Yo, el apóstata

Vintila es mi nombre, y soy un apóstata Hace algún tiempo (cuánto, no lo podría precisar), como Crisanto VII, habitaba la sede papal. Hoy, en esta covacha del monte pergeño la defensa de mi persona y mi acusación contra Dios. Sepan los que esto leen:

Más antes, como Crisanto VII me alimenté con aves, carne roja y vinos de suprema calidad. Hoy, el remordimiento tardío del Dios Uno y Trino me envía un pedazo de pan en el pico del cuervo mientras que yo, como Job: «Porque antes que mi pan viene mi suspiro», clamo a las reverberancias del sol y a los remolinos del viento…

Mi suspiro, sí, pero la conciencia permanece tranquila ¿Y la del Omnisciente? Ayer, mirando el animalejo con mi sustento en el pico, mi corazón arrojó la bocanada de iracundia «¡Dios! ¿Con un mendrugo pretendes lavar tu conciencia?» Y ahuyenté a su servicial. Luego endurecí la cerviz y me preparé para el azote de Su iracundia «He blasfemado contra EL. Su rayo me fulminará». Pero no. El Increado, tal vez con pena de sí y de mí, disimuló mi blasfemia Sigo vivo (vivo es un decir.)

Esto lo asiento en el papel porque en verdad os digo: El que reina sobre vivos y finados está en deuda conmigo, que agostó y agotó mi fe en EL. No será con un cacho de pan como habrá de pagarme, por más que tal vez mi fe no valía lo que un cacho de pan. Dios no encuentra cómo pagarme Cada mañana al despertar, percibo en redor su reverberante presencia que me busca el perdón. Yo, entonces (¿con qué materiales reedificarás el edificio de mi fe, del que no dejaste piedra sobre piedra?), le doy la espalda y me aplico a la primera micción del día Yahavé suspira Lo percibo retirarse a hurtadillas.

Descorazonado…

Sabed, los que leéis: el principio de todo aconteció a comienzos del verano. Llovía, me acuerdo. Yo, con la cristiandad preparábame para los alimentos espirituales del Oficio Divino, y en cuanto alimentos terrestres, para los frutos de un otoño en agraz, y fue entonces: como tentación del Maligno apareció el visitante de la oscuridad: cuerpo amojamado, gancho la nariz y las pupilas gélidas. Esto, en el calor agobiante de la tenebra..

– ¡Vade retro, Mefistófeles..!

– No tal. Soy un mortal como tú mismo. Nicolás Maquiavelo me nombran. Florentino soy, y enseño a los príncipes el arte de gobernar a los hombres son. Te saludo.

Me reveló su embajada atroz: de la Santa Casa requería un aposento apartado. Su objetivo sería cierta entrevista que de inmediato habría de concertarse., ¡entre los dos contrarios per sécula seculorum..!

Yahavé y Satán. Satán y Yahavé. Negocios del espíritu

Se estremecieron las sombras.

– Logré convencerlos. Van a dialogas. Posible alianza, ¿sabes?

Nuevo estremecimiento. Vibró el calor. Una esquila, a lo lejos.

– ¿Pero cómo, qué dices? ¿Alianza entre el Increado y Luzbel? Imposible El cielo y la tierra pasarán, pero El que reina sobre tronos y protestades, nunca de los nuncas. Jamás.

– Yo, Maquiavelo, obrando según el deseo de quien me envía hasta tu presencia logré persuadirlo.

Me escandalicé: «¿Cómo una alianza entre el Bien y el Mal? ¡Compinchaje sería más que alianza y vendría a destruir toda la edificación teológica con tantos trabajos edificada a lo largo de siglos! ¡Semejante maniobra asesinaría la Verdad, y con ella valores, principios, virtudes y convicciones! ¡Nunca! ¡Jamás!

Hielo afiliado, su voz: «¿Conoces ciertas manipulaciones que en la ciencia política denominan razones de estado? No morales, no inmorales; amorales. Las he asentado en este librillo, tómalo y lee».

Como si me aprontara una sierpe; un escorpión, un basilisco. «Tómalo. No hay libro bueno ni libro malo. Eres tú, como lector, el que le confiere valor. Bondad o maldad. Tómalo».

Algo me formó a alargar el brazo, a abrir la mano, a tomar esa brasa ardiente a leer esos caracteres recovecosos que a lo borroso recuerdo aludían a alguna suerte (mala suerte) de rey, de príncipe o algo de ese tenor. El, advirtiendo mi reticencia mi repugnancia para semejante lectura, de memoria me citó algunos de los «consejos» que en el librillo daba a los gobernantes. Y qué consejos. Pragmatismo puro; impuro, más bien. Maloliente Contra mi voluntad escuché las «razones de estado» con que el florentino intentaba justificar la grotesca entrevista del Bien y el Mal. ¿Conmigo como testigo? ¡Nunca! (La conclusión, el lunes.)

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