Gótica

Es noche cerrada Yo, el crucifico en la diestra, a través de una rendija de mi ventana contemplo la tormenta que se derrumba sobre el caserío y azota la montaña rocosa en cuya cresta aparece, a la  intermitente luz del relámpago, la silueta de La Mansión. Hace un rato, antorchas apagadas por la fuerza de la tormenta, los lugareños bajaron en estampida, lívidos rostros por la enajenación colectiva que produce el linchamiento. Horror.

Pero no, que esta noche de espeluznos el rito no fue de aniquilación, sino del retorno  a su vida aberrante de un engendro de la tenebra cuyos restos se resecaban en La Mansión. Yo, sartas de ajos en mi ventana, observo a los oficiantes del rito nefando mientras se escurren por las callejas y se esfuman detrás de puertas y pasadizos. Ya tendrán tiempo de arrepentirse. La tormenta en todo su rigor.

Noche. Yo, en el filo del espanto y el ánimo contristado,  tras la rendija de mi ventana reflexiono sobre el destino de los pueblos débiles. El de esta aldea, por ejemplo, que visité por primera vez cuando enterizo de edad y carácter, me propuse investigar que había más allá de la conseja del monstruo, y descendí hasta la almendra del horror y la pesadilla.  Pero, repito, destino de pueblos débiles: perdida ya la memoria, lo inaudito ha ocurrido la noche de hoy.

En tiempos remotos semejante endriago  había invadido todas las noches y todas las vidas de los lugareños y vivía una vida aberrante extraida de la sustancia de cuanto despistado a deshoras de la noche y entre alaridos caía víctima del depredador. Los sobrevivientes, armados con sartales de ajos, se atejonaban en el rincón y en el pasadizo, el conjuro en una boca y el crucifijo en la diestra. Y es así como la aldea iba raleando de lugareños, que huían sin volver la mirada. Yo, el fuereño,  entre ellos. Pero a la vuelta del tiempo me urgía visitar una tumba. Aquí estoy.

Solo y mi alma pasé la primera noche de mi regreso. Muy temprano al día siguiente iría a visitar a mi única en el cementerio. ¿Quién de los dos se sentiría más solo? (Ella se había empeñado en acompañarme en la aventura insensata. Aquella noche, al volver yo de mi visita furtiva a La mansión, pude observar el vuelo del depredador. Como recuerdo mi única me dejó su lamento y un amado despojo vaciado de sangre. Huí. Pero ella, desde su tumba, me requería…)

Y aquí estoy. Viajero imprudente, investigador insensato, con mi maleta negra llegué hace unas noches y me instalé en la única posada de un caserío que se recuesta al pie del crestón de rocas, La Mansión en la cresta. (Hasta anoche, en el más recóndito pasadizo en tinieblas se apolillaba el ataúd que guardaba los restos de la bestia dañera. Hasta anoche. Olvidar es maldición de los pueblos débiles.)

Noche. Descorro la cortina unos centímetros. Allá, un oscuro firmamento constreñido de nubarrones preñados de tormenta. Acá, un caserío que después de su maniobra viciosa en La Mansión duerme en la placidez de la inconsciencia, puertas y ventanas abiertas de par en par. Porque a la tormenta siguieron el calor y una sofocación de horno  en rescoldo que empaña ropas y carnes. Y esta paz engañosa, y esta irresponsable placidez. Pueblos débiles.

Columbro la silueta del crestón de viva roca con  La Mansión en lo alto y compruebo que el lugareño extravió el recuerdo de llantos,  responsos y  sepulcros en el cementerio, y que muy pronto tendrá que abrir fosas nuevas. Tal es el oficio de esta comunidad: olvidar la experiencia y vivir al día. (Lóbrego. Esto sigue  mañana.)

Los muertos no nos asustan

Y la memoria histórica, que no se nos vaya a morir. Hoy se cumplen 17 años  y 5 días de que  en el Vado Aguas Blancas, municipio de Coyuca de Benítez, Gro., la metralla de la Policía Motorizada destazó  las carnes (premeditación, alevosía y ventaja) de militantes de una Organización Campesina de la Sierra del Sur a la que diezmaron a fuego, sangre y dolor. Fue aquel un tiradero de cadáveres y heridos que aventó al duelo a deudos, viudas y huérfanos. Presente en la carnicería, un a modo de representante oficioso del gobierno de Rubén Figueroa Alcocer: Sotomayor Espino, Rodolfo, sub-procurador del Estado. Días después, a nombre de los matanceros, iba a declararlo el sub-procurador de marras:

– Si yo acudí a Aguas Bancas fue por órdenes del ahora ex procurador Antonio Alcocer Salazar.

Y ya.El que protegió al ex-gobernador Figueroa para que no fuera procesado como responsable de la matanza fue el propio Sistema de poder. Ese al que señalaron de autor intelectual de la masacre tenía un compadre en Los Pinos, Ernesto Zedillo. Ante la acusación de su subalterno,  se defendió en 1997 Alcocer Salazar:

– ¡Yo rechazo cualquier responsabilidad penal en la matanza de Aguas Blancas, ni tengo idea de cómo pueda ir el caso! Yo estoy alejado del asunto, no tengo ni la menor idea. Yo ahora soy comisionado del PRI en Chilapa…

Y lo que va de ayer a hoy: en noviembre de 1995 y a nombre de algún organismo defensor de derechos humanos se encrespaba una Mariclaire Acosta enérgica y decidida  hasta que caer de funcionaria foxista le melló el filo:

– ¡Rubén Figueroa es un asesino! El compadrazgo entre Rubén Figueroa y Ernesto Zedillo es un obstáculo para la aclaración y castigo de todos los hechos violentos registrado en Guerrero. A mí me parecería muy lamentable que todo un Presidente de la República apoyara a un asesino como Rubén Figueroa, y esto sólo porque es su compadre.

Todavía hoy (todavía hace lustros) para defensores de los derechos humanos de aquí y el exterior “lo sucedido en el vado Aguas Blancas no es un hecho aislado. Desde que Rubén Figueroa, compadre de Ernesto Zedillo, asumió la gubernatura (1º. de abril de 1993), habían sido asesinados 70 miembros del Partido de la Revolución Democrática  y 21 integrantes de la Organización Campesina de la Sierra del Sur; han desaparecido decenas de opositores; tan sólo en el municipio de Atoyac de Alvarez se han registrado más de cien  asesinatos y 23 secuestros en 22 meses”. Detrás de las cifras  la absoluta impunidad, la desidia del paisanaje,  el olvido y la paz. La de los sepulcros. Es México.

