Fue en otros tiempos, dije a ustedes ayer, cuando ocurrió el incidente de La Divina Infantita. Sucedió, mis valedores, que cierta mañana me fui a topar con el penitente que colocaba a los pies de Santa Rita de Casia, abogada de imposibles, aquel colorido ex-voto, espejo y flor de la artesanía popular; sí, el retrato mal hecho de un Hugo Sánchez por aquel entonces estrella del Real Madrid. «¿Tan fanático es del futbol?», le pregunté.
– Yo fanático madres. A mí el clásico pasecito a la red me caí en las alilayas. Pero es que soy mexicano que vive en México. ¿La pesca bigotón?
«Uno más de esos que viven lloriqueando contra los tecno-burócratas mirasoles de la Casa Blanca«, pensé.
– ¿Y cómo fregaos no? (Me adivinó el pensamiento.) «Y cómo tiznaos no, cuando cosa de 105 millones de jodidos andamos con el orgullo patrio a la altura del pichichi, si no es que tantito más abajo, o sea en los talones.
– Muy cierto: bocaabajeados por culpa de unos tecnoburócratas que..
– ¿Y qué otra cosa nos queda si los proyankis de miércoles (era domingo) se la pasan trincando a los paisas por orden del agio internacional?
– Pues sí, pero con que usted no se deje..
– Si no me dejo me pasa lo que a la Santa Santa Cecilia de ese retablo: como a ella le rebanaron sus hechos en el martirio, a mí me las cortan, las mías, esos vendepatrias castrados que han terminado por arruinarnos de las medias para abajo. No, qué pasó, no pensar mal; me refiero a las clases.
A lo desconfiadón miré en torno, no fuera a oírnos alguno; el sacristán, por ejemplo, posible oreja de Norberto Rivera, oreja segura de Gobernación. Pero no. El sacro recinto, como todos los de este bendito país de buenos católicos, vacío. «Bueno, sí, ¿pero el retablo de un futbolista al pie del altar?»
– ¿Se ha fijado en los turistas que nos visitan? Anchos, orondos, pisando recio, con el pichichi en todo lo alto, me refiero al orgullo patrio. Yo, mexicanito bocabajeado por todos Los Pinos, me avergüenzo de los saqueadores y de mí mismo, de mi aguante, mi sumisión y pasividad. Ah, recua de agachones, yo y los otros. Me cái que Santa Cecilia tenía más pichichis que los paisas de por acá, pa’ su morder.
– Pero el pichichi de Hugo en el altar…
– La última pizcacha de orgullo patrio para el fregadaje Sus hazañas futboleras: que si Hugo dribló, que su Hugo fintó, chanfleó, remató y… ¡gool del mexicano! Yo, entonces, a apuntalar con pichichis ajenos lo que no puedo apuntalar con los propios. Yo, a contemplar en la foto la machincuepa del goleador para seguir apuntalando las machincuepas de los que se culimpinan ante la Casa Blanca. Pero eso y más nos merecemos por agachones: puro pichichi, y a consolarnos solitos con el de Hugol. Héroes por delegación. ¿No son tiznaderas..?
– Bueno, sí, ¿pero el retablo al pie de Santa Rita de Casia?
– Pa que la santita tenga bajo su manto al goleador. Que le preserve sus meniscos, que le resguarde su pichichi. Que no nos lo vayan a lesionar. ¿Porque se ha puesto a pensar que no estamos zafos de que nos lesionen el único pichichi que nos queda a los mexicanos, el último orgullo que nos queda en el México de unos lics, corruptos y atrabiliarios que de los paisas hacen lo que sus reverendos pichichis les dictan? Nomás me quedé pensando…
Y mis valedores: fue entonces. ¡Válgame, pues cómo no lo pensé antes! Y que me doy el parón y caigo de hinojos, alzo la cara a los santos cielos, abro los brazos en cruz y clamo ante la presencia del Dios uno y trino:
– ¡Su pichichi, Señor! ¡Su pichichi y sus dos meniscos, los únicos que nos quedan a los mexicanos! ¡Y tú, Santa Rita de Casia, cuídamelo! ¡Protégemelo, y te traigo un exvoto del grandor de un pichichi..!
Y gimoteaba y aquellos golpes de pecho, qué pena En fin. Y aquí el incidente que apunté ayer al comenzar esta fabulilla- fue en la madrugada de anteayer; yo, sangre en hervor, a sofocos sufría el acoso sexual de la Guzmán cuando en el instante en que mi virtud comenzaba a Saquear, yo ya viendo estrellitas (las del Gran Canal), de súbito, el timbrazo del teléfono, y la voz bronca su dejo entrañable de Tepis Company.
– ¿No que no, bigotón? ¿No le dije que el pichichi de Hugo era nuestra salvación? ¡Seis cero a Paraguay! ¿No es un milagro de Santa Rita de Casia..?
Yo, aquel azoro, intentaba despertar. La Guzmán huyó sin acabar (de vestirse). Yo, entonces… Sí, formas hay más civilizadas de silenciar un teléfono inoportuno, pero esa explosión de nervios, de pichichis, de meniscos. Y ahora qué hacer, sino mandar el SOS al compa tepiteño: en la fayuca ¿no habrá modo? Un aparato telefónico, cables, fusibles, pichichi, todo. (Ojalá.)