Apócrifo

(Mi retablillo anual.)

El martes, muy de madrugada,  se vino Juan Diego de su casa de Tlatilolco, y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre pasar, dijo: “Me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora”.

Pero ahí salió a su encuentro al otro lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde vas?”

“Niña mía, voy a causarte aflicción: voy presuroso, Señora, porque está enfermo un mi  tío Juan Bernardino y he de llamar al párroco”.

Pero ahí siente Juan Diego que la Señora del cielo mirábalo con su modo de mirar y que leía en lo profundo de su ánima. Avergonzado de su mentir clavó una rodilla en tierra:

“Y cómo engañarte a ti, Niña mía, cómo engañarte. De intento torcí mi andadura para hacérteme el perdidizo porque  anoche mi tío Juan Bernardino, en sus delirios fiebrosos, tuvo una a modo de revelación: al verme llegar pegó un gran suspiro:

“¡Dichosa mi sangre, bienaventurada mi semilla, porque mi sobrino Juan Diego llegará a los altares!” Los sus ojos, Niña mía, fulguraban.

La Señora del cielo, mansas pupilas, miraba a Juan Diego, y sonreía…

“Entonces me eché a dormir, pero no dormía. ¿Yo a los altares? Eso quiere decir que la Niña mía del cielo va a convertir el desierto en rosas, y las rosas de la tilma en el milagro de su Imagen del Tepeyácac, y que al prodigio la cristiandad va a edificar capillas, ermitas, templos y basílicas a la honra y gloria de Dios y su Madre santísima”

Ella, sonriendo, le extendía sus brazos.

“Lo supe entonces: de todos los rumbos de la rosa van a acudir hasta ti romeros y suplicantes, pero también cierto pontífice reaccionario que va a mirar a un mi  México hundido hasta el pescuezo en la pobreza global, a una comunidad flagelada, castigada por el modelo neoliberal, y un descontento que amenaza tronar, a estallar de repente. «¿Ah, revoluciones a mi?” Y va a urdir el truco de darles un bato –un beato, perdón- y luego un santito, pararrayos de la  cólera de mis paisas. Yo, Niña mía, mirándome gestor de milagritos intentaba dormir, pero el sueño, andavete”.

Vio entonces, o figurósele, que se añublaba el mirar de la Niña...

“Y así, Madrecita, presentí que mi expediente, que en cosa de cuatro siglos había dormido en santa burocracia el sueño de los beatos, iba a levantarse y a andar, y que en el alba del XXI estaría yo en mi nicho de santo de palosanto.

“¿Y tal presentimiento atribula tu pecho, hijo mío el más pequeño?”

“Y cómo fregaos no. ¿Tú conoces a mis paisanos? ¿Te imaginas al más pequeño de tus hijos tieso en su nicho, con la marabunta de penitentes a mis pies –a mis sandalias-, exigiendo de Dios, por mi santa intercesión, lo que hoy, porque se niegan a pensar,  ¡e-xi-gen! inútilmente al Poder?  Que realice el milagro de mirar por ellos, ¿te imaginas? ¿No te impacienta que en vez de asumir y contra lo que les enseña la Historia los muy penitentes deleguen siempre, una y otra vez, en un enemigo histórico al que imaginan aliado?

Por evitar que las masa sigan delegando en santos  y politicastros y forzarlas a  asumir el papel que les corresponde; por eso fue que traté de hacérteme el perdedizo, Niña del cielo. Tú has de perdonar a la más pequeña de tus criaturas, ¡pero nada de aureola! Todo lo que quieras, Niña de mis ojos, ¡pero santo no!”

La de Guadalupe, entonces, juntó sus manos, ladeó su cabeza, suspiró y parece que sus pupilas se rasaban de lágrimas, y así se nos quedó en la tilma. (Obsérvenla.)

A alzar la Peña

«Me quedo con buen ánimo sobre lo escuchados el día de ayer sábado», afirma el comentarista del matutino, porque, asegura, «una vez lanzados tales compromisos  será difícil que la sociedad mexicana, cada día más exigente, renuncie a reclamar su cumplimiento».