Pero la lucha de deudos y víctimas continúa: México, marzo de 1996. En nombre de las viudas y familiares de los campesinos asesinados en Aguas Blancas, Paula Galeana Baltasar entregó una carta al Sec. Gral. de la ONU, Boutros Ghali, para solicitar su intervención ante el Pres. Zedillo en procura de justicia. ¿Y? Ghali, en silencio, guardó la carta. Mientras, J. Rubén Catalán, Sec. Gral. del gobierno de Rubén Figueroa, regresó a su notaría de Acapulco, donde seguía dando fe pública como notario. Y la paz.

Noviembre de 1995. Fidel Velázquez acudió al palacio de gobierno para dar todo el apoyo de la CTM a Rubén Figueroa:

– ¡Usted, señor gobernador, sabe que a nosotros los cetemistas no nos asustan los muertos! ¡Ojalá que los demás gobernadores hicieran lo mismo que hizo usted, caiga quien caiga!

México, 28 de junio de 1995. Vado Aguas Blancas, ¿ya lo olvidamos? ¿Y Acteal, y El Charco, y El Bosque?  Es México. (Qué país.)

Y a usted, ¿cuántas víctimas lo maldicen?

Sr. Dn. Fernando Lugo,  ex-presidente de Paraguay: ¿así que destituido por el Senado de su país? ¿Bastaron sólo dos días, noche a madrugada como se fraguan conjuras y golpes de estado, para determinar que usted  no cumplió sus funciones al permitir conflictos en su país? ¿Destituido porque en su gestión  se derramó la sangre de 6 policías y 11 campesinos por un pleito de 2 mil  hectáreas de tierra propiedad de un ex-senador? Obispo primero y ahora  ex-presidente, ya sólo conserva el título de padre de varios niños con madres distintas, y no más. Lóbrego.

Perfecta maniobra, a mi juicio,  la del Senado de su país.  Previsible la destitución del altísimo compromiso de usted con sus compatriotas. ¿Cómo no ser defenestrado,  si en su conciencia carga la sangre que cabe en apenas 17 seres humanos? De heridos, ¿sólo medio centenar? Su estrategia de poquitero vino a perderlo, señor. ¿Pues en dónde quedaron, si intentaba despellejarse la maldición de mediocre, los más de 60 mil cadáveres de su guerra particular? De campesinos, señor, de policías, de narcos, de sospechosos de ser sospechosos. ¿En dónde, si hubiese querido pasar por audaz y valiente, los cientos de miles de heridos,  y muchos más desaparecidos, y pueblos fantasmas, negocios cerrados, emigración, miedo pánico? ¿Dónde en su palmarés un daño colateral de miles de niños, ancianos y mujeres inermes? Si quería pasar a la historia por su valentía y audacia atejonado detrás de miles de uniformados, ¿no disponía del monopolio de la fuerza legal? Policías de armas diversas, el ejército en pleno, una PGR que preguntara a los gringos  qué hacer y una Secretaría de Marina que se infamase cumpliendo las órdenes de la DEA. ¿Lanzó usted al descrédito a las fuerzas armadas de su país? ¿Al propio país como verguenza internacional porque usted cada día violase los derechos humanos?

Como matancero, señor, nos resultó más nefasto que Hussein, que Osama y los Bush, todos juntos. Como beato del Verbo Encarnado pisoteó la Constitución, aplastó el estado laico y tornó al país coto privado del alto clero político. No debió ser el Senado sino los propios ciudadanos. Pero… en fin.

Diecisiete ataúdes, señor. Ni la burla perdonó a los paraguayos. (Ellos,  ¿de acuerdo en su destitución como asesino intelectual? Bien por los guaraníes, ellos con las verguenzas en su lugar). Con toda razón protesta el Senado y toma  la decisión de despojarlo de su investidura. Y cómo no destituirlo, si usted no tuvo los arrestos de un visionario, del carnicero al por mayor que convirtiese el territorio guaraní en un camposanto claveteado con más de sesenta mil ataúdes, y de ese modo pasar a la historia como estadista y libertador.

Lástima. No hizo del suelo patrio  un velatorio erizado de sangre, luto, dolor, lágrimas. Bien empleada, a mi juicio, su destitución, don Fernando, y aquí el despropósito: gobiernos de la Unión de Naciones del Sur siguen reconociéndolo como presidente legítimo y le ofrecen asilo y seguridad. ¿Asilo a Caín, el judío errante? ¿A Macbeth seguridad, ese que en tanto asesino intelectual del rey  Duncan extravió el sueño  y en medio del insomnio sabía que en el resto de su vida sería un execrado, al que ningún gobierno de respeto se atrevería a proporcionarle cobijo e impunidad? Señor don Fernando: resígnese. En el escondrijo que logre agenciarse ya no podrá matar campesinos. Sólo matará el tiempo mientras el tiempo asume la responsabilidad justiciera de matarlo a usted. Que sea pronto. (Y ya.)

 

Nada hay nuevo debajo del sol

Cuando se aproximan las elecciones la política entra en celo y los políticos se animalizan y no atienden a nada que no sea el orgasmo electoral.

Porque nos puede servir de contexto, mis valedores. Dicho hace seis años en nuestro programa Domingo 6 (Radio UNAM),  ¿difiere de lo que hoy se afirma o se niega en la estridencia verborreica del gradualismo, del  cortoplacismo? Juzguen ustedes.

Y cuántos barriles de tinta, cuántos charcos de saliva se arrojan en el análisis del tinglado que el Sistema de poder la levantado para remachar la manipulación de unas masas ávidas, dependientes y desprotegidas, con nuevas paladas de carbón a la caldera politiquera  que acaben de  enfervorizar a los esperanzados a favor de este y en contra de aquél de los cinco candidatos no de todos nosotros, sino del Poder. El enajenado con la política de corto plazo:

– ¿Para ti quién ganó el debate? ¿Afectó la ausencia de López Obrador? ¿Y las propuestas de Campa, de Patricia Mercado,  de Calderón? ¿Tú le crees a Madrazo?

