De protagónicos y resentidos

El hoy y el ayer en la sucesión presidencial, mis valedores. Hoy, a resultas del reciente proceso electoral, el clima político comienza a descomponerse mientras que los protagonismos florecen por los rumbos de IFEs, TRIFEs y  cortes supremas,jóvenes descontentos y comentaristas de todos los medios de condicionamiento de masas, las susodichas  incluidas. La verborrea en pleno. El cortoplacismo. México.

Pero, según todos los indicios el PRI, irremediablemente,  regresa a Los Pinos, y es como para preguntarse: ¿tornará el estilo tricolor de gobernar? ¿Volverán traiciones, venganzas, resentimientos? ¿El monarca en turno designará a su sucesor?  Aquí, a modo de muestra, el testimonio de cómo se ejecutó el relevo de gobierno de Echeverría al último tlatoani de la era «revolucionaria» del país. Cuenta López Portillo en  Mis tiempos, su libro de memorias:

“El 17 de septiembre de 1975. Brusca, aunque no inesperadamente, LEA me dijo algo como esto: Señor licenciado López Portillo, el Partido me ha encomendado preguntarle si aceptaría usted la responsabilidad de todo esto, y con un gesto envolvió el ámbito del Poder Ejecutivo, concentrado allí en el despacho de Los Pinos”:

– Sí, señor Presidente. Acepto.

– Bien. Entonces prepárese usted, pero no se lo diga a nadie, ni a su esposa ni a sus hijos.

“Otro día: ¡Te felicito, Pepe! Me dio un abrazo y me condujo al salón contiguo (…) Yo me sentía fuerte, poderoso, capaz…”

“Debo destacar un punto especialmente doloroso para mí, lleno de recuerdos, lealtades y afectos para LEA. Las autoridades de  Gobernación (…) me pasaban  información inquietante sobre las actividades que se concentraban en el ex presidente y que se vinculaban con las de quienes habían sido sus colaboradores, especialmente Muñoz Ledo y Gómez Villanueva (…) Por primera vez en mi vida, iba, poco a poco, asumiendo guardia frente a un viejo amigo. Mantenía abiertas sus relaciones públicas con mucha gente, entre la que se contaban muchos resentidos, desencantados, desubicados, que vaciaban en él angustias y rabias.

“Dentro de su función y su historia, (como candidato) respeté a LEA y  estuve atento a sus problemas y decisiones, políticas y aspiraciones, y los respaldé. (…) En todo participé, espontáneamente, o a su petición, incluso y contra mi opinión…

El día 8 de abril anoté: Ayer solicité a Luis Echeverría que aceptara la Embajada en París (…) Se disciplina (…) Culminó, junto con una magnífica amistad, el problema de la difícil relación con él».

Y la conclusión referida a De la Madrid, que hoy pudiera aludir a algún beato del Verbo Encarnado:

“México, desde 1982, ha hecho todo lo que los acreedores extranjeros han solicitado. Ha adquirido más deuda, reducido los salarios, contraído el presupuesto de operación del gobierno, comenzado a vender empresas referida a De la Madrid, pudiera hoy aludir a algún  devoto del Verbo Encarnado:estatales, devaluado la moneda, reducido las tarifas, suavizado las restricciones en la inversión extranjera y estimulado las exportaciones no petroleras para compensar el descenso en los ingresos petroleros (…) De la Madrid trató de hacer que la economía pareciera saludable antes de las elecciones presidenciales en México”.

Y ahora pronto, nube negra en este que el de Los Pinos convirtió en un Estado de excepción por  espionaje, derroches demenciales de los dineros públicos y una democracia de simulación, nos avientan encima al PRI. ¿Y nosotros, mientras tanto? Ah, México. (Qué país.)

México y Cuba, un pueblo

«El diario cubano Granma lamenta el fallecimiento ocurrido el domingo anterior (accidente automovilístico)  del disidente histórico Oswaldo Payá, crítico de la jerarquía católica por su acercamiento al gobierno de Raúl Castro».

Esos contrarrevolucionarios no tienen el valor para luchar con las armas en la mano. Lo que están haciendo, conspirar contra nosotros, les debe costar millones de dólares. Su propaganda contra nosotros, sus viajes, su sostenimiento: ¿de dónde sale tanto dinero? ¿De las compañías yanquis afectadas por nuestra revolución? ¿De la CIA? ¿Del Depto. de Estado? En Cuba hay pocos contrarrevolucionarios, y son impotentes para reunir alrededor otros elementos (W. Mills: Escucha, yanqui.)

Mis valedores: ¿cuál de tantas versiones de adictos y malquerientes es Cuba? Leo las crónica del combatiente de Sierra Maestra que a descargas de fusil forjó Cuba libre y de un Armando Valladares, poeta desfalleciente en las “cárceles políticas” de Cuba, que en medianejos versos –júzguenlos- lo asienta en el documento humano:

Me lo han quitado todo – las plumas, los lápices – pero me queda la tinta de la vida – mi propia sangre – y con ella escribo versos todavía.

Y en el 2010 la muerte de Orlando Zapata, opositor al régimen, después de 85 días en huelga de hambre. ¿Cuál de todas es Cuba? ¿Cuál habrá de sobrevivir? Leo esto, leo aquello, e ignorante del actual momento político de la Isla termino como empecé, preguntándome: ¿cuál de todas es Cuba? ¿Todas a una? De algo estoy cierto: su destino y el de nuestro país marchan paralelos así en los días fastos como en los infaustos; en las duras, tantísimas, y en las maduras, unas cuantas apenas. Esto nada ni nadie lo va a separar. Cuba y  México, presente en la revolución de los barbones de Sierra Maestra.

Con la Revolución Cubana todavía en la cartuchera, Juan Almeida, uno de los Doce que encendieron la mecha: “En México me encontré con Efigenio, que llegaba de San José de Costa Rica, parado en un puesto de tacos. ¿Sabes lo que es taco?»

Ya de regreso en su tierra –en su Sierra– y en plena revolución, Manuel Fajardo: “Una de las medidas más valientes de la guerra fue capturar como a   38 marines de EU. Los traté personalmente. No tengo nada contra ellos. El problema político lo separo de mi opinión personal.  Son  la gente más despreciable que puede haber en el mundo. No he visto seres humanos más corrompidos que esos”. (¿Por qué se me vinieron a la mente  ¿Guantánamo y Abu Grahib?)

