Y lo mataron…

Emmanuel D´Herrera, mis valedores. ¿Les dice algo ese nombre? El pasado 11 de abril se cumplió el primer año de su fallecimiento (su asesinato) en el penal Neza-Bordo, víctima de la  “justicia” que se aplica en este país. D´Herrera.

Como si lo estuviera viendo. Alto, delgado, pulcro y de fina estampa física, periódicamente me iba a visitar a mi oficina de Radio Universidad y me hablaba de proyectos sociales para lograr un cambio político que beneficiara a las masas sociales. Yo, desconfiado y suspicaz, le encontraba inexistentes indicios de ser agente de la CIA o algo por el estilo. Le externaba mi desconfianza, y él sonreía. Cuándo iba a entrever al personaje de temple roqueño, inquebrantable en sus principios, lealtades y convicciones, que no se detuvo hasta dejar su existencia en una celda carcelaria. D´Herrera.

Muchos años más tarde una mañana  se me iba a presentar en Radio UNAM un hombre de aspecto enteco y  envejecido, de pupilas lumbrosas mientras me exponía el proyecto de su vida:  evitar que la transnacional  Wal-Mart edificara una sucursal en terrenos aledaños a la Ciudad de los Dioses, Teotihuacán. ¿Este era Emmanuel D´Herrera? Qué metamorfosis. Me pidió leer su demanda en nuestro espacio comunitario de Domingo 6, encargo que cumplí durante meses, hasta juzgar  que sus mensajes llegaban a la reiteración. Hice mal. Más tarde publiqué un par de artículos acerca del daño que la edificación de Wal-Mart causaría al patrimonio histórico de la humanidad.

D´Herrera. Hace ocho días se cumplió un año de su fallecimiento, y recibo un recordatorio por parte de un cierto “Comité por la Liberación de Emmanuel D´Herrera, con el recordatorio del asesinato, que en esencia eso fue, por parte de la “justicia” que se imparte en este país. Leo, del mensaje:

Emmanuel D´Herrera: una sólida formación intelectual, en donde destacan sus estudios en Economía Internacional realizados en Paris, Francia; su capacidad poliglota, puesto que dominaba perfectamente los idiomas francés, inglés e italiano; su amplia carrera desempeñando funciones diplomáticas, comerciales y empresariales en Francia, España, Portugal, Bélgica, EEUU., Colombia y Venezuela.

Su muerte simboliza la instalación de un cada vez más notorio estado de excepción en México, donde el estado de derecho se convierte en un simulacro para justificar la flagrante violación de los derechos humanos y constitucionales de los luchadores sociales en nuestro país.  Acusado de cargos falsos, por su oposición a la construcción de una tienda de la trasnacional Wal-Mart en dicha zona arqueológica, fue detenido violentamente, secuestrado y torturado por la policía, encarcelado por casi un año estando gravemente enfermo de diabetes e hipertensión. Durante ese periodo experimentó un terrible deterioro de su salud hasta que finalmente murió de un derrame cerebral. Su muerte en la cárcel no fue un fenómeno natural, fue un homicidio generado por represión política. Lo que hoy no debe olvidarse es que Wal-Mart ha contribuido al establecimiento del estado de excepción en México y, tristemente, al homicidio de un hombre íntegro.

Emmanuel De Herrera Arizcorreta, hombre comprometido con sus convicciones, debe ser recordado con todo el respeto que se merece. Después de una flagrante violación a sus derechos humanos estuvo injustamente preso en el penal de Neza-Bordo acusado de cargos absolutamente falsos: “portación de artefacto explosivo de uso exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza Aérea”.

Emmanuel D´Herrera. (Sigo mañana.)

Los “activistas”, ¿la entenderán?

¿Seguiremos exigiendo a nuestro enemigo histórico? ¿Demandarle al tigre  que por amor a nosotros se vuelva vegetariano? Para ilustrar esta que ha sido mi tesis  Tommy Douglas, canadiense, utiliza otra clase de personajes. Aquí, recreada,  una fábula que si no la entendemos peor para nosotros y para el país. El ganancioso va a ser, como siempre, el tigre. Aberrante.

La fábula describe un país de ratones, Mouseland, donde los pequeños roedores vivían y jugaban, nacían y morían como ustedes y yo, y que incluso votaban y se habían dado su gobierno,  integrado por enormes y gordos gatos negros.

¿Extraño que los ratones elijan un gobierno de gatos? Estudien tan sólo la historia de México, desde Guadalupe Victoria hasta hoy día,  y podrán comprobar que los roedores, jura el canadiense,  “no eran más estúpidos que nosotros”. No estoy hablando mal de los gatos, dice. Ellos eran buenos felinos, ejercían el gobierno con dignidad, creaban buenas leyes, unas leyes excelentes… para los gatos, por más que funestas para los ratones. Una de estas leyes decretaba que la entrada a la ratonera fuese lo suficientemente grande como para que un gato pudiera introducir su pata. Otra estipulaba que los ratones sólo podían desplazarse a cierta velocidad para que el gato obtuviese su desayuno sin esfuerzo físico. ¿Lo iremos entendiendo?

Las leyes era muy buenas para los gatos, pero tan rudas para los ratoncitos que de repente, cuando no pudieron soportar más, decidieron que algo tendría que hacerse, y fue entonces: echaron del gobierno  a los gatos negros… para sustituirlos con gatos blancos, que habían realizado una soberbia campaña electoral. “Lo que Mouseland necesita es más amplitud de criterio. El problema son las entradas redondas a las ratoneras. Si nos elijen decretaremos por ley unas entradas cuadradas”.

Con argumentos como ese convencieron a los votantes, y ya en el poder las ratoneras fueron  cuadradas y el doble de grandes, con lo que a los gatos les fue posible meter dos patas en las ratoneras. La vida de los ratones se tornó crítica. Y a  buscar el remedio.

¡Eureka! Cuando los ratones ya no pudieron soportar esa situación votaron a favor de los gatos negros, que regresaron al poder antes de que, desilusionados, los ratoncitos acudieran a gatos mitad negros y mitad blancos. Coalición, llamaron a la maniobra. Los ratoncitos, de mal en peor. Ya en el colmo de la desesperación intentaron un gobierno de gatos de piel moteada, y hasta creyeron haber encontrado la solución en un gobierno de gatos que producían sonidos idénticos a los de los ratones. Pues sí, pero lástima: comían como gatos. México.