Al hipotético preguntón le respondo: ¿qué dice, al respecto, la historia? ¿Del primer Nopalito al actual se ha producido ese cambio que de aquel Pascual al  Vicente de hoy día prometieron a las masas sociales? ¿De Ortiz Rubio a Fox cuánto se ha depreciado el poder adquisitivo del asalariado y crecido el de los Slim? Los candidatos, ¿son nuestros candidatos, líderes naturales que  desde la fábrica, la oficina, el pequeño comercio o el agro, han venido trabajando con nosotros en la tarea de modificar para el bien colectivo las condiciones dificultosas del paisanaje? ¿Los candidatos, por contras, no lo son de los partidos políticos? ¿Son de la base social de los tales partidos o de la cúpula? ¿El Poder es aliado nuestro en la tarea de lograr ese cambio histórico que con tanta urgencia necesitamos, o es enemigo histórico de ese cambio, que significaría sustituirlo por un gobierno al que habremos de obedecer como sus mandantes? Ese cambio, ¿es tarea del Sistema o de todos nosotros? El insistente:

– ¿Pero en el debate del pasado martes quién resultó vencedor?

– Pregúntele a su vecino, a su pariente, al compañero del taller o la oficina.

– ¿El tiene cultura política y está autorizado para darme una respuesta satisfactoria?

–  El sabe tanto como usted mismo, pero escuche su respuesta y sabrá que su criterio político, como el de todas las masas del país, está perfectamente moldeado,  modelado y condicionado, por los voceros oficiosos de radio, medios impresos y, sobre todo, de Televisa y TV Azteca. Pero eso sí: cada uno de los que den a usted su opinión van a estar convencidos de que tales son sus opiniones, no las de los enajenadores de radio, periódicos y televisión.

– Bueno, sí, pero el debate.

– Copia de prácticas gringas, que una claque política tan mediocre como la mexicana no es capaz de crear, además de que la condiciona su vocación colonial.

– Pero la votación…

– La votación. Los votantes tenemos plena libertad de elegir al candidato que nos ofrezca los mejores proyectos de gobierno, pero no el poder para obligar al  candidato a que  cumpla sus compromisos de campaña. ¿Qué nos dice la historia en torno a promesas y realizaciones de LEA, JLP, el primer mediocre de las cejas alacranadas (De la Madrid) y Salinas, Zedillo, Fox?

Pero el esperanzado irredento: Bueno, sí, pero con AMLO va a ser distinto. O con  Madrazo, Patricia Mercado, Campa Cifrián. ¡Con el chaparrito Calderón ya la hicimos! Tan buena gente como parece…

Es México. (Mi país.)

El orgasmo del voto

En las elecciones los políticos mexicanos creen que pueden ganar, y el olor de la victoria los empuja a arrollarlo todo. Buscan con desesperación el orgasmo de los votos, y como se están disputando a la hembra electoral, rechinan los dientes amenazantes, lanzas acometidas salvajes y tiran zarpazos sin recato alguno.

(L.M. Anson, citado por F. Arreola.)

A tiro de piedra, mis valedores. Nuestro voto se ubica a la distancia de cinco días del siguiente domingo, cuando todos los votantes vamos a sufragar. A cruzar una papeleta, y ya. Es todo. Ahí termina el papel activo de las masas sociales en el terreno del ejercicio político que se rige por el sistema de la democracia representativa. De ahí en adelante el  triunfador en los comicios va a mandar sin obedecer, y los votantes a obedecer sin mandar. Democracia representativa.

En fin. La caldera político-electoral se requema en plena ebullición, con una presión tal que  la  aguja marca la línea roja. Ya irá cediendo de manera paulatina y aminorando los hervores, y lo inevitable: muchos de los votantes caerán en la exaltación y otros tantos en la inconformidad o la resignación.  Qué más. Qué otra cosa se puede esperar de esa maniobra ambigua que los mercachifles nos han vendido,  carísima, por democracia.

Eso, a partir del domingo próximo. Por hoy, mientras tanto, el ánimo colectivo  anda a estas horas bailando al son que le toca la diarrea de opiniones, consideraciones  y puntos de vista que se generan en radio, televisión y medios impresos, y al ritmo del son verborreico la masa social ya se alegra o se enfurece, ya se alienta o desanímase, sin detenerse a reflexionar en qué medida piensa con cabeza propia o ajena, y que el suyo puede ser un estado de ánimo inducido por intereses ajenos; contrarios, incluso, a los de las masas sociales.

Hoy, por lo pronto, padecemos el tiempo de las encuestas, imitación servil de sistemas políticos como el del vecino imperial. A estas horas nuestro país se estremece y convulsiona al sonoro rugir de la encuesta de opinión. «¿Qué opina usted de..?»  Esto, cuando otra debe ser la pregunta fundamental: «¿Sabe usted algo del tema?» Y una más: «¿Usted qué sabe del tema

Pero no. Nuestro amor propio nunca se privaría de contestar cualquiera de las preguntas de cualquier entrevistador sobre el más abstruso, el más complicado de los temas propuestos. «Yo opino que…»

Las encuestas. En torno a la escandalosa proliferación de encuestas que se han perpetrado, sé lo que digo, se escandaliza el matutino español:

«Los medios mexicanos están completamente inmersos en la batalla de las encuestas (…) Desde la campaña presidencial de 2000 -que acabó con Vicente Fox como ganador y supuso la alternancia de Gobierno- las encuestas electorales comenzaron a vivir una edad dorada que en la campaña de este año se ha convertido casi en una fiebre. Según los últimos datos del IFE, entre el 12 de abril y el 26 de mayo se publicaron 680 encuestas. Una media de catorce al día«.

Pues sí, pero la plaga de las encuestas no viene sola, que la acompaña un achaque más: el debate. Tres se han ejecutado, y alguno de los candidatos, al pretexto de que ese ejercicio representa un muy valioso material para que el votante posea materia de juicio a la hora de cruzar la boleta electoral (algo por demás improbable), ¡pedía una docena!

El debate. A propósito y a modo de comparación muy a propósito como para leer entre líneas: uno de los debates del sexenio anterior, AMLO ausente… (Sigo mañana.)

Tres XXX

Excitante la cita con esa mujer. Asuntos del corazón. Ya al pardear de la tarde arribé al recinto escondido en la entraña del edificio donde ella me recibió con su sonrisa de luz y el rebrillar de sus garzas pupilas. Sabia, diligente, me recostó, desabrochó botones y corrió cremalleras. Yo, semidesnudo, sentí en mi pecho recorrer la tibieza de sus dos manos. Cerré los ojos. Me dejé llevar por los preparativos del ritual. Suspiré. Mi corazón comenzó una irrefrenable taquicardia. Casi virgen y no acostumbrado, ¿no iría a sufrir? Como todo novatón era un penco desbocado, el muy penco. “Tranquilízate”, su aliento tibio en mi oreja. “¿Es tu primera vez?” La segunda. Le tuve que describir la primera. «Fue en un camastro, con un varón».

