Mendicantes del Verbo Encarnado

La cofradía de los limosneros, mis valedores, ese fruto mostrenco de la humana desigualdad que nunca ningún sistema económico, político o religioso, ha podido desarraigar. Entre nosotros cambia el sexenio, pero no ese inacabable borbollón de humanas miserias y purulentosos bagazos que integran la cofradía de las lacras, las pústulas y la corcova, gremio  de huérfanos, ciegos, baldados y demás entenados de la fortuna que cargan encima el mal fario y el santo de espaldas en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, y sobrevivirla apenas, a penas, la mano extendida, húmedos los ojos y los labios susurrando la cantinela que es gancho  para prender las elusivas fibrillas, tan escurridizas, de la humana piedad:

– Un bocado qué llevar a mis criaturas…

Los pordioseros. ¿Notan ustedes la proliferación de mendicantes que ha producido el sexenio del Verbo Encarnado? Entonces se habrán topado con el corridero y el que estruja el acordeón, y el que acompaña su limosnear con la flauta dulce o la guitarra de son. La cultura de la limosna, reflejo fiel de este México que sexenio a sexenio alimenta y expande la cofradía de los segregados de la comunidad que escalón por escalón se afanan a lo monótono implorando la de por Dios, estos a viva voz y estos otros a mortecino instrumento del mal trovado sonsonete y la tonadilla mal acordada, y aquél rasguñando la desafinada y el de más allá pegándose, como a la ubre, a la armónica de boca con el airecillo que exalta la vida hazañosa del capo del narcotráfico.  “Una moneda que no lesione su economía…”

A propósito: “El gobierno de Sinaloa firma el decreto que prohíbe que se toquen e interpreten narco-corridos en bares, cantinas, centros nocturnos y salones de fiestas”.

De pie en la escalera del Metro el ejecutante suspendió el chirrido de su violìn. “¿Y ahora qué? ¿Defenderme con aquello de que ‘el chorrito se hacía grandote, se hacía chiquito’? Chance y los de García Luna me lo tomen a albur.

Le expliqué: “la prohibición, compañero, se reduce al territorio de Sinaloa. Aquì puede usted seguir con sus odas a Jesùs Malverde”.

–          No odas. Baladas al Mayo Zambada y al Chapo Guzmàn.

Dejè al cantor, me subì al Metro, siempre hervoroso de mutilados, deformes y contrahechos que de vagón a vagón se la viven pidiendo la de por Dios; de ciegos que, sentido de orientación y  equilibro, sin auxilio del pasamanos vienen y van, esta mano en la armónica de boca y la otra sosteniendo el cacharro de hojalata, para rematar su tonada con la tonadilla:

– Perdonen la molestia que les vengo causando, damitas y caballeros…

Y el tullido que a bamboleos se desplaza en un vagón atascado de “señores usuarios”,  a capela regurgita el bárbaro pregón carcelario:

Escalones de la cárcel – escalón por escalón…”

Los menesterosos; como hongos patéticos y desastrados se crían al amor del atrio del templo, de la esquina de la barriada, de la plaza pública. Aquí arrodillados, acá en cuclillas o engarruñados, y más allá de errabundos, esta mano tentaleando las paredes y la otra extendida: “Animas caritativas…”

La cofradía de los pordioseros enraiza en la historia de la España medieval y renacentista toda una portentosa cultura que se sintetizó en la que denominamos “picaresca española”, una de cuyas cumbres se regodea con las aventuras entre patéticas y regocijantes  de El lazarillo de Tormes que por calles, tabernas y plazas públicas guía, mano en mano, al buscavidas ciego y truhán. (De pordioseros seguimos el lunes.)

 

“Amigas y amigos”

El nuevo edificio senatorial, mis valedores, un armatoste “inteligente”, según versión de la constructora. Pues sí, pero tan defectuoso nos resultó el muy “inteligente”, y tan costoso en términos económicos, que viene a ser el nahual y la metáfora tragicómica del gobierno del Verbo Encarnado. Sigo con el catálogo de desperfectos que inicié ayer aquí mismo.

Luego de los 3 mil 246 millones que tuvimos que pagar por el “inteligente” ahora nos enteramos de las goteras de la azotea y de que la dotación de cubetas para recoger los escurrimientos resultó insuficiente. Por cuanto a la instalación eléctrica: el “inteligente” armatoste nos iba a ahorrar costos en el alumbrado, pero sus luminarias son inadecuadas y los encargados las mantienen encendidas día y noche. ¿La factura del derroche descomunal?  ¿Quién la pagó, la paga, la estará pagando? ¿Y un equipo de muebles y accesorios importados a un precio superior a los nacionales de igual calidad? Es México.

Y México es un país pobre, pero con el 51 por ciento de la población en plena pobreza todos nosotros, las masas sociales, para los 128 legisladores financiamos ¡escaleras de mármol! ¡Y mármol importado! Pero ahora resulta que son tan angostas que nadie, que no sea alguna jovencita anoréxica,  puede utilizarlas. “Inteligente” el inmueble, pero sin un mal espacio para el librero donde alguno de los senadores hubiera podido colocar sus folletos turísticos. ¿O qué? Los futuros ocupantes de tan “inteligente” edificio se quejan de que no encuentran espacio para poner los papeles. ¿A qué papeles aluden? ¿A los del cuarto excusado, tal vez? Los excusados: que uno solo tiene cada piso, donde se tienen que turnar hombres y mujeres.

