“Emblema de la ciudad”

“Y di a los naturales algunos bonetes colorados y varias cuentas de vidrio que brillaban al sol, y quedáronse maravillados. Yo, a cambio de tan valiosas baratijas, sólo me hice retribuir mil doscientos millones de pesos”.

De la trascendencia hablé con ustedes ayer, y de las obras grandiosas con las que genios, héroes y estadistas han perpetuado su memoria en la historia de la humanidad. El de Los Pinos lo intenta con un engendro grandote, una tenia larga, erecta y ostentosa, tablón erizado de lámparas y fuegos fatuos, inútiles fuegos de artificio, al que enjaretó un alias rimbombante: “Estela de luz”. (De pus, le llaman algunos; del delirante derroche de millones que pagamos ustedes y yo, todos nosotros.)

Lástima que alrededor de 50 mil mexicanos asesinados y algunos 250 mil desaparecidos no puedan venir a asombrarse ante el monumento conmemorativo del gobierno de cierto guerrero que involucró a la sociedad civil  en su guerra particular contra los mafiosos. Las familias enlutadas no tendrán ánimos para admirar esa criatura malparida quince meses después del término natural y tremendamente excedida de pesos: mil millones más de lo programado, que sin tener vela en el parto habremos de  pagar todos nosotros, a querer o no. Y a propósito:

Es así como al modo de Eróstrato, un mediocre pastor de borregos que por lograr la trascendencia quemó una de las siete maravillas del mundo antiguo, el templo de Diana en Efeso, ahora el autor intelectual de ese relumbroso espantajo  logra la anhelada trascendencia, porque ya desde ahora, en la conciencia colectiva, eso alto, flaco, erguido, con escamas de cuarzo importado, se nos quedó como símbolo fehaciente de un sexenio que es el del aturdimiento y la improvisación, del derroche y  la corrupción impune,  del vacío de poder el predominio del hígado sobre las neuronas. Y algo más:

Ayuno de autocrítica, el autor intelectual del engendro nacido a los quince meses de gestación y bautizado a escondidas antes de tiempo, lo nombra   “emblema por el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución. Un verdadero icono de la ciudad”. Ponderado, el Ejecutivo. Mis valedores:

Ya nos tomaron la medida. Ya nos perdieron el respeto. Nos vencen por nuestra propia ignorancia, y por nuestra ignorancia nos convierten en colaboracionistas del Sistema de poder. Es México.

En fin, que en su discurso de inauguración perpetrada,  sé lo que digo,  a lo subrepticio y sólo ante la presencia estoica de sus paniaguados, el de Los Pinos dijo algo que es una verdad tan grande como la cosota que tenía detrás:

– ¡Este es un monumento en el que los mexicanos nos podremos identificar todos!

No acerca del mamotreto, pero sí con esa sentencia de mala sintaxis acertó el de los dicharajos, las caídas del triciclo y la mecha corta. En eso tiene razón, porque todo lo bueno y todo lo malo que ocurre en esta nuestra casa común, de la que somos los propietarios y cuya posesión nos la garantiza el 39 Constitucional, es responsabilidad de nosotros. De la Estela de pus, del monumento al mal gusto y la corrupción impune, de la improvisación y la ineptitud, del vacío de poder y aun de la regazón de cadáveres que ha enlutado el país. ¿Quién tiene la culpa, el dueño de la casa o los servidores que contrató para que le den el necesario servicio? Y el poder de los símbolos: ¿alguno de ustedes habrá descifrado la simbología de cierta novela célebre que tiene ajustada aplicación en la estela y su autor intelectual?

(Del tema hablaré después.)

Hablando de engendros…

La trascendencia, mis valedores. En este mundo todos nosotros, por imperativos de salud mental, requerimos de arraigo, vinculación, identidad y, para no morir del todo, de trascendencia. Con ánimo de que perdure la memoria de nuestro paso por este mundo queremos realizar una obra benéfica para nuestro mundo familiar, y así prolongarnos el tanto de un suspirillo en el recuerdo de la familia, los amigos, los vecinos y conocidos, en fin. La trascendencia.

Por afanes de esa humana necesidad tantos héroes míticos de vida hazañosa erigieron templos y estatuas y fundaron ciudades. Dido, por no ir más lejos, funda Cartago, y en la Biblia Nimrod sobrevive como soberbio cazador y  padre de pueblos. Ya en los terrenos de la realidad, en el antiguo Egipto Akhenatón levantó templos y estelas en honor de un tal Amón, el dios único, y desde Roma uno dejó su nombre en Alejandría y uno más transformó en Constantinopla la antigua Bizancio. No del todo morir.

Mientras tanto, acá entre nos los meshicas inventaron México-Tenochtitlan en una tierra de sapos, culebras, ajolotes y renacuajos que al transcurrir de los siglos hemos alcanzado la pretensión de seres humanos. Es así como la obra benéfica para la comunidad producirá en los demás un recuerdo agradecido del benefactor. A propósito:

Hubo en alguna ciudad un individuo solo y su alma, sin familia ninguna, que de barrer las calles por cuenta del municipio ahorró centavo a centavo hasta lograr la compra  de un terreno baldío encajado en la zona roja de aquella barriada pobre de la ciudad, y lo escrituró a nombre de las prostitutas de la localidad.

El barrendero murió de viejo, y al tomar posesión del predio, las rameras lo convirtieron en su centro de reunión y convivencia, mandaron forjar un busto con la vera efigie del donador y a diario le llevan flores frescas. Así fue como  el barrendero logró trascender. Perfecto.

Claro, también es posible trascender con el expediente de una acción negativa. Eróstrato, pastor de ovejas, no teniendo otro recurso para dejar memoria de sí  en la comunidad incendió una de las siete maravillas del mundo antiguo, el templo de Diana en Efeso. Su nombre, compruébenlo ustedes, se asienta en el diccionario. La trascendencia del mediocre, del nefasto, del negativo. Eróstrato.

La trascendencia machihembrada al poder de los símbolos. Para dejar un recuerdo de su paso por el mundo un tal “caudillo por la gracia de Dios” mandó edificar el ostentoso Valle de los Caídos, por más que el mundo lo tiene en la mente (en los hígados) por el reguero de cadáveres que produjo durante la guerra civil del 1926-29, delirante masacre que llevó al poeta a dolerse:

“España ha muerto. Murió de la otra mitad”. Y a esto, mis valedores,  quería yo llegar.

Ya hablando de nuestro México semejanzas diversas se advierten entre el Franco gallego y  el residente actual de Los Pinos. Este también  ha barbechado el territorio patrio y le planta un almácigo de cadáveres y desaparecidos, un “daño colateral” de familias rotas y comunidades fantasmas. “Y en todas partes dejé – memoria amarga de mí”, fanfarronea el Tenorio.

El de Los Pinos, mientras tanto,  continúa arrojando paladas de carbón a la caldera reina de la nota roja y generando en la población civil sangre, luto, dolor, lágrimas y rencores mal encubiertos. México.

Pero hasta en el de Los Pinos se advierte ese afán compulsivo por trascender,  de tal modo que hace meses mandó edificar una con pretensiones de torre de Babel. (Del tal engendro les hablaré mañana.)

El sonido y la furia

Eso y no más significa la campaña electorera, que no electoral, que el Sistema de poder monta cada tres y seis años para avivar una vez más las esperanzas deshilachadas de unas masas sociales desencantadas,  y al propio tiempo prolongar el medro personal y de grupo en el Poder. Semejante escenificación la ejecuta con el concurso de una tropilla de sobreactuados histriones que al tanto más cuanto realizan su sketch con base en el libreto de siempre, que en sus parlamentos expresa  todo lo positivo y alentador que las masas sociales están ansiosas por escuchar cada tres, cada seis años, y que en el escenario y con la escenografía de costumbre los histriones repiten hasta la náusea. Ahora mismo, imagínense: cuatro millones de anuncios de propaganda que ya inician su combate manipulador contra unos pobres de espíritu a los que ya empiezan a enfervorizar. Que si el tricolor, y que si el amarillo, y que si el cielo es blanco y azul, como afirman los curas políticos.

Esta sañuda enajenación es repetida a lo machacón a base del mismo libreto cada tres y seis años, de manera irremediable. Oigan, si no, sus “spots”, sus arengas, su demagogia, y comprueben que se trata del mismo discurso con distintos actores, con las promesas de siempre, lanzadas a gritos entre manoteos y gesticulaciones. Pero aquí la magia de tan trillado ritual: una vez más consigue convencer a unas masas que mal viven de espaldas a la Historia y a la realidad objetiva. ¿Sabían ustedes  que halagar de dicho a las masas es industria  de fascistas, caudillos y demagogos, que  de hecho, una vez convencidas van a oprimir y reprimir, en su caso?