Me escuchó, y entre sofocos llegamos al final. Pero tanto le había interesado mi primera vez, que  la anotó en una carpeta.  «¿En un camastro?»

– Del ISSSTE, sí.

Y que ya en el camastro el facultativo se me vino encima echando mano a sus fierros como queriendo operar; bitoques, agujas, estetoscopio y ese aparato con el que mi corazón trazó caligrafías como palotes de párvulo que, juró el del ISSSTE, eran simples latidos, y el resultado del examen: un corazón perfecto y normal, pero caprichoso y excéntrico. Un costalito de mañas, mi corazón. “Obsérvelo, me dijo el cardiólogo.  Todo marcha a compás, pero enrevesado”. Algo que mal pude entender, a lo neófito, y que yo esa tarde explicaba a mi amiga la doctora:  al modo de Calderón, que es zurdo de derecha, mi ventrículo derecho resultó de rosca zurda, razón por la que la aurícula envía la sangre al contraflujo, cuando lo cristiano en este país es que irrigue sólo el área derecha, la del Verbo Encarnado. «No, y las precordiales están emplazadas en el centro-izquierda». Y los espasmos. Que lo raro es que se acalambren de aquí para allá en lugar de fruncirse de allá para acá. “Extraño. ¿Puedo sacarle algunas gráficas extra para los Colegios de Medicina?”

“Y una más para Ripley.  Para Casos de Alarma.

Tal fue mi primera vez. Ahora, tras del examen a que me sometió la amiga  doctora, mis niñas se clavaban en esos signos indescifrables que mi corazón, con la inhabilidad de niño de párvulos, había rayoneado en el papel, resultado del electrocardiograma que, según la doctora, mostraba las excelencias de un corazón sano al ciento por ciento. Sin más.

“¿Pero por qué un electrocardiograma, compañero? ¿Algún dolorcillo en el pecho, el brazo izquierdo, en la..?”

Ningún dolor. Precaución. Fuerte y sano me sentía cuando fui a consultarla. «¿Entonces?»

Le expuse la razón de mi pánico ante el riesgo de que se me pare. “La tensión a que lo somete la politiquería barata, carísima.  Millones de anuncios publicitarios, imagínate. Proyectos, promesas, buenas intenciones, planes y compromisos de unas campañas loderas, excrementosas. Yo, con mis ventriculitos enrevesados, temo que mi corazón no resista la segunda agresión: conocer al que seis años va a manosear el país. ¿Te imaginas?»

Se regreso a mi soledad ya era noche cerrada, ya acompasado el latir de un corazón ahora tranquilo, pacífico después de que la amiga doctora me lo amansó.  Y la paz.

¿La paz? Cuál paz.  En mi primer sueño sonó el celular. La doctora: «No puedo dormir. Taquicardia. Temo que no resista mi corazón. Todo fue culpa mía».

Imprudencia la suya. Que sin medir el peligro escuchó todo el debate de los candidatos.  «¿Algo en tus grillas de teoría política pudiera calmarlo?»

Ya no pude dormir. (Tétrico.)

Usted no puede morir

(A su hora me informaron que mi padre había muerto allá, en su nidal zacatecano, pero juro que está vivo todavía, o qué hiciera yo sin esa estrella polar. Aquí, el retablillo anual a Don Juan, mi padre.)

A usted le hablo, señor; a usted que es como la patria: inaccesible al deshonor, y de quien se aprende (con el ejemplo) valores morales de los que norman la humana conducta: justicia, verdad, libertad, amasijo que da sustancia a la varonía. Porque usted fue (es) decencia, dignidad y humanitarismo en todos sus actos de cada día. Porque tan comprensivo fue para con los demás como severo con usted mismo. Porque valedor lo fue de todos, y generosidad y humanismo en el trance en que hay que abrirse las telas del corazón. Filósofo de lo fugaz, del fatalismo suave y sin estridencias, usted se mantuvo tan ajeno al ruiderío como aledaño de la sonrisa y el buen humor. El  pudor y el decoro, la vergüenza y la dignidad, padre Juan.

Lo miro y miro de ojos adentro a tal varón de virtudes, pura reciedumbre y verticalidad, y una conciencia que en la humana conducta sólo un par de colores distingue: el blanco y el negro, sin más; el de la dignidad y el de su contraparte; sin medias tintas y sin matices, sin disculpas ni tartufismos. Y ya.

Miro esos ojos donde se columbran, machihembrados, mansedumbre y rebeldía, severidad y comprensión, la tolerancia, la gravedad y el humor juguetón, como también  una que otra lagrimilla de las enjundiosas, todo a su hora. Porque claro, usted tiene el don de las lágrimas, y ese don me lo enseñó a practicar con mesura; con decoro, aclaro; con claro decoro. Mis valedores:

Zapatero de nacimiento, o casi, don Juan fue cristiano en el mejor, en el único sentido del vocablo, el de la obra de amor a sus semejantes; religioso y creyente fue, pero sin fanatismos, sin sectarismos, sin dogmatismos, y tan respetuoso del ajeno derecho, la disensión y la disidencia, como de lo propio y natural. Mi padre, filósofo sin tratados de filosofía, antes de echarme su bendición porque la vida nos separaba me dijo cosas: que si habrá que volar sobre el vocerío y la estridencia, y volar tan alto como lo acepten las fuerzas; que apartar de sí la quincalla y moldear el espíritu; que, rebelde a toda mediocridad, “álzate, vuélvete pura ánima y después de encomendarte a Dios, el tuyo; sé siempre varón a los ojos de tu conciencia, tu único juez”. Y me echó encima su bendición, y con ella (sé que alguno me va a entender) me tornó indestructible, invulnerable con su bendición. La de don Juan, mi padre…

Óigame, usted que me hablaba quedo y sonreía:  frente a mi zozobra lo miro todo el tiempo, y de tarde en tarde frente a mi paz interior, cuando  emparejo mis hechos a mis proclamas. Lo tengo enfrente, donde quiera que estemos usted y yo, y sonríe, y sé entonces que para mí nada está perdido. Eso es todo, padre Juan. Con mi amor, el testimonio: usted es la sabiduría que encamina, el consejo que guía, la ponderación que sosiega,  el ejemplo que incita, la ausente presencia que sanciona mis actos y el impulso para poner la proa hacia esa estrella inasible. La conciencia de mi conciencia. Usted, padre…

Muy cierto, señor; ya lo veo, incómodo, menear la cabeza. Decirle esto que le digo salía sobrando, y en público, más aún; pero cuántos de quienes en fecha impuesta celebraron, uncidos al calendario del comercio y más allá del regalito, tienen seco el corazón para la figura del padre. Algo podrá decirles esto que le digo a usted, padre Juan. Y la paz. (Vale.)