Pero la Constructora GAMI, que infló varias veces el costo inicial del “inteligente” palacio de senadores, nos consuela a quienes pagamos la factura: ya sobre la marcha se irán corrigiendo, con costo extra y sobreprecio,  detallitos como el de los vidrios  “inteligentes”, que están estrellados…

Y para seguir con los detallitos: las rampas del estacionamiento, aún sin estrenar, ya están inutilizados, y los cajones vinieron a resultar insuficientes, pero aquí no hay problema: con pagar el alquiler en algún otro sitio donde estacionen sus vehículos blindados  asesores, secretarios, guaruras y socios de los negocios del senador, problema resuelto. ¿Los escasos dineros de quién o de quiénes cubrirán sobreprecio y gastos extra? A saber…

Los costos que solventamos de un edificio “inteligente”, de tamaño descomunal, para cobijar a 128 senadores y su corte de los milagros, se fueron inflando hasta hoy en un 91 por ciento más de lo programado inicialmente, erogados por un fideicomiso que ha tenido que solventar ese sobreprecio. El total, reitero, 3 mil 585 millones hasta el día de hoy. País rico el nuestro…

Tal es el nuevo edificio senatorial, “amigas y amigos”: la ruinosa metáfora del gobierno del Verbo Encarnado, donde una cáfila de mediocres ha degradado las instituciones del Estado hasta el punto de tornarlas cañerías, albañales y resumideros que ventosean nauseabundos olores, sin que los costosos aromatizantes de radio, prensa escrita y televisión, sean suficientes para disimular la hediondez y el olor a sangre,  duelo y temor colectivo que despide el “inteligente” edificio gubernamental. ¿No es el senatorial armatoste la contrahecha metáfora de un gobierno de chaparros irremediables como es este del Verbo Encarnado? Mis valedores: este es México. (Qué país.)

Todos al juego de la bolita

Del tema les hablé ayer, mis valedores, y que en el juego y rejuego de manos perdí mis cobres. Ahí fue a encontrarme mi padre Juan, y válgame: iracundo por vez primera en su vida recaló con un par de cuicos, mostachos y dientes de oro: “¡Señores de la justicia, aquí están robando a este inocente!”

El cacarizo miró a su pareja, se rascó la entrepierna, eructó a culantro, chasqueó la lengua, escupió el bagazo de la vaina de mezquite. Luego, compinche de los feriantes: “Cuál robo, cuáles inocentes. ¿Tú vistes algo, Chilillo?”

– ¡Ese juego es ilegal! ¡Que le devuelvan sus centavos!

– Pide usté el más difícil de los imposibles. ¿No, Pitayón?

De súbito: ¿de dónde había salido aquel don Juan iracundo? “¡Son ustedes unos alcahuetes de rateros, tramposos y estafadores! ¡Si con la Justiciano hay modo, tendrá que arreglarse así!”

De no creerse: mi padre Juan, el varón del alma blanca, un arma blanca desenfundaba (chaveta de zapatero), y la amenaza al tramposo: “¡Regrésele sus centavos!” Rápido de reflejos, el de la ley:

– ¡Chavetas no, compatriota! ¡El nuestro es un estado de derecho y no almite ilegalidades! ¿O qué, Pitayón?”

Fue entonces. Aturdido yo, tembloroso, vi al hombre manso de corazón meter la mano en la bolsa. El cuico:

– ¡Eitale, la fusca no, compatriota! ¡Nosotros estamos  para resguardar el orden y la legalidá. Toda protesta debe canalizarse por los canales legales. Vaya y presente su queja al edil, ¿pero fuscas contra la ley? Pregúntele aquí al Chilillo.

No fusca. Era un paliacate. Doblado a la injusticia, mi padre desdoblaba el paño, escondía en él su rostro y ahí, y por primera y única vez, vi pujar a mi padre; pujar como los varones: a lo discreto y ocultando las crispaciones del rostro. Ya recompuestos, sus ojos miraron los míos:

– Hijo, que el México de cuando crezcas (en todos sentidos) sea un país donde nunca más existan bribones que invocando el Derecho violen tus derechos. Que cuando crezcas tú, con los demás, hagas valer la ley sobre baquetones que se la viven mentándola mientras la vejan a su conveniencia y en perjuicio de los que no tienen con qué defenderse más que esa pobre garra de manta que es la ley, que a los agraviados no nos cobija. Que el México tuyo sea limpio, no vayas a ahogarte en el fecalismo o lo peor: no acabes tú también agarrándole el gusto al estiércol, a la pudrición. (Y sudaba).