Claro, a unas masas sociales con acopio de cultura política difícilmente podrán convencer. Por vez primera, tal vez; por segunda ocasión, todavía el beneficio de la duda, posiblemente, ¿pero una y otra vez, a lo machacón y reiterativo? Grave que nos neguemos al ejercicio de pensar, al de la autocrítica y al de la creación de técnicas, tácticas y estrategias para cambiar tan dañina situación. Es México, el país que presume una democracia que de hecho no lo es, pero sí una de las más caras del mundo.  ¿Nosotros, en tanto? Nosotros ya enfervorizados a la perspectiva del cambio. Ahora sí, con Peña, con Josefina con Andrés Manuel.  Esas ganas de creer…

Hoy que los candidatos de este partido o aquella coalición, jineteando las leyes y a los encargados de hacerlas cumplir, ya andan en plena campaña, vale la interrogante: ¿cuál es la almendra, cuál la sustancia de esas campañas electorales? La definición cabe en vocablos como estos: diatribas y ataques, inquina y embustes, acusaciones y descalificaciones, verborrea y falsas promesas a lo largo y ancho de unas campañas costosas hasta la aberración para todos nosotros, los contribuyentes.  Tal el costo alucinante de una esperanza inútil. Es México.

¿El candidato ganador? ¿El próximo presidente del país? ¿Volverá, con el Tricolor, a su carácter de diosecillo sexenal? ¿Será como el individuo aquel, mediocre al igual que los candidatos de hoy a Los Pinos, que en nuestra raíz meshica y durante algún tiempo asumía su papel de dios Tezcatlipoca? El individuo era tratado como al verdadero dios por tlatoanis, nobles y macehuales, y todos lo agasajaban como hoy mismo al próximo diosecillo sexenal (no al actual, mal visto y malquisto por más de la mitad de los mexicanos), con la diferencia que ustedes, como sigan leyendo, van a encontrar al final del escrito. Relata el cronista de la Nueva España… (Su relación,  mañana.)

Peña, ¿el bueno?

“Dirigentes del PAN y el PRD condenan que el gobernador Peña reporte obras en proceso como ya terminadas”:

Presume obras fantasmas. Presenta como logros obras que apenas (se) inician. No cumple sus promesas.

Enrique Peña Nieto, mis valedores. Que el candidato del PRI a la presidencia del país va punteando en las preferencias de opinión, y que tiene muchas posibilidades de ganar en las urnas a López Obrador y a alguno de Acción Nacional. Siniestro. Yo, de tenerlo a la mano, le diría de viva voz esto que me propongo comunicarle en el presente mensaje.

Señor candidato del Tricolor: yo ya estoy tranquilo. Por mí, por mi gente, por México. Atrás han quedado los meses de tensión, de neurosis, del sueño incompleto. ¿Tan desdichados seremos mi gente, mi país, yo mismo, me decía entonces, que presenciemos el retorno del PRI a Los Pinos? ¿Lo permitirán las masas sociales? ¿Hasta ese grado de desmemoria han de llegar, que permitan tal desmesura? No únicamente evitar que regrese el PRI como partido de Estado, sino encaramarlo a Los Pinos con la  papeleta a favor de su gallo copetón. Mis valedores:

Yo, a medias del desvelo, en la oscuridad miraba hacia el techo de mi habitación: ¿así que de sucesor tendremos un mediocre del tamaño de los dos panistas que han enchinchado Los Pinos? ¿Ese solapador de la riqueza inexplicable de la honorable familia Montiel tendrá mano libre con los dineros públicos? Y el sueño, andavete. Y qué hacer…

Peña basó su campaña en un exceso de demagogia, a sabiendas de la imposibilidad material para poder resolver los problemas del Estado.

¿Protestar públicamente, e-xi-gir, como Sicilia, al enemigo histórico, prometer una manda al beato “amigo de México”, estrategia tan efectiva como la de Sicilia?  ¿E-xi-gir a Dios que me haga el milagrito, táctica tan eficaz como las anteriores? ¿Yo llegar al extremo del pensamiento mágico? Nunca. Jamás.

Pero los vericuetos que tiene el pensamiento mágico: fue el cielo, quién lo creyera,  el que me concedió el milagro, y ahora sé que usted no va a posar sus dos reales en el sillón de Los Pinos, certeza que me ha dado tranquilidad de   espíritu. Por mí, por mi gente, por México.

¿Que el del milagro fue el cielo? El cielo fue, pero no por gestión de ningún santo, ni un beato “amigo”, ni una beata del Verbo Encarnado, sino de uno que se habla de tú con los cielos. Me explico.

Según la nota del pasado miércoles que publica Milenio, un Antonio Velázquez, “el Brujo Mayor de México”, acaba de afirmar que según sus cartas, el virtual (¡!) candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto, será el nuevo Presidente de la República.

Qué alivio, señor Peña Nieto.  Por mi, por mi gente, por México.  Porque  si ya se sueña usted en Los Pinos más le vale leer lo siguiente y sacar las conclusiones:

Este Antonio Vázquez,  “el Brujo Mayor de México”, modestamente, es el mismo que en vísperas de las elecciones del 2000 fue entrevistado por el de Reforma:  “Se acaban las cartas, don Antonio, y no ve usted a un candidato que pueda ser el Presidente para el 2000”. “Bueno, haberlo preguntado antes, dice el brujo estrellero. Sí que lo veo. (Una pausa. Se mesa (sic) la espesa barba que le llega al vientre y deletrea un nombre y un apellido). Y así, con la ayuda de los astros y la propia fuerza astral, el brujo mayor va deletreando  el nombre del sucesor de Zedillo: “Mi-guel – A-le-mán”. (¡Brujo!)

Eche cuentas, señor Peña Nieto (Uf.)

Salucita

Navidad y Año Nuevo, mis valedores, se nos fugaron para nunca más. ¿Cómo festejaron ustedes las tales fechas? Para la grey católica (la inmensa mayoría de mexicanos) el rito de la Natividad de Jesús tuvo que ser, de acuerdo a su fe y sus creencias, una celebración encuadrada en la liturgia religiosa, porque de otra manera semejantes católicos  no habrán pasado de ser unos tartufos, simuladores y  gesticuladores que convirtieron la llegada del Cristo en no más que una fiesta pagana, sólo una ocasión para beber y engullir hasta límites del desarreglo estomacal. Porque, mis valedores, somos o no somos. Sin más.  ¿Somos  de esencia o tan sólo de apariencia; de forma, pero no de fondo? La respuesta, a cargo de ustedes.

En fin, que para algunos esta de la pasada Navidad fue noche a la medida para empantanar de alcohol el espíritu, situación que hubo de prolongarse en la festividad de Año Nuevo. Esos fueron  los días en que se hubo de afianzar y extender entre los jóvenes, ellas y ellos, el hábito pernicioso del alcoholismo. Y es que para nosotros, lástima, cualquier celebración cívica, familiar, cultural o de índole religiosa, resulta un buen pretexto para acudir al licor: el bautizo, la primera comunión, los quince años, el día onomástico, el casamiento, el velorio, todos. No, y la celebración del Santo Patrono, y la Feria Internacional del Caballo en Texcoco, la de San Marcos en Aguascalientes, el Cervantino en la ciudad de Guanajuato, y la noche del Grito, el Desfile,  el Día del Niño y el Día las Madres, fiestas todas ellas que se han convertido en borracheras descomunales en las que el protagonista e invitado indiscutible es el licor en todas sus variedades: desde el whisky y la ginebra hasta el tequila y el mezcal.  Salucita.