Pero no escarmentamos

Un pueblo desinformado y resignado bajo un poder omnímodo cae en la servidumbre y la degradación política y moral hasta el grado de un animal doméstico.

Tiempos son estos, mis valedores,  de verborrea,  confusionismo y manipulación de criterios. Por si a base de humildad alguno aceptase realizar hoy mismo un ejercicio de autocrítica va aquí la tesis de Fromm que a modo de espejo refleja de forma exacta el fenómeno de manipulación en que nos han sumergido la televisión y demás medios de condicionamiento de masas. Y hablando del tema, ¿qué opinan ustedes de los candidatos presidenciales? ¿Por cuál de ellos piensan votar? A propósito:

Para el psicoanalista existen dos clases de pensamiento: el genuino y el «pseudopensamiento«. El ejemplo, revelador:

Supóngase que estamos en una isla con pescadores y veraneantes llegados de la ciudad. Deseamos conocer qué tiempo hará y preguntamos a un pescador y a dos veraneantes que han oído por la radio el pronóstico del tiempo. El pescador, con su larga experiencia, reflexiona sobre el problema. Con su conocimiento del significado que en la predicción del tiempo tienen la dirección del viento, temperatura, humedad, etc, emite su juicio. Quizá se acuerde del pronóstico emitido por la radio y lo cite como favorable o contrario a su propia predicción, pero  lo esencial:  se trata de su opinión, del resultado de su pensamiento.

El primero de los veraneantes, al interrogarlo, sabe que del tiempo no entiende ni se siente obligado a saberlo, y se limita a replicar: «Todo lo que sé es que el pronóstico radial es este».

El otro veraneante es distinto. Aunque nada sepa del tiempo cree saber mucho, porque es de esas personas que se sienten obligadas a saber contestar a todas las preguntas. Piensa durante un rato y luego nos comunica su opinión, que resulta ser la del pronóstico radial. Le preguntamos sus razones. «Teniendo en cuenta tal dirección del viento, la temperatura, etc, he llegado a esa conclusión«.

Su respuesta es la misma que la del pescador, pero si lo analizamos con más detenimiento notaremos que ha escuchado el pronóstico radial y lo ha aceptado, pero sintiéndose impulsado a tener su  propia opinión en este asunto olvida que sólo está repitiendo las afirmaciones autorizadas de algún otro, pero cree que es la que él mismo ha alcanzado por su propio pensamiento.

Se trata sólo de seudorrazones;  su propósito es hacer aparecer la opinión como el resultado de su propio esfuerzo mental. Tiene la ilusión de haber llegado a una opinión propia, pero en realidad sólo ha adoptado la de una autoridad sin haberse percatado de tal proceso. Podría ser él quien tenga razón y no el pescador, pero mientras la opinión correcta no es  suya, la del pescador, aun cuando se hubiera equivocado, no dejaría de ser su propia opinión.

Este mismo fenómeno se observa al estudiar las opiniones de la gente sobre temas como  la política. Preguntemos a cualquier lector de diarios o televidente lo que piensa acerca de algún problema público. Nos dará como  su opinión una relación más o menos exacta de lo que ha visto o leído, y, sin embargo, y esto es lo esencial, está convencido de que cuanto dice es el resultado de su propio pensamiento.

Mis valedores:  cuando los llega a topar el individuo de las encuestas, ¿en cuál de los tres casos se asumen ustedes: el del pescador, el del que dice saber sólo lo que escuchó en la radio o el caso patético del tercero, que sin dudarlo contesta al encuestador?

Mucho cuidado. Autocrítica. (En fin.)

Y la paz

Del humor inestable de madre Natura me quejé ayer, y cómo no iba a quejarme, si de esta  a la otra semana nos trae sudorosos o tiritando, este día  soles en brama y este otro cielos anubarrados y repentinos chubascos. El temperamento de la Carlotta, qué le vamos a hacer.

Aquella tarde navegaba en la internet y visité tierras lejas y lugares exóticos cuando, de súbito, ¿y eso? Quedéme ratón en mano. El de la computadora. La luz se apagó y se encendió el ventarrón, y soliviantó el limonero, excitó la buganvilia y arrancó aromas y petalillos a la madreselva y madres anexas. Y qué hacer, sino aguardar la vuelta de la energía eléctrica. Y fue entonces.

De repente se va el chaparrón, el viento desgarra los cielos y a la tierra desciende la paz. Miré hacia el firmamento recién asperjado de luz, y en la comba paz y el irisado silencio como nunca antes entendí a  Pagaza, el místico:

Tiende la tarde el silencioso manto – de albos vapores y húmedas neblinas – Y los valles y lagos y colinas – mudos deponen su divino encanto – Las estrellas, en solio de amaranto – al horizonte yérguense vecinas – salpicando de gotas cristalinas –  las negras hojas del dormido acanto. – De un árbol a otro en verberar se afana – nocturna el ave con pesado vuelo – las auras leves y la sombra vana – Y, presa el alma de pavor y duelo – al místico rumor de la campana – se encoge y treme, y se remonta al cielo

Y la tarde, y la paz, y los altos cielos que, gatitos,  se abajan y se me arriman a que les rasque la panza. De repente, mis valedores: ¿y eso? ¿Qué, dónde? Ahí, semioculto en la higuera (esta no maldecida por la rabieta del Nazareno), el cenzontle, molotito emplumado, rompió a cantar; y qué limpidez de escalas y qué equilibrio de melodía quebradiza, pero entera siempre, emplumada garganta que hacía escoleta, purísimo cristal, en el ramaje recién llovido.

Yo, escuchándolo, ¿en qué mágica geografía me encontré? La mente se me pobló de techumbres y bardas y un río rumoroso de jarales y jacalazúchiles, y aguardaba en cualquier momento el mugir de las reses de vuelta al redil. Mi Jalpa Mineral, que es decir mi hontanar, el de mis años muchachos, escondida en su nicho de peña viva, donde vivió y vive bajo tierra la niña de mi primer amor, el único. Escuchando al cantor en aquella paz y en el tiempo que señalaba la agonía del Justo, apareció otro poeta, Othón, y susurraba, quedo:

Oid la campanita, cómo suena – el toque del clarín, cómo arrebata – las quejas en que el viento se desata – y del agua el rodar sobre la arena (…) – Todo esto hay en mis cantos, me enamora – la noche; de los hombres soy delicia – y paz, y en los árboles cubierto – sólo yo alcé mi voz consoladora – como una blanda y celestial caricia – cuando Jesús agonizó en el huerto.

