Estas ruinas que ves…

Sabia virtud de conocer el tiempo, que dijo aquél. A tiempo hablar y silenciarse a tiempo. Yo, imprudente de mí, no supe a tiempo cerrar la boca, y hablé a lo imprudente, y me puse a aconsejar a mis víctimas una estrategia que funcionó en el México de 1988, pero que hoy resultó obsoleta, anacrónica, y que sólo fue a provocar penas y lloros en los aturdidos que acataron mis indicaciones. Y qué hacer, sino contemplar el desastre…

Un desastre que me pasó a tiznar. Ahora aquí estoy, solo y mi alma y lamentoso, después de que hace unas horas apenas, con fondo de llamas, chamusquina y ruinas en rescoldo, una turba agredida me tiznó, humilló, vilipendió y si no me pasó a linchar fue porque mi muerte, dijeron, no compensaba el gasto de Magna, y la tractolina no les funcionó. Culpa mía, que no supe calibrar los tiempos políticos. Pero sí, voy a barajárselas más despacio.

El principio de la historia, con el final feliz, ocurrió en este misma estancia de mi depto. de Cádiz, en la Mixcoac Insurgentes, allá por 1988, me acuerdo. Un mediocre Miguel de la Madrid, cejas alacranadas, había decidido que su sucesor fuera Carlos Salinas, el neoliberal. ¿Lo recuerda alguno? ¿Alguno podría olvidarlo? Contra la voluntad de las masas el «compatriota» fue designado presidente electo, acción que exasperó a unas multitudes que copetearon el zócalo de la ciudad e interrogaban a Cárdenas, presunto despojado de la banda presidencial, sobre el próximo paso a seguir. (Cuauhtémoc andaba en la cresta de la ola política y con su fama pública aún sin tiznar) El muy hijo del Tata Cárdenas así exhortó a los cientos de miles:

– Nada podemos hacer, váyanse a su casa…

-Tiempo y destiempo. ¿Qué es hoy Cuauhtémoc, ese ex-empleado de un tal Fox (Dios lo haya perdonado) en organización de patrio centenarios y bicentenarios? En fin. Pero sigo con la crónica. La turba que ayer mismo, ya al pardear, me violó (¡sólo en mis derechos humanos!) es idéntica a la que en 1988 acudió a esta misma estancia, y me abrumaba a elogios. «Porque usté es el asesor de su primo el Jerásimo«. Me acuerdo. Salinas acababa de enjaretarse la banda presidencial. A la pura ley de sus hovos, que se aprovechó de que de esos nosotros andábamos muy escasos. Sería por ahí de la media tarde de aquel diciembre de 1988 cuando llegó aquella comisión de vecinos. «De La Tusanía, valedor«. Un extenso terreno de algún incierto propietario del sexenio anterior, situado en algún punto incierto al oriente de la ciudad, que habían tenido a bien invadir inciertos recién llegados de Guerrero, Chiapas, Oaxaca. Estaba yo con todo el Heródoto en las manos (el historiador), cuando sonó el timbre de la puerta. Fui a abrir, y entonces…

Yo, incrédulo, al escuchar el propósito de la vista de aquellos de chamarra, camisetas de los Dodgers y cotorinas color solferino: «¿Mi primo, dicen ustedes? ¿Están seguros? ¿Cómo va a ser benefactor el Jerásimo?»

– Al mero primo de usté nos referimos, cómo tiznados no, pos cuál otro Jerásimo iba a ser, si como ese cristiano no hay dos. ¿No, tú, Rodrigón?

– Sí pues. Nosotros venimos a comunicarle que por él no se aflija, que mañana o pasado volverá al redil. ¿Verdá, tú, Checo Chacón?

(Así que no andaba perdido el Jerásimo. Y yo que lo anduve rastreando en morgues, cárceles clandestinas, piqueras, pulquerías, PRIs y otros burdeles de esos, y el muy licenciado andaba de benefactor. Haya cosa…)

– De benefactor, como lo oye. Usté debiera saberlo, ¿o no es su asesor? Orita el señor licenciado está en nuestra colonia, muy quitado de pena.

– Y cómo fregaos no, si está pero que bien entrepiernao en las de una señito que le conchabó aquí éste. ¿No, tú?

– De segundo cachete, pero todavía de agasajo, con unas, mire: de este pelo.
Caramba con el Jerásimo. Les repartí aquella infusión de yerbas aromáticas. «Así que el Jerásimo, benefactor…»

– Y bien benefactor, ¿no, tú, Dientefrío? Con la asesoría de usté, claro.

– Sucedió, ¿verdá?, que la noche ora sí que del día de antier, ya por ai de la madrugada, los señores colones nos encontrábamos todos jetones, muy quitados de la pena, cuando en eso ¡tíznale! (con perdón), que oímos el altoparlante de aquella patrulla: «¡Los tenemos radiados..!»

Ã?rale. Y a esconder la mota, las grapas, los pomos, que es lo primero que se agandallan los muy mendigos. Allá afuera: «¡No se hagan, paracaidistas! ¡Salgan pa’ afuera con las dos en alto! ¡Tienen 30 minutos pa’ evacuar..!»

«¡Ya evacuamos anoche mi comanche!» -aclaró la vieja aquí de mi compa Chemaria. «¡No se hagan! ¡Evacuar el predio! ¡Evacúenlo, pero ya, si quieren salir por su propio pie y no con las dos patas por delante! ¡Evacúen, antes que canten macanas y se las hágamos de gas!» Yo, oyendo el altoparlante me tallé los dos y… (Mañana)

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