Gótica

Es noche cerrada Yo, el crucifico en la diestra, a través de una rendija de mi ventana contemplo la tormenta que se derrumba sobre el caserío y azota la montaña rocosa en cuya cresta aparece, a la  intermitente luz del relámpago, la silueta de La Mansión. Hace un rato, antorchas apagadas por la fuerza de la tormenta, los lugareños bajaron en estampida, lívidos rostros por la enajenación colectiva que produce el linchamiento. Horror.

Pero no, que esta noche de espeluznos el rito no fue de aniquilación, sino del retorno  a su vida aberrante de un engendro de la tenebra cuyos restos se resecaban en La Mansión. Yo, sartas de ajos en mi ventana, observo a los oficiantes del rito nefando mientras se escurren por las callejas y se esfuman detrás de puertas y pasadizos. Ya tendrán tiempo de arrepentirse. La tormenta en todo su rigor.

Noche. Yo, en el filo del espanto y el ánimo contristado,  tras la rendija de mi ventana reflexiono sobre el destino de los pueblos débiles. El de esta aldea, por ejemplo, que visité por primera vez cuando enterizo de edad y carácter, me propuse investigar que había más allá de la conseja del monstruo, y descendí hasta la almendra del horror y la pesadilla.  Pero, repito, destino de pueblos débiles: perdida ya la memoria, lo inaudito ha ocurrido la noche de hoy.

En tiempos remotos semejante endriago  había invadido todas las noches y todas las vidas de los lugareños y vivía una vida aberrante extraida de la sustancia de cuanto despistado a deshoras de la noche y entre alaridos caía víctima del depredador. Los sobrevivientes, armados con sartales de ajos, se atejonaban en el rincón y en el pasadizo, el conjuro en una boca y el crucifijo en la diestra. Y es así como la aldea iba raleando de lugareños, que huían sin volver la mirada. Yo, el fuereño,  entre ellos. Pero a la vuelta del tiempo me urgía visitar una tumba. Aquí estoy.

Solo y mi alma pasé la primera noche de mi regreso. Muy temprano al día siguiente iría a visitar a mi única en el cementerio. ¿Quién de los dos se sentiría más solo? (Ella se había empeñado en acompañarme en la aventura insensata. Aquella noche, al volver yo de mi visita furtiva a La mansión, pude observar el vuelo del depredador. Como recuerdo mi única me dejó su lamento y un amado despojo vaciado de sangre. Huí. Pero ella, desde su tumba, me requería…)

Y aquí estoy. Viajero imprudente, investigador insensato, con mi maleta negra llegué hace unas noches y me instalé en la única posada de un caserío que se recuesta al pie del crestón de rocas, La Mansión en la cresta. (Hasta anoche, en el más recóndito pasadizo en tinieblas se apolillaba el ataúd que guardaba los restos de la bestia dañera. Hasta anoche. Olvidar es maldición de los pueblos débiles.)

Noche. Descorro la cortina unos centímetros. Allá, un oscuro firmamento constreñido de nubarrones preñados de tormenta. Acá, un caserío que después de su maniobra viciosa en La Mansión duerme en la placidez de la inconsciencia, puertas y ventanas abiertas de par en par. Porque a la tormenta siguieron el calor y una sofocación de horno  en rescoldo que empaña ropas y carnes. Y esta paz engañosa, y esta irresponsable placidez. Pueblos débiles.

Columbro la silueta del crestón de viva roca con  La Mansión en lo alto y compruebo que el lugareño extravió el recuerdo de llantos,  responsos y  sepulcros en el cementerio, y que muy pronto tendrá que abrir fosas nuevas. Tal es el oficio de esta comunidad: olvidar la experiencia y vivir al día. (Lóbrego. Esto sigue  mañana.)

2 pensamientos en “Gótica

  1. Muchas gracias por continuar escribiendo. Tan valioso por lo escaso (No del contenido, si de los escritores como usted).

  2. «Una cabeza sin memoria es como una fortaleza sin guarnición.»
    Coca-cola en mano, al grito de «Fuera Peña Nieto», miles de personas se congregaron el sábado en el Zócalo para intentar vencer el olvido al que se condenan a sí mismos.
    La comunidad es México.

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