¿Entendemos ahora? El problema no está en el color de los gatos. El problema es que se trata de gatos, que como gatos cuidan los intereses no de los ratoncitos, sino  de los propios gatos. ¿Algún día lo llegaremos a entender y adquirir conciencia de enemigo histórico?

De repente, el escándalo: llegó un ratoncito con una idea (mucho cuidado con quien tiene una idea): “¿Por qué seguimos eligiendo un gobierno de gatos, compañeros? ¿Por qué no elegimos un gobierno de ratones? “¡Horror!”, exclamaron. “Ese es un comunista, ¡Enciérrenlo!” Y lo encarcelaron.

“Pues sí, los ratones pueden encerrar un ratón o un hombre, pero no pueden encerrar una idea”. ¿Lo entendió alguno? ¿Lo comprenderían los “activistas” que ¡exigen! a los gatos que por amor a nosotros cambien su dieta a yerbitas del campo y a los ratoncitos nos dejen en paz? Lo dudo. (Lástima.)

Éxodo y llanto

(Para Aída, “gachupina” de todos los días.)

Fue un día como hoy,  14 de abril, pero de 1931, cuando los españoles proclamaron su Segunda República. También fue en abril, pero de 1936, cuando un tal generalísimo, “caudillo de España por la gracia de Dios”, inició su dictadura. Ahí se iba a desgranar la mazorca de exiliados por todos los rumbos de la rosa. Lázaro Cárdenas, para fortuna de tantos, recogió la arribazón que tanto bien iban a generar al país en tantas ramas del arte, la ciencia, la industria,  el pensamiento filosófico, en fin.

Estoy mirando en las fotos los niños de ayer que hoy ya son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Miro al fondo la imagen del navío  Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo  la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, que dijo el poeta. Ellos iban a insuflar una bocanada de oxígeno a la cultura nacional.

Hoy, muertos la mayoría, dejaron entre nosotros y acá se nos queda su voz poética, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible –que aún existía aquel generalísimo de todas las Españas-, vislumbraban la querencia “del éxodo y el llanto”.Y la requemante nostalgia, desahogada en poemas.  Océanos, tierra y derrotas de por medio, Juan Domenchina y la ausente presencia de Madrid:

“Cómo me dueles y me sobresaltas – en ti y sin ti, por próximo y distante – Cómo te llevo a mal traer, errante; – cómo mis brincos de ternura saltas. – Cómo te siento aquí, porque me faltas – y allí en tu estar y ser, tierra constante – donde se llenan de tu luz radiante –  los días, y las noches son tan altas…”

Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin: “Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje…”

Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Rafael Alberti: “¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis…?”

Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España  hasta los entresijos del tuétano: “¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques –el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana…”

Pedro Garfias, poeta mayor, un mísero destino y una vida arrastrada: “Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas – y tus altos castillos apoyando – en tu bastón, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta…”

Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa, tantos. Hoy cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de León Felipe, que murió sin volver a lo que vivió añorando:

A tus entrañas vuelvo, Madre- (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre”.

El español del éxodo y el llanto; el poeta de la memoria y la nostalgia de la raíz. Hoy, aquí,  su voz y su nostalgia. Exodo y llanto. (Aída.)

Crónica de una infamia

El aprendiz de brujo, mis valedores. De tal mediocre les hablé ayer aquí mismo, sólo que en una versión hasta ahora desconocida, tal vez porque se trata de una modalidad apócrifa, creada según la voy redactando.  Apócrifa, sí, porque el impostor a que me refiero nunca estuvo a la altura de una soberbia leyenda como la del Aprendiz de brujo, que arranca de los más antiguos relatos populares milenios antes de nuestra era. Por cuanto a los individuos medianamente enterados, ellos la conocen por la balada de Goethe y el scherzo de Paul Dukas. Las masas identifican El aprendiz de brujo por alguna deleznable Fantasía  de Walt Disney. Lógico, cómo pudiese ser de otro modo…

El protagonista de la versión apócrifa es un hombrecillo insignificante al que la ambición de poder masca los hígados casi tanto como la envidia por el magnetismo personal y el arrastre en las masas del brujo principal  de la comarca. “Cómo hacerme del poder”, y el mediocre interrogó a lo más deleznable del noble oficio de la brujería: a alguno que vive en la Casa Blanca, a algún otro que intriga en basílicas y catedrales, a los que acaparan las riquezas de  la comunidad y a los patrañeros de la falsa crónica del diario acontecer. “Cómo, amigas y amigos”.

¿Cómo? Pues calumniando al brujo (“un peligro para México”), y espiando sus hechizos, hasta aquel mal día en que logró robarle un conjuro mágico. “¡Ya tengo el poder! ¡Haiga sido como haiga sido, el poder es mío! Y el brujo de pacotilla se mudó a la casa del brujo legítimo y emprendió la empresa imposible de  “legitimarse”, de limpiar su imagen de espurio, de impostor, ¿pero cómo?

Pues nada, que en su compulsión por lavar la mancha de origen, ¿no fue el desastrado a escoger el peor de los detergentes? Sangre, sí. Sangre humana. Chorros, torrentes. ¿Cuánta podrá caber en las venas de más de 40 mil seres humanos? Niños, viejos, mujeres, jóvenes, adultos, unos inocentes y algunos facinerosos, pero vidas humanas también. Y ándenle, que ahí se inicia la delirante carnicería…

Del demencial destazadero que provocó, mis valedores, ¿habrá que decir más?

A su muerte nada de mérito mereció el aprendiz. Cuando aquello sucedió y el insensato cayó víctima de su misma violencia, ningún epitafio propio logró el infeliz, que hasta para ello le prestaron uno que, genio y figura, le quedó holgado. Y cómo no iba a quedarle guango, si se trató del epitafio hace siglos adjudicado a un  purpurado intrigante,  pero nunca asesino a la manera del brujo aprendiz cuya historia quedó asentada en los códices, pero que en la memoria colectiva no logró trascendencia ninguna. Odio al principio, desprecio después, desdén, olvido, polvo, nada de nada, y no más.

Cuando la mano anónima de alguno que en la carnicería del insensato perdió al hijo, al padre, a la esposa, pudo segar la vida de semejante dañero (bien a bien, del fin del mal aprendiz de todo y oficial de nada muy poco registran los códices), fue un epitafio prestado el que otra mano anónima grabó en una tumba que se ignora si fue o no la suya. A ese que en vida provocó la muerte de 40 mil lugareños,  un número semejante de desaparecidos y uno multiplicado de viudas y huérfanos de hijos, de padres, de hermanos (dolor, luto, duelo, odio, lágrimas, aborrecimiento y desprecio para finalizar aventándolo al olvido definitivo), aquí el epitafio ajeno que le endilgaron al mínimo:

“En su vida hizo cosas malas y cosas buenas. Las cosas buenas las hizo muy mal. Las cosas malas las hizo muy bien”.  (Y RIP.)