Y una vez más, a la manera de Sísifo, las masas sociales a cargar el piedrón sexenal, que ya en la cima de la montaña caerá a plomo para que todos nosotros volvamos a levantarlo a lo largo de seis penosísimos años, y una vez en la cresta de la montaña alguien nos venga a decir: «ahora sí, esta fue la última vez que se cae la Peña. Se terminó para ustedes esa maldición».

– Lo que me recuerda el cuento de Los mensajeros, dijo el maestro en la tertulia de ayer.

Oímos. El relato describe el episodio que vivieron ciertos desdichados de alguna villa miseria obligados por el Sistema de poder a financiar un programa de vuelos espaciales. Parte integral del Sistema, la televisión juraba a los lugareños que eran ellos mismos, por medio de sus astronautas,  los héroes conquistadores del cosmos. Los payos se la creían y pagaban dobles impuestos.

Los pobretes, así manipulados, sobrellevaban miseria, avitaminosis, enfermedades y analfabetismo, y al sentirse héroes del cosmos copulaban con bríos renovados mientras sus mujeres imaginaban que un astronauta se las llevaba más allá de Venus y el hambre,  de la desesperanza, el sufrimiento y se empobrecían aún más.

Pues sí, pero de repente sucedió que herida de presunción y arrogancia la nave espacial en la que los desarrapados habían puesto su esperanza irracional se desplomó entre las malolientes cabañas, desperdicios y cartón. “¡Cómo dimos de alaridos! ¡El sordo terremoto nos hizo llorar a millones de ilusos y dependientes. Fueron acres y tristes nuestras lágrimas de decepción. En pocos minutos, nuestro  ángel de la esperanza se había reducido a un gusano herido de fierros retorcidos».

Y que “chapoteando en el fango de la explosión nos fuimos acercando,  rodeamos cadáveres y metales. Fue horrible  nuestra pena, amargo el llanto por el ángel destronado y la promesa incumplida. No habían sabido estar a la altura de nuestra dignidad. Nos acercamos en círculo. ¿Por qué caía entre nosotros, en vez de perderse en algún asteroide? ¿Por qué se insultaba nuestra fe en esos en los que habíamos delegado? Injusto. Decidimos saquear el templo de la esperanza frustrada, para que la ira divina cayese sobre nosotros, eternos pecadores. Con furiosa energía saqueamos todo. Al amanecer sólo quedaban cenizas de lo que fue nuestra nave espacial…

Ya no seguimos con la mirada a los héroes conquistadores. Hemos vuelto a la vida de antes: rebuscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente. Despreciamos a nuestros héroes. Les hemos perdido la fe. No  han tenido la dignidad de quienes delegamos en ellos. Y cada vez que sorprendemos a uno de nuestros niños mirando, inquieto, hacia el cielo, le pegamos con odio y sin misericordia”. ¿La moraleja, contertulios?

El mexicano pasa su vida delegando siempre en sus astronautas,  decidido a nunca crecer, madurar, asumir. Delegar en Echeverría, y venga la desilusión, y retoñe la irracional esperanza con López Portillo. Desencanto rotundo. Ah, pero con De la Madrid sí. ¿Que no? Ya el Sistema nos apronta a Salinas y Zedillo. ¿Tampoco? Y qué importa. Con Fox, ¡al cambio! ¿La desilusión? Pero ahora nuestra esperanza es   “uno chaparrito, jetoncito, de lentes». ¿Que empobreció y ensangrentó el país? ¡Pero ahí llegó Peña! (Ah, México.)

Supurante llaga, la tortura

Lo documenta la Comisión de Derechos Humanos del D.F.: contra los detenidos del contingente que el sábado pasado se manifestó en el contexto del cambio del gobierno federal  se registraron varios casos de tortura donde se utilizaron aparatos que infligen choques eléctricos. Según el reporte elaborado por la citada Comisión, «a uno de ellos lo golpearon en los ojos y le aplicaron choques eléctricos. A otro le causaron tormentos físicos graves».

