El chile y la Perra Brava

Y el ánimo de la Perra, en el sótano. Pero no queremos entender que tal como ocurre en el terreno pantanoso de la politiquera y los asuntos «religiosos», en el clásico pasecito a la red nos vencen por ignorancia, por negarnos a pensar, a aprender, al ejercicio de la autocrítica; porque psicológicamente nos negamos a crecer, y a semejanza de Oskar, protagonista de El tambor de hojalata, nos hemos pasmado en la etapa de sempiternos adolescentes incapaces de ubicar la fuente de la enajenación, la dependencia, la pasividad. Y eso que aquí se ha advertido y prevenido contra la acción de semejantes alquilones de la manipulación de masas:

Esos, frente a las cámaras y los micrófonos, analizan el carácter estético del juego como se analizaría una obra de arte. Pero no nos dejemos engañar: tales alquilones crean una pseudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de unas masas a las que no se les permite el acceso a la cultura, y a las que se manipula y se condiciona para la pasividad, para la no acción, para hacerlas sentir, mañosamente, héroes por delegación…

Y esto más: que el fútbol, como espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las «proezas» donde se requiere fuerza, destreza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida…

Es así como la inmensa mayoría del pueblo rara vez toca una pelota, y se convierte en espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su cuadro predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, que de esta manera adquiere la categoría de un ídolo…

Y es que el deporte por delegación es un fenómeno de la sociedad industrial de masas, pero es, antes que nada, una característica de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte -golf tenis, equitación, polo, esgrima, etc.-. Sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol. Macabro.

A propósito: fue hace ya veinte años corridos cuando se escenificó en este país un torneo futbolero internacional que titularon «México 86«. Sometido a concurso el que sería su logotipo, qué coincidencia: la triunfadora resultó ser alguna sobrina o algo semejante de uno de los dueños del Goloso de Santa Ã?rsula o algo semejante también. El logotipo propuesto por la sobrina fue un chile; pero un señor chile, vale decir un chilazo; si morrón, si serrano o cuaresmeño yo, que de chiles apenas conozco alguno, mal pudiese aclarar tal incógnita. Un chile, y no más, uno al que los «creativos» de alguna agencia de publicidad vistieron de futbolista mexicano: chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes, rostrín mofletudo, chata nariz, de api-pizca unos ojillos donde anida la socarronería y el consabido gorro alón en la testa¿El resto? El sagrado uniforme de la selección «nacional», la de «nuestros muchachos»: camiseta verde, blancos los calzones (reprimí el albur), medias rojas y en las patucas unos botines de cuero imitación plástico y procedencia china, botines de este tamañito, miren; qué diferencia de los botines tamaño familiar de los Arturo Montiel y su honesta familia, o de unos hijos de toda su reverenda Marta. Botines de futbolista. Y ya está el delicado símbolo de todos los mexicanos: un chile de este tamaño; serrano, guajillo, piquín, a saber…

Y llegó junio de 1986, y en un Goloso de Santa �rsula que hervía vivas, Méxicos, «patriotismos» y banderolas, se dio el patadón oficial de salida A balón seguido, y más allá de la escandalera y la bien pagada manipulación de cámaras y micrófonos (en vivo y a todo dolor, de costra a costra y de frontera a frontera), se sucedieron los encuentros, y el torneo llegó a su fin. El «México 86» dio el cerrojazo. Y ya

¿Las consecuencias? Mejor, a mi juicio, nadie pudiese expresarlo que el editorial gráfico publicado en el matutino y que Palomo, el autor, dividió en seis cuadros. Mis valedores: porque tras el dramón de impotencia que acaban de vivir «nuestros muchachos» frente a su mero padre, uno gringo, como anillo al Pique viene la glosa del susodicho editorial gráfico. Juzguen ustedes.

Cuadro primero: Estereotipo del mexicano haragán: es mediodía y Juancho Pueblo (el chile futbolista arropado en su gorro alón) dormita acuclillado de lomos contra un pitayó. Y qué imágenes hierven en su cerebro, intoxicado con la escandalosa campaña de patriotería triunfalista que le embombillaron los medios de condicionamiento de masas. ¡México pasó a cuartos de final! En el sueño, Juancho Pueblo ya araña la Jules Rimet. ¡Mé-xi-co! Y la frase que, altiva animaba al cambio de Poder,/y que me piratearon para arrastrarla por las canchas de fútbol: ¡Sí se puede! (Sigo mañana)

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