Apócrifo

Los estudiosos lo conocen por el relato original, que se remonta a Luciano, dos mil años antes de nuestra era, y que el griego tal vez haya tomado de los más antiguos relatos populares. Por cuanto a los individuos medianamente enterados, ellos la conocen por la balada de Goethe y el scherzo de Paul Dukas. Las masas identifican El aprendiz de brujo por la versión de la cinta de Walt Disney. Lógico. Aquí la versión apócrifa.

Un brujo existía en la comarca conocedor de todos los secretos del oficio, por más que uno se le escapaba, y era que no lejos de ahí merodeaba cierto hombrecillo común, vulgarzón de aspecto, ente humano sin pizca de carisma y simpatía personal, sin duende ni ángel que no fuera el de su guarda, que lo despreciaba. Nada de nada tenía el infeliz más allá de una corrosiva envidia por el arrastre popular y el magnetismo personal del brujo sapiente, a más de una desaforada ambición por dominar el villorrio. Lóbrego.

Y es que a aquel mínimo habitante de la villa (un villano desde acá arriba hasta allá abajo, miren), todo lo que Madre Natura le negó de talento e ideales se lo alquiló un Mefistófeles de pacotilla, malas entrañas y malas mañas, que el villano aplicó para espiar al brujo a la hora de los hechizos. Pero ocurría que de secretos pura madre que lograba robar al brujo, y eso lo traía por la calle de la neurosis. Porque siendo todo un costalito de mañas, el fisgón era también un perfecto cretino, que sólo en el cretinismo llegaba a la perfección. Por ahí va la cosa. Y qué carambas hacer…

Hacer lo que hizo, el felón. Ocurrió que  valiéndose de malas artes logró herir y dejar por muerte al brujo que, despreocupado, se acercaba al laboratorio. De inmediato, impulsado por una irrefrenable compulsión por legitimarse ante los lugareños, el temerario pronuncia aquel terrible conjuro mágico, declara la guerra y entonces: el golen, y el zoombi y Frankenstein cobran vida y se desparraman por el villorrio, y la pesadilla: herir, masacrar, aterrorizar,  producir pánico, lágrimas, dolor. El espurio, observando el desastre…

Pues sí, pero lástima: hasta sus orejas llegaban el llanto y el crujir de dientes. El brujo de masquiña, por acallar lloros y lamentos y amansar una conciencia devota del Verbo Encarnado, buscó en el caserío a algunos descastados con mala fama de pícaros y vividores, duchos en las malas artes del engaño y la superchería, falsos hechiceros y chamanes de pacotilla, pero ni así. A ladridos, entonces. Para acallar la agonía de las víctimas y el gemir de los deudos, el aprendiz de brujo pobló el recinto de chuchos ladradores de Nueva Izquierda. Ni así.  Allá, afuera, ¿escuchan ustedes? Es el clamor de las viudas, los huérfanos, los deudos que velan sus muertos.

Y la guerra del falso brujo seguía. La masacre era alucinante y acrecentaba el odio y el repudio de los lugareños.  La carnicería tenía que cesar. Pues sí, ¿pero cómo? El impostor intentaba acertar con el conjuro adecuado que detuviese desgarramiento y masacre, pero el derramamiento de sangre, en lugar de amainar, se volvía borbollón que empapaba una tierra que había sido pacífica y productiva hasta días antes de que el dañero tomara usurpara el laboratorio del brujo mayor. Miren ahí, contemplen al pequeñajo espiritual remoliendo entre dientes y repasando en voz alta (¡esa aprendiz de voz!) este conjuro, esta fórmula verbal, el rezo al Verbo Encarnado, pero en vano: sangre, dolor y todas las lágrimas que el impostor había provocado, clamaban al cielo. (Sigo mañana.)

¿Un pacto de solidaridad?

María de los Angeles, hechura política del “compatriota” Salinas, que así le pagó un  señalado favor, según juran las lenguas de doble filo. Y es que fue el Dr. Manuel Moreno, padre de la susodicha, quien se atrevió a extender en calidad de “muerte accidental” el acta de defunción de aquella niña Manuela, 12 años apenas  y ya trabajadora doméstica al servicio de la familia Salinas Lozano, que fue “fusilada” por los hermanos Raúl y Carlos, por aquel entonces menores de edad.  ¿Infancia es destino? En fin. Esta  Moreno, que ha ocupado curules y escaños,  se prepara una vez más, aunque todavía a lo disimulado, para alcanzar la jefatura de esta ciudad capital. La Moreno.

Pues sí,  pero no,  que la de los Angeles  pretende volar mucho más alto de lo que le dan sus faldas, y hoy no se advierte un Dédalo que con cera de los pinos le pegue unas alas de cartón con qué suceder en el cargo al sucesor de López Obrador. María de los Angeles.

Aduladora por vocación y estrategia, ella a su hora quemó copal en el altar del santo Salinas. Pero no únicamente al del robo de media deuda secreta, según lo afirmó en su momento Miguel de la Madrid. También, desde 1988, la Moreno rindió su labia ante ese mismo que después de su acusación pegó el reculón, un  De la Madrid que al rematar su sexenio, y en la vorágine de la globalidad intentaba también rematar el país. La de los Angeles, desde la Subsecretaría de Programación y Presupuesto, siempre a la sombra de su inventor, intentó colorear el gris rata del primer mediocre de las cejas alacranadas que fingió gobernar el país, y a loas y odas (no odas, Moreno) intentó justificar la gestión presidencial del desabrido:

“El Presidente Miguel de la Madrid no está frustrado ni defraudado por que algunas metas no se hayan podido cumplir. No puede haber frustración porque muchos de los planteamientos iniciales se han superado, aunque en algunos otros las metas quedaron por debajo. Pero esto es algo que ocurre en cualquier sistema social vivo. Sí, es como el futbol americano: si tenemos 10 yardas por avanzar y lo logramos, luego tenemos que avanzar más, ¿no?