Armando Valladares, poeta: “No podía ponerme en pie y me movía sentado, arrastrándome sobre las nalgas. El ensañamiento de los guardias no hay cómo narrarlo. Uno de ellos llevó una lata a los presos para que orinaran y defecaran. Cuando la tuvo llena hasta la mitad de esas inmundicias, les agregó agua y subió al techo de malla de las celdas. Fui el primero en recibir el impacto. Recuerdo a los fusilados. Pensé en Julio y en su desprecio por la vida, defendiendo sus criterios de Libertad y Patria, y pensé en todos aquellos que con una sonrisa en los labios marchaban a los paredones, pensé en la integridad de aquellos mártires que morían gritando: ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!”

La Cuba de Fidel, la de los exiliados, la que resiste terrorismo, bloqueos  y sabotajes: ¿cuál de todas es Cuba? Todas ellas, por supuesto. La Cuba de Fidel y la de Oswaldo Payá.  Pero entre tanto, y esto no admite duda: de pueblo a pueblo México y Cuba uno solo. México y Cuba por siempre jamás. (Vale.)

Yo no me voy a morir

Tal dijo Unamuno, y no se murió. Lo mató la muerte, que es otro cantar. Por cuanto al tema de la trascendencia que inicié el viernes pasado: en conjunción con la vinculación, el arraigo, la identidad y algunos otros que dan al humano la salud mental, la trascendencia se logra con obras de beneficio colectivo con las que el individuo agradece a Dios, a la Moira o a la Madre Natura el don inconmensurable de la vida, y con las que alienta la secreta esperanza de permanecer en la memoria de los beneficiados. Plantar un árbol, engendrar un hijo, escribir un libro, vale decir: practicar el humanismo para «no morir del todo». La trascendencia, al alcance del humanista como del delincuente, según.

Porque también con acciones negativas se llega a la memoria colectiva. Así han logrado trascender los grandes malhechores a la medida de Barba Azul, El descuartizador y Harry S. Truman, como de dintel adentro los  Goyo Cárdenas, Sobera de la Flor, El Mochaorejas,  tantos…

Así hoy mismo Fox,  el hombre de San Cristóbal,  y así ha de sobrevivir en la memoria colectiva como el corrupto que en su combate personal con el dragón de los tres colores nos resultó también un  sinverguenza que se contaminó  con las lacras del Tricolor, comenzando por una corrupción personal, familiar y de mafia, lucrativa e impune. Fox.

Ese tal  vegeta en su cubil de San Cristóbal con una familia postiza y una fama pública a ras del albañal como primer marido de una primera esposa, segundo de una de segunda, padre de hijos adoptivos que mal se llevan con los adoptivos hijastros, mamadores todos de las «buscas» sexenales. Pero hablando de mediocres…

Anda por ahí un infeliz, golem de pacotilla creado por López Obrador  y en su momento inflado hasta la nausea por la inquina de ciertos medios para atacar al trascuerno al tabasqueño.  Porque al tal Juanito, que a él me refiero,  los “medios” lo calentaron y mandaron a flotar, y perdió la cordura hasta el grado de que tantos lo vieron hace algunos ayeres cargando su estatua (hueca, de barro los pies) en un diablo menos pobre diablo que el aborto de la industria periodística. Así trascendió el Juanito con el que el tabasqueño impuso su ley. Juanitos.

Esto  me remite a otro mediocre hasta el tuétano, que haiga sido como haiga sido logró colarse a la historia, así haiga sido por la puerta de atrás y  valido de una maniobra de malas artes que le granjeó el odio de muchos, de muchos más el desprecio y el aborrecimiento de los más. Maldito per secula seculorum.

El pequeñajo no valía un tanto así, miren, según lo acusaba su biografía personal, chata y vulgar; pero como todo mediocre con aspiraciones padecía la compulsión de la notoriedad. Y cómo lograrla, que sus hechos muy poco valían. ¿Cómo? Abriendo con ganzúa el portón de la historia y colándose por la puerta de atrás. Y fue sí como apenas llegando a donde no merecía incendió, destruyó, provocó ruina y desesperación. Todo en grande, en correspondencia directa con su propia pequeñez de humano redrojillo.

Pero redrojillo y todo logró trascender,  por más que a fuego y ruinas que cimbraron la ciudad, la región, el mundo. Quién como el pequeñajo para la trascendencia negativa y atroz.

Ese, sí,  el que ustedes están pensando. Ese que incendió  el templo de Diana en Efeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo. ¿Que si el borreguero, que tal fue su ocupación, logró trascender? Busquen su nombre en cualquier diccionario:  Eróstrato. ¿Que semejante infeliz no ha sido el único? (Pues…)

No del todo morir

La trascendencia, mis valedores, ese elemento psíquico que unido a la vinculación, el arraigo, la identidad y varios más, confiere al humano la salud mental. La trascendencia se logra a base de obras que beneficien a los demás, con las que el individuo agradece a Dios, a la Moira o a Madre Natura el don inconmensurable de la vida. La trascendencia.

En diversos programas de radio suelo analizar dichos y acciones de personajes relevantes en la historia del país, y al recorrer la  galería de tantos  figurones indefectiblemente me topo con una constante: la parcialidad y el maniqueísmo de la historia oficial, esa embustera. Este y este otro, excelsos; aquel, y el otro, nefastos.  Blanco y negro. Sin matices, a conveniencia del Poder y de sus oficiantes en turno. Sin más.

Por vía de ejemplos en el periodo de la Conquista: por cobardón y dado al pensamiento mágico logró trascender el tlatoani Moctezuma Xocoyoltzin, y por su estatura de héroe lo consigue Cuauhtémoc, todo esto en la aviesa versión oficial que oculta a lo púdico las malas acciones del «único héroe a la altura del arte», definición de López Velarde que nunca he querido entender. La historia oficial oculta púdicamente las acciones negativas  del «Aguila que desciende«, como la violencia que ejecutó en contra de  Cuitláhuac y  su nombre final de Fernando Cortés Cuauhtémoc, como se dejó bautizar el nuevo cristiano, que a la hora del sufrimiento invocaba al Dios del conquistador. Nada de esto se asienta en la historia oficial. Es México, nuestro país.

La trascendencia,  esa secreta esperanza de no morirnos del todo. Que  cuando yo sea difunto y según pasen los días, las semanas (los meses, ¿será mucho pedir?), alguno llegue a acordarse de mí; que me recuerde de buen talante, o al menos no disgustado del todo. Esta necesidad de trascendencia como uno de los condicionantes, repito, de la salud mental…

En algún programa de radio me referí a la Conquista, y de la Independencia digo a todos ustedes aquí y ahora:  ¿habrá personaje  más ensalzado por la historia oficial que Miguel Hidalgo? ¿Habrá héroes purísimos más olvidados que Fray Melchor de Talamantes, Azcárate y Primo Verdad?

