Mi don Joaquín de la Cantolla y Rico, globonauta de fines del XIX, que es decir el del plastrón y el miriñaque, la crinolina y el polisón. De aventurero tan hazañoso les hablé ayer aquí mismo, y tracé un esbozo de retrato hablado del audaz que con su armatoste rayoneó los primeros garabatos en los cielos de México para guía de los aguiluchos que vendrían después. Qué tiempos. «Tiempos en que era Dios omnipotente – y el señor don Porfirio presidente. – Tiempos ay, tan lejanos del presente», que dijo Leduc. Tiempos aquellos que se fueron para nunca más. Y aquí, el suspirillo. Pero sigo con mi don Joaquín, que con su globo ganó gloria y perdió uno de los ojos.
A resultas de alguno de los tantos accidentes en los que el globo lo aventó hasta el camastro de un sanatorio, el tuerto vejancón iba volviendo en sí, que por el traumatismo global estuvo a punto de volver en no. «¿En dónde estoy..?’
– En el sanatorio de las agustinas. A ver, abra la boca Su cucharada
– ¿Y mi globo? Déme razón. ¿Cómo quedó mi globo..?
Destrozado. El viejo suspiró. «Y cómo esperar otro resultado, si el mío era un globito pacotón. Ah, si yo tuviera el mejor globo de México…»
– Sólo importándolo de Francia, de Alemania. En nuestro México no se fabrican globos de calidad.
– ¿Que no? Oigan a la madre esta Y el mejor globo del mundo, el más resistente, el mejor inflado. Sebo, pellejos, carne de cogote, su materia prima pero el globo más vistoso que este, imposible. ¿Pues qué no ha oído hablar de la selección mexicana de futbol? Esa sí que es un globo, no un papalote como mi globito. Fuerte, resistente, perfectamente inflado por los merolicronistas al servicio de la industria que les paga por manipular aturdidos. Ah, esos Muros y Sarmientos, esa caterva de gritones, estridentes y alboroteros, que son los Protagonistas. Ah, esos Bermúdez perros. ¿Los ha oído usted, madre?
– Cálmese, son los que cuidan el sanatorio. Ladran de hambre, pero al rato les van a arrojar sus pellejos. Vuélvase de espaldas, que voy a aplicarle una cataplasma ¿Le duele este lado del costillar..?
– Yo me refiero a los otros, o sea los alquilones de la tele, profesionales del grito y el alarido teatrero, histrión y manipulador de candidas masas reducidas a la infrahumana condición de «Perra Brava». Hablo de esos que «analizan el carácter estético del juego como se analizaría una obra de arte, pero no nos engañemos: crean una pseudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de unas masas a las que no se les permite el acceso a la cultura, y a las que se manipula y se condiciona para la pasividad y la no acción; para hacerlas sentir, mañosamente, héroes por delegación»
– Todos traemos la camiseta de nuestra selección, la de Huguito. ¿O qué, no es usted mexicano? Ya ve, el doctorcito está viendo en la tele el México-Honduras. ¿Cuántos goles cree que le embombillemos a los catrachos? Yo a los bonites de Blanco los vengo encomendando a Dios en mis oraciones.
– ¿Camiseta de nuestra qué? ¡No me eche-inglés, madre! El sentimiento seudo-patriótico que depositamos en el seleccionado nacional sirve para ocultar la falta real de una auténtica unidad nacional capaz de enfrentar agresiones «nacionalistas» o del imperio del norte, y créame, no todos se dejan manipular por el futbol como simple espectáculo. Los ricos no son tarugos; ellos practican el deporte de su preferencia polo, esgrima tenis, natación, equitación, todo. Ellos juegan, pero a las masas explotadas, en cambio, las aplastan a dos carnazas en el estadio y las manipulan dándoles la ilusión de que son ellas las que juegan en la cancha «¡Ganamos!», «¡Casi empatamos!», «¡Casi metemos el gol!». «¡Casi!» ¿Ustedes? ¿Sentados a dos posas y entripándose de cheves, botanas y cacardí? Y a costa de las masas vengan las buscas del consumismo desaforado, y que en los hijos de Sánchez y en los Cabrito Arellano esas masas tomen desquite de los agravios que les infieren los Cabrotes Arellanos del Sistema de poder. ¿Entiende ahora madre? Porque el futbol, como espectáculo de masas «sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las hazañas donde se requiere fuerza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida… Mire el vespertino.
Leyó en alta voz: «Duele la derrota, inquieta la realidad: no hay equipo; preocupa lo que ha sido némesis (¡sic!) en el futbol mexicano: la ausencia de gol. La gente, hoy más que nunca se pregunta ¿y el equipo? Por Dios, qué desaliento». Así manipulado, el fanático: «Por qué, Dios mío, por qué dejan que desgarren las telas del corazón teniendo que sufrir derrotas tan lacerantes. En entrenador, un inepto, y nosotros agonizando de dolor. Si en mi mano estuviera, él serla desollado vivo y después… ¡colgado! ¡Para que vea lo que duele la calda de nuestros muchachos..!» Snif. (Seguiré con el tema)