Y por si no fuera bastante el achaque del licor, uno más, tenebroso,  para los pobres de espíritu: estos días son ocasión para la subcultura de la superstición, para la abyecta industria de la superchería y la engañifa que en los días de crisis y en los del fin de año medra con la debilidad de esos espíritus encanijados. Ahora mismo florece la industria de charlatanes, brujas y brujos, augures, zahoríes, y el falso adivino, los embusteros del arcano y los arúspices de la irracionalidad; es ahora cuando se vive de lleno la época de oro de pícaros peritos del fraude y de la engañifa de cándidos, de ignorantes y desprotegidos, tan  escasos de bienes terrenales como de espíritu. Suerte, amor, fortuna económica, sanación de toda suerte, mala suerte, de enfermedades. Y acudir al chamán y al adivino,  al augur y el santón vividor y embustero. Y a retirarte la salación…

Pero también el oráculo frente al arcano. La inquietud del humano por columbrar el futuro lleva a ansiosos y compulsivos a la insensatez de interrogar al tarot, la lectura del café y de la mano, la bola de cristal y el horóscopo. Es entonces la hora del brujo, el adivino y toda la ralea de oficiantes de la esperpéntica industria de la superchería que medra con la ignorancia del inmaduro, el esperanzado (esperanza irracional) y el pobre de espíritu y de dineros. Y entonces, por conjurar las malas influencias y tornar propicias  las fuerzas astrales, guárdate este amuleto, y cuélgate el talismán, y ejecuta este ritual, y compra (en mi establecimiento, puntualiza la “bruja blanca”) la vela, el aceite milagroso, la piedra imán. ¿Que nos depara el futuro, mis valedores? ¿Con Calderón? ¿No lo imaginan?  ¿Con ese señor en Los Pinos? (Sigo después.)

Sabiandijas

Pasó el remolino, mis valedores. Se aplacó el vendaval, se extinguió el escándalo y se apagaron los fuegos fatuos de la pedantería, el egocentrismo y la vanidad. El sabihondo y la culta dama guardan sus aspavientos para mejor ocasión, que alguna otra víctima  no les ha de faltar.

Y es que para regodeo de figurones del intelecto cierto mediocre político se acaba de exhibir como lo que es: un ignorante en materia libresca, y entonces la culta dama y el culto lector, taquicardia y jadeos: “¡Pero cómo! ¡No es posible! ¡Cómo un ignorante pretende gobernar nuestro México! ¡Inconcebible!”

Y que al iletrado más le valiera intentar el gobierno de algún primitivo y oscuro país que mal figure en el mapa de la civilización. “¿Pero este México nuestro gobernado por un analfabeta funcional? ¡Nunca!”

Y que yo, en cambio, alardeó alguno de los tales en su columna del matutino; yo, para ser lo que soy y llegar hasta donde he llegado, ¿calculan ustedes cuántos libros tengo leídos hasta el día de hoy? ¿Imaginan los títulos que marcaron el rumbo de mi existencia? Incontables.

Y por vía de ejemplo suéltese la chorrera de títulos librescos a todo lo largo y ancho que permitió el espacio periodístico, diarrea donde cupieron novelas, libros de frases célebres y de superación personal. Si extranjeros, mejor. Si con la transcripción del epígrafe en su idioma original, lo máximo. Imponente la cultura personal del articulista. No que esa afrenta de la cultura,  el cretino candidato priísta a Los Pinos. Mis valedores:

El PRI no debe retornar al gobierno, y si regresa culpa será de tres agentes visibles: Washington, Calderón y el sufragante, en ese orden. Por todos los males que en setenta años de gobierno provocó en  el país juzgo que  el Tricolor no debe volver a embrocarse la banda presidencial. ¿Pero objetar su retorno tan sólo por la incultura de su gallo copetón? ¿Contra su mediocridad de lector enfocar las baterías panistas y las de su aliada oficiosa, la Nueva Izquierda chuchera? Un lector, escritor y catedrático de la talla de López Portillo,  ¿cómo dejó este país al final del sexenio? ¿Y cómo lo dejó don  Lázaro, que de seguro no había leído la décima parte que el amante de la Luzy marido de la Romano y la Montenegro? ¿Impensable, como se escandaliza el sabihondo, que un inculto gobierne este México que lee entre uno y dos libros y medio al año, casi todos de “superación personal”? Hoy mismo, ¿en manos de quiénes, de quién, está el costosísimo cascajo de la educación pública?

Allá los tales, dirá alguno en llegando a este punto. Pues sí,  ellos allá, pero acá nosotros; acá unas masas sociales inermes y vulnerables ante la mugre que les cae desde todos los medios de condicionamiento de masas. Yo, tanto en nuestro espacio comunitario de Domingo 6 (Radio Universidad), como en correos electrónicos y en el transporte público, escucho la voz de unos individuos perplejos, que haciendo suyas opiniones ajenas mueven la testa y sonríen, irónicos:

– ¿Pues qué le parece, valedor? ¿Merecemos que un iletrado gobierne nuestro país? ¡Nunca!

Una monja, mis valedores, a la distancia de siglos nos ofrece la solución: “hacedlos cual los queréis – o queredlos cual los hacéis”.

Nosotros, sí, que por no leer somos tan vulnerables ante la feroz manipulación de los medios,  y que por ser tan vulnerables no nos preocupamos por leer, pero armamos la escandalera ante uno que al que esos medios sorprenden de ser tan inculto como lo somos nosotros. (Trágico.)

Los muladares de la superstición

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo es como el salvaje y el niño.

Y esas supersticiones, pústulas purulentosas, revientan en todo tiempo y lugar, pero es en estos días de principios de año cuando sueltan toda su virulencia Es ahora cuando el vividor, el embelecador y toda suerte de charlatanes se dan a medrar con la ignorancia, la credulidad y la irracionalidad de esos pobres de espíritu que en el  intento de reforzar su desfalleciente sentido de la vida y una vez que les ha fallado la fe en su Dios, en los políticos y sobre todo en sí mismos, depositan toda la carga de su irracional esperanza en el licor, la droga, Saturno y Plutón. Y vengan sobre los lomos del crédulo el ensalmo y la limpia, el sortilegio y el talismán, y a echarle dinero bueno al malo, y a cebar los ahorros de los picaros de la engañifa y la estafa.

El hombre no necesita, para avanzar, las muletas de ninguna superstición. Las supersticiones nos hacen retroceder en razón inversa a nuestra capacidad de vivir. En razón directa a nuestra propia mediocridad. Todo progreso moral es el triunfo de una verdad sobre una superstición.

Las fuerzas morales emancipan al humano de ese yugo nefasto. El varón de ideales concilia sus sentimientos con su razón a tenor del aforismo clásico: no hay religión más elevada que la verdad.  Y que todo progreso moral presupone el triunfo de la verdad sobre la superstición. Y la síntesis de eso horroroso que ocurre en los muladares del pensamiento mágico: la ignorancia, el dogma, el prejuicio, la debilidad. Año nuevo, vieja superstición. Lástima.

Es así, por “arte de magia”, como en un terreno abonado por la ignorancia retoña una vez más y florece y echa vaina la industria del fraude que perpetran brujas y brujos, zahoríes y augures, hechiceros y ensalmadores, el falso adivino y los embusteros del arcano, los arúspices de la irracionalidad y toda la cáfila de charlatanes de la falsa esperanza. El arranque del año es la edad de oro de pícaros buscavidas peritos del fraude y de la engañifa, cuyas víctimas se encuentran entre los cándidos, los ignorantes y los analfabetos funcionales, y aún más doloroso: entre los débiles, los angustiados y los desprotegidos, tan pobres de espíritu como de bienes terrenales. Y rápido, a comprar  zarandajas “mágicas…”

Hoy les propongo, mis valedores, que hablemos de brujos, santones y merolicos; de pícaros, de videntes, de vividores que medran con la neurosis de los angustiados. Hablemos esta vez del pensamiento mágico, ese universo de embuste,  fantasmagoría y esperanza irracional en que se refugian los pobres de espíritu cuyo carácter encanijado se deja vencer por una realidad objetiva que los rebasa en el áspero oficio del diario vivir una vida dificultosa.  Hablemos de los embelecos del pensamiento mágico que florecen en estos días iniciales del año, cuando en algunos aflora lo que guardamos de crédulos e inseguros, que nos  fuerza a refugiarnos en lo pretendidamente sobrenatural. El pasado oprime a los débiles y los ata a dogmas que otros forjaron; los muertos se imponen a mortecinos en razón inversa a nuestra capacidad de vivir. Superstición, pensamiento mágico.

No, y los fementidos horóscopos. De Acuario afirma en la radio una tal “bruja blanca”,  negociante de basura “mágica”: Su tendencia a expresarse con aire autoritario puede provocar que las personas demasiado sensibles no actúen como usted espera que lo hagan. ¿Que qué?)

La Arquidiócesis Primada de México advierte a sus fieles: La consulta de horóscopos y la lectura de cartas están prohibidas por la Iglesia Católica“.