Claro, aún existe una deuda social con las mayorías, que implica desigualdades entre grupos sociales, regiones y sectores que no tienen las mismas posibilidades. Yo, por ejemplo, he podido alimentarme, estudiar y viajar, tener un empleo a un nivel adecuado y todo un conjunto de prestaciones que han hecho de mi vida más que aceptable. No como algunos campesinos que difícilmente han salido de su localidad, y que están en un nivel de subsistencia…

“¿El subempleo?”, siguió la Moreno. “Ese se da por diversos motivos: tiempo de trabajo, bajos ingresos o por realizar una actividad diferente para la cual se estudió. Si el ingreso en más bajo que el salario mínimo se estima que en México  hay subempleo, pero una de las principales características del Presidente De la Madrid ha sido su consistencia y veracidad. Desde un principio habló de una crisis muy severa y de la necesidad de afrontarla todos aun con un enorme sacrificio, aunque a muchos no les gustara. Así,  ha actuado con  realismo al señalar que habrá metas que no se podrán alcanzar. Pero el esfuerzo y el empeño que se han puesto en esta administración son ejemplares, y por eso la firme voluntad de seguir adelante con el Pacto de Solidaridad Económica, que es un ejemplo de concertación, aunque algunos quiera desviarlo”.

Ese pacto atroz, horroroso. Ah, la Moreno. (Ah, México.)

María de los Angeles, hechura política del “compatriota” Salinas, que así le pagó un  señalado favor, según juran las lenguas de doble filo. Y es que fue el Dr. Manuel Moreno, padre de la susodicha, quien se atrevió a extender en calidad de “muerte accidental” el acta de defunción de aquella niña Manuela, 12 años apenas  y ya trabajadora doméstica al servicio de la familia Salinas Lozano, que fue “fusilada” por los hermanos Raúl y Carlos, por aquel entonces menores de edad.  ¿Infancia es destino? En fin. Esta  Moreno, que ha ocupado curules y escaños,  se prepara una vez más, aunque todavía a lo disimulado, para alcanzar la jefatura de esta ciudad capital. La Moreno.

Pues sí,  pero no,  que la de los Angeles  pretende volar mucho más alto de lo que le dan sus faldas, y hoy no se advierte un Dédalo que con cera de los pinos le pegue unas alas de cartón con qué suceder en el cargo al sucesor de López Obrador. María de los Angeles.

Aduladora por vocación y estrategia, ella a su hora quemó copal en el altar del santo Salinas. Pero no únicamente al del robo de media deuda secreta, según lo afirmó en su momento Miguel de la Madrid. También, desde 1988, la Moreno rindió su labia ante ese mismo que después de su acusación pegó el reculón, un  De la Madrid que al rematar su sexenio, y en la vorágine de la globalidad intentaba también rematar el país. La de los Angeles, desde la Subsecretaría de Programación y Presupuesto, siempre a la sombra de su inventor, intentó colorear el gris rata del primer mediocre de las cejas alacranadas que fingió gobernar el país, y a loas y odas (no odas, Moreno) intentó justificar la gestión presidencial del desabrido:

“El Presidente Miguel de la Madrid no está frustrado ni defraudado por que algunas metas no se hayan podido cumplir. No puede haber frustración porque muchos de los planteamientos iniciales se han superado, aunque en algunos otros las metas quedaron por debajo. Pero esto es algo que ocurre en cualquier sistema social vivo. Sí, es como el futbol americano: si tenemos 10 yardas por avanzar y lo logramos, luego tenemos que avanzar más, ¿no?

Claro, aún existe una deuda social con las mayorías, que implica desigualdades entre grupos sociales, regiones y sectores que no tienen las mismas posibilidades. Yo, por ejemplo, he podido alimentarme, estudiar y viajar, tener un empleo a un nivel adecuado y todo un conjunto de prestaciones que han hecho de mi vida más que aceptable. No como algunos campesinos que difícilmente han salido de su localidad, y que están en un nivel de subsistencia…

“¿El subempleo?”, siguió la Moreno. “Ese se da por diversos motivos: tiempo de trabajo, bajos ingresos o por realizar una actividad diferente para la cual se estudió. Si el ingreso en más bajo que el salario mínimo se estima que en México  hay subempleo, pero una de las principales características del Presidente De la Madrid ha sido su consistencia y veracidad. Desde un principio habló de una crisis muy severa y de la necesidad de afrontarla todos aun con un enorme sacrificio, aunque a muchos no les gustara. Así,  ha actuado con  realismo al señalar que habrá metas que no se podrán alcanzar. Pero el esfuerzo y el empeño que se han puesto en esta administración son ejemplares, y por eso la firme voluntad de seguir adelante con el Pacto de Solidaridad Económica, que es un ejemplo de concertación, aunque algunos quiera desviarlo”.

Ese pacto atroz, horroroso. Ah, la Moreno. (Ah, México.)

Morbo y escándalo

En la cárcel nació El Quijote, sátira de los libros de caballerías que nos lleva a la risa y la pena, el humor y la compasión, la tristeza y la carcajada.

El libro, mis valedores, expresión cumbre del talento humano. Un parto maravilloso de lo mejor del pensamiento universal, cada libro constituye una revelación, un milagro repetido que parió la imaginación de los clásicos de la milenaria cultura asiáticas, la griega, la alemana y la de Italia y España. Todas. Nace un libro, y el mundo de la cultura universal lo recibe y aprovecha los conocimientos que encierran sus páginas. A propósito:

¿Que autor es el preferido de alguno de ustedes? ¿Qué género? ¿Novela, tal vez, ensayo, poesía, mito? ¿Qué están leyendo por estos días?

Yo soy lector por oficio y por beneficio. Varios años de mi vida los he dejado entre el aroma de la imprenta y la tinta impresa.  Soy, al propio tiempo, escritor. He forjado una decena de volúmenes que abarcan teatro, relato, novela y ensayo. Todos han encontrado alojamiento en casas editoriales de mucho prestigio que no se desacreditaron con tales títulos, a juicio mío. Tengo aquí en mi gaveta, dos de estas obras inéditas. De teatro las dos, que pongo a  la disposición del director o el conjunto teatral que se interese por ellos. Van de manera gratuita, qué más, qué mejor.

No. Ninguna lleva la marca del realismo costumbrista ni el realismo de tesis, de denuncia, documental, no.  En estas obras cabalgan la magia y el encantamiento,  o están a la pura medida del cesto de la basura. “Gringo gallón”, una de ellas.

Hay obras buenas y malas, de alta y de baja calidad, aunque tal clasificación se basa en elementos subjetivos que pueden variar en el tiempo o en el espacio.