Pero el discurso oficial: erradicada la tortura, lo juraron a su hora  los gobiernos panistas, y a las masas sociales más nos lastima o debería lastimarnos el tartufismo, el enmascaramiento y la simulación con que los mismos manejaron esa llaga supurante en la pelleja social: una inexistente tortura que militares y policías aplican a los infelices sospechosos de ser sospechosos de algo sospechoso. Y ahora pronto, con la vuelta del PRI-Gobierno al poder:

«Otro de los detenidos fue amagado con el arma, lo golpearon en los genitales y le dieron choques eléctricos. Antes de ponerlo a disposición del Ministerio Público la patrulla se detuvo, lo desnudaron, le tomaron fotos desnudo y lo golpearon en las costillas». Que los choques eléctricos se los aplicaron con una especie de macana.

El Centro por la Justicia y el Derecho Internacional ha aludido a diversos casos de tortura, y ante el sistema interamericano de derechos humanos acusaba al gobierno:  “La tortura en México sigue siendo una práctica común, poco investigada. Ahora tratamos una treintena de casos contra México, entre los que se encuentran algunos de confesiones arrancadas bajo tortura”.

Aquí, mientras tanto, la prueba del tartufismo del discurso oficial:

México ha aprobado y ratificado dos convenciones sobre el tema específico de la tortura, una universal, la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, y una regional, la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura. Además, el titular del Ejecutivo acaba de signar el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura, de la ONU, y se comprometió a establecer mecanismos para prevenir la práctica de la tortura que, según la ONU, aún es común en México”.

Pero no; para la careta de un gobierno torturador un protocolo y dos convenciones no iban a ser suficientes: «México presentó a la ONU el instrumento de ratificación de un instrumento adicional a la convención contra la tortura. Asimismo, hizo notar que en materia de derechos humanos, a México sólo le queda por signar el Estatuto de la Corte Penal Internacional, que ratificará en breve».

La tinta todavía fresca en la pluma y la pluma todavía en la mano del de Los Pinos, el Alto Comisionado de la ONU tomó la palabra y acusó al torturador mexicano:

La tortura sigue siendo una práctica en todo ese país. No obstante la firma de acuerdos internacionales para erradicarla, arrancar confesiones por medio de la tortura, es de uso recurrente en la mayor parte de los países, y en algunos casos, incluso, justificada en el contexto del combate al terrorismo por razones de seguridad nacional. México no es la excepción.

«Otro caso relevante (noticia de ayer)  es de alguien que fue detenido cerca del Monumento a la Revolución. Lo ingresaron a un estacionamiento público en donde  lo tiraron al piso y lo golpearon hasta noquearlo. Un policía le hizo tocamientos de carácter sexual, para luego escupirlo y jalándolo de los cabellos subirlo a la unidad vehicular». Es México. (Qué país.)

Las raíces irritadas

España ha muerto. Murió de la otra mitad.

Así yo, mis valedores. Cómo conciliar dos raíces en pugna dentro de mí. Cómo hermanar mis dos sangres, la vencedora con la vencida. Como hablar de identidad y de idiosincracia si en mi condición de mestizo mal avanzo a lo hemipléjico, una mitad enhiesta y mortecina la otra mitad. Inclinado sentimentalmente a Tenamaxtle el caxcán,  mi sentimiento lo expreso en el idioma que me legó Cortés. Con él pienso y me comunico con otros mestizos como yo mismo. ¿Entonces? ¿Cómo pacificar mis dos raíces irritadas, que dijo aquél? Aquí el principio de la pugna entre mi hontanar nativo y mi conquistadora raíz:

Fue un ocho de noviembre de 1519 cuando el invasor español pisó el valle de Anáhuac e inició una que denominó conquista para encubrir la invasión y destrucción  sañuda de todo un imperio con la ciudad capital  y sus habitantes,  y una cultura, una religión,  una cosmogonía. Mediante el genocidio mayor que registra la historia del mundo Cortés «decapitó una civilización floreciente en plena vida» mientras que en el suelo de Anáhuac «la sangre corría a raudales como el agua cuando hay una gran lluvia». De ese horror nací yo como mestizo.

Bueno, sí, pero a cambio de todo lo que destruyó, a la etnia nueva nos aprontó una cruz ensangrentada, una virgen enraizada en Tonantzin y una religión distante del cristianismo tanto  como de aquí al cielo, que renovó en el mestizaje el pensamiento mágico de Huitzilopochtli y Coatlicue: milagro, misterio y autoridad. Laus Deo.