Y sigue de predicciones basadas en el discurrir de los astros en el espacio, como este que estableció la susodicha “bruja blanca”  para el signo de Piscis:

“Hasta agosto predominan las ganas de divertirte. A ti ya te cuesta poner los pies sobre la tierra”. (¡!)  De esa engañifa de crédulos hablaré después. (Vale.)

Ex-voto

Inicio el año con una historia personal. No el tema de asuntos políticos ni la fabulilla de mi invención. Lo que hoy les relato es una experiencia personal que me provocó un raigón de agradecimiento a un servicio social del que no había oído mentar, ni conocía ni me interesaba. Y a ese mundo fuera del mío acabo de entrar. Mis valedores:

Soy físicamente sano y por lo mismo desconozco la cultura de la enfermedad, y es por ello que la súbita punzadilla me espantó y trájome atarantado durante media semana. Y qué hacer, sino acudir a mi Aída madrina, remedio de los problemas que yo no pueda solucionar. El hada: “A consultar al especialista del Sanatorio Español”.

Yo no tengo, como ella, derecho a los servicios de la institución, pero sí, como pueda pagar la consulta, a la atención particular de sus especialistas. Me mostró una lista de los susodichos, y ándenle, qué sonorosos los dos, tres apellidos, con muchos “de” e “y” intercalados entre un Sanjurjo Moratinos, un Montero Benavente  y un Aranjuez Perelló, válgame.

Fecha y hora de la cita, difíciles. Que una agenda saturada, que una convención en Rochester, que… la punzada, síndrome Bush,  invasora. Yo la zozobra, el temor y el temblor. Finalmente:

El día de la cita llegamos con dos horas de anticipación y con dos horas de retraso pudo verme la cara el especialista Aranjuez. En los cinco, siete minutos que permaneció con la testa clavada en alguna carpeta antes de percatarse de mi presencia revisé el consultorio, y sí,  hace juego perfecto con un estacionamiento de setos bien recortados, la elegancia y ambiente perfumado de la sala de espera, la discreción de la melodía instrumental y la belleza y buenos modales de las recepcionistas. Finalmente, observándome inquisitivo, el Aranjuez: “Diga”.

Dije. Me vio la cara, me oyó mi cuita, me tendió una receta y volvió a su carpeta. Y qué pandilla de ceros arrastraba el dígito en la factura, que nunca nadie tanto cobró por tan poco. Y a surtir la receta, y la punzada a surtirme de lleno, porque las costosísimas medicinas nomás Valentín Madroño, y qué hacer.

Entre punzadas se atravesó la Navidad. Yo, por sacudir la rutina del diario vivir, una semana planeé vacacionar en Cuernavaca. Tres cuartos de un día soporté, parte de ellos atejonado en un cubículo de este tamañito, miren. Porque ocurrió que a media mañana, bajo un sol como toro padre, la española y yo recorríamos una calleja de barrio, torcida como sus aceras y salpimentada de tortillerías, artesanías y vendimia de celulares, cuando Aída, de repente:

– Esa pequeña farmacia, ¿ves? Tiene un consultorio anexo.

Y allá vamos, y a la espera de mi turno observé a los pacientes, que hacían juego perfecto con el consultorio, la calle, la entrañable barriada, melliza de esta,  la mía. Media hora después ya estaba yo en el cubiculito de noble austeridad frente a la joven de bata blanca y aspecto mestizo, su cédula profesional como único adorno en el muro de triplay. Ante la morenita abrí la boca, abrí el corazón, abrí todo lo que me pidió abrir. Un examen, una receta, el pago por honorarios. Cápsulas y pastillas, en la farmacia anexa. Mis valedores:

Doctora y medicinas no alcanzaron la suma que cobró el estacionamiento del Aranjuez. La punzada, dos días después, muerta del todo, y yo del todo a vivir. Hace rato pensé en Aranjuez, en  Sanjurjo, en la morenita del triplay, e inclinando la testa ante la imagen de esa maga y taumaturga que me traje en la mente, aquí, y ahora  le ofrezco este mi ex-voto. (Qué más.)

Cachivaches mágicos

“Un pueblo ignorante, afirma Simón Bolívar,  es un instrumento ciego de su propia destrucción. Los ignorantes adoptan como realidades lo que son puras ilusiones”. Por su parte, La Biblia: “No os volváis a los encantadores y a los adivinos: no los consultéis ensuciándonos con ellos (…) No serás practicante de adivinaciones, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni fraguador de encantamientos, ni quien pregunte a pitón ni mágico, ni quien pregunte a los muertos. Es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas”. Mis valedores:

Exhaustos hemos llegado a la punta opuesta de un año más, que como los anteriores hemos vivido en el cogollo de crisis de todo tipo y tamaño. Como los anteriores, el santo y seña del año pasado fueron el desengaño, la desesperanza, la desilusión. Al débil de espíritu lo doblegó la realidad objetiva y, falto de temple y carácter por carecer de un verdadero sentido de su existencia, por conjurar el mal fario de los nuevos tiempos vuelve los ojos a “sobrenatural”. Falto de fuerza propia recurre a las “fuerzas astrales” que le han de descorrer el telón del arcano y procura el cobijo del conjuro, el ensalmo, el amuleto, el talismán y toda la sarta de cachivaches “mágicos” que le vende la “bruja blanca”. Lo irracional, y no más; pero esas ganas de creer: en algo, en alguien, porque no se cree en sí mismo. Y a comprar raciones de la esperanza en la medalla milagrosa o algún otro cacharro que se cuelga al pescuezo…

¿La astrología una ciencia? El científico: “Según la astrología el sol, la luna, las estrellas y los planetas, pueden influir en lo que sucede en la tierra, pero las propiedades zodiacales de las diversas constelaciones son pura imaginación. Los astrólogos primitivos no sabían nada de Urano, Neptuno o Plutón, que fueron descubiertos cuando se inventó el telescopio. Entonces, ¿cómo se trató de sus influencias en las tablas astrológicas trazadas siglos antes? Además, el tiempo de viaje del Sol entre las constelaciones, como lo ve un observador en la Tierra, está atrasado por aproximadamente un mes desde que se trazaron las tablas astrológicas, hace dos mil años. ¿Y por qué debería ser buena o mala influencia de planetas, cuando la ciencia sabe ahora que los planetas son acumulaciones de rocas o gases inanimados en viaje por el espacio? La astrología no tiene ningún fundamento racional ni científico”.”

El semanario católico “Desde la fe”: “La astrología, creencia antigua planteada en nuestros días como ciencia no es más que charlatanería Si fuera científica, si fuera cierta, si fuera ciencia arrojaría predicciones con cierto grado de precisión, como las ciencias naturales, para un mismo signo en un mismo día, pero  vemos que no es así”.

Y que tal como el esclavo es víctima del amo tirano, el supersticioso lo es de las engañifas del brujo y demás charlatanes que medran con la ignorancia del mal católico. “Al dar cabida a tales manifestaciones, algunos medios de comunicación se encargan de reafirmar las prácticas supersticiosas. Así, incluyen en sus programas a astrólogos, horóscopos, recetas mágicas, etc., así como a comerciales donde se anuncian brujos y brujas que dicen solucionar problemas que van desde el trabajo hasta conyugales”. Y el pecado mayor: echar mano de métodos supersticiosos para tratar de obtener favores celestiales. “Y estos van desde poner veladoras de determinados colores, según el favor solicitado. ¡Eso es un fraude!”, clama el Arzobispado de México.  ¿Habrán escuchado ustedes cierto programa de radio donde una “bruja blanca”  trafica con veladoras, y untos, aceites, aromas y demás zarandajas “mágicas”? Acusa una de las “videntes”:

En radio muchos charlatanes dicen adivinar. Son manipuladores oportunistas que desorientan, y por vender su libro, un talismán o un pedazo de cuarzo, son capaces de cualquier patraña.

La “bruja blanca”, en la radio:  La Luna entró en su signo a las 22 horas y eso ha exaltado tu tenacidad en el terreno profesional.  (¡!)

Por cuanto a los fementidos horóscopos: ¿hay entre ustedes algún católico? ¿Buen católico? Porque la Arquidiócesis Primada de México lo advierte a sus feligreses: “La consulta de horóscopos y la lectura de cartas están prohibidas por la Iglesia Católica”. Y que  “el cardenal Juan Sandoval Iñiguez alerta a la población sobre la proliferación de grupos que promueven  la astrología. Condenó la superstición, la idolatría la magia y la quiromancia, prácticas que en el católico suponen una aberración y una gran ignorancia religiosa que los lleva a experimentar con la hechicería y la lectura de las cartas, las manos o el café. La Iglesia Católica rechaza con firmeza toda clase de magia, superstición, idolatría e adivinación”.