No, esto los libros que han salido de mis manos no lo digo por hacerme propaganda ni a ellos ninguna suerte de publicidad. No la necesitan. Yo, y esto únicamente por voluntad mía, desde hace décadas fui  sometido al ninguneo por parte de gente del medio, y todos en paz. Digo lo que digo por otras razones. Mis valedores:

¿Pues qué ocurre con la creación literaria? ¿Qué con la redacción y publicación de un volumen? Antes la producción literaria era resultado de un esfuerzo descomunal. Un libro era obra de profesionales del oficio, ¿pero ahora? Hoy día qué diarrea de libracos escritos por quién y por quiénes, válgame. ¿Quién que es o finge ser no ha parido su libro, ya con fórceps o ya por cesárea? ¿Quién no ha abortado alguno de esos engendros, en ocasiones pagando él mismo, ella misma, los costos del parto?

Libros de morbo y de escándalo, intrascendentes o mal forjados y sin pizca de interés, libros para satisfacer odios, rencores y vanidades, tramados algunos tan sólo para el autor o sus allegados, que a lo enfermizo tratan de ver su nombre,  su retrato hablado, en alguna de las referencias del mamotreto de marras, efímero. Y otra más:

¿Qué periodista no ha expelido su libro, casi siempre de coyuntura? ¿Qué recluso, qué político no ha malparido su libro? ¿Quién, en el ramo del espectáculo, no se ha echado dos, tres, en torno a su oficio, su profesión? Una escritora Zapata,  otra que se firma Irma Tigresa, una Wornat. Moviendo la testa,  Hamlet: “palabras, palabras, puras condenadas palabras”. Mis valedores:

¿Yo cómo me vería, una tanga sobre los compañones, moviendo las nalgas al compás de una música guapachosa? ¿Y cómo se ve la Niurka mostrando las páginas donde cuenta que el coime le mantiene “siempre hasta los bordes el tanque de gasolina”? (¡Puagh!)

Goliat Eruviel

Y se llegó la fecha de la contienda.  Fresco amaneció Goliat, hombre de guerra, como fresco amaneció el día en aquella explanada orillera del desierto. Del caserío, a lo lejos, el vientecillo acarreaba toques marciales, cajas de guerra,  rumor de  muchedumbres que se acercan, expectación. Hoy es el día. Hoy se jugará la suerte de dos tribus enemigas, y todo depende de él, de Goliat, hombre de guerra…

Confiado, sereno. Para el guerrero terminaron los días de tensión y esas noches que pasó en un dormitar miserable, del que a sacudidas lo desenterraban aquellas visiones donde se veía a sí mismo roto y caído, desmadejado y a merced de un enemigo todavía incógnito. ¿Quién sería él? A tantos rudos de talante fiero  observaba en la tribu enemiga. ¿A cuál de los tales en duelo a muerte tendría que enfrentar? Esta incertidumbre, las pesadillas y el amargor en la boca por tragos no de mosto sino de bilis.  Goliat Eruviel…

Pero la angustia quedó atrás; terminó por los buenos oficios de sus espías que día con día, infiltrados en las líneas enemigas, esforzábanse por descubrir la identidad del guerrero que se le iba a enfrentar. ¿Ese héroe curtido a contiendas, aquel gigantón, el de las correosas carnes, ducho en la lidia cuerpo a cuerpo? ¿Qué arma mortífera tendría qué confrontar? Y esa tensión,  el insomnio, el ahogo. Por momentos olvidaba resollar…

La noche de anoche, de la que hoy  se ríe con desdén, resultó la peor de las noches: al peso de las sombras se soñó decapitado por el rival incógnito. Lo zarandeó el ahogo y se alzó, jadeante y empapado en sudor, y a tarascadas buscaba el aire con qué revivir los pulmones. Mi enemigo, mañana, ¿quién irá a ser? El alba, allá afuera, hacía amagos de clarear. Eruviel, hombre de guerra…

El tal abandonó el lecho y trepó al montículo. A la lechosa claridad de la luna contempló la explanada donde se decidiría la suerte de dos tribus enemigas. Trémulo contempló el claro en la zona musgosa donde él (los de su tribu, detrás, expectantes), confrontaría  al enemigo. Y tal flaqueza del ánimo, que le retiraba el apetito de vivir. En figones, prostíbulos y tabernas lo extrañaban. Goliat.

Amaneció en el campamento. La hora sonó.  Los combatientes y sus tribus, en un ambiente electrificado, aguardan la señal. Ahora, sereno ya, despectivo, el gigantón mide con la vista al enemigo que tiene enfrente, que lo ve con tranquilo mirar. Y qué enemigo, dioses…

De no creerlo. ¿En qué estarían pensando los estrategas enemigos? Le enfrentan (¡a él, león guerrero!) no a un soldado de combate, no al veterano de mil contiendas, no a un general de su ejército, sino (de no creerse, dioses) ¡a un simple pastor de ovejas! A semejante Encinas de esmirriada catadura y tan corto de alzada, que no acaba de embarnecer. ¡Y sin armadura ni almete, ni escudo ni arma ninguna, que no sea el pecho al aire, la barba cana al frente ¡y una honda en la diestra! Dioses…

Goliat, en cambio: altísimo, formidable, corpachón forrado de acero y  el arma ofensiva dispuesta. Véanlo mirar al antagonista no con temor, no con precaución, ni siquiera con odio: con desdén. ¿Y ese redrojillo fue el que en mi mal sueño me revolcó en el polvo frente a mi tienda para terminar trozándome el cuello? Y luego crean en los sueños, espejismos de la tenebra. “Revolcar a Luis Felipe era  PAN comido; a este redrojillo Encinas, más fácil aún”.

¿Lo que más tarde ocurrió? La respuesta,  después del próximo tres de julio. (Se reciben apuestas.)

De interés social

Aquí finaliza, mis valedores, la crónica de mi excursión por alguno de los departamentos de interés social con los que el sexenio de Fox enriqueció hasta la náusea a los hijos de toda su reverenda Marta. Aquella tarde de miércoles, ya al pardear, arribé al depto. EF/96, y sin medir las consecuencias de mi temeridad me lancé a la empresa de abrirme paso desde la estancia  comedor hasta la habitación del agonizante don Camilito Rolón, maniobra inaudita ante una muchedumbre de vecinos, 8 ó 10, que se apretujaban en aquel espacio de 6 x 6 metros cuadrados. La multitud me arrinconó entre un muro de cartón-piedra y la barrigoncita de cara pañosa. “¡Oiga, que me va a malograr mi criatura!”

Intenté despegármele, pero cómo, si los Bribiesca Sahagún no planearon deptos. para barrigoncitas. Alcancé el dintel de la habitación, y entonces:

– Papá, papá, ¿me puedo oír todavía? / “Arg, arf”, jadeó el agonizante. “Arf, arg”. / “¿Me alcanza a oír, padre?”

