Pichichi de Perra Brava

Lo sé muy bien. Por supuesto. Yo sé que existen recursos menos radicales de inutilizar un teléfono, pero cómo poder controlar un estallido de chinampinas (mi sistema nervioso). Lástima.

Todo se originó en tiempos idos. Fue un domingo, me acuerdo, por ahí de la media mañana, yo atejonado en un rincón de La Divina Infantita, a donde fui a rezar mis devociones: el triduo, el trisagio, mi novenario, un ramillete espiritual y una rogativa a San Antonio bendito para que me la hiciera, o sea la merced de conseguirme una mujer, porque yo, un inútil Después de la última rogativa rematé como mandan los cánones: con el oficio parvo y mi rosario de quince misterios. Después me la persigné y, alzándome, con trabajos, ejercitaba unas zancas acalambradas con aquellos pasitos entre el cepo de las limosnas y la pila bautismal. Y aquellos altares de La Divina Infantita, muestras espléndidas del churrigueresco tardío… (soterrada, en el coro, la salmodia de un órgano. Canto gregoriano.)

En eso estaba, escuchando el pajarito de gloria ante la gloria de oros y cardillos del altar mayor, cuando en eso: en el nicho del virgen y mártir san Mamerto de Porres, el penitente aquel, de tenis percudidos y chamarra parda (dodgers, entre pecho y espalda), que al pie de Santa Rita de Casia, la abogada de imposibles, colocaba un retablo y le encendía un ascua viva de veladoras, para enseguida arrodillarse, humillar la testa, entornar los párpados y orar, y orando remontarse al cielo. Ah, la devoción del creyente. Suspiré…

Y lo que es la curiosidad: pian pianito me fui acercando hasta quedar a unos metros de la santa de las causas perdidas, y entrevi entonces el retablo aquel, un cuajarón de rojos, verdes y anaranjados. «¿De qué santita se trata?», pensé. «Una chulada de rostro, con ese marco de rizos que se le encrespan a lo coquetón. ¿Quizá María Magdalena? ¿Santa María Egipciaca? Santa Cecilia, tal vez, si me atengo a ese pecho tan liso, que el despecho tirano mandó despechar y despachar directamente a la gloria de Dios cuando se convenció de que con esa doncellez no podría Santa Cecilia. Me la persigné.

Bueno, sí, ¿pero Santa Cecilia en puros calzones, con perdón de la benemérita? ¿Y unos calzones así de guangoches, que una mujer nunca vestiría, y menos para exhibirlos? Me acerqué un paso más, y entonces…

Cuál santa, cuál Cecilia, cuáles calzones, si se trata de un santo. San Esteban, sus partes pudendas arropadas no en el clásico cendal sino en… (esa artesanía popular. Esas muestras del arte naif. Esos retablos populares) no sus vergüenzas ocultas tras cendal, repito, sino en unos de esos denominados, a lo gringo de segunda, shorts, ya tirándole a bermudas. Pues sí, ¿pero San Esteban en short, en bermudas? Haya cosa…

Cuáles shorts, cuáles bermudas. Es un pantaloncillo, y no precisamente de mártir ni de confesor; no de beato, sino de bato, de… válgame: de futbolista ¿Un santo alquilón de la industria manipuladora de masas? ¿El santo de la seráfica Perra Brava? El artesano del pincel había tomado

al vuelo, como remontándose a las alturas, al santificado de los calzones. A ver. Pero, ¿sería posible? ¿Un santo mártir, y sobre todo virgen, tirándose una chilena? Y el balón, ya besando las redes. ¡Gool!

– ¡Pero si es nada menos que el tal Hugo Sánchez! -se me escapó la expresión, y entonces, bronca voz la del penitente:

– No sea usté penitente, o sea más respeto. Sí, Hugo Sánchez, ¿y qué? ¿Qué tiene usté contra nuestro Hugol? Quedó canelón en esa pintura, ¿no? Arte sacro de un pintor de ollita allá por la Villa. Me costó un güevo de la cara, los artistas cómo son de abusones. ¿Usté qué pinta aquí, digo?»

– Pero según la ortodoxia de la iglesia de Roma el retablo debería representar la advocación de alguna virgencita; de una mártir, ya de perdida

– No, de perdida no la trepan al altar. De perdida, la excomulgan.

-Pero Hugo -yo, como un eco-. ‘Pero Hugo…»

– Quedó de pelos, no me diga que no. fíjese en el uniforme: Rial Madrid. Mírele los botines, las medias, los chors. ¿Le distingue el pichichi entre las zancas? Se lo está sosteniendo con las dos manos mientras se tira el clásico pasecito a la red. Chido, ¿no?

– Y qué tamaño del pichichi, trofeo del campeón goleador…

– No, y debajo del catre tengo un altero de álbums de este grandor, mire. Fotos, crónicas, entrevistas, reportajes, comentarios y mamilas de esas. Todas echándole flores a nuestro crac nacional.

– Caramba ¿tan fanático es usted del futbol?

Nos habíamos sentado al socaire del confesionario, a los santos pies de la abogada de imposibles. «¿Es fanático del futboL?»

– ¿Fanático yo? ¡Fanático madres! (Mañana)

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