El semanario Desde la Fe: “El pretender conocer el futuro mediante los horóscopos, lo único que se consigue es poner la vida en manos de simples suposiciones”.Y esta verdad, para que la mediten los “religiosos” practicantes de una fe meramente milagrera: “Ni siquiera Dios quebranta la libertad, mucho menos lo pueden hacer un planeta o una estrella”.

Los muladares del pensamiento mágico: que Walter Mercado, astrólogo, gana miles y miles de dólares diarios con su compleja red de servicios telefónicos, en la que sus psíquicos predicen el futuro, todo a costillas, a bolsillos del pobre de espíritu.

Eso mientras que aquí, que desde alguna estación de radio de la ciudad capital, una tal  “bruja blanca” lo anuncia: “Predominan las ganas de divertirte. Ya te cuesta poner los pies en la tierra”. (¡Bruja!)

¡Vive!

Mi madre me contó que yo lloré en su vientre.- A ella le dijeron: tendrá suerte – Alguien me habló todos los días de mi vida – al oído, despacio, lentamente – Me dijo: ¡vive, vive, vive! – Era la muerte. (Sabines.)

Las obligadas reflexiones que en el espíritu sensible provoca el fin de año, mis valedores. Reflexiones filosóficas como esta otra, paralela a la anterior:

Un día tu alma caerá de tu cuerpo, y serás empujado tras el velo que flota entre el universo y lo cognoscible. No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas. Mientras tanto… ¡sé dichoso!              El Rubaiyat, por supuesto, de Omar Khayyam, poeta “de la brevedad de la vida, el absurdo del mundo y la fugacidad del placer, consuelo único del hombre”. La del persa es poesía concebida en la entraña de una civilización de refinamiento y decadencia, la de la Persia de mediados del XII, nueva y deslumbrante, de acentos desesperados.

¿El Rubaiyat? Una sucesión de conceptos filosóficos armados en el molde del poema, que alude al tiempo en cuanto demoledor de la vida y los goces de los sentidos. Agridulce, directa y desnuda de galas se nos entrega, que para el fatalista poeta del desencanto y la sensualidad machihembrados no existe más placer que el de los sentidos, ni más vida que la del instante; que la naturaleza sigue su curso muy por encima de nuestros pequeñajos dramas personales y de la angustia vital ante el tiempo que pasa. Que es vano empeño la rebeldía ante el dolor y la muerte, y no nos resta más que exprimir el jugo de la uva (eso dice) y existir dentro de la almendra del instante, y no más; que a manera de las mejores voces del Siglo de Oro  español, la existencia del hombre  no es más que sueño, polvo, sombra, olvido. Nada, pues.

“Cuando hayamos muerto no habrá ya rosas ni cipreses, ni labios rojos ni vino perfumado ni auroras ni crepúsculos. Mira, escucha. Una rosa tiembla por la brisa y el ruiseñor le canta un himno apasionado; una nube se detiene. Olvidemos que la brisa deshojará la nube que nos brinda su sombra”.

Soñemos, alma, soñemos, dice Segismundo,  y Torres Bodet: ¿Para qué contar las horas? – No volverá lo que se fue, – y si lo que ha de ser ignoras, – ¡Para qué contar las horas! – ¡Para qué!

Atienda alguno (uno, aunque sea) la escena antigua y actual que ahora les ofrezco, frutilla madura de la literatura oriental. Ya después todos ustedes a seguir con su trajín:

“Señor, no sirvas todavía el vino, que acabo de reflexionar. He aquí que ha llegado el momento en que los comensales están menos alegres, en que la risa duda; el instante en que las danzarinas vacilan, en que las peonías se deshojan. He aquí el único instante en que el corazón habla con sinceridad.

Señor: tú posees palacios, guerreros, vino perfumado. Yo no tengo más que mi laúd, que canta amargas canciones a la hora en que las peonías dejan caer sus pétalos. En esta vida, señor, sólo tenemos una certidumbre: la muerte. Estas bocas que nos besan estarán un día llenas de tierra. Este laúd que vibra bajo mis dedos servirá para refugio de las gallinas. El tigre saltó a los valles donde en otros tiempos erraba el pez Mrang. El coral tapiza los torrentes donde florecían antaño las violetas. Escucha allá lejos, en la montaña blanca de luna; escucha a los monos que lloran en cuclillas, sobre tumbas abandonadas…

Ahora, señor, ya puedes llenar nuestras copas”.

Mis valedores:  a vivir. Qué más. Qué mejor. Vivir, que es más tarde de lo que suponemos. Y el aletazo del tiempo, y este resfrío y este estremecimiento. (Vivir.)

Sólo venimos a soñar…

No es cierto, no es cierto – que venimos a vivir sobre la tierra…

Con la desalentada filosofía del rey poeta Nezahualcóyotl y reflexiones en torno a la fugacidad de la vida que a su hora han formulado poetas de la hondura y reflexión de Khayyam y Manrique, aquí entrego a todos ustedes, como cada fin de año por estos días, este mensaje que procura interrumpirles el ritmo desalado de las fiestas de fin de año con la secreta esperanza de que a alguno sea de provecho con la meditación de lo efímero de tales jácaras dentro de la fugacidad de una vida que en estampida se nos huye para nunca más. Mis valedores:

El cuerpo todavía fatigado después del obligado ritual navideño, y estragado el gaznate por el regusto a festividad y derroche imprudente, y una vez que a litros de alegría embotellada se habrán  deseado felicidades y parabienes para el año que acecha ahí nomás, ¿me permiten que desentone del ánimo colectivo y los invite a frenarnos el tanto de un suspirillo para reflexionar sobre el tiempo que hemos perdido?

El hombre nacido de mujer _ corto de días y hastiado de sinsabores – sale como una flor y es cortado – y huye como la sombra y no permanece.

Y qué hacer. Estamos a la vuelta de un año más, que a la hora de hacer las cuentas resulta que fue uno menos, contradictoria la aritmética de nuestro humano existir. Andamos, dos o tres de nosotros, doblando ya el Cabo de Buena Esperanza. Será por eso que, al menos de forma inconsciente, alienta dentro de nosotros la sentencia inmortal de Manrique:

Nuestras vidas son los ríos – que van a dar a la mar – que es el morir.

¿Por qué este ánimo ceniciento cuando en derredor todo es júbilos, azucarillos y aguardiente? Será  porque a algunos se nos quiebra el ánimo, se nos resfría con la certidumbre de que vivimos en el cogollo de lo fugaz, lo perecedero; de que existimos en la sustancia misma de nuestra muerte propia y particular, a la que vivimos alimentando día a día con el tiempo de nuestro cotidiano existir. Job,  dolorido: Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor y fenecieron sin esperanza…

Acá, en el otro polo del mundo, Nezahualcóyotl: ¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra? – No para siempre en la tierra – Sólo un poco aquí – Si yo nunca muriera – Si nunca desapareciera…

¿No es verdad que tal sentimiento de lo transitorio, que esta sensación de errabundaje y romería, viene a depositar  al cabo del año y a principios del nuevo, en la almendra del ánima, un regustillo a ceniza, a terral, a aliento de despedida apenas postergada? Y qué hacer con esta tristura que se nos aposenta aquí, miren, en lo más blando de una corazonada, por cuestión de este otro año que se nos ha ido para nunca más. Mis valedores:

No por estropearles su gusto, sino porque los miro correr a lo desalado rumbo a ninguna parte, hoy invoco para ustedes la voz de algunos poetas filósofos que, de repente, perciben el aletazo del tiempo que pasa para nunca más; voz que es sabiduría quintaesenciada que provoca serenidad y quebranto machihembrados y un regustillo a lejanía y desprendimiento del ánimo bien dispuesto en el final de un año más, que a fin de cuentas vino a ser uno menos.  Y aquel sabor de amargura en el villancico que entonamos apenas anteayer noche: La Nochebuena se viene – La Nochebuena se va – y nosotros nos iremos – y no volveremos más…

El poeta: “Tanta vida, y jamás”. En fin. A vivir. Qué más. Qué mejor. (Vale.)

Madre de héroes, heroína

A 30 años de la desaparición de Alaíde Foppa, traductora y feminista, poeta, y critica de arte, secuestrada en la ciudad de Guatemala el 19 de diciembre de 1980, los culpables del crimen permanecen impunes.