Cortés destruyó todo un imperio. En la fecha de la invasión era tlatoani  Moctezuma Xocoyotzin, que antes de habitar el palacio y convertirse en «dios» había participado en una decena de acciones invasoras y expansionistas contra pueblos tan distantes como el zapoteca y algunos más. En la fecha de la defensa del territorio disponía, además de su conocimiento del terreno y la forma de defenderlo con éxito, de una tropa calculada por cronistas que se apartan de la historia oficial en alrededor de 100 mil guerreros águilas y guerreros tigres. La vida del polémico Moctezuma II finalizó el 1o. de julio de 1520.

¿Dioses los invasores? La creencia supersticiosa de los nativos se apagó cuando uno de los caballos capturados fue destazado y en trozos enviado a los contingentes guerreros en prueba de que era embuste la creencia de que Quetzalcóatl reencarnaba en Cortés. Los dueños del fuego y el trueno eran mortales. No más.

México-Tenochtitlan, 8 de noviembre de 1519. Con los primeros resplandores del alba levantóse el capitán español para disponer su gente. Los hombres se agrupaban bajo las banderas y sus corazones latieron cuando la corneta difundió su brioso llamado por el agua y por el bosque, hasta apagarse en el eco lejano de las montañas.

Ahí avanza Cortés, enhiesto su estandarte de terciopelo negro bordado de oro, con la cruz encarnada y la inscripción latina: «Amigos, sigamos a la Cruz». Viene detrás un contingente de 110 marineros y 553 soldados, 10 cañones pesados, 4 culebrinas ligeras y 16 caballos. Detrás, un contingente de unos 6 mil indígenas, la mayoría tlaxcaltecas, víctimas y temibles enemigos del imperio meshica. En el corazón de un mundo desconocido el grupo de aventureros avanza al encuentro de 100 mil guerreros águilas y guerreros tigres. Es la historia.

Moctezuma, Cortés. ambas sangres en pugna coexisten dentro de mí. ¿Identidad, idiosincracia? Será cuando se reconcilien, cuando haya paz entre Hernán Cortés y Cuauhtémoc. (México.)

Cobras

Las Textron y Cobra, mis valedores. Que por dónde andarían esas tanquetas que uno de los espurios importó para enfrentar el descontento de estudiantes y obreros, partidarios de Cárdenas (que por aquel entonces aún los conservaba) y una sociedad civil agraviada por el fraude flagrante que en favor de Salinas urdieron Bartlett y De la Madrid. Esa fue la pregunta que formulé aquí mismo hace algunas semanas.

 Tanquetas antimotines, blindadas, llantas anti-bala, cañones lanza agua, cañoneras para desde su  interior disparar tinta indeleble. Unidades de exportación. Cobra y Textron, las marcas. ¿Costo por unidad? sólo 500 mil dólares que pagamos ustedes y yo. Me extrañaba no mirar las tanquetas en la vía pública, signo alentador porque evidenciaba que en este país no  existe un clima adecuado para la represión.

Pues no, pero de  repente aquel día, ¡el jacalón de San Lázaro amanecía grifo de tanquetas anti-motines! Y protesta de inmediato Alejandro Encinas, por entonces jefe de gobierno del DF.:

– ¿Hace cuántos años que en el país no habíamos visto una tanqueta antimotines en las calles? Es un muy mal signo, es el mejor indicador de cómo están las cosas. Yo no quiero un país como el que estamos viendo en las inmediaciones del Palacio Legislativo de San Lázaro, en donde sean las tanquetas antimotines, en donde sean los cuerpos de seguridad quienes rijan la normalidad de la vida institucional.

– ¿Cuáles tanquetas antimotines?, el vocero presidencial del entonces Fox. «En todo el mundo nadie las conoce ni como tanquetas, ni como tanques. Son vehículos que arrojan agua. En todos los países democráticos tienen estos vehículos, porque permiten enfrentar manifestaciones sin que haya daño corporal.

