Ese era el 13 que yo conocí

El que conocí fue el verdadero Canal 13, donde yo laboré, y aquí y ahora digo, nostálgico: quién te mira y quién te vio. Lo conocí todavía estatal y  aún no contaminado de sífilis: talk-shows, noticiarios, academias y Salinas de toda ralea.   Por aquel tiempo le  conocí foros, cabinas, bodegas; le vi de frente todas sus cámaras, y con todas sus cámaras me vio la cara en aquellos programas que inventaron a Jorge Saldaña. ¿La calidad de mi periodismo? Estoy fuera de radio y  televisión. No existe una estación de radio que se interese por mis servicios. ¿Agregar algo más?

Por que adviertan ustedes la distancia que media entre un Canal 13 que fue de todos nosotros y uno que terminó siendo tan sólo de unos Salinas como sañudo instrumento de enajenación, aquí lo esencial del documento que las autoridades del Canal 13 estatal publicaron en 1979.

La televisión estatal no debe ser un instrumento para fomentar el consumo indiscriminado o para vulgarizar los patrones culturales nacionales, ni para ofrecer una visión simplista y deformada de los problemas de México y sus soluciones. Sus objetivos evitan que se caiga en una visión puramente competitiva con la televisión comercial, ya sea a través de medidas como los ratings (sic) o de las utilidades que se puedan obtener a través de la venta de tiempo de transmisiones”. En esencia, sus fines: 1) – La difusión pública, o sea la necesidad y la obligación  gubernamental de dar a conocer informaciones sobre la sociedad y sobre la propia gestión del gobierno. 2) – La utilización del medio masivo que es la televisión para  propósitos de difusión de cultura y recreación popular. 3) – La utilización de la TV para influir en los hábitos sociales, en las formas concretas de  comportamiento, de manera tal que  la TV estatal no sea un instrumento más de fomento al consumo indiscriminado o a la vulgarización de nuestros patrones culturales, o a la visión simplista y deformadora de nuestros problemas y de sus soluciones. (Bien.)

En vez de esto la televisión estatal puede actuar como un vocero explícito de la sociedad entera, que se expresa a través de su más legítimo representante: el Gobierno de la República, que utiliza este medio para convertirse en guía que trata de inducir el paso de lo trivial a lo profundo y de estimular el análisis activo, la participación popular consciente, en vez de condicionar y aprovechar mercantilmente la respuesta pasiva. Esto no como  un mecanismo de simple propaganda gubernamental, que no funcionaría por la previsible reacción de desinterés del público televidente.

Difundir cultura popular sin caer en el extremo de una programación que sólo interesara a reducidos grupos intelectuales, ni en el de producir lo que venda en forma más fácil, aunque ello implique una programación vulgar e insulsa, o una manipulación de los sentimientos de los espectadores.

Y que su costo no debe computarse como una pérdida para el canal y un subsidio en que el Estado incurre para compensar esa pérdida. “Se trata del costo que el estado legítimamente cubre para atender parte de sus funciones. Como  la programación prevista permite que buena parte de ella se comercialice dentro de las políticas que el Consejo de Administración dicte al respecto, el Canal 13 no dependerá sólo de recursos fiscales, sino que podrá hacer una efectiva contribución a su auto-mantenimiento. Mis valedores:

Ese era, ese fue el Canal 13 que yo conocí, todavía del Estado. Ya después entraría la mafia de Salinas, y entonces… (Agh.)

TV Azteca

– ¡No debemos permitir que las ambiciones políticas de unos cuantos echen al basurero de la historia la lucha de millones de mexicanos por conquistar la libertad de expresión! (R. Salinas Pliego, propietario de TV Azteca.)

Diez y nueve años de radiación, de contaminación, de ataque a todo lo que se ubica en terrenos de lo espiritual: valores, principios, cultura, sentimientos, todo. Diez y nueve años en los que las vivas aguas del caudal humano de las masas sociales vienen recibiendo, metafóricamente, desechos de fosas sépticas, albañales y ríos de aguas negras de TV Azteca. Diez y nueve años en que los vientos han venido  diseminado las miasmas  del fecalismo a cielo abierto, como a cielo abierto se amontonan los tiraderos de basura que inficionan los aires de la ciudad. Diez y nueve  años cumplirá a mediados de este año esa fuente de contaminación espiritual. Mis valedores: es México.

