Bienaventurados los mansos…

El hincha, mis valedores. La Perra Brava del clásico pasecito a la red. A la hora del domingo en que redacto esto que más tarde leerán ustedes anticipo mi pregunta: ¿Qué? ¿Amaneció de luto el país? ¿Las banderas a media asta? ¿Ceniza en la cabeza y desgarradas las vestiduras, o muy al contrario, a toda asta el orgullo tricolor, a banderas desplegadas, la perrada brava pegando ávidos amamantones al pomo y bailando al son que le toca la televisión? Mis valedores: ¿triunfamos sobre Costa Rica? ¿Anotamos? ¿Logramos escribir la epopeya nacional? ¿Nosotros? ¿Ustedes, sentados a dos nalgas frente al televisor? ¿Metimos el esférico o nos lo metieron con todo y pito, el del arbitro? Ah, del hincha de la Perra Brava, héroe por delegación Patético…

Patético, sí, tanto como resulta, a mi parecer, el relato de El Hincha, personaje al que su autor trata con admiración y respeto, y que yo leo con esa lástima que me produce cualquier mediocre infeliz. Revelador, el epígrafe:

El 29 de diciembre de 1968, el Club Atlético Vélez Sarsfield se clasificaba campeón nacional de fútbol. A la memoria de mi padre, que murió sin ver campeón a Vélez Sarsfield.

Y el inicio del cuento, espejo que apronto para que se miren tantos, del que transcribo los párrafos que creo sustanciales:

«Goooooool de Vélesársfiiiiiiiiiiellllllddd! -gritaba Fioravanti (el merolicronista, aclaro.)

– ¡Gol! ¡Golazo, carajo! -saltó Amaro Fuentes frente al receptor. (Nostálgico de su Buenos Aires, residía en Asunción. Y su historia personal:) «A medida que fueron pasando los años, se convirtió en un perfecto solitario, aferrado a una sola ilusión. La vejez pareció caérsele encima con el creciente malhumor, la debilidad de su vista, la pérdida de los dientes, la artritis. Como nunca había ahorrado dinero, ni había sentido jamás sensualidad alguna que no fuese su amor por Vélez Sarsfield (válgame), su vida continuó plena de carencias ) Su cuerpo lleno de arrugas, su pasividad, su estoicismo, su mirada lánguida y esa pasión velezana que se manifestaba en el escudito siempre prendido en la solapa del saco». (Dios…)

Y que el campeonato era el único sobresalto que esperaba de la vida monótona, «que parecía que sólo se justificaría si Vélez salía campeón». Y el bloque final del relato, del que copio lo que juzgo esencial:

«- ¡Gooooooooool de Vélsársfíiiiiiiiilllld!»

La voz de Fioravanti estiraba las vocales en el aparato y Amaro, llorando, sintió que jamás nadie habla interpretado tan maravillosamente la emoción de un gol. Vélez se clasificaba, por fin, campeón nacional de fútbol.

Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando Fioravanti anunció la finalización del partido, Amaro estaba de pie, lanzando trompadas al aire, dando saltitos y emitiendo discretos alaridos (sic.) Dio la tan jurada vuelta olímpica alrededor de la mesa, corrió hacia el ropero, eligió la corbata con los colores de Vélez y su mejor traje y salió a la calle (:) Caminó resueltamente hacia la plaza En el crepúsculo y frente a la iglesia se acercó a la parada de taxis, eligió el mejor coche, y subió a él

con la suficiencia de un ejecutivo.

– A recorrer la ciudad, y tocando la bocina ¡Vélez salió campeón..!

Bajó los cristales de las ventanillas y empezó a agitar el banderín al viento, con una sonrisa emocionada y el corazón galopándole en el pecho, sin importarle que la solitaria bocina desentonara casi afónica con el atardecer, y sin reparar siquiera en el reloj que marcaba lo que le costaría pero carajo, se justificó, el campeonato me ha costado una espera de toda la vida y los muchachos de Vélez se merecen este homenaje a mil kilómetros de distancia».

En la esquina Amaro vio que alineados en la banqueta, los de la barra aplaudían. «Más despacio, pero sin detenernos», dijo Amato mientras se esforzaba por contener esas lágrimas que resbalaban por sus mejillas, libremente, como gotas de lluvia Al oír en la barra algún «viva Vélez», ya no pudo contenerse y pidió al chofer que lo llevara a su casa

«Entró en silencio. Hacía unos minutos que su corazón se agitaba desasusadamente (sic). Un cierto dolor parecía golpearle el pecho. Amaro supo que necesitaba acostarse. Lo hizo, sin desvestirse, y encendió la radio a todo volumen. Un equipo de periodistas, desde Buenos Aires, relataba las alternativas de los festejos en las calles. Amaro suspiró y enseguida sintió ese golpe seco en el medio del pecho. Abrió los ojos, mientras intentaba aspirar el aire que se le acababa, pero sólo alcanzó a ver que los muebles se esfumaban, justo en el momento en que el mundo entero se llamaba Vélez Sarsfield…».

Un humano episodio altamente dramático, quiere su autor. A mí, con sus puntos de melodrama ridiculillo, me resulta patético Alguno de ustedes, héroe por delegación, si se mirase en Fuentes? Ah, Perra Brava (En fin.)

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