Espejismo y delirios

Juan Rulfo, mis valedores. Su Pedro Páramo magistral, sus magníficos cuentos, ¿los habrá leído alguno de ustedes? Invoco aquí, ahora mismo, la memoria del Juan Rulfo de los pueblos fantasmales: Contla, Luvina, Comala. Convoco también el ánima en pena de los muy reales Real del Oro y Veta Grande, Zacatecas, poblados afantasmados que, antiguos emporios mineros, de repente se agostaron al agotarse los socavones paridores del oro y plata, caseríos tan reales que perecen de encantamiento, que anochecieron prósperos y amanecieron a ser espejismos, delirios y ánimas en pena aventadas al socaire de los socavones estériles. Pedro Páramo…

Ahí se quedaron y así están todavía semejantes pueblos, en olor de abono y en la viva almendra de la soledad, como sarna de la geografía nacional, mutilados vestigios de un antiguo esplendor: cuadrículas de bardas barbonas de zacate, patios abandonados donde florecen el chicalote, la flor del toloache, el huizapol, los matojos. Nomás…

He visto esos pueblos abandonados, afantasmados, y se me encoge el ánima al contemplar semejantes bardas en derrumbe que van derritiéndose lentamente bajo atorrenciadas tormentas, y esos zaguanes sin puertas y esas puertas sin zaguán, y unas retorcidas callejas de piedra viva, y los esqueletos de casas carcajes de andamios, horcones y vigas náufragas, en agonía de portillos, de polilla y comején. En los patios, antaño ñervosos de vida -de vidas-, se ha aposentado la víbora de cascabel. Junto a la fuente seca ventosean sus crías las ardillas, y en los sombríos corredores se dan los murciélagos y unas mariposas negras de este tamaño, miren. Que anuncian la muerte, dicen los díceres…

He visto también esa hilera de cuartos que alguna vez fueron dormitorios, y donde en catres de latón dorado se multiplicaba la vida, y esas ventanas, cuencas de calaveras, y esas casas que son abrojera de esqueletos apiñados en derredor de una iglesia en ruinas, una iglesia como aquella en Luvina, relato de Rulfo. ¿Ese rumor? El viento, posiblemente. Algún eco de los ecos que se aquerenciaron en estas ruinas. Y ya…

Pero, mis valedores, voy a nuestra realidad, así la que alude a la economía familiar como a la de yumbos y retumbos de la estridencia politiquera, una realidad tan en ruinas como Veta Grande o Luvina. Al reflexionar sobre nuestra realidad de todos los días se me ha venido a la mente cierto añejo dibujo de Naranjo, editorialista gráfico, que publicó en el matutino de hace algunos ayeres. La glosa del dibujo de marras iba más o menos así, ayer tan actual como hoy día:

Llanura desértica, geografía desapacible, pariente pobre de Veta Grande o de sus hermanas muertas, Árida llanura cercada de lomeríos, y más arriba un sol que al punto del mediodía parece a punto del estallido. Monótono, persistente, ese son de cigarras. Arriba, en la lumbrosa claridad del firmamento, una rueda de cuervos, de auras y zopilotes que otean la lóbrega geografía detrás de la carne podrida Crrac, crrac, el reclamo de los negros pajarracos. Crrac…

Cerros pelones, crestas azulencas, peñascales y lomeríos. Al pie del cretón de roca, abismos, gargantas áridas, resolana y sofocación. Un viento de rescoldo eriza la pelleja del llano y alza remolinos de polvo en la lejanía del poniente En la lejanía, porque aquí, en el primer plano, todo es nopaleras cenicientas, y al pie, nidos de coralillos y víboras de cascabel. Más allá, chaparrales, huizapoles, y huizcoloteras, toda esa botánica de lo chaparro, lo enteco, lo encanijado, lo sietemesino, lo que ha nacido muerto de sed; ese yerbajo que se da a la aridez, más allá del pueblo minero que murió desangrado de sus venas de metal…

Observen los alrededores: resequedad y un sol como garañón, y ahogo, ardor, chamusquina, piedras tornasoladas de metal, y sobre las piedras lagartijas de ojillos hipnóticos que se adormecen bajo la carga del sol contemplando, inmóviles, una geografía que parecen querer aprendérsela de memoria. Tercas, pétreas a fuerza de sol. Pero, ¿y eso..?

Por allá, a lo lejos, se ha alzado un rastro, un cordoncillo de polvo. Algún coyote de belfos ennegrecidos y lengua inflamada que anda en agencias de morirse de sed, ya en las boqueadas últimas. Testigos de honor, la culebra y la tuza, la tarántula y la resolana; las reverberancias. El universo de lo calcáreo, de lo pétro, del vivo fuego del sol en aquella geografía que viene quedando, ánima del purgatorio, a mil leguas de todo lo vivo, que es todo lo que tiene el agua al pie Aquí no: muerte y soledad. Y ya. Pero aquel cordoncillo de polvo que se agranda al ir acercándose ¿Qué ánima desdichada pudiese avanzar en el…? (Mañana)

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