El episodio lo reviví anoche, después de leer que el IFE demanda para el juego de la bolita electoral 16 mil de nuestros dineros, y que “las ONGs podrán participar en la promoción del voto en la elección presidencial del 2012, con un apoyo económico del IFE que puede alcanzar los 90 mil pesos”.

 

Señuelo para “activistas”. Amarga la boca me dormí, y en mi pesadilla desfiló la punta de logreros del IFE y compinches, y la pesadilla me abrió los ojos de par en par. Entre jadeos corrí hasta la habitación del Ariel, y sacudía al guerejo:

– ¡Despierta,  mi hijo, despierta! ¡Que cuando crezcas tu país  crezca contigo! ¡Que nunca más vuelva a ser el de los rapaces del juego de la bolita electoral, que te van a estafar no unos cobres sino tu parte de los 16 mil millones que se tragarán esos depredadores! ¡Organización, comités autogestionarios! ¡Que tú y los de tu generación piensen y sean capaces de crear la estrategia para darse un gobierno al que obedecer como sus mandantes! ¡Despierta, mi hijo,  despierta!

El cual, aturdido, pistojeaba. “¿Qué, quién, pá? ¿Fue el pozole?” (Uf.)

El payo inocente

A eso me referí ayer ante todos ustedes: al payo que fui y que no he dejado de ser. La ingenuidad primeriza, en cambio, a bofetones de desilusión me la desfloraron los camanduleros que nunca faltan y siempre salen sobrando, lo mismo en los pantanos politiqueros (Gordillo, Salinas y conpinches) que con  los ensotanados Tartufos del calibre de Maciel,  Onésimo, Rivera y Sandoval Íñiguez. ¿El asesinato de esa ingenuidad primeriza? El hermanito de la Cocoa, que a la advocación del Verbo Encarnado, terminó por ahogármela en su alucinante delirio de sangre derramada.

En fin, que tal dije a ustedes ayer: que allá por mis años de adolescente llegó la feria trashumante a mi Jalpa Mineral, y con la feria el circo, y con el circo los camanduleros, peritos en el embuste y la trampa en los juegos de azar. Que mi inocencia se fue a enredar en el pícaro del juego de la bolita.

– ¡Métanle para sacar! ¡Los .ulos no van a la guerra, y en que no se arriesga no pasa la mar!

Me arriesgué. Quise ir a la guerra, y así le fue a mi candor de payo irredento. Al ver que el palero sacaba dos pesos cuando sólo había metido uno (pesos fueres, 07.20, de los que los bergantes del juego de la bolita politiquera terminaron por escamotear), saqué de la bolsa mis cuatro cobres, y allá voy, a aprovecharme del “candor” del pícaro y doblar el capital y enriquecerme a lo fácil.  Y va mi primer moneda al cuenco de la derecha que, yo por mi madre lo hubiese jurado,  escondía el garbanzo, y entonces…

¿Pues a qué horas me lo cambiaron, si claro vi que quedó de este lado? Santa simplicidad…

Ya el resto se lo imaginan ustedes: va una moneda, van dos, para reponerme, y van los cobres, el aguilita de plata; y en tanto el palero del peso fuerte retiraba sus buscas yo iba dejando en la mesa del trapacero todo mi capital. Trágame, tierra (zacatecana).

– ¡Métanle para sacar! ¡La suerte, como las olas, va y viene, viene y va, y el que no arriesga no pasa la mar!

En una mano temblona mi último cobre  y cobre en el sabor de  la boca me encontró mi padre, aquel mi padre don Juan que en su vida fue tacto, decoro y suavidad, con sólo en sus ojillos la malicia en rescoldo. Pero esa tarde, mis valedores, lo estaba yo viendo y no podía creerlo. Y es que semejante metamorfosis de quien ahora, como siempre que se disponía a regañarme, omitía el tuteo:

– ¡Qué hace usted con estafadores! ¡Cómo es que así se deja robar!

De “usted” me hablaba, mala señal. Y de no creerse: iracundo por primera vez en su vida, se enfrentaba a un individuo: “¡Regrésele sus centavos!”

El truhán, sonriendo, la malicia en un rostro de bigardón: “¡Metiendo y ganando! ¡El que no arriesga no pasa la mar..!”

– ¡Este jueguito es una trampa vil! ¡Está prohibido por ley!

Encendido su rostro, mi padre miró a los presentes: “¿Verdad, señores, que este es un juego ilegal?” Los feriantes, pura mofa, burleta, disimulo. “Oilo, te lo vendo”.“Pa guarachis, que no tengo”.

Uno se dirigió a mi padre: “Compatriota, aquí el correligionario está haciendo por la vida, y la lucha es permitida”. Otro de los mirones: “Aquí el cristiano ganó en buena ley. Todo fue legal, me costa. ¿No,  Chinicuil?” Y el tercero: “Ha de saber, ciudadano, que esta honorable feria está respaldada por un estado de derecho, que aquí todo se maneja conforme a la  ley, y dentro de la ley todo, fuera de la ley, nada. O sea que aquí usté le jerró y se lo cargó la tiznada. ¿No, tú,  Talamantes?” Y sonreía a sus compinches. (Mañana, el final.)