A Alaíde Foppa yo la conocí. Hoy me propongo traer hasta ustedes la memoria de la roqueña luchadora civil que vivió entre nosotros. Una luchadora de verdad, no “activista” ahijada al Sistema de poder. Luchadora por aquella su Guatemala secuestrada también, por cuyo rescate dio lo más valioso tenía, su propia vida. Alaíde Foppa.

Trasterrada de Guatemala por actividades en defensa de la mujer indígena, conmigo vino a compartir micrófonos y cabina de nuestra  Radio UNAM. Un día, de repente (la nostalgia de su tierra “dulce y sombría”, que dijera Cardoza y Aragón), se atrevió a retornar, de entrada por salida, a aquella su Guatemala tan apacible que “se oye cuando una garza cambia de pie”, pero trampa mortal para quien osara enfrentar a los Romeo Lucas García y congéneres de uniforme que por aquellos tiempos mal-gobernaban al país hermano nuestro en tantos sentidos. A la luchadora civil la asesinaron aquellos por quienes clamó el poeta Otto René Castillo cuando en plena tortura iban a arrancarle la vida:

¡Ay, Guatemala, ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!

Fue en diciembre de hace ya treinta años, y como si fuese apenas ayer. En algún punto de la ciudad capital de Guatemala  Alaíde Foppa se disponía a abordar el automóvil cuando acribillaron a su chofer, y a ella se la llevaron para nunca más. De su paradero nunca nadie de sus conocidos volvería a saber, y hasta el día de hoy, cuando aquí, frente a todos ustedes, me he puesto a recordar a esa Hécuba de Guatemala: su temple, su mística, su heroicidad, y con ella la lucha, la cárcel y la sangre de sus familiares; de Alfonso Solórzano, el marido, del hijo Juan Pablo y de Mario tiempo después; de la propia luchadora civil. Alaíde Foppa

De Alfonso y Juan Pablo yo poco sé. Por cuanto a Mario, de su muerte conozco las revelaciones de cierta asociación guatemalteca de periodistas democráticos, donde se asienta que  combinó la máquina de escribir y el libro con el fusil, y así hasta su muerte violenta. “Mario Solórzano murió asesinado. Nada se supo de su destino final porque el régimen de Romeo Lucas García ocultó la información por conveniencia política. Pero Mario Solórzano fue descubierto por las fuerzas represivas del régimen en un apartamento de la ciudad capital. Acorralado, sin oportunidad de escapatoria…”

Tal es la seña de identidad de Alaíde y sus hijos, a tres de los cuales la dictadura forzó a convertirse en guerrilleros al igual que a los poetas e intelectuales Otto René Castillo, Rodrigo Asturias y Danilo Rodríguez, amigos míos de cuando erraban por estas tierras, exiliados.

Ay, Guatemala – cuando digo tu nombre retorno a la vida – Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa…

Pero sí, hay seres que nunca mueren. Mario es uno de ellos,  y otros son Juan Pablo y la madre de héroes, ella misma heroína. Ellos nunca han de morir porque, tal como afirma  Ernesto Cardenal, poeta,  la hierba renace de los carbones – y el héroe nace cuando muere… Mientras tanto, mis valedores…

Hoy, acá, en el México de los exiliados guatemaltecos, aún recordamos a la poeta y heroína de la cálida voz y, también, según la evoca A. Rossi, “aquel hermoso rostro melancólico de grandes ojos castaños que se iluminaban con su espléndida sonrisa y revelaban su luz interior”. Alaíde Foppa. (A su memoria.)

 

Del santo aroma poético

Aunque más te disfraces, galán divino –  en lo mucho que haz dado te han conocido – Rey enamorado que de amor herido vestiste en la sierra el blanco pellico – Las sienes coronas de espigas de trigo – entre ellas mezclando olorosos lirios – aunque  vas disfrazado, galán divino – en lo mucho que haz dado te han  conocido…

Joyas de la literatura de tema religioso son, ciertamente, los villancicos del Romancero Espiritual que en el XVI compuso José de Vaidivielso, frailecillo menor y poeta de los mayores de su tiempo (el tiempo todo les pertenece). Mis valedores: los excesos de la Navidad son agua pasada (¿agua pasada o pasado alcohol, ese de pasado y  futuro imperfectos?), pero mi afán de que todos nos acerquemos a la lectura como vía para abandonar el aborrecible zanjón de la mediocridad me lleva esta vez a seguir mi porfía de que hagamos a un lado la enemistad con los libros. Aquí, del Romancero Espiritual:

José de Valdivielso: sus poemas, afirma el estudioso, son candor y arrebato, celo y confianzudo amor, y amoroso ardimiento, todo en buen amasijo. Para elaborar estos villancicos el  poeta trajo a colación viejas coplas que habían sido de Fray Ambrosio Montesino, de Maldonado y López de Úbeda, que en forma de seguidillas y demás artesanía popular, artesanía verbal, arremolinadas volaban de aquí para allá (Edad Media, Renacimiento), del figón a la venta, y de la plazuela a la bocacalle, en el cantar de juglarillos desaprensivos, hasta que José de Valdivielso salió a rescatarlas para devolverlas con una mejor forma de decir, con mejores acentos, una música peculiar y un estilo personalísimo en achaques de metro y rima, como que más  henchidas de intención, de ternezas, de amor humano y divino también, amasado todo en estos villancicos que son ternura, que son…

José de Valdivielso. A la literatura religiosa española casi nunca, por olvidar la tierra, se le fue el santo al cielo. El santo o lo santo, la flor de santidad encontró su terreno en la vida terrena donde se hincaba de raíz hasta apuntar hacia el cielo, que sólo así veía abierto. Para los escritores de aquellos Siglos de Oro español, semilla de los nuestros, religión y mundo no distaban entre sí como del cielo a la tierra. Por el amor de Dios la mística del Siglo XVI llevó hasta los mismos cielos el amoroso lenguaje profano, sin que ese cambio de esencia y destino se entendiera como profanación. Vueltos a lo divino, los temas humanos en la poesía, y revueltos lo humano con lo divino en muchos autos sacramentales (bodas y festejos podían servirles de pretexto), la frecuente identificación de ambos órdenes, sagrado y seglar, evidenciaba  la firmeza poética de la época española y universal. Valdivielso:

Para qué son disfraces para conmigo – sepa que le conocen por Jesucristo – aunque rebosado galán repulido-  más que el jazmín blanco, más que el clavel lindo – que es el mismo Rey, me han dicho al oído – y en la iglesia todos cuantos le han visto – sepa  que le conocen por Jesucristo…

Las crónicas dejan entrever que fue este José deValdivielso el que  la hora llegada del bien morir para Lope  acudió al auxilio espiritual del genio del ingenio al que las lenguas suspicaces señalaban como penitente el más necesitado de valimiento a esa hora mortecina de los estertores, el recuento y los arrepentimientos tardíos. En fin. José  de Valdivielso. poeta, que vivió y murió siempre en olor de santidad, siempre en el santo olor de la santa poesía. Valdivielso, villancios, Navidad. (In memoriam.)

¡Aleluya!

(Para todos ustedes, a modo de rito anual, el presente retablillo navideño.)

– Por fin has vuelto, José. Toma mis manos…

Sobre la paja, María la doncella se cimbra a los espasmos de las entrañas, tiritando al viento decembrino que se cuela por entre las piedras mal asentadas. Belén.

– Cuánto tardaste, José…

– Perdonarás la tardanza, mujer. Los pies se me fatigaron  buscando en el tianguis, objetos exóticos,  el arbolillo de Navidad,  musgo y escarcha, luces y esferas. Los ojos se me iban tras de confites y canelones, y cacahuates y colación, y un par de regalitos, el tuyo y el del que está por llegar. Pero María, si hubieses visto los precios. ¿Pues a qué ciudad de rapaces hemos venido a parar? ¿En manos de qué mercachifles vino a caer el misterio santo de la Navidad? ¡Precios en dólares, moneda nacional de este desdichado país!

– Siéntate aquí. Pon mi cabeza en tu pecho, tú que aguardas con júbilo la llegada de Jesús.

– ¿Por quién, si no por ustedes dos, intenté entibiar este pesebre? Por ti, María; por él, para que no se hiciera una idea demasiado lóbrega de esta que vendrá a ser su tierra hasta el día del Carmelo.

– El frío para las carnes desnudas del que está por llegar.

– Y ni cómo proporcionarle una chispa de calor. No en esta ciudad.

– Pon aquí tu mano. ¿Sientes la llegada del Niño? ¡Está por llegar! Creo que voy a gritar un poco. Quedo…

– Animo, aprieta mi mano, resuella hondo, llámalo por su nombre.