Yo, aquel suspirillo. Me mordí el de abajo, el labio. De la estancia comedor llegaban retazos de chistes ecológicos (verdes). Del depto. de junto retazos de la balada romántica: “¡Es la boa!” A 5 mil decibeles. De acá, del RL diagonal 486: “Nuestro programa de casas y condominios de interés social…”

En eso, que del cielo desciende, (del piso superior): “Chente, que Gregory Conan  no es hijo tuyo, sino del compadre Chemín”. “¡Qué dices, pú…trida!” Del depto.  de junto: “¡Le puso el doctor – la mano en la cintura!”, mientras que un cristiano entregaba su alma a la eternidad. Esos huevitos Sahagún

El primogénito Rolón: “Papá, papacito, ¿me oye todavía?  Ya lleva tres días agonizando, qué sufridero…”

Los chamacos, pistojeando, rascándoselas, escarbándoselas. “Mi aguelito en artículo de muerte, él que de artículos y verbos pura madre que sabía”. “Pero los nacimientos qué bien le salían. Los de Navidad”. Yo, de ladito, en susurro: “Le ayudáramos a bien morir. ¿Me permite?” Mi rosario bendito: cada frotada, 300 indulgencias.

De pie, porque faltaba espacio para plantarse de hinojos, el primogénito acercó su boca a la oreja del agonizante, y aquellas desgarradas palabras, brotadas de la viva entraña del corazón:

– Papá, padrecito, ya tres días agonizando, qué sufridero.

Yo, sentimental que es uno, me sorprendí haciendo pucheros. Y a mi edad, y con estos mostachos. Ojos, nariz, pañuelo desechable. Abrí mi libro de oraciones: “He de morir, no se cuándo. He de morir, no sé donde”. La voz ahogada del primogénito: “Papá, ya lleva tres días agonizando.  ¿Me oye, papacito? Tres días con sus noches”.

Yo: “Resignación. El que cree en mí vivirá eternamente”. La de la nube en este ojo, miren,  a pasones de amoniaco trataba de que volviera en sí. El volvía en no; un pie ya en el éter, pero el otro todavía en el huevo (de depto.), abría sus párpados, los cerraba, sacaba fuerza de sus estertores. Como aferrarse a este mundo se aferraba a la mano del primogénito, entreabría unas pupilas a media luz, las enfocaba al hijo, intentaba un amago de sonrisilla, la del adiós…

Y ándenle: rápido de reflejos, en la reacción del agonizante aprovechó el rescoldo de luz, de vida, de esperanza viva, y como arpón, como lanceta, le lanzó el afilado berbiquí:

– ¿Me oye, papá? Oiga, no hay que ser. Lleva ya tres días agonizando, y sus nietos no tienen donde dormir porque usté está ocupando el cuarto de las criaturas…

Las cuales nomás pistojeaban, sorbían por aquí, se escarbaban por allá, se rascaban acullá. Los de los hijos de la Sahagún. (Qué hovos.)

Servidumbre humana

(A doña Lupe esta vez. La conclusión de la fabulilla que describe al agónico, mañana.)

Ellas laboran en condiciones de esclavitud, sometidas a maltratos, ofensas, discriminación y acoso sexual. Ellas trabajan sin vacaciones, seguro social, jubilación. Ellas, por doce o catorce horas diarias de trabajo rudo, devengan salarios de hambre. Ellas, las trabajadoras domésticas, carecen de todo derecho frente a la “patrona”.

– Cuando yo exijo mis derechos, me responden: ¿cuáles derechos, si tú sólo eres una sirvienta? ¿Una “gata”, derechos?

Alardoso, el macho: “¡Para carne buena y barata, la de la gata!”

La empleada doméstica, mis valedores, mal sobrevive en  una esclavitud no muy distinta de la de aquellas infelices que en la Grecia antigua servían a las amas de casa. Para que capten ustedes que 24 siglos apenas han desbastado esa condición de esclavitud, aquí copio un fragmento de cierto documento que muestra la condición de la esclava en el siglo III antes de nuestra era, a ver si notan demasiada diferencia entre la escena antigua y alguna de hoy día en algún hogar mexicano de clases media. La escena, entre dos matronas de nombre Metro y Corito:

– Siéntate, Metro. ¡Tú, levántate y acerca un asiento a la señora! Todo tengo que ordenártelo yo: tú, infeliz, no eres capaz de hacer nada por ti misma. Eres en esta casa no una esclava, sino una piedra. Ah, pero cuando mides tu ración de harina, bien que cuentas los granos, y si cae un tanto así, el día entero estás rezongando y bufando, que ni las paredes te aguantan. Bendice a esta señora, bribona, que si no fuera por ella, ya te habría dado de palos.

– Querida Corito, a mí también me tienes sufriendo este yugo; también a mí me hacen temblar de rabia, y día y noche ando ladrando como perro tras estas malditas. Pero lo que me hizo venir a verte…

– ¡Largo de aquí, imbéciles! ¡Son todas oídos y lengua, y en lo demás, pura pereza..!

(Más allá de la ruda escenilla contra las desdichadas y sólo a modo de detalle curioso: ¿saben ustedes a qué se debió la visita de Metro a Corito? Fue a pedirle  en préstamo cierto adminículo con el que la mujer se auto-gratifica, y a preguntarle quién se lo fabricó, para encargar uno propio. ¿Algo ha cambiado entre las..?)

La empleada del hogar. El poeta la mira pasar, y sonriente, bonachón y distante,  reflexiona acerca de la que llama “gatita”:

“Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasea en la alameda antigua. Ropa limpia, el baño reciente, peinada y planchada camina por entre los niños y los globos, y charla y hace amistades…

Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ella disfruta de su libertad provisional y posee el mundo, orgullosa de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces…”

Y su desafortunada reflexión:

“Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución (¡!) o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban nunca. Danos, señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen”. Lamentable reflexión. (¿O no?)

Agónico

Una vivienda digna y adecuada para todas las familias mexicanas es una prioridad fundamental de mi gobierno. Hoy en día ya no es problema adquirir una casa en México. (El padrastro de los Sahagún, por supuesto.)

Al trance agónico que sufrió un tal don Camilo Rolón aludí ayer aquí mismo, y que aquello ocurrió en un de esos palomares con los que en el sexenio de la “pareja presidencial”  traficaron los Bribiesca Sahagún. Una vez que a codazos entre la multitud (8, 10 vecinos) logré alcanzar la estancia-comedor (2 x 2 metros cuadrados), quedaron prensados los de la caderota, sus pechos, y la mía, mi nariz. Ella, tratando de ponerse de lado:

– De veras, digo, qué huevos.