Suspiré y dije entre mí (y me brotó del ánima del alma): “Señor: gracias te doy porque esta tarde, con su minuto de paz, tu santa mano alejó de nosotros al beato del Verbo Encarnado, que fue a codearse con jerarcas neoliberales y un carnicero Nobel de la Paz. Importante se habrá sentido el anfitrión, cuando nadie puede aumentar a su estatura un codo, como tú mismo lo afirmaste en la Biblia.

Gracias, Señor, porque en este minuto de paz olvidé el macabro legado de tu siervo Felipe: terror y cuerpos decapitados, descuartizados, bombazos, incendios que achicharran medio centenar de criaturas, y lágrimas,  luto, dolor. Él distante, he recordado el dulcísimo sabor de la paz.  Que de tarde en tarde se vayan Felipe y la energía eléctrica”. (Amen.)

(Lejas, no lejanas. Amen sin acento. Gracias.)

Oración de la tarde

Humor inestable de madre Natura, mis valedores, que debe andar en sus días premenstruales o ya de plano con síntomas de menopausia, porque así trae a sus hijos en el desatino total. ¿Por qué hace de junio su agosto con semejantes calores,  fríos invernales, veraniegas tormentas y ventarrones que encelan  a un sol como toro en brama? ¿En qué quedamos, pues? Más seriedad con mensajeras tan revoltosas como Carlotta,  madre Natura.  ¿O acaso no se conduele de este otro ciclón Carlotta  en el que los mercachifles de la política traen a sus entenados como pollos descabezados?

Recuerdo, a todo esto, el ventarrón que sacudió la tarde aquella que se me tornó inolvidable. El susodicho llegó de mal humor, emberrinchado, embistiendo todo a su paso, y esto fue derribar árboles, cerrar de golpe ventanas y puertas y secuestrar la energía eléctrica de mi arrabal. Yo, que en la internet viajaba por tierras exóticas, de Palestina y su vecino crudelísimo,  me sobresalté: ¿y ese estrépito? ¿Los terroristas “al por menor” de Al-Qaeda, como los denomina Noam Chomsky,  que así responden al terrorismo imperial de todo un Nobel de la Paz?

Desde el mediodía se insinuaba el rezongo climático, con aquel calorón que parecía resuello de un soterrado don Goyo y que mantenía la ciudad en rescoldo. En el bochorno del alto sol, los pulmones de la megalópolis con fuelles recalentados: allá, la manada de sirenas en brama que serían de patrullas, que serían de ambulancias, vaya Dios a saber. Y aquel jadear de motores sobreexcitados, y el llanto de la Caribe, que los rapaces de lo ajeno, no pudiendo raptársela, abandonaron despeinada y doliéndose a gritos desde todas sus alarmas, que hagan de cuenta sota moza a la hora de malparir.

Yo, churretes y goterones  de sudor que desembocaban en el estrecho de mis recónditos dardanelos, por el mare nostrum de la internet navegaba por esos mundos, doliéndome al verlos como lo que son:  simples tableros de ajedrez, con el imperio de los premios nobeles de la paz enfrentándose al mundo y jugando las piezas negras, tintas en sangre, pobreza, dolor. Líbano, Irak, la desdichada Iberoamérica de Bolívar, que por negarse a escuchar a Martí ahora tiene que soportar a los proyanquis, titerillos de Washington que hoy mismo, destino de pueblos débiles y mediocres espíritus, en la reunión del denominado G-20, tienen el señalado privilegio de codearse con el asesino de Bin Laden y Premio Nobel de la Paz.

De repente, válgame: a oscuras me fui a quedar y con el ratón en la mano. El de la computadora. Y qué hacer. A la espera de la consigna ancestral: hágase la luz, me recliné en el sillón, y entonces, tras de los bandazos de un viento aborrascado  ahí llega embistiendo el chaparrón, jarioso becerro que alborotó la bugamvilia, enceló el limonero y sobresaltó la madreselva y alguna otra madre de esas; a lo furioso, a lo desatinado, como sin puntería, como adolescente primerizo estremecido de urgencias. Y como vino desgarró  la cortina de lluvia y desarropó el firmamento, y entonces aquella paz…

La paz aquella, y con la paz, en este mundo doméstico bien barrido y bien bautizado, el milagroso silencio, los verdes recién renacidos y ese cielo que el limpiaparabrisas divino me dejó relujado, rechinando de limpio. Y esta calma y esta paz de día santo, de santo día. El tiempo que se detiene, y pasa frente a mí el pajarillo de la gloria. Allá, lejos, ¿figuraciones mías?, un esquilón. Mis valedores: miré el cielo recién asperjado de luz…

(El resto viene después.)

Nuestros astronautas

¿Alguna moraleja le pudiésemos pescar al cuentecillo?

«Las naves espaciales dejaban tras de sí sus estelas estallantes de luz. Desde nuestras chozas las mirábamos hundirse en el firmamento en representación de nosotros, los que costeábamos el proyecto espacial. Acuclillados frente a la abollada cacerola en que hervían las hebrillas de carne sabíamos que la nave enviada al espacio era nuestra nave y nuestros los astronautas. Éramos los pioneros de la era espacial. Nosotros…

De noche, insomnes en el jergón, escuchábamos un lejano zumbido de reactores que rasgaban la inmensidad. Entonces, más allá de la anemia, sentíamos aumentar la presión sanguínea. Nuestros astronautas, en los que habíamos delegado  todo el orgullo de ser, de sentirnos  héroes hazañosos, burilaban en el espacio el verso del himno al progreso. Nosotros, felices…

Al hurgar en los montones de desperdicios algo qué llevar a la choza nos topábamos con el diario que anunciaba el lanzamiento de nuevas naves espaciales. Sus tripulantes eran ángeles de esperanza, de riqueza futura para nosotros. Tomados de nuestras mujeres, apretando esos huesecillos náufragos de carne y rodeados del enjambre de nuestros niños, sus moscas, enfermedades endémicas y avitaminosis, sentíamos la garganta anudada de emoción: nuestros representantes proseguían la carrera espacial de todos nosotros, los de acá abajo. Nuestro amor, devoción y recursos económicos los acompañaban. Éramos los arquitectos del Cosmos.