Y estalló la Revolución, y con ella, ¿quién más venerado que Francisco I. Madero, espiritista y vitivinicultor? ¿Quienes más olvidados que Ricardo y Enrique  Flores Magón? Zopilotera y hedor esa historia oficial, oficialista…

Pero de pronto nos cayó encima el Tricolor, y de los individuos que sentaron sus dos reales en la presidencial, ¿alguno, de aquel almácigo de mediocres, depredadores y uno que otro asesino, merece la trascendencia, con todo y que se apoyaron en las muletas del periodismo oficioso?  Jueces, fiscales y abogados defensores, los medios de condicionamiento de masas se la viven quemando copal ante el sillón  el santón sexenal, pero no pueden evitar que contra servilismo y cortesanía al tanto más cuanto se alce el juicio del tiempo, y  los santones al desván de la historia. Desde el primer Nopalito en la historia reciente del país hasta el resto de irremediables mediocres. No el Tata Cárdenas, por supuesto; él, que nos dio ese petróleo cuyos restos ahora ofrece Peña a los gringos. Don Lázaro ha salido limpio, o casi, del juicio histórico.

Pero hablando de mediocres:  porque logró la hazaña de arrojar del paraíso al Adán tricolor, un Fox mediocre hasta el tuétano de los entresijos, sé lo que digo, logró arañar la anhelada trascendencia, pero… (Más de Fox y su apestoso Tamarindillo, el lunes.)

Zoológico

Esta vez el Poder y las masas. Para ilustrar su conflictiva  relación mi maestro plantea la siguiente analogía: ese Poder, enemigo histórico del cambio que requerimos (responsabilidad nuestra e intransferible),  es un tigre que merodea en los alrededores del caserío. ¿Cuidarnos de él, anularlo, o ¡e-xi-gir-le! que por amor a nosotros se vuelva vegetariano? Al enemigo se le vence, no se le exige (nada de armas de fuego).

Por su parte el político canadiense T. Douglas ha creado una fabulilla: las masas formamos Ratolandia, población de roedores. Para integrar el gobierno hemos elegido a una mafia de gatos a los cuales, a la vista de los destrozos que causan en la ratuna población, los alternamos  periódicamente: de los gatos blancos a los negros,  y de ahí a los pintos, y vuelta a empezar ahora con los albinos. Pero los gatos siguen devorando ratones. ¿Inexplicable? Mis valedores:

Esta vez, limitaciones de espacio, dejo de lado las formas de organización ciudadana que habrán de cambiar tan crítica situación para centrarme en la transcripción de dos notas muy a propósito como para leer entre líneas. La primera: ciertos versitos que, destinados a un Pedro F. de C..  me llegan por añadidura. Transcribo:

«El león falleció ¡triste desgracia!- y van con la más pura democracia,- a nombrar- nuevo Rey los animales.

Las propagandas hubo electorales,- prometieron “la mar” los oradores-. y… aquí tenéis algunos electores:

Aunque parézcales a ustedes bobo- las ovejas votaron por el lobo – como son unos buenos corazones. – Por el gato votaron los ratones:- a pesar de su fama de ladinas- por la zorra votaron las gallinas;- la paloma inocente,- inocente votó por la serpiente. – Las moscas, nada hurañas,- querían que reinaran las arañas;- el sapo ansía y la rana sueña- con el feliz reinar de la cigüeña.

Con  un gusano me topo – que a votar se encamina por el topo; – el topo no se queja, mas su voto – su voto se lo da a la comadreja.

Los peces, que sucumben por su boca,- eligieron gustosos a la foca;- el caballo y el perro, no os asombre,- votaron por el hombre.

Y con dolor profundo- por no poder encaminarse al trote,- arrastrábase un asno moribundo- a dar su voto al zopilote.

Caro lector ¿qué inconsecuencias notas?- Dime… ¿no haces lo mismo cuando votas

¿Ustedes, mis valedores, qué le contestan al versificador?

Y este mensaje que yo aplico al «renovado» PRI de vuelta en Los Pinos, dirigido a quienes, a querer o no, seremos sus gobernados:

«En el PRI cumplimos lo que prometemos.

Sólo los necios pueden creer que

no lucharemos contra la corrupción.

La honestidad y la transparencia son fundamentales

para alcanzar nuestros ideales

Demostraremos que es una gran estupidez creer que

las mafias seguirán formando parte del gobierno como en otros tiempos.

Aseguramos sin resquicio de duda que

la justicia social será el fin principal de nuestro accionar.

Pese a eso, todavía hay idiotas que fantasean o añoran que

se puede seguir gobernando con las mañas de la vieja política.

Cuando asumamos el poder haremos lo imposible para que

se acaben las jubilaciones de privilegio y los negocios.

No permitiremos de ningún modo que

los niños mueran de hambre.

Cumpliremos nuestros propósitos aunque

los recursos económicos se hayan agotado.

Ejerceremos el poder hasta que

Comprendan desde ahora que…»

Y ahora, al llegar a este punto lean la nota a la inversa, del último al primer renglón. ¿El resultado? Y pensar que fueron 18 millones de votos y que nosotros, las minorías… (Ah, México.)

Rencoroso y terrible

Y algunos de nuestros soldados decían que aquello que veían si era entre sueños.

Tal cuenta Bernal Díaz, sus pupilas encandiladas a la vista de una ciudad cuyas torres, cúes, muros de calicanto y pirámides se erguían sobre el espejo de la laguna. México-Tenochtitlan. Siglos y décadas más tarde, un cierto conquistador conquistado clamaría en un su poema que tituló México:

Eres antiguo horror de cumbres – que se asombran batidas por pirámides – trueno oscuro de selvas observadas -por cien mil ojos lentos de serpientes.

Tal fue Rafael Alberti, poeta español que primero nos conoció por los ojos de Bernal Díaz y más tarde paso a paso por el país. El poeta tornaba de una errancia hasta donde lo arrojara la bota del Franco dictador. En 1935 reseñó su encuentro -su encontronazo- con este México que él miró aún con jota, y cuyos conceptos, a mi ver, adquieren renovada actualidad hoy día que miro (CIA, DEA, FBI) la presencia encimosa del gringo sobre nuestro país. Y qué intensas y viscerales las impresiones que le produjo el choque con la tierra que conquistó la tizona de un cascorvo al que auxiliaron el Tonatihú de la barba bermeja y detrás arroyos de cempoaltecas ardidos  y  tlaxcaltecas salidos de madre. Retazos de crónica y de poema:

“El Méjico de Bernal Díaz está vivo, como él, pero dentro de un Méjico de hoy. Por eso mi encuentro con Bernal Díaz no es el tropiezo con un muerto, ni siquiera con un resucitado. Es el encuentro con la realidad viva, palpitante, en movimiento».