Millones de millones ha acumulado su propietario; y es que TV Azteca, lo afirmaba Florence Toussaint, catedrática, “es el mejor negocio que ha hecho Salinas Pliego. Lo que pagó, fue después de que le hicieron una rebaja; cantidad que, por cierto, aún no liquida. TV Azteca tiene un tipo de información de nota roja, básicamente,  y en un estilo de tratamiento superficial y chismoso”.

Gabriela Aguilar, periodista: “Hombre peculiar, apoyador del PRI, no cree en la democracia y piensa que ésta no existe en México. Añora haber vivido en tiempos de la conquista, no como indio; como conquistador. Cuando juega en Las Vegas, lo hace  sin perder más de un límite de diez mil dólares”.

Lorenzo Meyer, catedrático: «La TV es un medio de información y formación de opinión pública demasiado importante para ser dejado en manos de gente como Salinas. La opinión pública mexicana es hoy una opinión desinformada, tal y como la requiere el sistema en que vivimos”.

Salinas Pliego: «PRI, PRD y PAN pretenden imponer su visión a los millones de mexicanos en los contenidos de los programas de televisión».

Por cuanto al tal: su discurso es deplorable. Meyer:  «Como persona privada, Salinas Pliego tiene derecho a sus opiniones, por disparatadas y absurdas que sean.  El está  en su derecho de considerar que la mujer no puede ser la igual del hombre, sino un complemento, o que la TV es básicamente un instrumento con el que la gente se distrae y se relaja. Pero cuando alguien recibe y asume la responsabilidad de explotar una concesión que le hace la sociedad para bien servir al interés colectivo, entonces lo que hace y dice en público deja de ser un asunto meramente de opinión para convertirse en algo más serio: materia de interés público y de debate”.

Sartori: «Los noticiarios de la TV ofrecen al espectador la sensación de que lo que ve es verdad, que los hechos vistos por él suceden tal y como él los ve, pero no es así. La televisión puede mentir y falsear la verdad, exactamente igual que cualquier otro instrumento de comunicación. La diferencia es que la fuerza de la veracidad inherente a la imagen hace la mentira más eficaz y, por lo tanto, más peligrosa».

Salinas Pliego: «¡Las empresas de televisión mexicana exigimos que el presidente del país garantice el pleno ejercicio de la libertad de expresión!»

Libertad de expresión. «Laura Bozzo regresa con su talk show. Feliz, anuncia el nuevo formato: «Hay nuevas secciones como el hecho de que yo voy con cámara hasta el hotel o el lugar donde se encuentren los infieles y los cacho, y esto hace más interesante al programa”.

TV Azteca, Salinas Pliego.  (México.)

Radioactividad

El duopolio de la televisión, mis valedores. Del tema hablé ayer aquí mismo a todos ustedes,  y de los perjuicios que causan en algunos pobres de espíritu esos denominados «líderes de opinión», muchos de ellos voceros oficiosos del Sistema de poder del que forma parte el duopolio de marras. Semejantes perjuicios se tornan críticos en tiempos de plena efervescencia electoral. Como ejemplo de la manipulación que aplican los medios de condicionamiento de masas redacté una síntesis de «Miguel y María», relato que alude a aquel par de jubilados que viven una existencia  monótona, gris, insignificante, sin imaginación. Un par de mediocres, como lo somos todos si exceptuamos a los idealistas.  Concluye el relato:

Miguel y María cenaban los restos de la comida del mediodía frente al cinescopio donde el locutor recitaba, engolada voz,  las noticias de la nota roja cuando, de repente: «En la esquina de Avenida 10 y Calle 13, suburbio de la ciudad, un ómnibus se trepó  a la banqueta repleta de gente, atropellando al matrimonio de Miguel González y María Martínez de González. La señora falleció en el acto, y el señor González cuando era trasladado al hospital«.

Miguel y María permanecen en silencio. En un silencio larguísimo. El resto de las noticias ya nada importa. Luego María, retirando los restos de comida fría:

– ¿Oíste eso, Miguel? ¿Somos nosotros los muertos? ¿Ya estamos muertos, Miguel?

Un titubeo. El locutor hacía el recuento de pérdidas y ganancias en la bolsa de valores.  Tensa voz, angustiada, María:

– ¿Ya estamos muertos, Miguel? Lo acaban de decir en la televisión. Tengo miedo.

María, por favor. Las víctimas se llaman como nosotros. Eso es todo.

– ¿No seremos nosotros los fallecidos? Es la televisión la que lo acaba de decir.

– ¿Y eso qué? Tranquilízate. Las víctimas se llaman González y Martínez como los miles que viven en esta ciudad. Olvídalo, sigue cenando.

