Qué ansias, qué ansias…

Vida, nada me debes; vida estamos en paz. Esto querría recitarle, Martha, de haber confianza entre nos, porque algo tengo que agradecerle: muchos volvemos a la armonía tras de la crispación que nos provocó su delirio de suceder al marido en el cargo. Tantos, ante la aberrante situación, clamábamos, alarmados: «¿Qué diablos ocurre con la pareja? ¿Dinastía real..?»

Por fin calmó sus ansias de novillera, un alivio para los tendidos de sol. Bien sé qué complejos y represiones del ente humano son irrefrenables: el sentido de la propia insignificancia y el hambre compensatoria del protagonismo, de afianzarse a los tres pelos de la fortuna y pepenar fama, dinero, poder; de echarse encima cada día y todo el día toda la luz de todas las candilejas: radio, periódicos, TV, revistas frivolas de papel couché. La gloria, el nirvana para quien, como usted, nunca ha sido, nunca fue, nunca va a poder ser, que bien lo afirma la Biblia «Nadie puede elevar a su estatura un codo».

¿Que las masas le hubiesen dado su voto? Sí. A su marido, señora, se lo otorgaron. Por desdicha, las masas son huérfanas de cultura política, y como niños se van con el sonsonete de las promesas, y venga más tarde la desilusión. ¿O no es orfandad habérselo dado al marido de usted sin sopesar sus cualidades como posible estadista, político, gobernante? No se percataron de que su marido, Martha, no es un político ni nunca lo ha sido, sino un empresario, vale decir un enemigo histórico de la clase social que votó por quien más tarde, lógico, no gobernó para los votantes sino para los empresarios. Ah, si las masas se interesaran por la cultura política una décima parte de lo que les apasionan el clásico pasecito a la red y las aventuras púbicas de públicas aventureras, pantaletas en vivo y a todo hedor...

A su marido, señora, una alianza de fuerzas logreras y ventajistas lo trepó hasta la cresta, para que él desde arriba traicionara a sus aliados de ocasión y defraudara a los gobernados, algo mil veces peor. Su obra acusa que de estadista no tiene un pelo, ni aun de político regular, sino de lo que siempre ha sido, un gerente de aguas negras, cervezas, botanas y similares. Un amago de político que hubiese en él, y aun de hombre de vergüenza, le hubiese impedido a tiempo continuar esa farsa (trágica farsa porque afectó a millones) que la pareja exhibió hace tiempo: «yo te lego el gobierno, cariñito azucarado, y te las cuido (las espaldas) porque tienes (tenemos) mucha cola que te pisen».

A mí, al verla a usted desatada, se me fruncía (el ánimo): ¿pues qué, ni el empresario ni su Martha la más leve pizca de recato, decoro, vergüenza, autocrítica, dignidad? ¿Habrá en la pareja salud mental, que tan poco le importa la salud pública? En su tiempo el marido, complaciente, se justificaba: «Un enorme sector de paisanos muestra su preferencia por mi señora…»

Y en gran acercamiento permitía que la tele se las mostrara a las masas. Como una Galilea de esas, una Sabrína más, una Chapoya cualquiera: que mostrase sus aspiraciones, sus ansias de figurar, las intimidades de su vida de recámara adentro. El no se engañaba, señora: a las masas el cinescopio me las tiene aturdidas, manipuladas; un picaro con audacia las haría votar por la Niurka o cualquiera otra aventurera de esas. Las masas se van a la propaganda, al falso carisma, al relumbrón. Las masas, señora, precisan de ídolos, no de estadistas. Quienes hubiesen votado por usted son los mismos que votaron por el marido empresario, y ahí el naufragio, las ruinas, México.

Selló su boca, señora. El peligro quedó conjurado. Renuncia a su pretensión delirante una mujer sin méritos, experiencia, preparación, aptitudes; una ama de casa que de vil chiripazo llegó hasta el palacio de gobierno y, signo de la mediocridad, con la altura se mareó, perdió la dimensión y se despeñó en el boato, la exhibición, el derroche, el rastacuerismo vil. Pero de ahí a la aberración de pretenderse gobernante…

¿O qué, doña Martha? Si fuese su esposo piloto aviador, ¿estaría usted capacitada para sucederlo en los controles de vuelo y tomar a su cargo el destino de los pasajeros? Ellos, ¿quedar a merced de una ama de casa sin otro curriculo que el suyo propio, y este o aquel programita asistencial, teletonero, magnificado (intereses bastardos) por una industria del periodismo que exhibe a la matrona entregando al chamaco una bolsa de colaciones? Su marido, señora, solía decirlo: ‘Le gusta ayudar a la gente y la va a seguir ayudando».
Qué desfachatez. Un gobierno de «caridades», que no de justicia, ¿es como para alardear? Los recursos de sus «caridades» ante las cámaras de TV, ¿salían del propio bolsillo? Ahora que el marido tuvo que abandonar el poder, ¿qué margen de maniobra tendrá usted para sus «caridades»? Vamos, Martha

En fin. Dejó su chifladura de heredar la silla de Nayarit que dejó vacante su esposo, el empresario Antonio Echevarría El y usted ya no andan haciendo el ridículo como la Marta esperpéntica con el tonto de San Cristóbal, de amarga memoria para las masas. (Uf…)

4 opiniones en “Qué ansias, qué ansias…”

  1. bien valedor.
    siemnpre me confundes y consigues anotar gol, pero finalmente llego a la conclusión de: «Dios las cría y ellas solitas se dan a conocer»

  2. En Mexico a estas alturas cualquier mediocre puede llegar a ocupar un puesto politico de rango;basta coque se someta a la oligarquia y vele por los intereses del capitalismo; siempre subordinado por el imperio norteamericano, desde los tiempos de los imperios aztecas el poder se ejerse verticalmente con un solo hombre en la cima dictando estatutos para la nacion; nada a cambiado con la introducion del cristianismo se a podido mantener pasivo a la mayoria del pueblo a base de docmas y perjuicios………………………

  3. PERDÓN SI SE MALNTERPRETA. NO DIGO QUE SE OCULTA EN EL RECURSO DEL SÁTRAPA, DIGO QUE LO DICE COMO YO NO LO DIRÍA EN MI INFITA INCAPACIDAD.

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