La tradición de la carpa, mis valedores. Y qué desfiguros dejaré de hacer para quedar bien con la señora esposa del Cosilión, a la que miro deambular por el edificio con su blusón transparente y esos blancos mallones tres tallas más entallados a lo que piden, exigen, demandan sus… La Lichona. Esta vez, por congraciarme con ella, fui todo meloso y le pedí que me acompañara a mi depto. Sólo a ver una película. De Cantinflas, el de mi primera juventud (ando en la 5a.), cuando forzábame a contorsionarme de risa «¿Se imagina la divertida que nos vamos a dar..?»
Ella rehusó la invitación, pero al pretexto de que otro día no irían a la escuela, me enjaretó a la Beba y el Chupirul, sus crios. Y qué hacer. Por lo pronto saquear el refrigerador y aderezarles la merienda. Y corre película…
Helos ahí, sentaditos ante el cinescopio. Y que aparece el histrión, y dengues van, y visajes vienen, y esos quiebres de cintura, y esa delirante, mexicanísima forma de hablar. Yo de ganchete observaba a la Beba, al Chupirul; ellos, de ganchete, me observaban a mí. En el cinescopio el carpero se descosía verborreico con ese su lenguaje enrevesado, tangencial, con cargazón de esa habla chatarra y esas frases mutiladas, que morían entre baches de culebreantes muletillas, retorcidas anguilas que eludían el más leve asomo de lógica «0 sea, chato: ¿el toro habló, se quejó?
No, ¿verdá? Porque señor juez, cómo iba yo a ordeñar ese toro: no había ni por dónde, y el toro tampoco se hubiera dejado, yo lo conozco, ¿verdá? (Mi juventud malgastó con Cantinflas todas las carcajadas que me correspondían en vida; mi vida, a estas alturas, ha extraviado la memoria de lo que fue reír. Los músculos en el rostro se me engarrotaron; se me entablillaron, lástima) Miré a la Beba, miré al Chupirul. Sentaditos frente al cómico, serios como si vieran en el canal cultural un reportaje ecológico. Haya cosa Me atreví: «Chistoso el Cantinflas, ¿no..?»
La Bebasuspiró. El Chupirul se la rascó. Friégale, pensé, que esto sí es anormal. Qué es eso de no rendirse ante la gracia fenomenal de Cantinflas. Mañana previa licencia de los blancos mallones, los meto con el Ariel, mi flamante retoño psicoanalista, a revisión del coco. Y ándenle, que fue entonces: entonces caí en la cuenta de que tampoco yo, en momento alguno, había sentido el menor amago de risa que ni una mala sonrisa me habían provocado las payasadas de un histrión irremisiblemente envejecido en su comicidad. Algo fallaba en él, en mí, en los dos crios. ¿Pero qué? ‘Pos a menos que sea ¿verdá? porque son amarguetas, ¿no, chato?»
La historia por fin, remataba en un beso grotesco de belfos parados entre el jetón del ralo mostacho y la actricita incipiente que así pagaba el noviciado de su carrera en el cine A mí en la palabra fin, me brincó la certidumbre: ese cómico nada tiene ya qué decir a las generaciones viciadas con la «gracia» de los Adales y otros rollos. El de Cantinflas es un caso de muerte súbita total, irreversible, la de una comicidad más restirada que el pellejo del payaso millonario. Formol y cadaverina y no más. Detuve la cinta, y el cinescopio se iluminó con el noticiero. Y ahí, Cristo santo, el borbollón de las carcajadas. Los crios se desmorecían de risa, ante los cómicos carperos. ¿Quién les escribiría el sketch? Al oírlos la Beba lloró de risa el Chupirul los humedeció y yo corrí al bañito mientras en la TV los payasos (caro nos cobran, pero que divertidos) ventoseaban sus gracejadas al más puro estilo carpero:
«¡Haiga como haiga sido, yo gané! Fue una gastritis mal cuidada ¿no, Soberanes?» ‘Yes, sir», el patiño, uno gordo y panzón. Y exhibiendo el anillo, la cómica sesentona, cursi y primaveral: «Qué ansias, qué ansias». En Tijuana uno con chaleco de pene de burro, entre lágrimas: ‘Ya lamí mis mis heridas, pero todo lo que gasté en campaña ¿de nada sirvió? ¡La Gordillo» ¡Esa vieja me chingó!» «Bueno, aquí los ángeles somos pocos», se cachondea un cómico ventrudo, golista y empresario taurino que la hace de obispo de Ecatepec. En eso, ándele, ahí un payaso Medina Mora disfrazado de cuico de la PGR «¿El dinero? O sea verdá, ¿cuál dinero? ¿El del chino?» No, chato, ese ya nos lo pasamos a recompartir»; y el de la vocecita «Ese es un cuento chino, y yo al chino me lo voy a refundir en la cárcel». Y el chino: «Tu lefunfilme madle; ¿o yo nomás milando, con todas las tlansas que te conozco de cómo llegaste al podel? Ni madles, aquí copelas o cuello, y no plecisamente Cuello Trejo, polque ese cablón te cái encima un maltes y te hace miélcoles, y no te la acabas, de a madle me cái». Y uno disfrazado de cardenal: «Que no la venga a hacer de pedófilo», Y el González de Aguascalientes: «Que no mame…»
Y válgame, que ahora fue la Beba la que nos humedeció, y el Chupirul corrió al bañito. A mí me tocó llorar. Por mí, por el país, por ustedes, que más allá del reniego, nada de nada Es México. (Mí país.)