Cada día, al mascar las hilachas de carne, levantábamos la cabeza para observar estrellas humanas rumbo a la eternidad, y aquel nudo en la garganta. Al tomar a nuestras mujeres nos nacía un rescoldo de placer en el vientre. Estábamos copulando en representación de nuestros enviados celestes. Al sentir nuestro renaciente vigor sollozaban las mujeres, resignadas a recibir un hijo más en sus destartaladas entrañas,  su mente gozando con los navegantes que se las llevaban consigo más allá del Sol y el terror, de Júpiter y las penas, de Plutón y el hambre Cuánta felicidad…

¡Ah, los alaridos cuando la nave espacial se desplomó más allá de nuestras cabañas! La explosión hizo llorar a los niños y desgajarse por dentro a millones de ilusos mendigos de la hazaña ajena que delegamos en esos que tripularon la nave espacial denominada México. La decepción nos forzó a soltar acres lágrimas. Nuestra  esperanza se redujo a un gusano retorcido y disforme que ventoseaba un humo pestilente, y no más…

Honda fue nuestra pena y amargo el llanto por las promesas incumplidas de quienes no estuvieron a la altura de los que delegamos en ellos, y que nos hicieron volver a la realidad de la choza, el hambre, la desesperanza. En silencio nos fuimos acercando a los restos ennegrecidos y renegamos ante ellos. De nuestra esperanza colectiva sólo quedaban un agujero y una ceniza que el viento dispersó en las chozas. Nosotros, los que pagamos a nuestros ángeles…

Hemos vuelto a la vida de siempre: buscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente. Los astronautas nos defraudaron del primero al más reciente de los “Nopalitos”. Hoy, al sorprender a nuestros niños mirando al cielo, los golpeamos rudamente Yo, insomne, en la madrugada suelo preguntarme: ¿quién será más niño, quiénes estará más golpeados, ellos o nosotros? Ah, esta compulsión de nunca asumir, de delegar siempre en quienes siempre van a terminar defraudándonos. Esta terca, irracional esperanza de inmaduros que se niegan a crecer. Ah, México». (Este país.)

¿A tanto podremos llegar?

Curioso país; cuánto hay en nosotros de mágico y de infantil, de milagrero e irracional, con unas masas que encomiendan suerte y destino a las frases de un chamán la mañana de un primero de septiembre.

Eso es lo que ocurría durante las épocas del presidencialismo autoritario, tricolor su partido político al igual que la banda presidencial,  cuando el informe septembrino se denominaba «el día del presidente», que era de porras, aplausos y besamanos. Qué tiempos aquellos, que amenazan con retornar. Hoy, para leer un remedo de informe, el beato del Verbo Encarnado se ha visto forzado a convocar a los asalariados de la nómina y con ellos encuevarse en algún recinto hasta donde no lo alcance el repudio popular. Forzada, esporádica, alguna tanda de aplausos. Y ya. Y yo les pregunto, mis valedores: ¿están por volver los carnavales aquellos que organizaban a los santones  Echeverría y López Portillo?

Pudiera ocurrir, porque eso es México, nuestro país: la tierra del santón y del taumaturgo, del mago cortado a imagen y semejanza de nuestra esperanza siempre defraudada y renacida siempre, una y otra vez. Porque el carismático sexenal (sin importar que antes de llegar a Los Pinos haya sido un oscuro burócrata sin presencia ninguna) es nuestro espejo fiel, el símbolo que hemos colocado más allá del bien y del mal durante seis años justos, ni un día más. Y qué importa que el sumo sacerdote, antes de ahora, haya existido en la distante dimensión de lo humano, de lo mediocre; de un día para otro a lo portentoso, como sucede todo en el país del surrealismo tropical, el mesías va a arrojarse a la hoguera, purulentillo Nanahuatzin de la mitología náhuatl, para renacer Quinto Sol en el cielo de Anáhuac y ejercer las artes del chamán, el baqueano, el iluminado, del ente providencial que en su palabra da la clave y la contraseña, la seña de identidad, la mañana de un primero de septiembre. Es México.

Ayer la tarde pasé leyendo comentarios editoriales del pasado cercano, y sí, todos dicen los mismos lugares comunes después de cada informe presidencial; y es verdad lo que dicen, porque en su momento lo ha sido. Porque era la misma siempre, siempre distinta porque siempre igual, la ceremonia lustral de esa resurrección del alma colectiva que se producía en nuestra tierra a cada informe de gobierno. Eran los tiempos del Señor Presidente. Era su día, ¿lo recuerdan ustedes..?

Y entonces, tras el aplauso final, ¿crisis recurrente, carestía, corrupción, desempleo? Nada nos importa nada de nada. Ya habló el Presidente, inicial mayúscula. El chamán ha encendido el fuego del Quinto Sol. México amaneció parido otra vez, con su esperanza intacta. Y ya. Todo con el hechizo de un informe presidencial.

Era placebo para las masas sociales. La autosugestión, de no haber algo mejor a la mano. Cuánto fui a echar de menos la tarde de ayer el rito anual del informe que rendía puntualmente “nuestro Señor Presidente”, y su delirante ciclón  de datos y cifras estadísticas (ver anexos), y el éxtasis de una claque enajenada en frenesí de  vivas, aplausos y porras bajo un alucinante vendaval de confeti y serpentinas en medio de una borrachera de matracas y chirimías. Pienso, y el suspirillo furtivo: lo que va de Echeverría al beato del Verbo Encarnado, al que le está vedado el acceso al jacalón de San Lázaro. Mis valedores:

¿Volverán los tiempos aquellos de una claque enloquecida que puesta de pie ovaciona al priísta? Lo dijo el poeta: Mi país. Ah, mi país…

(Este, el de todos nosotros.)