Así, de asombro a deslumbramiento, el poeta recorre la vieja y la Nueva Españay una ciudad de México todavía a la medida de sus habitantes, y reconoce que no puede asimilar, de un solo golpe, el encontronazo con esa realidad mexicana que se ha topado tan de repente:

“Triste historia es mi aventura, comparada con la de Bernal. Yo no libré batallas con los mejicanos, porque me rendí al primer día. Pero me incorporé enseguida con todo mi entusiasmo a la ebullición de su sangre, y mi aventura mejicana, como sucede en las más fabulosas y secretas, no la puedo contar todavía».

Pero la cuenta, y se pone a discurrir, a lo apasionado, sobre el nacimiento de nuestro mestizaje, y aun se permite especular con eso que ha venido a tornarse lugar común: que por conjurar el terror a la muerte la hacemos calavera de azúcar y la engullimos entre carcajadas, válgame..

De la vecindad con el gringo vecino y distante: “Los problemas actuales de Méjico no se presentan ya a punta de lanza. Son los problemas internos de soberanía e independencia económica. Su nacionalismo revolucionario no son palabras sin sentido, si los hechos las van cumpliendo como se espera».

Contra los gachupines que alambican – residuos coloniales por sus venas – prepara tu fusil. Tú eres el indio – poblador de la sangre del criollo – Si él y tú sois Méjico, ninguno – duerma, trabaje, llore y se despierte – sin saber que una mano lo estrangula…

“En el exterior, Méjico es el único país americano capaz de oponerse a la gente del norte y reconquistarse. Temible, hermético, violento, rencoroso, no ha perdonado a los conquistadores. Y este sentimiento lo padece el criollo, descendiente  del encomendero; y lo padecen visitantes como Valle-lnclán, quien se hubiera batido contra Hernán Cortés hasta perder el otro brazo, y lo padecí yo, y hoy quizá lo padecería el mismo Bernal Díaz, si advirtiera la invisible presencia del pabellón yanqui en Méjico«.

¡Contra el gringo prepara tu fusil. No te resignes!

¿Con Peña? ¿Con ese? (Uf.)

Perito en odios

Que en medio de la noche y de un bosquecillo de pinos, dije a ustedes  ayer, se alza un bunker custodiado por escuadrones de sardos y policíacas equipados con fauces de alto poder, que tal es el tamaño del miedo que acogota al impostor. En el intestino grueso del bunker el susodicho padece en sueños un fiero tropel de pesadillas que lo cimbran y estrujan, lo acalambran y fuerzan a clamar al cielo implorando un milagro ahora que va a tener que abandonar el bunker y buscarse un escondrijo lo  más distante posible de toda esta gente a la que haiga sido como haiga sido  tanto agravió con su llegada a los pinos. Por ahí va la cosa.

. Que en su auxilio acuda el celeste espíritu que su devoción de hijo predilecto del Verbo Encarnado haya merecido, suplica en sus pesadillas. El tocayo San Felipe de Jesús, pongamos por caso.

Y sí, ocurrió entonces. Qué milagro no implore un beato del Verbo Encarnado que no le conceda el Altísimo. Ahí, de repente, al conjuro del angustiado, en la evanescente región de las pesadillas se produjo el portento: arropado en capullo de vivas llamas, entre acezantes hocicos de lumbre y apestoso a azufre casi tanto como el que en su  pesadilla  convocó al ángel de lo sobrenatural, el espíritu de ultratumba que el dormido merece ascendió hasta el cubil escondido entre los pinos.  “¿Quién osa llamarme?”

«¿Eres tú el que merezco? ¿Eres Miguel Arcángel, vencedor del Maligno? ¿O eres el propio Maligno?  Como que tu cara me resulta conocida.

«Soy el espíritu que mereces, un perito en odios, desprecios, aborrecimientos. Mírame bien».

«¡Pero si eres Díaz Hordas! Yo esperaba que en mi auxilio viniera el propio  Verbo Encarnado.

Tal es el espíritu que merece el chaparrín. ¿Quién osa mentarlo en sus pesadillas? ¿Quién ha invocado a Díaz Hordas, el más despreciado de los mortales?

Tufos, tizne, pestilencias. Manos chorreantes de sangre, sangre inocente, sangre de «daño colateral». Díaz Hordas. Al  conjuro del nombre, el chaparrín de la pesadilla clama, acalambrado, desde el mero cogollo de la esperanza:

“Espíritu del mal, santo señor de los despreciados, patrono de los abominados, libérame del aborrecimiento general,  Díaz Hordas bendito».

Los del bajo vientre se le acalambran. Retortijones. Aires que apestan a azufre.  “Tú que supiste del odio popular, que en vida y muerte padeces la repulsa general, que en el recuerdo de tus paisanos serás el maligno per secula seculorum, y que de eso  tuviste que morir, de maligna dolencia en el seculorum. Diaz Hordas, auxíliame».

Eso, en el bunker. Acá,  afuera,  ante unos habitantes insomnes frente a la realidad objetiva de todos los días y de todas las noches, en calles y callejones el santo y seña  de la ciudad: repicar de bombazos, crepitar de incendios, tableteo de armas de alto poder, granadas de dispersión y apagados gritos, órdenes, retemblar de disparos, pánico.  Y rápido, a recoger descuartizados, descabezados, colgados en los puentes del periférico.  ¿Cuántos esta vez..?

Silencio. Luego un aullar de bestias montaraces y ese relámpago en seco. Ave María. En el intestino grueso del bunker se va a producir el milagro mayor. Milagro de pesadilla, pero milagro.

«Así que el bendito Díaz Hordas es el celeste espíritu que merezco…

“Yo, sí, el matancero y perito en odios multitudinarios. Yo, que tras de la carnicería viví –si aquello haya sido vivir- apestado, execrado, canceroso (porque al que obra mal se le pudre el seculorum). Este que ahora soy viene en tu auxilio. Levántate y anda”.

(Mañana.)

Quemadero

Por supuesto que existen los herejes. Son los que encienden la hoguera.

Tal jura Shakespeare con toda razón, y yo pienso en los herejes de esa Inquisición que, ironía trágica, con el alias de «santa» y en nombre de Dios chamuscaba vidas humanas,   y que ya cuando se le agotaron cátaros y hugonotes brincó de Europa a la Nueva España y con su colección de instrumentos de tortura vino a encuevarse en un siniestro edificio del norte de la Alameda Central. Domini canes; perros de Dios.. México.

