El voto de las masas, mis valedores, ese voto que marca los rumbos de la humanidad A propósito de aquella votación, histórica, que relata el evangelio apócrifo, aquí la fabulilla de mi invención, que tiene a Jerusalén de escenario, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galea y sumos sacerdotes del templo Anás y Caifás. Imperio de Tiberio César.
Cuenta el evangelio de marras que en aquellos tiempos Judea sobrevivía apenas -a penas-, asfixiándose bajo la más desbozalada corrupción. En los penosísimos tiempos del Imperio los judíos padecían en la viva pelleja las plagas innumerables que desde el palacio generaba el Imperio del Norte y desde el templo de Salomón una casta sobrona de sacerdotes, escribas y fariseos, sepulcros blanqueados que al socaire del sacro recinto daban al César lo que era del César y al propio tiempo lo que era de Dios, y perpetraban el lucro, el engaño y la depredación. Ellos, en compinchaje con el de Roma, justificaban a ojos de sus católicas ovejuelas una opresión del de Roma que, en su momento, se tornaba represión. Los ricos, en tanto, brincaban y rebrincaban en las planas de Forbes mientras los pobres brincaban y rebrincaban de hambre y necesidad. Ellos bien pudiesen clamar con Quevedo en su Memorial a Felipe IV:
«Ved que los pobretes, solos y escondidos – calando os invocan con mil alaridos…»
Mi, la codicia de Poncio Pilato en el manejo de las finanzas públicas; ah, la avaricia de los sacerdotes y unos latrocinios que despeñaron la que fuera tierra pro metida en tierra de la carestía, la inflación y una deuda interna y externa que despojó a la Judea de su soberanía nacional, hipotecó su petróleo y la estacó en la pobreza, la inmovilidad, la desesperanza Ah, raza de tonsurados de estola y capa pluvial, colaboracionistas del gobernante de la Roma Imperial
Pero, de repente, hacia todos los rumbos:
– ¡Al cambio, paisanos! ¡A quitarle el poder al de Roma! ¡Vamos a darnos ese gobierno que mande obedeciendo! Dadas están las condiciones en Judea, que el país atraviesa por una ruda crisis política una sañuda crisis económica y un descontento popular generalizado! ¡Las masas, organizadas, vamos al cambio! ¡A tornarnos verdaderos ciudadanos, con un gobierno al que obedecer como sus mandantes! ¡Vamos al cambio!
Alguno, al llegar a este punto, diría «¿Y la vanguardia que encauce toda la energía popular? ¿Y el conocimiento científico, para que los movimientos sociales de pro testa no se pasmen en el simple espontaneísmo según el modelo de la APPO y los maestros que desde hace ya más de medio siglo persisten en la patética condición de «marchantes» del gobierno imperial..?
Ahí el ungido -uno de Tabasco– aclaró la situación: «Yo no traigo la paz, sino la espada». ¿La qué? Esa no, que es la peor de todas las estrategias, que significa colocarse en los terrenos donde el romano nos rebasa a lo abrumador. No. A crear estrategias triunfadoras. A organizamos en comités autogestionarios. Sólo así. ¿O preferimos actuar a lo pragmático-utilitarista, y convertirnos en beneficiarios de la cultura de la derrota..?
En fin, que a lo largo de las tierras ribereñas del Jordán se dejó oír la voz del taumaturgo que decíase hijo del padre, aunque no hijo del Tata, que ese hijo nos resultó uno que por respeto a su pasado de líder moral no voy a calificar. Los judíos miraron al mesías tabasqueño aventarse a las plazas y los caminos, a las montañas y las calles de Jerusalén, arrastrando detrás de sí muchedumbres al son de la palabra nueva y la nueva esperanza:
– ¡A base de embustes se nos esclaviza! ¡La verdad nos hará libres..!
Y aquellas parábolas de estremecedora sencillez: «El reino de los cielos es semejanza de aquel grano de trigo que…»
Caifás, a la mesa de Poncio Pilato: «¿Acaso no te ha llegado el rumor del loco ese que dizque nos va a aniquilar a ti y a nosotros? Quezque por corruptos, ¿tú crees? Pásame el asado».
– Bueno, ¿y por qué preocuparle? ¿Las tanquetas antimotines son de la plástico, acaso? Sírvete esta rabadilla. Caifas. Doradita
Los vientos llegaron, y se fueron los vientos, y vino el calor, y sofocaba la ciudad. Caifás, en conciliábulo con Pilato y demás dignidades:
– Como que empieza a preocuparme el santón -y de los mofletes se limpiaba el sudor.
– El mismo está forjando su cruz. La corona que uno se labra es la que uno se pone, y la de él es de espinas.
(Mañana el final)