Un nuevo silencio. María pareció tranquilizarse, pero su actitud ya no fue la misma. “Pero Miguel, si estuvimos en esa misma esquina a la hora en que fuimos a cobrar nuestra pensión. Tengo miedo, Miguel, mucho miedo…”

– ¿Pero miedo de qué? A ver, ¿tienes algún hueso roto, te duele algo, te reventó un autobús, estás metida en un ataúd? ¿Estás muerta, acaso?

– Hablaron de eso, de que ya estamos muertos, Miguel. Lo dijo la televisión, y la televisión nunca  se equivoca. Tomaría los datos de la policía, y la policía tampoco se equivoca. Le voy a rezar a la Virgen. Tú también arrodíllate.

Silencio. Llegaba la media noche. Comenzó a llover.

Miguel, no quiero que estés muerto, tengo mucho miedo, Miguel.

El aludido no contestó. Afuera los ruidos se asordinaban. La pareja de ancianos se había quedado absorta frente al cinescopio. La noche, electrizada, tenía un sabor a desdicha, «a eso insondable de la vida y de la muerte».

– ¿Esto no será la muerte, Miguel? Tengo miedo de estar muerta y no saberlo. ¿La muerte pudiera ser así..?

Impresionado por la oscuridad de la noche, de la vida y de la muerte, Miguel no contestó, pero supo que estaban fatalmente solos. Nadie, ante la noticia de su muerte, se había ocupado de ellos; nadie en la aplastante mediocridad de una vida de jubilados. Y fue entonces: de repente  Miguel encontró aquella solución, la que cuadra a todos los pobres de espíritu viciosos del cinescopio y ahora pronto de la pantalla de plasma:

– No te preocupes más, mujer. Total, ya mañana, en el noticiario, López Loret Aristegui dirá si estamos muertos o no.

Y ya. (Lóbrego.)

Muerto el espíritu

Los televidentes, mis valedores, esos pobres de espíritu que, hipnotizados por el cinescopio o la pantalla de plasma,  viven, piensan y actúan (si eso es actuar,  pensar y vivir) de acuerdo a la manipulación de los mal llamados  «líderes de opinión», la mayoría de los cuales aleccionan a las masas sociales de acuerdo a los intereses del Sistema de poder, del que esas empresas de televisión forman parte y donde actúan con un protagonismo cada vez más determinante. Y a propósito:

Nunca  como en los tiempos del proceso electoral es definitiva la influencia de tales medios de condicionamiento de masas para inducir en el televidente la intención del voto, con el agravante de que la víctima es convencida de que no actúa enajenada, sino de acuerdo a su propio criterio. Trágico.

Esto lo ilustran en forma soberbia aquel par de adictos y dependientes, Miguel y María,  personajes de cierto relato argentino del que resalto el incidente central. Juzguen ustedes.

La tal es (¿o era?) una pareja de jubilados que en su modesta vivienda sobrevive (¿sobrevivía?) como cualquier pareja de mediocres irredentos: comiendo, tejiendo, regando macetas, entregando media existencia al televisor y recibiendo de frente y sin protección alguna el material altamente radiactivo que a semejantes mediocres entrega el duopolio de televisión, desde la nota roja y las series gringas hasta las telenovelas, el clásico pasecito a la red y las jovencitas que al son de la cumbia cimarrona bailotean en calzones minus-culitos. Y ocurrió aquella noche de febrero…

Frente al cinescopio, Miguel observó de reojo a María: “Qué vieja está. Qué joven fue una vez.  Cuántos años hará desde aquel entonces». Cada vez más anciana, pensó. Cada vez más cerca de la muerte. Como yo, como todos, que para el humano tal es la única certeza: la muerte. Miguel seguía absorbiendo del aparato manipulador las historias de siempre, que van desde una violencia inaudita hasta la extrema felicidad. Sin matices.

“Nunca un tema de pobreza, nunca una historia sobre las miserables pensiones que recibimos los viejos burócratas. Siempre problemas del corazón; nunca del estómago”. Desde la otra parte de la casa la voz de María:

– ¿Ya cenas, Miguel? ¿Vienes al comedor?

– Aquí mismo. Pero rápido, que ya viene el noticiario.

