Programa El Valedor correspondiente al 30 de enero del 2012.
El maestro Mojarro desarrolla una fabulilla con su padre como un personaje con el que platica acerca de la situación política en la ciudad.
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Consuelo de los afligidos
Que acabo de visitar un asilo de ancianos, dije a ustedes ayer. El más remoto de todos, el más mortecino, el más lóbrego y segregado del caserío, que en olor de decrepitud agoniza en el extravío de aquella polvorienta geografía: una finca árida, gris, que envejece al paso cojitranco de sus ancianas criaturas, con sus muros leprosos que arropan aquel almácigo de vejestorios descascarados de la vida que, guardia baja, aguardan el guadañazo final.
Fue la noche de anteayer. Desde media tarde habíame trepado al BMW (al volks cremita, quise decir), y enfilado rumbo al remoto asilo de ancianos, desahuciados de la vida, donde me proponía visitar a alguna de las internas que ahí se acogen a la misericordia de una paz que preludia la pax perpetua.
Era la hora de entre dos luces, cuando la tarde duda y la noche aún no se decide. Me puse a observarlos, a mirarlos deambular, sonámbulos, en aquel retazo de mundo que constituye su postrera ración de este mundo. De un lado a otro ellos y su bordón, los vi errar a lo cojitranco y cimbrarse a toses, y ahogarse a jadeos, y gorgotear a flemas, y abrir de par en par aquellos ojillos atónitos, y derrumbarse en la banca del jardincillo y exigir a bocanadas ávidas su ración de vida. Los viejos. A una de ellas vine a visitar, y la buscaba en aquella ruina de celdas y corredores.
Ya era de noche, que fue de toses y ojeras, del temblor de manos, la extrema resequedad y la humedad excesiva, temblor y humedad que dejan traslucir unos pulmones deshilachados, unas vísceras que se desintegran y unos músculos que llegaron al punto de la claudicación. Ah, ese enfrentar el horror inacabable de la noche en vela, en insomnio, en pesadillas. Noches de la anciana aquella que en el avieso sueño de los somníferos se remueve en el camastro y repite en sueños: “Mamá, mamá…” Ah, los labios del viejo aquel, su movimiento incesante. ¿Qué intentan decir? Los ojos del otro, fijos en el techo. Fijos tanto tiempo, que alguno le echó una sábana encima…
Buscando a la anciana me cayó encima una noche que fue de los tosijosos bagazos, un ir y venir del camastro al lugar excusado, un manipular de pastillas, cápsulas, unguentos, gotas y comprimidos, y el resuello rasposo, y el desacompasado latir, y el vahído, los sudores, los sofocos, el ahogo. En la almendra de su angustia, Job: “mide mi corazón la noche”, y las primeras luces, que no llegan. Presidiendo su comalada de frutillas que se tuestan, la Enlutada.
¿Mi propósito? Dar a la anciana mi compañía, darle mi plática, asistirla en algo, mostrarle mi humana solidaridad (no del todo desinteresada, porque pienso muy en el fondo del temor: hoy por ella, mañana por mí, uno nunca sabe.)
Fue así como fui a topármela en el fondo del rincón más apartado del jardincillo. La observé: de espaldas al cuerpo del edificio permanecía inmóvil, silenciosa en sus ropas oscuras, pasadas de moda. Decrépita, sí, pero aún altiva a sus 101 años de edad. “Señora”, le dije. “Vengo a hacerle compañía”.
Silencio. Fuera ya de este mundo, desarraigada de los intereses terrenos y ya un pie en la Gran Interrogante, la anciana siguió contemplando algún punto impreciso de la oscuridad nocturna, a lo lejos.
– ¿Cómo la trata la vida? Vengo a acompañarla por si de algo le sirve mi compañía.
Se alzó de hombros; siguió en su silencio, su mudez, su ausencia. “¿Ya preparada para el fiestón? Regalos, pastel, mañanitas”.
Me miró. Sañuda. Me sentí ridículo. (La conclusión, en el próximo.)
‘Esto te va a matar”
Construiré una reja eléctrica de 20 pies de altura en la frontera con México que mate a quien trate de entrar ilegalmente a Estados Unidos. Va a ser eléctrica, tendrá alambre de púas y un letrero en inglés y español: “Esto te va a matar”. Podría ordenar el uso de pistolas de verdad, con balas de verdad, para detener la inmigración ilegal.
Y que la propuesta en materia de política migratoria de Herman Cain, candidato republicano a la Casa Blanca, provocó delirante ovación. “Fue un chiste”, aclararía más tarde. Un chiste. En las preferencias de los electores el afro-norteamericano marcha en primer lugar.
Qué país el del gringo, mis valedores, y el de nosotros qué país. Y es como para preguntarse: ¿no con los Bush había terminado el horror? ¿Con los expulsados de su tierra madrastra vengarse los negros de los agravios que durante siglos les infirió el anglosajón?
Pero los giros y los bandazos que da la historia. Como danzar una compulsiva tarantela, como si un loco manejara el timón. Un drogado. Porque, si no, ¿cuánto tiempo ha transcurrido desde el esclavismo, cuánto desde Linch, el Ku-klux-klan y las cruces ardientes? No podía el negro, apenas ayer, colocarse cerca del anglosajón si no era para cargarle el equipaje o limpiarle los zapatos. Hoy el imperio tiene a un cuarterón en la Casa Blanca y a un negro de puntero en las preferencias para la sucesión. ¿Cómo fue? ¿Lo explicará la tesis de Carlos Fontanellas?
En ella se alude al concurso del negro en la Guerra Civil originada en la rivalidad entre los confederados esclavistas sureños y los estados del norte de EU, lo que los enfrentó en la Guerra de Secesión de 1861-65. Los esclavos negros intuyeron la gran oportunidad para luchar por la libertad y la igualdad mientras en el norte, los negros libres intentaron enlistarse con las fuerzas de la Unión. Su entrenamiento militar fue prohibido por la policía. El gobierno federal evitó el alistamiento de negros en el ejército. Lincoln los rechazó en 1861 y en los años siguientes.
La presencia activa y la agitación de las masas negras preocupó al gobierno, que creó un Depto. de Colonización, destinado a retornarlos a Africa o a alguna isla del Caribe. Tal política fracasó.
El negro logró enlistarse en el ejército, pero fue objeto del encarnizamiento sureño, que se negó a tomar prisioneros; los heridos eran asesinados; el ejército los discriminaba; se les cerraba la posibilidad de ascenso a cualquier rango militar y se les pagaba la mitad del salario que al soldado blanco. Muchas compañías de combatientes negros, ante el problema de la paga, adoptaron la digna postura de no aceptarla.
Más tarde se gestarían nuevas formas de explotación de los campesinos negros, que fueron forzados a volver a las plantaciones con métodos represivos de enorme violencia.
El ejercicio del sufragio lo ejercieron los negros bajo el terrorismo racial de los oligarcas, que para mantenerlos alejados de las urnas propagaron atemorizantes amenazas, organizaron y armaron bandas y crearon sociedades secretas para imponerse y coaccionar, mediante la tortura, la violencia y el crimen, tanto a los negros como a los simpatizantes blancos. El Ku-Klux-Klan, entre ellas, que integrado en 1865 como un club de jóvenes de familias prominentes, se extendió por los estados del sur hasta quedar formalmente organizado en 1868, “para oponerse a la influencia africana en el gobierno y la sociedad, prever la entremezcla de razas y defender la supremacía política y social de la raza blanca”. (Sigo después.)