultado suponía yo al sinarquismo, que a leguas olía a difunto tal como ya en vida apestaba Pero cadáveres vemos. De repente los Lázaros se levantan y andan, y claman, guiñando el ojo al de Roma para que más levantiscos les trepase al altar:

– ¡El sinarquismo es el instrumento de lucha de las nuevas generaciones! ¡El sinarquismo destruirá la Revolución y restaurará el orden cristiano! Porque hay dos ideas contrapunteadas: ser patriota y ser revolucionario…»

En fin. Gracias a ese Papa (beato, o casi, él también), su mazorca de beatos y la obsequiosa complicidad de gobiernos de ultraderecha, alza la testa ese sinarca que en su momento clamó: «¡Hitler es el gran azote de Dios, un genio militar. Cuando cumpla su misión, la destrucción de Rusia, se romperá en dos pedazos. Pero Franco es otra cosa. La salvación de México está en reafirmar su espíritu católico, y como ésta la recibimos de España, nuestras ligas con España son las ligas con Franco, que restauró la hispanidad…»

Así dijo; y una María Cruz, al entregar su hijo a la Unión, lo juraba, según cuenta Meyer: «Prefiero llorarlo muerto antes que verlo convertido en un convenenciero y traidor. ¡Ay, señores!, me siento loca de cariño hacia ustedes. No tengo más que mis hijos, y con gusto los lego a la patria». (Dios…)

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