Un nativo iba a encabezar la sucesión de ajusticiados por medio del «fuego purificador». Moxtla su nombre, príncipe descendiente de Nezahualcóyotl. La crónica del suceso, apócrifa:

Según lo asentado aquí el viernes pasado, a lomos de mula y atado de brazos el relapso era conducido al quemadero. Dolidos del espantable destino que le aguardaba a la distancia de media vara,  los deudos suplicaban al rebelde magnífico:

– Arrepiéntete, Moxtla. Abjura de Tezcatlipoca y dí que crees en  el  Dios que mienta aquí  Su Ilustrísima, ese Dios que siendo Uno, es Trino también. Qué te cuesta decirlo.  Jura que ya eres católico y escapa a la hoguera.  Total, ¿no son los meshicas católicos de dientes afuera?

Rebelde magnífico, el «hereje» callaba, sus pupilas absortas en el quemadero:   poste enhiesto, leña hacinada, rebaño de curiosos que por anticipado gozaban con el espectáculo de las vivas llamas enroscadas en la viva carne del Moxtla que nació príncipe.

– Di que te acoges a la advocación de  la madre esa, una Iglesia que como toda madre tiene por corazón un cáliz de amor encendido en la lumbre de sus quemaderos. ¿No es verdad, Su Ilustrísima?

– Verdad es. Más que a su ovejuela descarriada ese castigo le duele  a la santa  Iglesia.

–  ¿Oíste?  Júrale aquí  a Su Ilustrísima que ya eres todo un converso, más los chaqueteros Fox y el chaparrín  bienamado del Verbo Encarnado. Si esos apoyan al PRI  aquí Moxtla se convierte y  usted se la perdona, ¿no, Su Ilustrísima?

– Con sus asegunes. Como católico siempre  tendrá que darle su voto a todos los beneméritos que en bien de su alma se sirvan aprontarte El Yunque y la santa madre Iglesia de Roma.

– Una equis en un cartón, es toda tu penitencia. Anda, no seas penitente, que ya se siente el calor de la leña. Invoca al Dios Uno y Trino, y de aquí nos vamos a las recogidas:  con la cacariza de pulque,  recogida de bilis, y luego la recogida de tu credencial de elector, jurando ante Leonardo Valdés que crees en su «democracia» ¡Sálvate de la hornaza!

Habló Moxtla el magnífico: “¿Salvar mi vida? ¿Salvarla para ver que esos beatos del Verbo Encarnado asesinan, con cientos de miles de paisas, el Estado laico? ¿Vivir para ver cómo unos mediocres de vocación matancera han convertido mi tierra en vergüenza del mundo? ¿Vivir para resollar el mismo aire de los matanceros? ¿Vivir sobre esta tierra empachada de cadáveres, entre el hedor de la sangre y el llanto de las víctimas? ¿Es eso vivir?

– ¡Todo antes que dejarte achicharrar! ¡Mira el poste, mira la leña, salva tu vida!

– ¿Salvarla? Si hasta ayer prefería morir antes que renegar de mis dioses tutelares, ¿vivir ahora con mi  tierra sometida a los cojones del PRI y su muñeco de sololoy? ¡Arre, mula! ¡Y usté, mula, quíteme de enfrente su cruz, que me pica  un ojo. ¡México-Tenochtitlan!

Carbonizado murió en  sin convertirse en católico ni rendirle al virrey de la Nueva España, mucho menos al Dios Uno y Trino  de Onésimo Cepeda.

Dios lo haya perdonado. No a Moxtla, a Onésimo. (Amen.)

————–

 

Amen sin acento, por favor, compañeros.

Perros de presa

Moxtla fue quemado en la plaza pública, bajo el cargo de “hereje”, el 30 de noviembre de 1539. Hoy, la figura del príncipe texcocano nos parece altiva y digna de respeto.

Tal es el justo elogio del historiador  Edmundo O’Gorman a la entereza del hombre que eligió la muerte por sobre la claudicación.  Moxtla el magnífico.

Va aquí la fabulilla de aquél a quien cupo el requemante honor de encabezar el desfile de ajusticiados por los beneméritos perros de presa de una crudelísima Inquisición que se gastó la humorada de colocarse el alias de «santa». Víctimas serían de los fanáticos dominicos (rapaces, por añadidura, que participaban de los bienes confiscados a las víctimas) Alonso de Avila, su hermano Gil González y muchísimos más, entre los que se cuenta el traicionero  de muy mala condición Martín Cortés, hijo de don Hernán y segundo Marqués del Valle. Una mala persona, el de marras. Así le fue.

Así pues, el probable nieto de Nezahualcóyotl tuvo el lóbrego honor de ser el primer ajusticiado del primer inquisidor efectivo de México-Tenochtitlan,  un tal Juan de Zumárraga, obispo. El edicto:

“Será condenado a ser llevado por las calles públicas desta ciudad y con voz de pregonero que manifestase su delito, al tianguis de San Ipolito y en la parte y lugar que para esto está señalado sea quemado en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y dél no haya ni quede memoria».

Y acaesció, mis valedores, que aquella aciaga mañana amigos, dolientes y familiares se acercaban al sambenitado, y mirando al cuytado que una mula conduscía al quemadero, con lágrimas en los sus ojos ansina le suplicaban:

– Conviértete al catolicismo y salva tu vida. Di que adoptas por tuyo al mesmo Dios de Norberto Rivera y Onésimo Cepeda, y aquí don Zumárraga te perdona la vida. ¿Verdad que se la condonáis, Su Ilustrísima?

– Bueno, sí, aunque una multilla por gastos de arrastre…

– De dientes a afuera di que eres católico. Total, ¿no lo son de ese pelo todos en la Nueva España, que de serlo de dicho y acciones no viviría la sociedad tan huérfana de valores morales? Grave sería que te quisieran hacer cristiano, lo que tendrías que certificarlo con obras, ¿pero católico, Moxtla?

El cual, rebelde magnífico, con la testa negaba; atado como iba de manos y pies a la bestia, acicateábala con talones y suave meneo de las zancas. Alguno advirtió un amago de sonrisa en el rostro del penitente.

– ¡No seas penitente, no te quemes! ¿A vara y media del quemadero sonríes? ¿Acaso no amas tu vida? Anda, abjura de Tezcatlipoca y orita mesmo te desamarran y nos vamos directamente a conseguirte la llave.

Habló el seráfico obispo, reverendo  Juan de Zumárraga: «¿Cuál llave, decís? ¿La del cielo, posiblemente?  Antes tendrá que abjurar de su herejía y jurar que Dios es Trino y Uno.  Así tendrá la llave de los santos cielos, donde habrá de alabar al Increado per secula seculorum».

