Aquí finaliza mi saludo al asaltante callejero que operaba en el México de ayer. Creo que ese saludo, por obvias razones, se torna más oportuno que antes. Decía al asaltante de los años viejos, ya extinto el día de hoy:
Permítame saludarlo con mi comprensión y respeto, porque la vida me lo habrá tratado de hijastro, de oveja negra, de célula cancerosa de la sociedad. Porque su destino es el de la soledad, sin más; sin hogar, sin familia, sin una compañera amantísima, sin paz, sin nada de nada. Porque sabrá Dios qué causas oscuras lo arrastraron a la delincuencia; si fue el desempleo, si la falta de preparación, si el mal natural, si el mal fario. Porque alguna vez, de retorno del asalto alevoso, la conciencia le habrá jalado el sarape y lo mantendrá en vilo, mirando la oscuridad, con los redaños en la garganta y el rostro de la víctima frente a las pupilas insomnes. Porque si ocurriese que la vida le dio un primogénito, qué cuentas le va a rendir, con qué cara va a mirarlo cuando el Tomasillo lo llame a juicio. Indefectiblemente. Porque así sobrevive: aventando el valor por delante, el corazón en los entresijos, atenido al puro arriesgue, al mísero filero o a esa 22 especial donde es más el ruido que las balas…
Lo saludo a lo solidario porque aborrezco el crimen, pero intento comprender al criminal, y porque usted arrebata lo ajeno, pero expone lo propio. Por eso lo admiro en la misma medida en que aborrezco a criminales de uniforme como esos policías de Cocula e Iguala que se coludieron con los mafiosos de Guerreros Unidos, arruinando lo poco que quedaba salvable de esos narcotraficantes.
Usted, para asaltar, no anda poniendo de pantalla las leyes. ni ocupa un cargo público desde donde robe y secuestre a lo impune, y asesine y haga desaparecer a sus víctimas en fosas clandestinas.
Usted es perraco trasijado que mordizquea para sobrevivir; ellos, doberman psicópatas que de sus criminales negocios salen dinerosos. Esos Abarca, Pineda y congéneres, con los uniformados a su mando, son un muestrario corrupto de nuestra ancestral corrupción nacional. Esos son los temibles. Ellos, que para ejercer de hampones ni siquiera han tenido que invertir en el arma y un mal pasamontañas que les oculte ese rostro de Abarca psicópata.
Usted, esta noche, después de sus correrías de facineroso, tal vez pueda dormir en paz. ¿Y ellos, gobernadores y ediles, comerciantes y “religiosos” beneficiados del narco? ¿Ellos, cuyos nombres Abarca y Pineda van a tener que vomitar a la pura ley del “interrogatorio científico”, nombres que quizá no logremos conocer en este sexenio?
Y qué hacer; usted, como todos los damnificados por los asaltantes con fuero, poder político y complicidades con unos chuchos a los que la juventud universitaria les grita ¡asesinos!, tiene que soportar a esa aborrecible plaga de demagogos que (tal es el sistema fascista) se viven alabando de palabra a quienes perjudican con sus criminales acciones.
Hoy mismo, mirando en el diario la efigie de Abarca y su Pineda cómplice, digo a usted: el original de este “Compañero asaltante” lo redacté en el México del PRI-Gobierno anterior a Abarca y compinches un México ingenuo y ya inexistente, donde ladrones eran sólo el “impoluto” monarca sexenal y algunos de sus cortesanos. Hoy tampoco es usted el de aquel entonces, porque los políticos que han degradado el narcotráfico a usted lo cooptaron o se retiró por no resistir el peso de una competencia desleal. Porque usted y aquel México se fueron para nunca más. (Vale.)