Estoy mirando la foto, mis valedores. Cuatro personajes levantan el pulgar de la diestra mientras sonríen a la cámara. Ellos son los presidentes de Honduras, Manuel Zelaya; Martín Torrijos, de Panamá, y el de Venezuela, Hugo Chávez, que con el sandinista Daniel Ortega celebran el aniversario número 28 del triunfo de la revolución sandinista que remató en el palacio presidencial de Managua la mañana aquella de julio de 1979. Dos epopeyas me trajo a la mente la foto de marras: la de Augusto César Sandino, que con su «ejército loco» (29 hombres) arrojó de la patria al invasor gringo. La segunda de estas epopeyas fue realizada en el barrio de Monimbó.
¿Qué es aquella luz allá lejos? ¿Es una estrella? – Es la luz de Sandino en la montaña negra. – Allá están él y sus hombres ¡unto a la fogata – con sus rifles al hombro y envueltos en sus colchas, – fumando o cantando canciones tristes del Norte, – los hombres sin moverse y moviéndose en sus sombras…
«Pero las naciones tienen su sino. Y Sandino no fue nunca presidente, sino que el asesino de Sandino fue el presidente ¡y 20 años presidente!» Veinte años en los que el asesino oprimió, deprimió y reprimió a Nicaragua. Pero Sandino había dicho después de la primera derrota: «El que cree que estamos vencidos no conoce a mis hombres (29 ¡y con él, 30! ¡contra Estados Unidos!). Temple, heroicidad
y amor patrio, los compatriotas de Sandino supieron arrojar de su Nicaragua, años más tarde, a un Somoza al que aborrecían. Aquí el testimonio de la epopeya del barrio de Monimbó:
«General, he leído que ofrece ayuda a Monimbó. Estimo que esta su ayuda es tardía. Ya Monimbó no espera nada de usted. Sepa que Monimbó tiene que escribir muchas páginas en contra suya. Ya es muy tarde para que usted piense que Monimbó le dé la cara a usted» Alfonso Dávila B., abogado y juez. Extracto de carta a Somoza
«Me llamó la guardia para dialogar con el comandante. Yo no fui. Les dije que ya no era tiempo». A. García G.
«En Masaya pelearon entre dos y tres mil muchachos. Monimbó siempre estuvo a la vanguardia». A. Dávila, abogado.
«Los muchachos no eran guerrilleros. Los fueron haciendo guerrilleros». J.M. Pacheco, sacerdote; y el estudiante J.R. Ortiz: «Desde que sentí en el alma la muerte de un compañero, yo me decidí a tirar bombas…»
«Como Somoza es un asesino que mandó traer armas contra el pueblo, dijimos: no sólo sus armas van a estar presentes, también las bombas de Monimbó. Al principio las hicimos de mecate; después ya eran de masquinteip». Ramón Serrano, comerciante.
«La guardia venía y siete, ocho muchachos le tiraban las bombas; se metían a sus casas, llegaba la guardia y los muchachos ya en sus camas, haciéndose los dormidos y aguantándose para no reír». J.T. Roca, vecina.
‘Yo no podía tocar el tambor en lo oscuro porque decía la guardia que yo levantaba al pueblo. Entonces tuve que avisar casa por casa, para lo de las bombas». A. García G., alcalde de vara, y L.H.: «A los bombardeos, las mujeres sacaban sus espejos y los ponían al sol para que los pilotos no vieran nada y se deslumhraran». «Dos guardias se habían escurrido por los solares corriendo, pero nuestro pueblo los agarró, los entregó y fueron fusilados por el propio pueblo». J. Siria P., sastre.
‘Ya todo el mundo decía que Monimbó estaba en cenizas, pero eso era mentira. Monimbó estaba vivo, estaba de corazón vivo». A. Ruiz, vendedor.
«Mandé fuera a mis hijos. Les dije: hijos, cúbranse ustedes, déjenme a mí. Yo soy nada más un espíritu que anda por las calles». O.A.
«Una noche aparece ese chavalo. Ya no vamos a comer, le digo. Estoy acostumbrado a no comer, me dice. Te van a matar, le digo. Tiene ocho hijos mi mamá, me dice. Le quedarán siete. Y entonces voy y le digo a mi marido: Somoza tiene perdida la guerra». Lourdes 0. De B.
«Cuando supe del triunfo me sentí feliz. Le daba gracias a Dios de que todos mis hijos estaban vivos. Sentí como si hubiera vuelto a nacer». F.E., panadero. «Al final me puse a llorar de impresión y de alegría porque no parecía que ya hubieran triunfado los muchachos». Ofelia Ortiz, hogar.
«Todos nos abrazamos de alegría». G. Sánchez, comerciante.
«Dicen que viene la contrarrevolución. Yo creo que no. Y si viene, aquí están los muchachos para esperarla. Ellos están dispuestos a entregar el último cacaste para no dejar morir a Nicaragua». G. Sánchez.
Es medianoche en las montañas de las Segovias. – ¡Y aquella luz es Sandino! Una luz con un canto: ‘Si Adelita se fuera con otro…’
La Adelita: tal fue el canto de guerra del «ejército loco» que venció a Estados Unidos. Nicaragua. Sandino. (Barrio de Monimbó.)
Nicaragua y el Frente Sandinista de Liberación Nacional son un ejemplo para ilustrar su tesis Valedor; de que la via de las armas no es el medio seguro por el que un pueblo puede construir el cambio político y social que lo beneficie , por más gloriosa y heroica, ingeniosa y sacrificada que haya sido la lucha contra Somoza ¿donde está ahora Nicaragua? De plano sumida en la misma pobreza en la que la dejó el tirano bazuqueado. El mismo pueblo que realizó todas esas proezas que relata , le dió el voto a Violeta Cahmorro. Los mismos combatientes dispuestos a morir por su alto ideal se dedicaron a saquear las exiguas arcas nicaragüenses en lo que se llamó «La Piñata», ¿qué ha ganado Nicaragua con la lucha armada?
Al leer su fabulilla ,Valedor , se inflama el corazón y dan ganas de hacer lo propio por México , salir a darse de catorrazos con las fuerzas represoras de Calderón , sé que no es la intención de usted al escribir la susodicha fabulilla , pero ese puede ser el efecto en muchos que lo lean si se pierde de vista el resto de la historia nicaragüense.