– Cuál cielo, cuál seculorum. Nosotros nos referimos a la llave de la democracia que tiene en su poder Leonardo Valdés, consejero presidente del IFE, Instituto Federal Electoral. Ya con su credencial de elector, a elegir candidato en las intermedias. En el 2018 votar por Ebrard, no se te olvide. Pero antes salva la cuera. ¿Verdad que todavía está a tiempo, Su Ilustrísima?

– Bueno, sí, pero no. Aquí el relapso salvará la pelleja si jura por Dios Uno y Trino que se lo va a dar, su voto, no al que mientan ustedes, sino al que se sirvan proponer los bienaventurados de nuestra santa madre la Iglesia y…

(El lunes.)

Las tandas de La principal

Edificante espectáculo ese que cimbra a estas horas soportes y lonas de La Nacional, con unas tandas donde tanto roban (cámara)  equilibristas y saltimbanquis, el maromero y el transformista, el profesional de la cuerda floja y del  pastelazo. Los payasos del circo.

Dije circo, y la evocación  me llevó al tiempo de mi niñez. De repente la memoria se me alumbró con entrañables imágenes del circo trashumante de mi niñez. Qué tiempos. Qué joven fui una vez. El niño que fui hace carretadas de tiempos, de vidas. Y qué evocación de la magia circense, esa magia intemporal que exuda la carpa con tufo a pelambre de león y tigre enjaulados, de contorsionistas  y águilas humanas…

El circo, encanto secreto que encandila al niño que se nos quedó así de virgen y así de inocente dentro de cada uno. El Brothers Hermanos,  errante espectáculo que hollando los bajíos de la memoria de tarde en tarde cruza la noche de nuestros años primeros, en el filo de la duermevela donde desfila, en los sueños soñados despiertos, esa caravana de alucinación que cruza nuestra niñez y se nos queda, raigón de magia y encantamiento, junto a las consejas de la abuela, los primerizos amores –zozobra y temblor- con la vecinita, y la tonada de cuna que nos solía cantar Tula, mi madre.  Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…

La magia del circo, su tufo de exóticos animales, garra, joroba y moteada piel; ojos de ferocidad y espantables rugidos que ponen el pánico en el  niño que a todo vivir  deshoja  la flor de su edad, que es la del candor y, apreciable virtud, de la credulidad. Desde sus jaulas las fieras nos hablan (nos rugen) de tierras ausentes, de mundos que vienen quedando al otro lado del mundo; fieras que hasta antes del circo sólo habíamos entrevisto en el libro de estampas y en la cena neoliberal: el tapir, el jaguar, el dromedario que, de jorobado, simula ser el nahual (¡no anual, nahual! Computadora estúpida, no me corrijas. ¿De mitología meshica quién va a saber más,  yo o Bill Gates?); nahual, decía, del obrero en los tiempos del “presidente del empleo”, y el camello también, que en su doble  joroba viene a representar no al obrero, sino lo más ardoroso: a esos hijos de la desdicha que son los desempleados de mi país. Es México. Son sus galletas de animalitos.

El circo. A su contacto fui niño otra vez,  limpio de costras y costurones que va dejando en nosotros, negra viruela, el áspero oficio del diario vivir, con lo que ello supone de ilusiones fallidas,  malaventurados amores y mal saturadas heridas después del desamor de Martha, la ausencia de María y el conflicto con la Verónica (tomé puros nombres a tí cercanos, Nazareno, tú me has de perdonar), y tantas heridas y sangraduras, tantas mataduras y lobanillos y jiotes sentimentales…

Un domingo en la tarde me tiré al ruedo (el de tres pistas.) Al entrar vínome a recibir la tufarada a camello y tigre sarnoso, que es decir a visión y revisión de mis años muchachos, y en la tarde festiva  fui niño otra vez, y otra vez ingenuo, y por eso mismo feliz, o casi, y de nuevo percibí en mi boca el sabor de la risa, aquí en este México nuestro donde tan pocos motivos nos van quedando para reír, que los dichos y hechos de los cirqueros de La Nacional no nos invitan a la risa sino al rencor y la verguenza, propia y ajena. En fin, que ya en la carpa me acomodé en un asiento de pino que, como Los Pinos, se comienza a apolillar. Sin más. (La fabulilla, después.)

Destazadero

Aquí el final de la pesadilla del bunker arropado en los pinos.  Porque, a querer o no,  es el final. Con sólo resistir de aquí a diciembre, total…

En su pesadilla el chaparrín convocó al Verbo Encarnado. No él, sino el perito en desprecios y aborrecimientos se le apareció en sueños, que el del bunker no mereció más. «Vámonos, toma mi mano».

«¿A dónde me lleva, Díaz Hordas

“A agasajarte con lo que por falta de méritos no has conocido.Toma mi mano”.

«Se resbala, señor. ¿Se la untó con aceite de cocina? Huelen a…»

El durmiente se remueve. Una babilla le escurre por las jetas. (Hasta el bunker, como gritos de parturienta, un aullar de sirenas de ambulancia en contrapunto con las sirenas de los vehículos policiales. En los bandazos del viento, tufos de sangre. Fresca, recién derramada.)

“Vamos a donde escuches el son deleitoso de los aplausos, las aclamaciones. Levántate”.

El durmiente se remueve. Una babilla le escurre por unos labios de este grosor.    “Usted bromea. ¿Aplausos a mí? ¿Aclamaciones a mi persona? Tendría que escucharlos en una grabación, detrás de vallas de acero y de una muralla de lomos y nalgas verde olivo que me traen de huelegases”.

Pero, mis valedores, ahí fue. En sueños, el malquerido fue transportado por el Mefistófeles cimarrón a través del éter hasta la ceja de alguna barranca umbría repechada entre roquedales. Ahí Fausto y su Mefistófeles de masquiña hicieron pie.            “Los lugareños la nombran Barranca del Eco. Es aquí donde yo, en vida –vida es un decir-, después del destazadero venía a consolarme solito. Masturbación mental. Pon atención”.

Y acercándose al filo de la barranca, el aborrecido de Tlatelolco toma aire y se echa a aplaudir mientras grita a todo vuelo de voz: “¡Vivaa Díaz Hordaas!”

La Barranca del Eco, entre lúgubres desgarramientos: “¡Ívaa-Íaz-ordaas!” Y aquellos aplausos, ecos de aplausos, ecos de ecos. “¿Ves qué fácil? Anda, hazte ovacionar de gratis. Una vez en tu vida date el agasajo».

Y sí, dicho y hecho. A la tentación de las ovaciones y en la medianía de la pesadilla (el manchón en la almohada; babilla verdinegra, espesa), el despreciado del bunker se acerca a la ceja de la barranca, enarca la ceja zurda, se suelta aplaudiendo que hagan de cuenta que llegó Obama,  y  se pone a ulular, voz, estridente: “¡Amigas, amigos, viva el presidente del empleo!»