Desmemoria y esperpento

¿Conque es muy posible que el PRI regrese a Los Pinos? ¿Conque la historia de   70 penosos años de presidencialismo autocrático y autoritario pueden dar en  el basurero de la historia, sin más? ¿Tornará ese estilo personal de gobernar de los Echeverría, Díaz Ordaz y congéneres? ¿Regresarán los tiempos del santón, del chamán, del iluminado, cuando la hoja del árbol político no osaba moverse sin la autorización del mesías sexenal? ¿A la distancia de 15 meses habrá vuelto para nuestro país  la parafernalia del informe presidencial con todo y su besamanos al estilo del López Portillo de la(s) pompa(s) y circunstancias? ¿Rendirá el hoy aspirante del Tricolor el rito anual del informe, con todo y su alucinante ciclón de datos y cifras estadísticas (ver anexos)? ¿Volverá el país al delirio de una claque enajenada en frenesí de vivas, aplausos y porras bajo un aluvión de confeti y serpentinas y al estrépito de matracas y chirimías? Mis valedores:

Curioso fenómeno aquel del presidencialismo en nuestro país. Curioso y un tanto inquietante. Tal fue mi conclusión ayer tarde, que pasé revisando viejos periódicos y examinando crónicas, reseñas y opiniones editoriales en torno a los varios informes de gobierno que a su hora rindieron Echeverría, López Portillo, y algunos de sus predecesores. Al final en mi ánimo quedó una leve zozobra y un tufo a temor, y me preguntaba:

¿Pues qué clase de país es este México, que así “avanza” a jalones de ritos presidenciales? Y hoy digo: ¿cómo era posible que la liturgia anual determinase en forma tan decisiva la vida pública del país? Porque año con año, una y otra vez, cada primero de septiembre se repetía esa  licuefacción de la sangre de San Genaro, ese prodigio nacional en  que la voz de un taumaturgo obraba en el ánimo de millones de humanos para apaciguar temores, amansar rebeldías, atemperar enconos y disipar nubarrones y turbulencias que oscurecían el futuro; todo ello de un día para otro, de la mañana de hoy al amanecer de mañana. inconcebible. Este país.

Y frente al rito chamánico qué valían pruebas; que la vida de una nación depende no de un varón sino de un juego complejo y múltiple de causas y efectos, de factores internos y externos, del gobierno, la cúpula castrense, el clero político, los dirigentes obreros y los grandes capitales de aquí y del exterior. Eran los tiempos en que el país, ave Fénix, renacía año con año al conjuro de una sola voz, mágica voz,  la de un presidencialismo que amenaza resucitar. Y ante un “¡Honorable Congreso de la Unión!” y un “¡Viva México!” qué valían los hechos…

Curioso país; cuánto hay en nosotros de mágico y de infantil, de milagrero e irracional, con unas masas que encomiendan suerte y destino a las frases de un chamán la mañana de un primero de septiembre. Extraño país que sabía transfigurarse de este día para el siguiente; que hoy anochecía oscuro para mañana renacer al modo del mundo náhuatl al calorcillo del Quinto Sol; porque la magia de un dios sexenal le dio luz y clave, le borró obstáculos y lo echó a andar. Todo con el ensalmo de unos datos, de unas cifras, de un viva México. Otro día el país amanecía  a ser distinto y robustecido; con los mismos problemas, pero distinto. ¿La realidad objetiva? Ninguna realidad importaba, que la voz presidencial recompuso la confianza y levantó el espíritu una vez más, y nos volvió menos abrumados que el día anterior. José López Portillo, ¿lo recuerdan ustedes? ¿Habrán podido olvidarlo? (De ese y alguno más, el lunes.)

A todas sus víctimas

La maldición de los dioses. El anatema que arrojan sobre la testa del criminal. ¿Alguno de ustedes leyó o ha visto en teatro el Edipo Rey, de Sófocles?  De memoria y sin muchos detalles esbozo aquí el argumento de esta obra cumbre del teatro universal.

Reinaban en Tebas Layo y Yocasta. Al nacerles un hijo la profecía los previno: asesino sería de su padre, siniestro destino. Por evitar su muerte Layo decreta la del recién nacido, pero a los verdugos les flaquean los riñones y prefieren abandonarlo en el monte, donde lo recoge un pastor. De mano en mano aquel niño va a dar a las del rey de Corinto, que lo adopta como hijo de sangre. Más tarde el oráculo revela al joven Edipo la atroz predestinación: matará a su padre. Tanto ama al que cree padre biológico que por evitar su destino huye de Corinto buscando refugio en Tebas. En el camino se topa con La esfinge, monstruo dañino que  a cada viajero plantea  un acertijo (la muerte, de no responder de manera acertada): cuál es el animal que en la mañana camina con cuatro patas, a mediodía con dos y en la tarde con tres. ¿Lo saben ustedes? ¿No? Ahí hubiesen dejado su vida. Por si se vieran en  trance tan comprometido: tal animal es el hombre cuando niño, cuando adulto y cuando viejo de bordón.

Edipo acertó al contestar. La Esfinge (rabia, decepción) se quitó la vida mientras el hazañoso seguía su viaje, y fue entonces: en un cruce de caminos el viajero de cierto carruaje increpó a Edipo, que reaccionó asesinándolo. Sí, a Layo, su padre, y así se cumplió  predestinación tan atroz.

Pero el forastero había librado de La Esfinge a Tebas, y los tebanos le dieron recibimiento de héroe y le ofrecieron el trono vacante. El nuevo rey tomó por esposa a  Yocasta, la viuda, con la que engendró cuatro medios hermanos, porque Yocasta resultó ser la madre del infortunado.

Pero en este mundo nada es gratuito y ninguna acción queda impune. De ahí en adelante una plaga terrible asoló una ciudad meses antes próspera y rozagante, que ahora se fruncía, se erosionaba y acalambraba sujeta a toda suerte de calamidades sin que marchas, plantones y puños en alto lograsen conjurar el mal fario. Alguno tiene la culpa, dictaminó Edipo. A investigar, y el culpable reciba la muerte.

A investigar mientras la peste sigue crispando la ciudad, hasta que de repente se devela el misterio: cómo no sufrir un flagelo que a todos alcanza,  si el parricida cohabita con la propia madre, aberración que ha encrespado a los dioses.  Yocasta, al saberlo, se arranca la vida. Edipo sólo los ojos. Fin.

Yo ayer, releyendo a Sófocles, me puse a reflexionar en los tiempos de sangre, luto y tribulación en que mal sobrevive el país, cuando todavía hace algunos ayeres era feliz, discretamente próspero, con su gente en paz. Hoy, cuando en el desdichado sólo crecen pobrerío y desempleo; cuando el lacerado país llora la muerte de más de 60 mil vidas, entre ellas criaturas, mujeres y ancianos, en mi mente interrogué al dramaturgo creador  del Edipo Rey:

– ¿Qué malvado entre nosotros está irritando a los dioses, que así nos arrojan tal cargazón de calamidades? Esta plaga de horrores sólo puede ser un castigo por culpa de algún perverso que habita en la casa común. ¿Quién podrá ser el  tal?

Sófocles, en mi mente, callaba. Lo oí suspirar. Mis valedores:

¿Identifican ustedes al Edipo infeliz cuyas malas artes envenenan hoy día el aire que respiramos? ¿Quién podrá ser nuestra mala sombra? ¿Quién, omnisciencia del Verbo Encarnado?  (A saber…)