El México que vivió con un pie en el XIX y el otro en el XX, mis valedores, ese México que, memoriosos, los que vivimos hoy podemos mirar en la historia patria y leer en las películas, o al revés. El México de miriñaque, la crinolina y el polisón; el de los personajes reales e imaginarios tan vernáculos como aquel señor don Porfirio y otro señor don Nicolás Zúñiga y Miranda, su eterno rival en esa hoy apodada «fiesta cívica de las urnas». Cruza también la pantalla de las más viejas películas del cine nacional ese viejo rabo verde llamado don Susanito Peñafiel y Somellera, que en las tandas del Principal y vestido de marinerito entonaba, patiño de la triple principal: «Carlos Truchuela y Quiroz». Qué tiempos los de aquel México antañón de las señoritingas y los lagartijos. Ay, qué tiempos, señor don Simón…
Hubo por aquel entonces un personaje de nombre mi don Joaquín de la Cantolla y Rico, conquistador de los aires, que en ellos abrió veredas, y cuyas hazañas en globo aerostático mantenían arrobados tanto a la gente «decente» como al peladaje. En cada ascensión don Joaquín arriesgaba su vida, y ya su temeridad habíale costado uno de la cara, que suplía con una canica. Y en uno de tales accidentes, según crónicas de época, ocurrió lo que aquí se consigna:
Vuelto en sí, el De la Cantolla quejábase blandamente, y pasaba la lengua por
unos labios resecos. Intentó incorporarse. «¿En dónde estoy?»
– En el sanatorio de las agustinas. ¿Cómo se siente? -el doctor.
Debajo de las sábanas, el paciente se toqueteaba clavículas, esternón, costillares; luego bajaba ambas manos y tentaleábase las entrañables zonas abajeñas, donde los varones de pro sostenemos en su nidal esos que ya perdidos no hay canicas que los sustituyan. Reprimiendo en quejidillo:
– ¿Y mi globo aerostático, doctor?
El aludido se dio a mirar la gloria de azaleas y bugambilias del jardincillo. Porque el artefacto volador había quedado hecho garras en los llanos de Balbuena, muchas lenguas al este de la ciudad. «¿Y mi globo..?»
– No piense en globos, sino en reposar. Su cucharada.
Y es que horas antes, a media mañana y al son de dianas, marchas dragonas y vítores, el aguilucho se había alzado en su artefacto sobre los llanos de Balbuena, y sí, en un principio todo marchó viento en popa, dondequiera que un globo cargue la popa El artefacto mecíase sobre las corrientes del aire cuando el intrépido tuerto, aventurero corazón, enfiló rumbo al centro de la noble y vial. Abajo, ecos de hurras, aplausos y la banda de la gendarmería (banda de hacer música, no de perpetrar extorsiones, asaltos, secuestros, y violaciones). Chistera en mano, el intrépido saludaba con leves inclinaciones de testa. Qué bien. Pero de súbito, mis valedores…
De repente, el bandazo de viento atravesado, el descontrol, un crujido, un zigzag; y al suelo el globo aerostático. Mi don Joaquín fallaba una vez más en su propósito de surcar los aires encima de la plaza de armas, y entre un desgranar de cien bronces de exultante clamoreo desplegar en lo alto la bandera tricolor. Un viento cruzado había herido el flaco izquierdo del armatoste (flanco que en todos los armatostes es el más vulnerable); al chiflón, la estructura se zarandeó y agitóse la quilla mientras alá abajo, en el palacio de gobierno y con su banda de Lascuráins, tandas y Escandón y Ladrones de Guevara (Y, de poderse, de presupuestos), nuestro prócer (don Porfirio) seguía aguardando la hazaña náutica Ahora en su catre, el accidentado:
– Sea por Dios. ¿Pero cómo quedó mi globo, doctor?
– Bien, en lo que cabe. Dos, tres remiendillos, un costurón, engrudo…
– No engrudo, doctor: atole, y con el dedo, es lo que usted quiere dar, mexicano de mí. Mi globo ya felpó, me da la corazonada Ah, si pudiese agenciarme un globo; pero un globote, un globazo, un globón…
– Pues como no lo importe del extranjero: Francia, Alemania…
– Qué va Aquí mismo sabemos inflar los globos más canelones.
– Creería, de no verlo ecuánime, que desvaría ¿Globos en México?
– El mejor de los globos, doctor; el globo mejor inflado por Televisa y TV Azteca. La selección mexicana de fútbol, esa sí que es un globo. Sebo, pellejo y carne de cogote, pero que mantiene a millones de candidos así, mire: alejados, pasivos, enajenados y dependientes, todos herrados por una mediocridad y por una innata vocación de Perra Brava. La selección mexicana de futbol: esa sí que es un globo infladísimo, no mi pobre papalote de carrizo, papel y engrudo. ¿O no, doctor? ¡Doctor, dónde está! ¡No me deje hablando solo!..
Ahí, pomo de jarabe y cuchara al frente, la novicia rechoncha «Calle, hombre de Dios, que ya comienza con el partido. El doctorcito le va a Honduras, pobrín de él, porque yo ofrecí mis oraciones por México. ¡El México de Hugo! ¿Usted a cuál le va? Abra la boca Su cucharada». -¡Agh.!-(Sigo mañana)