Me ruboricé. “Créame que no es mi intención”.

– Hágase guey –y trató de propinarme el codazo, pero cómo. Se concretó al golpe verbal. Qué huevitos, pensé escandalizado. Por qué los hijos de toda su reverenda Marta no los construyen a la humana dimensión.

– Un puñito de casa, dijo ahí el de la cotorina azul plúmbago. “Tampoco hay que exagerar”, dije. Y él: “¿Qué no? ¿Sabe usté que cuando mi Licha recibe al sancho yo me tengo que salir, o nos hacemos estorbo?” “Cómo. ¿No espera a pie firme para lavar su honra?” “Mi honra es muy grande, oiga usté, para lavarla en un lavadero de este tamañito, y con el sancho encima de mí cuando se bajó de mi ñora. En este huevito de casa no caben los dos. (¿qué me quiso decir?) ¿Por qué cree que cuando salió con su premio la hija soltera del depto. EN/546 tuvo que salir por piernas el primo que tenían de arrimado y que se arrimó tantito más de la cuenta? Ah, qué huevos…

De repente logré avanzar unos pasos. Tres, cuatro, y rebasé la estancia comedor. Un resuello hondo, dos pasos más, y estaba yo en el dintel del dormitorio donde la muerte se había acomodado -de ladito. En el camastro, de ladito también, ya lívido y con el polvillo en la nariz, caedizos los párpados y afiladas sus facciones, don Camilito, aquel estertor, el  silbo agudo, el blanco traslúcido de la piel. Ah del agonizante…

Observé la escena: en aquel cuarto de 2×2 apenas cabía el camastro, pero con paciencia y salivita los hijos de don Camilito habían hecho caber también un crucifijo de este tamaño (de ladito, por la falta de espacio), una imagen de Juan Pablo II y, todo  vestido de amarillo y como a punto de embestirlo (de ladito), Satanás. La  sempiterna lucha del bien contra el mal. Ahora que ya fijándose: no Lucifer, sino el barbón del greñero, goleador del América.  Los deptos. de interés social…

Silencio, unción, recogimiento. Ahí, imponente, la muerte, que empieza a coexistir en la misma cama con el que agoniza, seca la boca y el aliento a sepulcro, ella y él de ladito. ¿De qué se moría? A saber. Todavía un día antes los doctorcitos del Seguro Social, categóricos en su diagnóstico: gripe o indigestión; un médico particular: cáncer; el doctor Simi: tres genéricos contra las paperas, y como nuevo. En un punto todos estuvieron de acuerdo: había que comprar el cajón. Yo ahí, contemplando al que se extinguía. Desgarrada voz, el primogénito: “Papá, ¿me alcanza a oír todavía..?”

De ladito junto al primogénito, el primogénito del primogénito pistojeaba, se escarbaba las narices, bostezaba. A su lado, la del ombliguito saltado y el de pecho, con su madre acá, en el dintel, sin poder entrar al cuarto porque de por sí ya era robusta desde que se la robó el Rolón chico, y luego el parto, y ese par de pechos que no leche, sino jocoque, pues… ni de ladito.

La agonía termina mañana. (De ladito.)

 

Huevitos Bribiesca

Hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres…

Tal afirma el poeta y así amanecí el día de hoy, todavía impresionado ante el espectáculo de la humana agonía. Ah de los agonizantes, esos desdichados que con un pie en este mundo y el otro en la eternidad, en madrugadas interminables dejan retazos de vida a trancos, a estertores, a bocanadas que van absorbiendo la muerte, esa inevitable de todos nosotros, los que alentamos todavía, pero que mañana o pasado…

Es así, mis valedores. Lúgubre como amanecí esta mañana, permítanme que les hable de cierto anciano que, según lo observé en su cama de agonizante, no va a aguantar hasta fines de abril para celebrar el sábado de gloria, que la gloria eterna se le va a adelantar en cualquier momento de miércoles, pobrín de él.

El agónico incidente acaba de ocurrir en una de esas unidades habitaciones que, palomares de este tamaño, edificaron (edificarán hoy  todavía, que la impunidad es la almendra de la corrupción) los beneméritos hijos de la honorable pareja Bribiesca Sahagún para medrar con la necesidad de esa desalada arribazón de paisanos que todos los días y desde todos los puntos de la rosa desembocan en este hormiguero descomunal; esos que en busca de la sobrevivencia van a recalar en los departamentos de interés social marca Bribiesca Sahagún. Es México. La noticia:

Desdeñan familias sus minicasas. El gobierno les construyó 200 viviendas de 4×5 metros cuadrados,  con una puerta, una ventana, un pequeño patio y una letrina seca. “No cabemos en ellas. Hay una letrina de cal, pero huele mucho, por tan cerquita que está de las minicasas”.

Ah, crueles palomares en que mal sobrevive el fregado de salario mínimo. Ah, ciudad deshumanizada la nuestra, que entre tantos humanos hemos terminado por deshumanizar, cruel paradoja. En fin, que sigue aquí el trance agónico.

Pues nada, que a uno de esos huevitos Sahagún acudí cierta noche de miércoles con la sana intención de ayudar a bien morir a un cierto don Camilito Rolón; en el trance de vida y muerte asistirlo dentro de alguna de las habitaciones de cierto condominio traficado por los hijos de toda su reverenda Marta. Ya oscureciendo llegué al depto. EF/96, y entré de ladito, porque las 8, 10 gentes que en ese momento se apiñaban en el depto. no permitían espacio para una más. Hasta el dormitorio  (2 x 2 metros) me escurrí a través de la sala comedor (3 x 2), y tuve que atravesar toda la cocina, 2 x 1 más 7 cms., con el cuarto de baño y sanitario de por medio, 80 por 76 centímetros y 36 milímetros, deshumanizada aritmética. Un cuarto de baño donde todo, todo tiene que hacerse así, miren: de ladito.

De repente, el atascadero de visitantes (8, 10 vecinos) me forzó a detenerme ya casi alcanzando la meta, o sea la habitación donde don Camilito se entretenía en agonizar. “¿Ya se atascó usted?” –me dijo uno de los vecinos que, prensado entre dos, mal  resollaba, de ladito también.

– Y lo malo es que ya no puedo dar paso adelante, ni recular.

– A recular al hotel, lépero alburero de miércoles –una caderona que así, de ladito, me los aprontaba en el cogote; su resoplidos.

