Imperio, justicia, manipulación…

La fuerza de la justicia en manos del Imperio, mis valedores. En manos imperiales, la fuerza de la manipulación. Atentado terrorista o auto-atentado el del 11 de septiembre del 2001, la Casa Blanca hizo llorar al mundo, lo hace llorar año con año, ante los 5 mil cadáveres que arrojó el siniestro de las Torres Gemelas. Nueva York.

Una justicia enclenque, una monstruosa manipulación. Apenas el pasado 20 de este mes, Panamá lloraba a sus muertos, víctimas inermes de la carnicería que perpetró el Imperio cuando, ¡por capturar a un solo hombre!, asesinó a seis, siete mil panameños. Población civil. De la matanza muy poco se habló en su momento. Quién, de los plañideros del 11 de septiembre, lamenta hoy (cuando menos recuerda) la masacre del 20 de diciembre de 1989. Es la humana condición. Es el Imperio. La noticia del pasado jueves:

«Activistas de derechos humanos y familiares de víctimas de la invasión estadounidense -que ayer demandaron que el 20 de diciembre sea declarado duelo nacional-, desatada a sangre y fuego hace 17 años por fuerzas de Estados Unidos, con el pretexto de derrocar y apresar al general Manuel Antonio Noriega, exigieron al gobierno de Martín Torrijos que se cree una comisión de la verdad. En la fotografía, una panameña lleva flores a la tumba de su padre…»

Leí la noticia, me quedé pensando y me acordé de Plutarco y sus Vidas paralelas. Porque vidas paralelas son las víctimas del Pentágono: Panamá, Afganistán, Irak, Líbano. ¿El pretexto? Combatir a los «enemigos» de Estados Unidos. ¿El resultado? Miles, decenas de miles de cadáveres sembrados en Panamá, en Afganistán, en Irak, en Palestina, la mártir. Es el imperio…

Apenas anteayer fue un Manuel Antonio Noriega, compinche de Estados Unidos y presidente de Panamá. Hoy es Osama Bin Laden, antiguo aliado de Washington y entrenado por la CIA. En Panamá, el genocidio fue conocido con el alias de Causa Justa; ayer, en Afganistán, con el de Libertad Duradera. Hoy, en Irak el genocidio no tiene nombre. En Panamá, el Pentágono desfogó toda su furia con 10 mil invasores contra la población civil. Más tarde iba a descargar su fuerza descomunal, desproporcionada, sobre la población civil de Afganistán. Ahora tocó el turno a Irak. ¿El pretexto? Aquí una somera reseña de la carnicería que Estados Unidos, en su papel de gendarme universal, perpetró contra la población civil de Panamá poco antes de la media noche del 19 de diciembre de 1989, y esto con el pretexto de capturar (muerto o vivo, un millón de dólares por él) al Bin Laden panameño, el tal general Noriega, presidente de Panamá y narcotraficante al servicio de Estados Unidos. La crónica:

1989. Con el antedicho pretexto de capturar Manuel Antonio Noriega, ex agente de la CIA y acusado de tráfico de drogas, Estados Unidos invadió Panamá. El gobierno norteamericano tenía conocimiento desde 1972, cuando menos, de las actividades ilícitas de Noriega, pero mientras le fue útil lo mantuvo en su nómina. La invasión dejo un saldo de siete mil muertos y desaparecidos, así como pérdidas millonarias en la economía del país. Actores y testigos del genocidio dan su testimonio:

La Comisión de Derechos Humanos de Panamá, en colaboración con la Comisión de Derechos Humanos de Centroamérica, con sede en Costa Rica, lo expresa en su informe del 20-30 de marzo de 1990:

«Los costes humanos de la invasión son substancialmente más elevados que las cifras oficiales de los Estados Unidos, de 202 civiles asesinados, alcanzando de 2 a 3 mil, de acuerdo con estimaciones conservadoras. Testigos presenciales señalan que helicópteros de los Estados Unidos destrozó un autobús público matando a 26 personas; que residencias civiles fueron quemadas, y que esto resultó en la destrucción de muchos apartamentos y la muerte de muchas personas; que tropas norteamericanas negaron el acceso a la Cruz Roja, dispararon a ambulancias y mataron a heridos, a algunos con bayonetas».

Las iglesias Católica y Episcopal consideraron las estimaciones de la invasión en más de tres mil muertos, según cifras conservadoras, porque Washington impuso una rigurosa censura. Y el título del Informe:

«Panamá. Más que una invasión… una masacre», una más del Pentágono, desproporcionada y descomunal como la que años más tarde iba a perpetrar en Afganistán e Irak, y al pretexto del terrorismo («un terrorismo al por menor, contestatario, contra el terrorismo de Estado que ejerce Washington, como afirma el norteamericano Noam Chomsky) lanzar toda su fuerza contra los pueblos inermes de Afganistán e Irak, y a probar contra ellos las nuevas armas de guerra (Más del tema mañana)

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