Eso, y no más. Vehículos que arrojan el agua de los 7 mil 570 litrosque cargan en la panza. Pero, al parecer, las cañoneras no representan agresión alguna para estudiantes y mentores que se encrespan ante las desmesuras de espurios que a punta de malas artes piratean el Poder. Inofensivas las represoras que importó Salinas para imponerse en Los Pinos e imponer a la viva fuerza el pernicioso modelo tecnoburócrata neoliberal. Simples vehículos hidrantes, como simples vehículos que arrojan plomo son las armas del Ejército, la Marina armada y los cuerpos policíacos, que han desperdigado más de cien  mil cadáveres…

Durante años le perdí el rastro a las tales tanquetas. ¿Dejaron en paz sus chorros porque se extinguió el descontento? ¿Porque los inconformes se resignaron o  terminaron por domesticarse? ¿Por el pudor de los autoritarios, que ocultaron ese brazo represor? Las Textron y Cobra, ¿guardadas en un corralón? ¿Arrumbadas en el cobertizo de alguna dependencia oficial? ¿Se les daba mantenimiento?  Traídas para realizar un servicio público, ¿seguían ociosas? ¿Jubiladas antes de que desquitasen los gastos? ¿Artritis y decrepitud en algún apartado refugio? Yo, intrigado, de tanto en tanto las buscaba en unos matutinos hoy embijados de muerte, duelo y lágrimas por la guerra de Calderón, pero de las tanquetas, ni sus luces…

Cierto mal  día las vi aparecer por las playas de Cancún vaciándose a chorros en unos altermundistas alebrestados. Hoy, de repente, bien haya México:

Hoy aparece la Textron. ¿La Cobra, tal vez? Agil y salerosa, partiendo plaza y lo que se atraviese allá por el Centro Histórico y la Alameda Central. La tanqueta se une al júbilo de alumnos y profesores ante el retorno del PRI-Gobierno a Los Pinos. Es Peña. Es la Cobra. Es  México. (Nuestro país.)

¡Salió el Quinto Sol!

Y es como para preguntarse, mis valedores: ¿pues de qué barro fuimos hechos los mexicanos? Cinco bases y trece decisiones; no más. Esas cuantas promesas bastaron para que el firmamento de Anáhuac se iluminara con el arribo del Quinto Sol, y el delirio. Con sólo declamar esas bases y esas decisiones el taumaturgo hizo brotar en el erial rosas, y de un lastimado país forjó  la tierra prometida donde han de fluir arroyos de leche y miel. Y ahí el éxtasis que el nuevo tlatoani generó en la conciencia nacional. Entre los embelecos que embelesaron a los marchantes del histrión:

¡Cruzada contra el hambre y la corrupción, y paralelamente licitar dos cadenas de televisión abierta! ¿Qué más quieren, quieren más? Es así como en México se genera el prodigio, una vez más. Con el ascenso del Quinto Sol el meshica sobrevive a la frustración que de herencia  le deja el beato del Verbo Encarnado. Previamente fumigada, la casona oficial de Los Pinos amanece estrenando inquilino.

Suertudos que somos los mexicanos. Porque ahora sí, con la voz del nuevo tlatoani resonando en un mundo meshica al que los destellos del Quinto Sol iluminan, calientan y marcan rumbos,  de sus cenizas  renace el Fénix de la esperanza, que en un proceso dialéctico y a más tardar en el 2018 volverá a convertirse en cenizas, para un 1o. de diciembre renacer a la voz de un nuevo chamán. De qué material estemos forjados los mexicanos, esto lo saben muy bien y muy bien ensayado lo tienen y nos lo recitan los rimbombantes histriones sexenales:

«¡Compatriotas», «amigas y amigos»,  «señoras y señores!» Ah, México.

En fin, que por frases no vamos a parar. Flamígeras, retumbantes, tanto más sonoras cuanto más vacías. Que si el imperio de la ley, que si los derechos humanos y  las garantías individuales,  y soberanía popular, y estado de derecho,  y que si sobre la ley nada, y que si fuera de la ley nadie, y que si…

Mientras tanto, condenado al olvido y al polvo, el beato del Verbo Encarnado (ese impostor de la triste figura y la ingrata memoria) ha caído al desván de la historia; a las telarañas su discurso oficial pedestre, plagado de lugares comunes y de frases chabacanas: «ponerse las pilas, no bajar la guardia  y caminar hombro con hombro para salir adelante». Contra tal discurso barato, que tan caro nos vino costando a las masas sociales, el viejo PRI con disfraz de juventud destapa su retórica estallante de fuegos artificiales y mienta los vocablos de su vetusto nacionalismo revolucionario mientras a las masas nos arruina con su neoliberalismo tecnoburócrata importado. Mis valedores:

Muerte y ruinas, desilusión y disparos de alto poder contra el estado laico, contra el estado de derecho, contra los mexicanos. Eso y no más dejó tras de sí el que tantas veces dijo «¡salud!» para todos enfermos. Autoelogio sus dichos,  aborrecible su guerra particular contra todo lo que se movía y contra el que iba pasando. Años que fueron de sangre, disgregación familiar, emigraciones masivas y pueblos fantasmas. Calderón.