– Caracso –mi interlocutor-, qué malas entrañas los traficantes que construyen tales huevitos. Qué huevitos de Sahagunes, de veras…

Qué huevitos, pensé, y en la apretura intentaba cuidar mi bajo vientre, pero dos cuñas humanas me sofocaban: el de la cotorina, aliento de epazote mal digerido, y mero enfrente de mí la caderota de marras que entre dientes rezongaba:

–         Qué huevitos, de veras.

 

AMLO, suertudo

Suerte la del tabasqueño, mis valedores. Años y sexenios ha caminado el pantanoso terreno de la politiquería, y al parecer ni se ha encenagado ni sufrido ningún resbalón. Su fama pública, intacta; su poder de convocatoria, cabal; su arrastre entre las masas sociales, acrecentada. AMLO ha resistido medidas ilegales e ilegítimas, desde calumnias y desafueros hasta campañas de prensa erizadas de vituperios y el apodo de “Peje” con el que no logran rebajar  ante las masas la imagen del “peligro para México”. El tal, hoy día, tan campante. ¿Por qué?

¿Será porque a diferencia de los pragmático-utilitaristas, cuyo espejo distorsionado son los H. Alvarez, Fernández de Cevallos, Gustavo Madero y los talamanteros Chuchos de una Nueva Izquierda alquilona y migajera, el tabasqueño se mantiene fiel y leal a principios, a valores y convicciones?

Pero a ver, un momento: su imagen aún incontaminada la debe no sólo a sus propios méritos, sino también a maniobras que hasta el primer domingo de julio del 2006 instrumentaron la Casa Blanca, Marta y su segundo marido, treinta mega-ricos cimarrones, el alto clero político, los medios de condicionamiento de masas y tantos intelectuales orgánicos que, entre todos, lograron su propósito de descarrilarlo y que no llegase a  Los Pinos. A todos ellos le debe su flamante figura política, ya que de no ser por ellos López Obrador mal-viviría encuevado en Los Pinos odiado por unos y por los más,  despreciado.

Escalofriante, ­porque a estas horas sería el individuo más aborrecido de unas masas sociales lastimadas porque el miserable las habría engañado al incumplir la diarrea de promesas que barbotó en su campaña, y con toda razón, porque apenas acomodadas sus reales en el sillón de Los Pinos, su novatez como responsable del gabinete económico provocase una severa crisis económica y un deterioro creciente en el nivel de vida de las clases medias y populares. Tal vez.

Se entendería, entonces, que López Obrador no pudiese sacar de su bunker la punta del pie sin que se activase el hormiguero de guardias presidenciales,  tropas de asalto  y un equipo de logística que tuviese que aislar las 30 colonias circundantes, un francotirador en cada ventana, en cada azotea y en cada tinaco. Escalofriante, sí, porque por un inútil afán de legitimarse ya cargaría en su conciencia cosa de 40 mil cadáveres y una multiplicada cifra de viudas y huérfanos y multitud de dolientes.

¿Podría dormir? A Macbeth solo una víctima le espantó el sueño. ¿Qué  de somníferos y antidepresivos tendría que tragar y chupar López Obrador para lograr el sueño, así fuese crispado de pesadillas ensangrentadas?

De haber llegado a Los Pinos, ¿cuántas veces hubiese cambiado un mediocre por otro en su gabinete presidencial? ¿Su irrefrenable rijosidad de hombre inseguro e inestable emocional cuántos frentes de conflicto hubiese abierto en la claque política? ¿A los gobiernos de cuántos países habría confrontado?

¿AMLO, un presidente íntegro, responsable y patriota, que salvaguardase la soberanía del país, o al contrario: ya embrocada en el pecho la banda presidencial, como primera medida de gobierno  (“Borrachito me voy – hasta la capital – pa servir al…” Canten ustedes el resto.) se  hubiese ido a cuadrar ante Obama?

¿Con López Obrador en Los Pinos y por culpa del vacío de poder que generase su gobierno ya medio país se regiría por las leyes no escritas que impone el narcotráfico?

AMLO suertudo, flamante su fama pública dondequiera que él ande a estas horas. (Seguiré el lunes.)

Y lo mataron…

(Al héroe y mártir, mi retablillo anual.)

En su tierra lo mataron. Aquel 24 de marzo de 1980 mataron al religioso, al luchador, al héroe, al mártir. Lo asesinó un matarife de ARENA, la ultraderecha de Roberto D’Abuisson,  canceroso de cuerpo y ánima y matancero intelectual que contrató al sicario material. Un solo disparo  terminó con la vida de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, mientras celebraba misa en su iglesia de San Salvador. Aquí, como el año anterior, a su memoria.

El religioso presentía su muerte y estaba presto a entregar la vida por la causa que amaba. La palabra viva del bienamado de El Salvador:

 He sido amenazado de muerte. Como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Si llegasen a matarme perdono y bendigo a quienes lo hagan.

Profeta al modo de Isaías y defensor de los desvalidos, el arzobispo fue asesinado al elevar la hostia en instante de la Consagración. Su cuerpo cayó fulminado al pie del altar. Uno de sus fieles amigos:

“Lo supe esa tarde. Acababa de nacer la primavera. La mañana había sido calurosa y clara. Cuando lo supe, llovía. Una lluvia nueva, generosa, blanca, que envolvía los cerros. Oscar compañero había resucitado en la llama de una bala. Sólo una bala precisa, amaestrada, prevista. La lluvia fue el gran perdón que caía sobre El Salvador. El perdón del caído. El Mártir de América había ganado la batalla a sus asesinos”.

Eran años aciagos para El Salvador, sacudido por una crudelísima guerra civil entre la guerrilla del FMLN y el ejército del gobierno, apoyado, y cuándo no, por EU. (Su presidente anda a estas horas, marzo del 2011, pisando la tierra que la Casa Blanca ayudó a ensangrentar.) El conflicto se prolongó por 12 años; el armisticio se iba a firmar aquí,  en el Castillo de Chapultepec.

Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse sus amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador. Yo resucitaré en las luchas del pueblo.

Y el final de la homilía que le granjeó una bala en el pecho:

– Yo quiero hacer un llamamiento a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles:

¡Hermanos: son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice no matar!

¡Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios! ¡Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla! ¡Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado! ¡La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación! ¡Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con sangre!

¡En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos: les suplico! ¡Les ruego! ¿Les ordeno en nombre de Dios! ¡Cese la represión!

Y lo mataron. Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador. (A su memoria.)