La inseguridad pública en el DF, mis valedores. El viernes pasado inicié la crónica de la escalofriante aventura en que acompañé al Cosilión rumbo al taller mecánico donde reparaban su Jetta. Nunca me hubiese atrevido a salir a las calles de la noble vial, pero me lo pedÃa el marido de La Lichona (ella, sus blancos mallones tres tallas por debajo de lo que piden, exigen, demandan sus vamos a decir formas.) Yo, por congraciarme con ella, ahà voy, insensato, a arriesgar mi existencia a lo largo de las 10 cuadras que nos separaban del Jetta. Antes de salir oré, me la persigné, y allá vamos, a la aventura…
Y ándenle que ahÃ, cuadras adelante, observé que dos de la Preventiva intentaban desvalijar un BMW ya en los puros huesos. «Los de la Judicial se nos adelantaron». Al forzar la cajuela y desenvolver una bolsa de plástico: «Chale, carnes frÃas. ¿De qué cristianos serÃan estas tres choyas, BruslÃ?» Vi que enganchaban a la grúa (una de Tránsito) lo que quedaba del BMW Yo, a lo instintivo traté de apuntar las placas, pero de allá arriba me apuntaron a mÃ. La voz del AltÃsimo: «¡Avance, avance el ruco, no se exponga a una rociada!»
Miré a lo alto: «Soy yo, padre Dios», traté de decir, pero cuál padre, cuál Dios: el helicóptero con la insignia de la PGR: una cabeza de vaca
– ¡No voltié pa arriba! ¿Qué? ¿Semos o nos parecemos? ¡IndentifÃquese!
Bajé la vista y lo apreté, el paso; lo apreté, mi rosario; lo apreté del susto. Un apretadero. De súbito: «Ã?sos…»
El instinto: alcé los brazos. «¡No disparen. Tengo un hijo de pecho!»
– Cuál pecho, cuál disparen, bájelos. Yo y éstos sólo queremos que nos digan qué camino nos lleva de retache al penal de Puente Grande.
¿El penal? Los observé. «Oiga, ¿el de la gorra tejana no es un evadido?»
– Es el Chapo Guzmán, y nosotros de la Federal Preventiva en comisión de servicio para protegerlo de Osiel Cárdenas.
– No entiendo. Si usted, don Chapo, logró evadirse del penal…
– Es que la jerramos. ¿Pues no cometimos la bandejada de venir a refugiarnos al horror del DF? Y no, asà de machos no somos. Nos rajueleamos. Preferimos el penal. Más seguro. Y ora no hayamos cómo retacharnos.
– Bueno, miren: ¿distinguen aquel como muladar lleno de moscas, basura, perros y policÃas entre esa multitud que hace cola? Paradero de micros. Ahà toman una combi y…
Habló el Chapo: «¿Una qué? Sáquese, yo a una de esas ni amarrado me trepan. A éste, en el Metro, lo acaban de robar. Al Muelas lo asaltaron en la otra esquina, y aquà al Kaibil, intento de secuestro. Nos trepamos a una combi y seguro que a mÃ, violación. Y a saber con quién me toque emparentar…
Los miré alejarse mientras el helicóptero de Medina Mora (¿o era el del Cabeza de Vaca?) descendió tanto, y tanto se aceleró, que a turbulencias levantó la faldita de la morenaza Le vi sus muslos, le vi sus chonines, le vi sus… ay, Dios. TravestÃ. Un brinco, y al arroyo vehicular. Y es que el paso estaba obstruido por el cajero y cómplices, que junto al cajero automático a lo automático despojaban a la ancianita Suspiré. Faltaban aún 7 cuadras, y en la bocacalle marchistas y granaderos intercambiaban gases lacrimógenos. El Cosilión: «No friegue, valedor. Con semejante mostachón y llorando…»
– Es el gas, que me entró a las niñas…
Ya no la haga de gas y ánimo, que ya casi llegamos.
Me las limpié. Unos pasos adelante, y de repente el Cosilión: «Válgame, mire eso, qué idea tan trinchona se me acaba de ocurrir. ¿Ve allá enfrente? Vamos allá».
Y allá vamos. Lo vi escoger uno de los machotes (de telegrama), y escribir, con la fecha, un texto de escalofrÃo, que logré leer de ganchete y, mis valedores: los alcances de la humana maldad, las reservas de perversidad que se empozan en la renegrida sangre del corazón. Supe, con sólo leer el mensaje, que de aquà en adelante debo disimular al máximo las torvas pasiones de mediodÃa para abajo que me despierta la Lichona, porque el marido, su perversidad… Lo miré tomar el telegrama y… «Urgente. Entrega inmediata ¿Cuánto se debe?»
Y a la calle otra vez, donde 3 del cartel de Ixtapaluca, que descargaban cocaÃna en esa escuela de pre-primaria, se trenzaron a balazos con el cartel de franeleros que comanda uno de la Anti-secuestros. Yo, aquel temor de caminar con el delincuente, autor intelectual de un telegrama asesino que a esas horas ya volarÃa fatalmente, cohete Patriot o Scud, rumbo al blanco definitivo, una anónima ciudadana de Ciudad Juárez (¡otra futura vÃctima!):
«Querida suegrita, dos puntos, acá familia échala de menos, véngase a vivir con nosotros al DF». Punto y firma para constancia Dios, ¿tanto odio a un ser humano, por más que suegra? Ah, los violentos. Como los Zetas. Como los Maras. Como el Cosilión. (Macabro…)
La Ciudad de México y su violencia. Si, pero que tal la doméstica violencia, no me refiero a las relaciones de poder entre los diferentes integrantes de una familia, sino a aquella que se hace presenten cada vez que a le hacemos clic al remoto control ¿Cuál control? Ninguno. A todas horas y deshoras el lóbrego cinescopio nos veja y befa con toda suerte de «contenidos» que hacen una apologÃa de la violencia. ¿Y la de los gasolineros? ¿la de la lengua hiperkinetica de Fox y su voz-cero? ¿la de los hijos de su mamá, suya, de ellos y sus asahagúnes? ¿Violencia la de la Cd. de México? ¿Y la que cierne ahora contra los compas de Oaxaca? ¿La de la frontera norte, Guerrero, Michoacán? EÃtale mi Valedor, no se agüite.