Y aquel batir de las palmas. Se frena. Aguza la oreja. Nada. «¡Viva el presidente abstemiooo!»

La Barranca del Eco, silencio. ¿Huraña, hostil, caprichosa?

“¡Viva el presidente que cumplió todas sus promesas de campañaaa!»

Como asqueada ante la tufarada de mal aliento, la barranca reprime sus ecos.

“(Ni esto mereces», piensa Díaz Hordas.) «Anda, inténtalo otra vez. ¡Pero con huevos!”

Traga aire. Desconfiadón: “¡Viva el presidente de los pobresss!” Y sí esta vez. Al grito del chaparrín  el mundo mineral (peña viva, peñascales) le arroja, a pulmón de roca, el bofetón en la cara:  “¡Vivan-los-muertos-que-cargas-en-la concienciaaa!»

Y qué claridad, cuánta contundencia. A la desesperada, contra el roquedal su aliento corrompido:  “¡Viva el presidente que combate la corrupciónnn!» El roquedal: “Viva-tu camposanto-particular-de-60- mil-muertosss!»

Díaz Hordas observa de reojo al chaparrín. (Y luego dicen que el matancero fui yo). Reprime el asco. «Inténtalo otra vez».

«¡Viva el presidente que defendió la soberanía nacionaal!»

Y fue entonces. La Barranca del Eco: «¿Quieres-aplausos? Anda-a-que-te aplaudan-tus-víctimas, matancero-de-miércoles!»

Era jueves. (En fin.)

Las yeguas de la noche

Tal nombra el idioma inglés, frase expresiva, las desbocadas pesadillas que atropellan a los de conciencia en rescoldo. Al protagonista de la fabulilla, sin ir más lejos.

Es noche cerrada en cierta ciudad de embeleco a la hora en que se inicia el horror. Bajo la negritud del firmamento el caserío se tiende como arpillera en el pellejo de un valle parduzco. Aquí la zona residencial, minúscula pero ostentosa, que habitan los del negocio de la  política y la política del negocio.  A prudente distancia, el barrio de las clases medias y las medias bajas o de plano ya sin medias (chicotazos de la crisis). Allá, en la entrepierna del yermo y la agrura del basural, donde no enchinchen, los arrabales del pobrerío. Vean, apiñadas aquí y allá desparramadas, las villas miseria y las favelas, los muladares y las barriadas que evacua nuestro mundo democrático neoliberal. Allá, muy arriba, un firmamento grifo de luceros. Presidiéndolo todo, fría, hermosa y distante como tú, mujer, la luna.

Silencio. La ciudad duerme el sueño de los justos; de los justos que no padezcan de insomnio. Pues sí, pero no, que hay de sueños a sueños. Encuevado en el pétreo corazón del bosquecillo de pinos se alza ese bunker monumental, y atejonado en el bunker del bunker se rebulle en sueños un pequeño individuo, se agita bañado en sudor, zarandeado a cuartazos de pesadillas. Entre fruncimientos de ceño,  los labios del hombre farfullan retazos de sílabas y agargajados estertores que lo estremecen, le humedecen el rostro y lo fuerzan a arquear hasta el máximo la ceja derecha. Macabrón.

¿La causa de que las yeguas de la noche pataleen al durmiente? Los espectros de más de 60 mil cadáveres con su cauda de luto, dolor y lágrimas, al tiempo que una desbozalada corrupción embija de lodo biológico un canceroso gobierno que enriquece a unos pocos  y empobrece a los más, cuya exasperación hace brotar salpullido de focos rojos en el rostro de la ciudad, que la mantienen al filo del estallido. Cuidado; mucho cuidado.

El durmiente se sabe aborrecido por todos. ¡Hasta por sus enemigos! Y sí, todos lo detestan, y con razón, que sólo aborrecimiento se ha logrado granjear, y es así como odio, desprecio, desencanto y rencor repercuten en los sueños nocturnos del chaparrín del bunker. Y esta noche carga encima toda la repulsa, todo el rencor de un fregadaje al que sañudamente ha castigado hasta el límite. ¡Y es entonces! En la pesadilla, la tronante voz del Angel de la muerte:

“¡Alto, impostor! ¡Alto a tu impericia e insensibilidad social! Tú, aprendiz de brujo político, cuida de no continuar despertando la mala voluntad de tus víctimas. Mira que no todo el tiempo has de tener el apoyo de tu vecino imperial. ¡Duerme con un ojo abierto (de la cara)!”

Rebulléndose, el chaparrín intenta conjurar la visión. “Juan Pablo II, ven en auxilio de tu siervo, este   beato del Verbo Encarnado”.

Espada flamígera, el Angel: “Periodistas alquilones te alaban. De carismático no te bajan. Y tú, insensato, que te la crees. ¿No ves que al tanto más cuanto te queman incienso?”

“Santo señor Dios de los ejércitos, incluyendo a mis guaruras presidenciales,  mira que por quedar bien contigo un Estado laico lo he vuelto beato. Manda en mi auxilio a alguno de tus ángeles, a algún querubín. Mándamelo, Señor, ¡mándame al espíritu que yo merezca a tus ojos!”

«¡El que mereces te envío!»

Y horror, que en lo profundo de un hondón de vivas llamas ahí el perito en odios: que merece el actual:  «¡Díaz Hordas». (Mañana.)

Amenaza tormenta

Crimen Imperfecto  es un relato escrito por Gonzalo Fortea, que aquí sintetizo con dedicatoria especial  para los titulares del IFE y el TRIFE, Leonardo Valdés Zurita y Alejandro Luna Ramos, La síntesis del relato del mencionado Fortea:

– Sí, señor fiscal. Soy un asesino.

Mi defensor se levantó, indignado: “¡No se reconoce culpable!”

– Pero maté a la víctima.

El juez: “Demuéstrelo. ¿Tiene testigos?” Yo: “No se buscan testigos para cometer un crimen”. El juez: “Quizá a usted le hubiera convenido tener uno. ¿Dónde está el arma homicida?” Yo: “La perdí. Puede que la haya arrojado a una alcantarilla”. El juez: “Toda la zona se registró en su día y el arma no apareció. Tendrá usted que demostrar su crimen”.

El fiscal estaba nervioso. Le hice un gesto como diciéndole: no se preocupe, lo conseguiremos. Se animó: “¿Los motivos del crimen?” Yo: “Robarla, naturalmente. Me encontraba en una situación muy difícil. Hacía dos meses que había perdido mi empleo. Necesitaba dinero para poder comer. Creí que el piso estaba vacío, pero de pronto apareció la señora. La maté para que no se pusiese a gritar”. Mi defensor: “¿Gritar? Paralítica, no podía emitir sonido alguno”. Yo: “No lo sabía. Tuve miedo, perdí la cabeza y la maté”.

