De origen oriental, la presente fabulilla alude a cierta comunidad de antropoides en donde ocurrió lo que ahora relato para todos ustedes. Fue en luengos ayeres y en tierras remotas, magia y encantamiento, donde sucesivos amansadores, adiestradores y manejadores, iban a ocupar la cabaña de los pinos y tomaban a su cargo la administración de los habitantes del bosque, donde coexistían changos de todo pelo, alzada e instintos, desde los monitos tihuís hasta los orangutanes y gorilones de buen tamaño. Y la paz, o casi…
Pues sí, pero válgame, que de repente, impuesto por el dueño del bosque, un nuevo administrador llegó hasta la cabaña de los pinos. Y aquí el elemento mágico: ni el nuevo -el novato- entendía el lenguaje de la población, ni la población entendía el del impuesto, fenómeno que, unido a la novatez del de marras, produjo en el bosque un clima de descontento, de turbulencia y de crispación que comenzó a originar conatos de violencia contra el que despreciaban por advenedizo. Y en el bosque soplaron vientos de chamusquina por culpa de los errores del novatón. Inquietante. Pero sigue la magia: los del bosque no entendían el lenguaje del improvisado, pero quienes sí lo entendía, y a la perfección, eran algunos periodistas del bosque, quienes día con día se aplicaban a disimularle sus medidas erráticas, cuando no, de plano, a aplaudírselas. Y había cacahuates y nueces paras los tales. La gloria Porque esa era una de las obligaciones del hombre de la cabaña emboscada los pinos: manejar los dineros con qué alimentar toda suerte, mala suerte, de changos, tarea que cumplía a discreción, dedicando de aquellos dineros una mísera pizca para alimento del bosque: frutillas, castañas, cacahuates, en fin. Así, nunca antes de él, dicen los viejos de la comarca, el bosque había padecido por el peso de tanta escasez, tanta hambre, tal inanición. (De allá, de las montañas, las aguas bajan turbias…)
Pues bien, pues mal, pues pésimo: cierto mal día el hombrecillo decidió que alimentar a los cuadrumanos era tirar los dólares (moneda oficial de la colonia gringa) y restringió drásticamente la ración de alimentos, y lógico: se prendió la inconformidad y con ella los focos rojos. Alzando la izquierda, la ceja, el de la cabaña observó que los habitantes del bosque comenzaban a agitarse, protestar, tomar la calle y alzar los puños, y organizar plantones y huelgas de hambre, y marchas contra el novato. Y aquello era pelarle los dientes: «¡Este puño sí se ve!» Marcha-plantón con bajada de calzones. Aun se perpetraron fogatas en PEMEX. Ah, chintetes… «¡Este puño sí se ve!» Ájale…
Y qué hacer. Pero el de los pinos tenía un as en la manga, que lo mismo era as de copas que de bastos, y de oros como de espadas, según la situación. Y a acudir a la patrona espiritual. Cuál Guadalupana, Rice. «¿Aló? Perdone que la importune, ¿pero qué cree.?» Al otro lado de la línea la zorra aquella (por lo sabía, por lo ladina, por lo efectivo de su estrategia para conjurar toda suerte de crisis en toda suerte de bosques a base de toda suerte de argucias de mala ley; de ausencia de toda ley); ella le proporciona la solución, y fue entonces:
– ¿Así que no estáis conformes con la ración de comida que os doy?
– ¿Y cómo tiznaos vamos a estarlo, si nunca antes desde don Porfirio no habían tenido tan muertos de hambre. ¿No, compañeros? Y el orangután la peló, la dentaduera Allá, por Reforma, el tumultuoso contingente avanzaba, puños en alto. Mantas, pancartas, consignas vituperosas contra el impuesto: «¡Falso, impostor!» A grito pelado. Levemente pálido, el hombrecillo reculó tres pasos y miró de ganchete la caseta adosada a la cabaña «Mi querido capitán», susurró, ya susurrándose de miedo. «Ay, santa Rice bendita». Tuvo que enfrentar a los levantiscos: «¿Cuál es la ración de comida que recibís?»
– Tres viles castañas en la mañana y cuatro en la tarde. ¿No son hijeces?
«¡Revolución!» Los descontentos llegaban al monumento de la Madre. «En la madre. Qué se me hace que les dejo ir una partida de doberman equipados con fauces de alto poder, como la que le acabo de mandar a Ulises«. «¿Conque os parece poco vuestra ración de comida?»
– Y cómo conacos no. Tres castañas en la mañana y cuatro por la tarde. ¿No son changaderas del modelo neoliberal?
– Buenas noticias: desde hoy vuestra dieta va a mejorar: ya no se on darán tres castañas por la mañana y cuatro por la tarde, no. De hoy en delante recibiréis no tres, sino cuatro castañas por la mañana Por la tarde, tres…
Ahí reventó el júbilo: «¡Así sí! ¡Sí se puede! ¡Una diana aquí para el del PAN y la sal..!» Y que gori, gori, hip, hip, y que alabío, alabao, y que vienen de ahí esos aplausos, y dos que tres machincuepas, y alguno, incluso, como no queriendo, habló de reelección. «¡Sí se puede..!»
Yo me quedé pensando, nomás pensando. Qué más. México. (Mi país.)
jaja, para estar a tono con los cuentos chinos uno de mis favoritos: 3 por la mañana……… gracias por subir esta fabulilla!! =)
Cuando el júbilo acabó, un changuito sin malicia hace una pregunta, ¿es igual 3+4 que 4+3…?
Si lo digo siempre: en esta tierra pródiga, con sus todos pródigos gobernantes, nadie se muere de hambre.