Caramba, mis valedores, ¿pues qué, tan estropeado estoy físicamente sin que de ello tuviese conciencia? Porque me acabo de examinar al espejo, y ahí fue el crujir de dientes y el lamentar lo que el padrecito Cronos se ensañó conmigo. Porque la depredación que ha causado a mi persona resulta casi tan dañina, alevosa y funesta, como la que durante el pasado pluscuamperfecto penetró contra México la «pareja presidencial», en un compinchaje con los Bribiesca Sahagún, apellido infamante de los muy hijos de toda su reverenda Marta. Macabrón.
Me he mirado al espejo, me estuve observando, suspiré, y tras de enjuagarme una furtiva lágrima caminé hasta la computadora (hechiza, armada en México, y ‘lo echo en méXico está bienecho», y aún con la traumática impresión y el impacto del examen frente al del baño, me he puesto a escribir, amarga la boca, desparramada la bilis (negra) y el ánimo de quien redacta, muy a lo original, el texto consabido: «No se culpe a nadie de mi muerte…»
Yo, bajo semejante estado de ánimo y ante el riesgo latente de abandonar, por capricho del padre Tiempo, el escenario y el papel que en la farsa me tocó representar, pergeño aquí mi postrera voluntad. Mis valedores: este es mi deseo postrero,la última voluntad del condenado a muerte (mira, mira): visitar los Santos Lugares; contemplar, una vez más, la última, aquella santificada tierra que tantos y tantos fecundaron con su sangre de mártires. Los que ahí fueron a encontrar su Gólgota, su Huerto de los Olivos, su Monte Tabor. Ver Tierra Santa y después morir…
Porque han de saber sus mercedes que en esos lugares santos quedó enterrado mi cordón umbilical, precisamente en el corral de la casa atejonada en el callejón sin salida donde nací hace tantos inviernos, tantos. Y quiero, así sea por última vez, regresar a mi santa tierra. Ya oigo al escéptico que nunca falta y casi siempre sale sobrando:
A ver, a ver, sin prolongársela, me refiero a la relación de los hechos. ¿Cómo usted, zacatecano de origen, ahora, de pronto, me resulta judío y nativo de los Santos Lugares? ¿Tan siquiera los conoce, que no sea en estampitas piadosas? No me chinglés, embustero de miércoles.
Yo contesto al agresivo: los conozco, cómo no los voy a conocer, si los tengo anidados en mis cuatro, cinco sentidos; si tengo en mi tacto la textura de la tierra, sus aromas en mi olfato y en la lengua de sus sabores; si traigo anidados en el caracol de la oreja los rumorosos bandazos de un viento de cenzontles y bramidos en brama; si acá, de pelleja adentro, paisaje interior, permanece imborrable la vera efigie de su agreste geografía. Mis Santos Lugares…
Mi única ha estado mirando por encima del hombro. Siento su respiración. La oigo junto a esta oreja, miren: «¿Asunto de vida o muerte, mi amor? ¿Qué razones de vida o muerte te obligan a mentir a tus valedores?»
Vuelvo el rostro; miro a mi Nallieli, aprovecho para la caricia y…
-No miento, mi niña Zacatecano soy de Jalpa Mineral, en el Cañón de Juchipila.
¿Pero qué? ¿No fue mi religión zacatecana, junto con Los Altos de Jalisco y el Bajío, el escenario de la revuelta cristera de 1926-29? ¿No murieron muchos alzados al enfrentar el escapulario a las balas del «impío Calles«? «¡Detente, bala enemiga, que el corazón de Jesús está conmigo!» ¿Y no es cierto que El Vaticano está encaramando en los altares a todos los levantiscos a los que entorilaron, para matar y morir, un papa muchos obispos y un «general» Gorostieta? «¡Viva Cristo Rey..!»
– Bueno, sí, mi amor, ¿pero Santos Lugares?
– ¿Cuánto calculas que falta para que Ratzinger proclame «Santos Lugares» El Bajío, Los Altos de Jalisco y mi Jalpa Mineral? El negocio este de las comaladas de beatitos y santos, ¿no comenzó en el sexenio de Juan Pablo II? ¿Por qué no iba a seguir con el del gran inquisidor? Si la política de El Vaticano se acató durante el papado yunquero de Vicente Fox, ¿no es lógico suponer que la erupción de beatos y santos mártires de la cristeada se vaya a intensificar en el gobierno ultra-derechista y ultra-reaccionario de Calderón, atado con un nudo ciego El Vaticano? ¿Entonces? ¿Por qué no conferir a Corvas Dulces y La Pitaya la categoría de Tierra Santa? Mi santa tierra me acuerdo. A propósito…
Permítame que les cuente: un día de aquellos me fui unos días a mi tierra, y ya en mi tierra me hundí en el goce del retorno después de media vida de ausencia y, Adán de pacotilla fui recorriendo cada flor, cada cerro, cada peñascal, y los fui nombrando por su nombre de pila con los que me hablaba con ellos en mi niñez. Jalpa Mineral, mi santa tierra, manojo de floridas raíces. ¿No los estaré aburriendo? (sigo mañana pues.)