Y el noticiario llegó. María había traído la cena, y ambos, absortos en el cinescopio, se pusieron a comer los restos de la comida del mediodía. De repente, a medias del catálogo de noticias intrascendentes, ahí aparece la reina de la programación, la soberana del nivel de audiencia: la nota roja. Fue entonces cuando el cinescopio se cimbro, morboso y aspaventero, al ventear de la sangre, de la estridencia, del horror. El hablantín del micrófono:

“En la esquina de Avenida 10 y Calle 13, suburbio de la ciudad, un ómnibus se trepó a la banqueta repleta de gente, atropellando al matrimonio de Miguel González y María Martínez de González. La señora falleció en el acto, y el señor González cuando era trasladado al hospital. El conductor del colectivo logró darse a la fuga. Pasando a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico…»

Aquí, en la sala, silencio. Un larguísimo silencio. Un quejidillo de María, que había retirado el plato de comida fría. «¿Oíste eso, Miguel?»  El resto de las noticias ya no importaba.

Miguel, ¿oíste? ¿Somos nosotros los muertos?

– Por Dios, María, se trata de una equivocación; de una coincidencia.

– Tengo miedo, Miguel.  ¿No seremos nosotros los muertos?

(El desenlace, mañana.)

¿Tontos los televidentes?

Los medios apodados de información, mis valedores. De comunicación. Vivimos en el país un tiempo de efervescencia politiquera que se agudiza conforme se acerca el proceso electoral del 1º. de julio. Entre los protagonistas centrales de este ambiente electrizado se cuentan los “medios”, con predominio de los audiovisuales, que moldean el criterio de unas masas sociales no siempre conscientes de tal fenómeno, de manera que toman como suyas opiniones y decisiones que se les imponen desde los dichos  “medios”.

Pues sí, pero que nadie critique tal situación, porque los conductores de la programación televisiva: “¡No tomen por tonta a la gente!” Y un López Dóriga, conductor de alguno de los más exitosos programas de Televisa:

– Quien diga que manipulo la información no solamente me falta al respeto sino al público en general. Si alguien es verdaderamente profesional para ver televisión en México es la misma gente, detecta inmediatamente cuando se le engaña! (Sic.)

Y el “verdaderamente profesional” se cree la engañifa. Aquí, porque pudiesen alertar a algunos, cito opiniones de analistas diversos sobre el fenómeno de la manipulación, con una pregunta previa: ¿ustedes cuántas horas de su diario vivir dedican a la televisión? ¿El domingo pasado cuánto tiempo permanecieron frente al cinescopio o la de plasma? ¿Cuántos libros habrán leído durante el 2011? ¿Y así se escandalizaron ante la ignorancia que exhibió algún atolondrado candidato presidencial? ¿Saben ustedes qué factor los motivó a reaccionar a lo desmesurado? ¡Los medios audiovisuales, sin más! Los analistas:

“No existe la información por la información. Se informa para orientar en determinado sentido a las diversas clases y capas de la sociedad y con el propósito de que esa orientación llegue a expresarse en acciones determinadas. Es decir se informa para dirigir. En ese sentido, el mimetismo de periodismo y política llega a ser total”.

Por otra parte, “el grueso de las ganancias de los ‘medios’ no proviene de la ‘venta de noticias’, sino de las ventas de espacio para otras empresas,  principalmente al gobierno. Ellos le darán o negarán subvención mediante publicidad y otras concesiones, en la medida en que prensa escrita, radio y televisión defiendan los intereses de los anunciantes”. Sin más.

“En tanto instrumentos, los ‘medios’ no juegan otro papel que el que les asignen sus dueños. Es así como pueden ser instrumentos de cultura o de incultura, de dominio o de liberación; elementos para unir a un pueblo o para desorganizarlo; para elevarlo o para hundirlo. Es la propiedad sobre el medio de comunicación la que determina al servicio de quiénes éste se coloca, a favor de qué causa, de qué valores, de qué clase social”.

De qué clase social. Mis valedores: ¿calculan ustedes el monto de la inversión que representan  el duopolio de TV, una estación de radio o los medios impresos? ¿De qué clase social estarán al servicio? ¿La respuesta no es obvia?

“Al seleccionar las noticias que apoyan su propia política y omitir otras, los ‘medios’ producen en la mente de las masas una impresión totalmente alejada de la verdad, lo cual se realiza dentro de la exactitud más minuciosa para reproducir los hechos. Por interés económico, para privilegiar el de los patrocinadores y someter al usuario, el dueño lo atiborra de nota roja y escándalos, sexo y telenovelas, futbol y todo lo demás que alimenta a las masas sus bajos instintos”.  

La manipulación de los ‘medios’ da para mucho más. (Volveré con el tema.)