Jesús, Unigénito…

– Y ni para un pobre nacimiento pudieron alcanzar los dineros. ¿Pues qué fue de Galilea, que así se ha dejado absorber por el Imperio Romano? ¿Qué ralea de desnaturalizados es esta, que así han vendido o dejado que les enajenen su tierra? Dios…

– ¡Jesús, Jesusillo, ven con los tuyos! Allá en las alturas,  suspensa en ese raigón de cielo, la estrella del Oriente aguarda por ti, y por ti tronos y potestades afinan arpas y cítaras. Ven, y en tu busca llegarán los cristianos a la gloria de Dios.

– No, María, de los “cristianos” ya nada esperes. Entre ellos el espíritu de la Navidad se ha trocado en el espíritu del vino. Con los vapores vinosos qué puede interesarles un simple recién nacido entre paja y pasturas de un pesebre de Belén.

– ¡Ya llega, José! ¡Ya el Ungido se acerca..!

– Mira a lo lejos el reguero de luces: Belén. Música, luz, alegría (embotellada). Una piquera estallante de alcoholizados.   ¿Valdrá Galilea  una gota de tu sangre, Jesús?

– Está por llegar. Ya llega. Siento que toda mi carne se transfigura…

– Ya los cielos afinan celestas y virginales y flautas dulces. Arcángeles y serafines se aprestan a entonar la gloria del que se desasosiega en tu vientre; del León de Judá, que viene a instaurar en las Galileas de este mundo la Palabra Nuevay el amor de todos por y para todos. Hosanna en las alturas.

– Ah, los desgarramientos…

– Animo, María, respira hondo, llámalo por su nombre, ayúdalo a bien nacer como a bien morir habrás de ayudarlo.

Jesús, hijo, pequeñín. ¡Hijo del Hombre! ¡Jesús..!

¡Cristo ha nacido! ¡Aleluya! ¡Dios con nosotros! Y el milagro: ¿los oyes? Por los caminos resuenan los guaraches de pastores y rabadanes, y vagamundos y trashumantes. ¡Vienen a la adoración..!

– Por qué tan pronto esas lágrimas, Niño…

– Reposa, que él ya está contigo. Ya paren los cielos, y la tierra se cimbra en estremecimientos. ¡Gloria al Chamaco que arrullas entre tus brazos! Anda, María, ábrete la túnica y dale de tu leche, que Dios el Niño comienza a llorar…

“Madruguetes y artificios legislativos”

La manera abrupta y contradictoria con la que actuó para reformar el 24 Constitucional exhibe una vez más los afanes de la clase política por congraciarse con la jerarquía católica (Bernardo Barranco.)

Al triunfo de las sotanas me referí el miércoles pasado, cuando consideraciones político-electorales llevaron a los diputados a modificar el 24 Constitucional. Las sotanas lograban  el triunfo tardío del cristero sobre el “impío” Calles, y a propósito de la “cristera”: cada mañana viajábamos mi abuelo y su nieto de seis años a lomos del cuaco barroso. Yo, en ancas, me afianzaba a la cintura de don Chepe, y tomábamos camino rumbo a La Cañada. Al mirarnos algún lugareño, su dejo cantadito:

– Cuánto quiere el abuelo a su nieto…

– Mucho lo quiere si sea cariño  protegerse los lomos con el chamaco. Y es que cuando cristero dejó muchos fierros en la lumbre, no vaya a ser una bala “perdida”…

Es así como viajé a La Cañada, y detrás de los fortines naturales,  mezquites y encinas, me topé con montones de casquillos de máuser y carabina, cáscaras de la almendra de plomo que al grito de “¡Viva Cristo Rey!” el cristero Gorostieta y su fanaticada quemaron contra los guachos pelones del “impío” Calles, el pecho debidamente protegido con el escapulario de paño rojo con la entrañable leyenda:

Detente, bala enemiga, que el corazón de Jesús está conmigo.

Fue así como encontraron la muerte mis cristeros paisanos en su magnífico intento por desencuadernar una Carta Magna que hoy, sin peligro físico alguno,  lograron las huestes del impuesto en Los Pinos; los difuntos de sotana y chaparreras quedaron, junto a los casquillos vacíos, detrás del pochote aquel, y del huizachito, y de la varaduz. Hoy, los restos de una Constitución desencuadernada, ¿dónde fueron a quedar?

Es la historia: de Gómez Farías, Juárez y Lerdo a Echeverría todo se volvió, en apariencia, derrotas para las sotanas, con sendos respirillos a la hora de Avila Camacho, el Alemán y el matancero de Tlatelolco: “Cristianismo sí, comunismo no. Este hogar es católico y rechaza la propaganda protestante”.

Pero ándenle, que nos llega López Portillo,  y que manda traer al papa aliado de Reagan y el gran capital, y que los mercachifles hijos de Mamón saturan el país de bulas, escapularios, reliquias, medallas, rosarios, carteles, escarapelas y de estampitas prodigiosas que pintan a todo color la invención  de un indio barbado que se arrodilla ante la nueva conquistadora. México dejaba que las ilustrísimas chinelas pisotearan el clausulado de la Carta Magna mientras Wojtyla, en Los Pinos, oficiaba la misa para el místico regodeo de una Cuquita madre de JLP, y todos contentos y reconfortados con la bendición papal. De ahí en adelante faena redonda para las sotanas. Incluso la calle donde se ubica la nunciatura apostólica quedó herrada con el fierro de “Juan Pablo II”. ¡Dios!

Los cristeros triunfaron. Después de LEA y JLP el primer impostor de Los Pinos, por “legitimarse”, anudó relaciones oficiales con El Vaticano, y las visitas de Wojtyla se tornaron semanales. ¡Y que llega la “pareja presidencial” (Fox y Sahagún), y que el Estado laico se arrodilla y le besa el anillo al pontífice! Pues sí, pero ahí el horror: de repente codazos, patadas y caballazos, a la viva fuerza y por la puerta trasera lograron entrar a la Historia los beatos espurios  del Verbo Encarnado. Hoy día los Ratzinger y Norbertos dueños son de las riendas, el mando y la Carta Magna. ¿Nosotros, en tanto? (Laus Deo.)

 

Acteal

Fue un día como hoy, pero de 1997. En Acteal, Chiapas, amaneció pacífico el día, como si nada atroz, aberrante, estuviese a punto de ocurrir. Al arribar, los paramilitares se toparon al grupo haciendo oración.  Y fue entonces.

A la vista de una comunidad engrifada de cadáveres (niños, varones,  mujeres a punto de dar a luz) ahí, en su Carta pastoral de Navidad, la palabra viva del profeta Samuel Ruiz, obispo:

“Por si acaso hubiéramos olvidado que la verdadera Navidad se da en un contexto trágico de opresión y dominio, de inseguridad y puertas cerradas, de persecución y exilio, y aun de verdadero genocidio, los acontecimientos de estos días en Chelalhó nos lo vienen a recordar. La dicha más grande que el mundo ha conocido, el nacimiento de nuestra carne del Verbo de Dios, irrumpe en medio de la más densa niebla. La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de nuestra Diócesis, de nuestro estado y del país entero, una Navidad luctuosa. No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muertos (45) y de heridos (25), muchos de ellos menores de edad, sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denunciado a las autoridades que podían haber frenado a tiempo este indignante desenlace.

Son tantas las circunstancias agravantes que hacen de este doloroso acontecimiento un verdadero crimen contra la humanidad: el hecho de que el ataque fuera perpetrado por hombres adultos, armados, contra un grupo mayoritariamente de mujeres y niños desarmados; que ese grupo victimado (Las Abejas) sea uno que ha hecho profesión pública y desde hace tiempo de su opción por los medios civiles, pacíficos y no violentos para la consecución de sus demandas, aun cuando viven y trabajan en el corazón de una zona donde la violencia se ha enseñoreado hasta el punto de ser obligados a abandonar sus casas y poblaciones, pues en Acteal se encontraban ya en calidad de desplazados; el hecho de que el ataque se haya verificado en el momento en que estaban reunidos en la ermita del poblado, orando por la paz; y seguramente orando por quienes les perseguían. Conocemos que tal es la calidad cristiana de esos hermanos y hermanas.