– No nos convence, dijo el juez. “¡Ustedes no estaban ahí, y yo sí!”. “Demuéstrelo”, dijo el juez, y el abogado defensor: “Usted afirma que penetró en la casa con intención de robar. ¿Qué fue lo que robó?” Yo: “Nada, no encontré nada”. “Sin embargo, la anciana señora guardaba una importante colección de joyas en uno de los cajones de la cómoda, que no estaba cerrado con llave”.

– Nada encontré.

– ¿Usted nos toma por imbéciles?  La cómoda no fue registrada. No había huellas dactilares.

– Utilicé guantes.

– No se observaba el menor desorden.

Mi abogado defensor: “Señor juez, señores del jurado: el asesinato conlleva pena de muerte.  ¿Vamos a consentir que el acusado se ría de nuestras sagradas instituciones justicieras y que utilice el dinero y el prestigio del Estado para consumar lo que sería su suicidio? ¿Hemos de volvernos idiotas para creer en su desmañada sarta de absurdos? Observen su rostro cansado. “Es que estoy aburrido. (Me levanté.) ¡Ya está bien!”

El juez golpeó la mesa: “El acusado se abstendrá de alzar la voz”. Dije: “¡Soy culpable!” “¡Cállese! ¡No invente que es culpable!”“¡Protesto!”, gritó el fiscal. “¡Denegada la protesta”, sentenció el juez. “Puede retirarse el jurado a deliberar”

– No es necesario, señor juez. Todos estamos de acuerdo.

– Levántese el acusado.

Cuando salí a la calle el fiscal caminaba con la cabeza hundida mientras se dirigía a su automóvil. Un hombre se me acercó sonriendo. Era mi abogado defensor, con la diestra tendida. “Enhorabuena, señor Peña Nieto”.

– Maté a la vieja -le dije-. La vieja democracia. Para ello mis operadores pusieron en práctica todas las viejas trampas, toda la subcultura del fraude del viejo PRI, con un derroche demencial de dineros públicos en la compra del voto. Maté a la tal democracia y usted lo sabe, Leonardo Valdés.

– Claro, sí, ¿y eso qué importa en México?

Subió al auto. Yo, ahora, aquí estoy, el recinto atascado de cómplices, planeando entre todos el reparto de utilidades ahora que comencemos a administrarnos el país. La conciencia, tranquila. Todo legal. No hubo trampas. Si acaso, «rregularidades». Nada que altere los resultados de la votación,  jura el juez Luna Ramos.

Allá, afuera, por todos los rumbos, retumban amagos de tormenta.  Nada grave. (Es México.)

Delirante

De un caserío que se arropa en cierta hondonada hablé a ustedes ayer, y de La  Mansión donde los restos del monstruo aquel se tornaban polvo en su nido de telarañas y raso descolorido.  Por luchar contra tal demonio compartí el terror con los lugareños hasta que  la muerte de mi única en los colmillos del tal me forzó a huir del horror. Pero ellos se había decidido…

Que se congregaron todos y entre todos lograron dar muerte al endriago, supe después. Que aplicaron la fórmula que les reveló alguno luego de llorar sobre las flores de la tumba recién abierta. Los lugareños, medrosos y renuentes a la acción colectiva, se decidieron. Al rayo del sol y dándose valor unos a otros ascendieron al crestón y con la estaca de punta afilada penetraron en el nidal del dañero, dormido a media mañana.  Por alguno lo supe:

– Afuera brillaba el sol, pero adentro todo era oscuridad. Afuera ni una nube empañaba el azul,  pero en el salón de cortinajes decrépitos y a través de una ojiva se advertía la nublazón. Afuera vientos de  polen, perfumes, feracidad. Adentro, olor a cadaverina. Fatigados al esfuerzo de la ascensión, unos a otros nos veíamos lívidos. Pero la estaca en mitad del sueño y del corazón, aniquilamos al demonio de los colmillos ávidos. Ahí el engendro, reducido a huesos resecos y carnes amojamadas. No más.

Pero qué experiencias perduran en la memoria de algunos. Después de años de malvivir velando a las víctimas, en poco tiempo (¡la memoria del payo!) el engendro derivó en folklore, color local, espantajo de folletón, señuelo para turistas. Sólo algún viejo solía recordar las noches de desgarramientos que asolaron la región, el horror y el espanto, las sartas de ajos, el ensalmo, el crucifijo. ¿Entonces?

¿Cómo es que el endriago no pasaba de amable conseja en la tertulia familiar? Como existir, sí existió el demonio, dicen los payos, pero su mundo ha sido desintegrando. Y sonriendo requieren la copa y la romanza de amor. Alguno ensaya el pasillo de baile, tarareando la tonadilla que les enseñó el juglar trashumante, y al arcón de los cachivaches la leyenda de La Mansión. Pero aberraciones del payo…

Fue  esta medianoche, yo de vuelta al poblado y a la tumba de mi única, muerta por unos colmillos hincados en la yugular. Congregados los lugareños, antorcha en alto, enfilaban a La Mansión. ¿A qué, ya destruido el engendro?

Hasta mi ventana entreabierta se alzaba el rumor de los pregones con que mutuamente se jaleaban. ¡Entonces lo supe! En el cielo un renegrido nuberío. Retumbaron los primeros truenos. El zigzag de un relámpago primerizo. Y el firmamento se derrumbó sobre el caserío.

Después… a los relámpagos columbré las siluetas de los  payos que regresaban de La Mansión. Algunos la porra, el cohetón, la tonada juguetona. Porque ahí lo inaudito:  al juzgar que ya no entrañaba peligro ninguno los payos, acuerdo de todos, sacaron la estaca a los restos del vampiro de La Mansión. Revivió. Rejuvenecido. Abrió los ojos. Les sonrió. Los halagó. Les prometió una vida de bienestar.  Los colmillos apenas se le insinuaban…

Yo, estremecido, requerí el crucifijo y  los ajos. Porque el vampiro ha tornado a su vida viciosa y perjudicial y el peligro se cierne sobre el caserío de los insensatos. ¿Y la memoria histórica? ¿Pues qué, para esta clase de payos todo es inútil? Lástima de los otros,  quienes sí  ejercen el ejercicio de pensar…

Es noche cerrada, de insomnio para mí. Rayos y centellas chicotean el poblado. Allá, afuera, un furioso batir de alas. (PRI.)