¡Qué horrible paradoja que el mismo día en que pudieron ser abiertas algunas ermitas que habían estado cerradas y ocupadas por grupos armados de civiles y de policías, en una ermita de Los Altos hayan sido masacrados todos estos cristianos! En el espacio de lo sagrado irrumpe la violencia. ¡Y para este pueblo tan hondamente religioso! Toda la tradición judeo-cristiana de que los templos son Santuarios para los perseguidos, aquí ha sido pisoteada. Las autoridades del estado han ordenado recoger todos los cadáveres, quizás con argumentos jurídicos o sanitarios. Ello es un agravio más a los sobrevivientes de la masacre. Ellos han venido hasta nosotros, suplicantes:

– ¡Queremos enterrar a nuestros muertos! ¡Que no se los lleven!

Quien conoce el alma indígena sabe hasta qué punto es existencialmente indispensable el duelo, llorar a los muertos. ¿Hasta ese consuelo les irán a quitar? Sólo la fe y con ayuda de la revelación podemos comprender que así es la Navidad verdadera.  Esta, no la de la sociedad de consumo, es la que permite entender el misterio de la Encarnación. Aquí, en Chiapas, algo nuevo está naciendo, y no concluirá el parto sin estas dosis estrujantes de dolor.

Cuánto trabajo nos cuesta en este momento decir: ¡Feliz Navidad! A nuestra sensibilidad humana nos parece que el Niño nace muerto”.

Asesinado. (Acteal, México.)

¡Viva Cristo Rey!

Si no ahora cuándo, mis valedores. Los beatos del Verbo Encarnado, invasores de Los Pinos, con la mano del gato (del Legislativo) han dado el triunfo total y descarado a la sotana y el solideo, la capa pluvial y el pensamiento mágico, y que a los 60 mil difuntos que los dañeros cargan sobre sus lomos se agregue un cadáver más: el del Estado laico. Hoy día, laus Deo, son los Norberto Rivera y demás purpurados quienes dictan las condiciones y marcan el rumbo del país. Si no es en este sexenio, cuándo. Es México.

Pues sí, pero lástima: doña Tula y don Juan, católicos de hueso rojo hasta el tuétano, ya no alcanzaron a presenciar el triunfo tardío de los obispos Mora, Jiménez y Cía. sobre Calles el impío. Lástima, digo, porque esta victoria de los reverendos hubiese consolado a mis padres de la desilusión que sufrieron cuando su hijo les reveló que no nació para castidades sino para amador de mi única.

Lamentable, porque desde mi nacimiento fui condicionado para que la familia contase con un reverendo más, así fuese un cura miserito, cura de ollita. Mi madre, al amamantarme (dos años y medio, suertudo que soy), a la hora del arrullo me dormía no con el clásico de Blanca Nieves o Pulgarcito. Ella, católica hasta el cogollo del tuétano de una religión roqueña, donde no cabían fisuras ni dudas de especie ninguna,  arrullaba mi sueño con esta cantaleta de cuna:

“Grábatelo, mi hijo: el señor tu Dios, en santa misa, reveló a tu santo señor el obispo De la Mora el instante en que dos impíos caían de cabeza en los apretados infiernos. El primero de ellos, ya te haz de imaginar, fue el indio Juárez. El segundo hereje, cuándo no, fue el impío Calles, Atila de los santos sacerdotes que tuvieron que hacer la cristera por amor a la santa Iglesia. ¿Ya te dormiste, mi hijo?”

Tal era el cuento que arrulló mis sueños de mamón. Dejé la teta, qué lástima, y tuve que entrar a la escuela, tantito peor. Mi niñez fluyó como la de todo niño zacatecano: con una estampita del cura mártir Miguel Agustín Pro en las manos. Pero no una estampita cualquiera, sino una milagrosa. La cartulina mostraba en color negro, en negativo, los rasgos lechosos de un rostro disforme, como forjado con ectoplasma, del que en el centro se advertía un puntito oscuro como travesura de mosca. Las instrucciones para provocar a voluntad el prodigio del hoy beato Miguel Agustín (y los prodigios sólo se producen por verdadero milagro) decía, palabras más o menos:

Mirelo el devoto de manera fija y sin parpadear durante el tiempo que tarda en rezar un padre nuestro y una Ave María con la intención de que Miguel Agustín sea canonizado muy pronto. Luego mírese al cielo y oh prodigio: ahí aparecerá el rostro del siervo de Dios..

Y sí, oh prodigio. Luego de mirar el puntito, ¡el milagro! Gigantesco, imponente a todo lo amplio del firmamento zacatecano, contra la claridad purísima se revelaban, ya en positivo, los rasgos del padre Pro, mártir de la lucha cristera y víctima del “impío” Calles. Aquellos rasgos de barretero zacatecano me acompañaron al seminario (donde, gracias sean dadas a las sotanas, aprendí a distinguir lo que es bueno y lo que es malo a escala de mi conciencia, y también a  hablar y escribir en español, suertudo que siempre he sido. Y sigo.)

Mi niñez zacatecana transcurrió a la diestra del padre, o sea don Juan Mojarro, y de aquella runfla de tíos por parte de madre, cristeros de corazón. Cabalgando con ellos en ancas del penco… (Esto finaliza el próximo viernes.)

Ya muerto en vida

El bosque de Nemi, mis valedores. Tal es la leyenda que asienta J.G. Frazer en  La rama dorada tocante al rito ancestral de la fertilidad. De  protagonista cierto monarca cuyo ineludible destino habrá de cumplimentarse cuando se enfrente al sucesor, más joven y vigoroso, que habrá de vencerlo en la lucha y terminará por asesinarlo para suplirlo en el trono.

Lóbrego rito, leyenda siniestra, El bosque de Nemi constituye la metáfora viva,  mortecina metáfora, qué contrasentido, de esa exhibición de temor y temblor que ataca a estas horas al destartalado monarca del bosque de pinos. (Obsérvenlo, óiganlo hablar, convocar, implorar, pedir auxilio. Tétrico.)

Es ese un monarca que se advierte trémulo  empavorecido, desgastado en tantos sentidos, que percibe su muerte inminente, inevitable, a manos del sucesor, sin poder evitar su destino, así se la viva  a fruncimientos y pataleos, a trucos y mañas maniobreras de baja ley.  Nada de nada le va a valer, que el del bosque de pinos está condenado a muerte.  Irremisiblemente. Mis valedores:

Por si el personaje de la leyenda cuadrase al que se advierte agonizando de pavor,  muerto en vida, va aquí el relato de El bosque de Nemi, contado por Frazer:

“En  la Antigüedad este paisaje selvático fue el escenario de una tragedia extraña y repetida. En una orilla del lago, debajo de un precipicio, estaba situado un bosquecillo sagrado, y en él cierto árbol que todo el día y probablemente hasta altas horas de la noche rondaba una figura siniestra que en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a cada instante ser atacado por un enemigo.

El vigilante era rey y homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matase para reemplazarle. Tal era la regla: el puesto sólo podía ocuparse matando al rey y substituyéndole en su lugar hasta ser a su vez muerto por otro más fuerte o más hábil. El oficio mantenido tan a lo precario le confería el título de rey, pero seguramente ningún monarca descansó peor que éste ni fue visitado por pesadillas más atroces. Año tras año, en verano o en invierno, con buen o mal tiempo, había de mantener su guardia solitaria, y siempre que se rindiera con inquietud al sueño lo haría con riesgo de su vida. La menor relajación  de su vigilancia, el más pequeño abatimiento de sus fuerzas o de su destreza le ponían en peligro. Las primeras canas sellarían su sentencia de muerte.

Su figura ensombrecería el hermoso paisaje. El ensueño azul de los cielos, el claroscuro de los bosques veraniegos y el rielar de las aguas del lago al sol, concordarían mal con aquella figura torva y siniestra…

Mejor aún nos imaginamos este cuadro como lo podría haber visto un caminante retrasado en una de esas lúgubres noches otoñales en que las hojas caen incesantemente y el viento parece cantar un responso al año que muere. Es una escena sombría con música melancólica: en el fondo la silueta del bosque negro recordada contra un cielo tormentoso, el viento silbando entre las ramas, el crujido de las hojas secas bajo el pie, y  yendo y viniendo, ya en el crepúsculo, ya en la oscuridad, la figura oscura, insomne, la espada desnuda en la diestra”. Mis valedores:

Esa torva figura cuya espada le tiembla en la diestra (en la siniestra) mientras deambula a lo insomne por un bosque de pinos donde habrá de topar la muerte, ¿quién podrá ser? ¿Y la identidad del que en unos meses va a propinar fulminante muerte política al acobardado reyecito de sololoy?  ¿Quién? (A saber.)