Pero ahí la conformación psicológica del mexicano. Correlativa al tamaño de la desilusión tiene siempre, como compensación, renovadas reservas de esperanza. Falaz, infundada, según le advierte la historia, pero las masas qué valor atribuyen a sus enseñanzas, cuando es más atractivo el pensamiento mágico.

Pero albricias. Sobre las ruinas de un impostor se prende, flamante y enhiesta,  la esperanza renovada. Son los demagogos, son las masas, es México. (Nuestro país.)

Visión de los vencidos

Estoy abatido, estoy avergonzado – Me río de vuestras armas de mujer -¡Conquistadores de tiempos antiguos, – volved a vivir!”

La salación se destierra de entre nosotros y su lugar lo ocupa el previsible rigor de fronteras adentro y el sometimiento ante el gringo invasor. ¿O algo diferente afirma la historia de nuestro país? Las masas sociales, en tanto, y según la plaga de las encuestas, se despojan de la desilusión y se dejan arrullar por la esperanza. Irracional, ¿no lo afirma la historia? Tal es, mis valedores, la visión de los vencidos, que lo somos todos, derrotados por nosotros mismos, renuentes al ejercicio de pensar, de reflexionar, de la autocrítica y de la creación de una estrategia liberadora y de las  tácticas adecuadas para lograrla. Los deudos y los heridos, los desplazados y aquellos a los que se les perdió el rastro:

“En los caminos yacen dardos rotos – y en las paredes están salpicados los sesos – rojas están las aguas. Y era nuestra herencia una red de agujeros. (Calderón.)

Dramático el sexto prodigio que presagiaba la llegada del invasor:

Esa funesta señal fue que muchas veces y muchas noches se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros. “¡Oh hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder. Hijos, mis hijitos, ¿a dónde os podré llevar y esconder?”

Y su añadido apócrifo:

Es noche cerrada en un tiradero de cadáveres en que el beato del Verbo Encarnado convirtió el Valle de Anáhuac. Silencio ominoso y un cielo anubarrado. Sólo, a lo lejos,  el canto lastimero de la paloma torcaz. De repente, negra mancha en la negrura del firmamento, por los aires emergió aquella aparición espantable, y era la de una mujer de greña y ropaje al viento que, ave  agorera, iba y venía en círculos sobre la población de indígenas sumidos en uno más de sus sueños. Ahí rasga el aire de Anáhuac la voz rota deLa Llorona:

– Ay, hijos míos, mis hijitos mestizos, sangre de vencedor y vencido. ¿Qué leche mamásteis de mis dos senos, que aún continuáis renuentes a crecer, a defenderos, a sacar la cara por un valle de Anáhuac que haiga sido como haiga sido ese remedo de tlatoani convirtió en valle de lágrimas, las de todos los deudos de todos los asesinados en la delirante masacre de la guerra florida con la que intentó   “legitimarse” el secuestrador de Los Pinos?

Macehuales dolientes, que a tantos trabajos para malcomer os obligó el espurio: ¿lo dejaréis huir a lo impune?  ¿Pues qué lechosidad aguachirle segregan vuestros redaños?  ¿Lo que mis ojos contemplan no acusa lo ñengo de vuestro temple, vuestra falta de audacia, carácter, determinación? ¿Sois, por ventura, huecos y quebradizos? ¿Anima de carrizo y redaños de gelatina? A la hora en que toca a los de corazón bien templado crecerse al castigo, ¿reculáis?  Vuestro sino, ¿el del  derrotado? ¿Vencido un  pueblo cuyo corazón se anega en la sangre de  Cuauhtémoc? ¿Cerviz agachada frente al dañero que a lo impune os desangró? ¿Tal es el santo y seña de vuestro carácter? ¿Sois pueblo de reses que en más de 500 años no enderezáis el testuz? Si también así sois en asuntos de amor y ejercicio amoroso, digo yo desde el fondo del ánima: ¡Ay, mis hijos! Yo, como el abuelo Axayácatl, estoy triste, me aflijo, os pregunto: ¿este es el pueblo de conquistadora raíz?  Si eso sois, tiernos corazones de pollo, que al reto os arrugáis, del alma me brota el pregón lastimero:

Ay, mis hijos. Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré? ¿A dónde, que más valgáis?

(México.)

Muerte, ruinas, vaciedad

Eso y no más dejó tras de sí. Autoelogio sus dichos,  aborrecibles los hechos de su guerra particular contra todo lo que se movía y contra el que iba pasando: narcos, niños, mujeres, estudiantes, México. Seis años de sangre y muerte, disgregación familiar y emigraciones masivas que dejaban atrás pueblos fantasmas. Calderón.

Pero cómo se cuidó de guardar las apariencias. Fue en agosto del 2008 cuando convocó a representantes de sectores sociales y autoridades estatales, federales y del  Congreso, con los que se encerró para tramar un maratón de discursos, ponencias, propuestas y buenas intenciones de los cándidos «activistas» que  se la creyeron. La choricera de buenas intenciones clausuró la encerrona apodada (por título no iba a quedar) Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad. ¿Y?

Mucho chasquido de lengua y nada de nueces, que el gobierno de Calderón estuvo cortado no a la medida de los hechos, sino a la  de los discursos mal pergeñados y peor emitidos con una lamentable dicción y un catálogo de clichés ventoseados por el que así diluía su responsabilidad, porque con 4 años de retraso y un desprecio total por la experiencia histórica convóquese al Diálogo por la Seguridad. Que ninguna autoridad del aparato público se quede sin compartir el costo político de Calderón, y para mejor diluir su responsabilidad añádanse las sotanas y los industriales del periodismo, y suéltese el vendaval de discursos, propuestas,  excusas, justificaciones y propósitos de enmienda. Yo, ante el estrépito de la verborrea les arrojé unas preguntas que, por supuesto, no obtuvieron contestación. Algunas:

Acuerdos tan estridentes cuanto huecos de acciones, ¿lograrán seguir manteniendo mansas a las masas sociales? ¿Seguirán esas masas jugando su papel de espectadoras pasivas y dependientes? ¿Recompondrá ese «Diálogo» todo lo destruido y asesinado en lo que va del naufragio? ¿Oportuno decenas de miles de muertos más tarde? ¿Con su macabro almácigo de restos humanos logró el impostor «legitimarse»? ¿Los convocados aceptaron de grado compartir con el de mecha corta los costos políticos de la ineptitud, y la improvización? ¿Que al final del sexenio los responsables sean todos los convocados, que es decir ninguno, porque se logró diluir toda responsabilidad? ¿Maniobra electorera para que en el 2012 no cargue el Ejecutivo con el estigma del fracaso en una guerra que ya no puede decir su nombre? ¿Sostendrá Calderón el juramento que, se rumora,  pronunció ante la tumba de su padre don Luis de que en su sexenio el PRI no regresaría a Los Pinos? ¿Jurado quedó?

El esfuerzo de haber desgastado la energía del gobierno en un  solo problema, no el más urgente para las masas, ¿valió  la pena?  ¿Vale invertir en la guerra particular del panista recursos que deberían destinarse a problemas ingentes del pobrerío, incluyendo empleo, salud, educación y combate a la pobreza? ¿Lo que se invierte en la guerra particular se recobra con las divisas que el narcotráfico aporta al país? Más allá de protagonismos y fotos de primera plana, ¿algún beneficio reportó  a las masas el ruidajo del Diálogo?  ¿Y las promesas de campaña? ¿Vil agua de borrajas? De existir la figura jurídica del Mandato revocatorio y una institución que la hiciera cumplir, ¿seguiría Calderón en Los Pinos? ¿Merecemos individuos de tan bajo nivel? Por supuesto que los merecemos porque todo lo bueno y lo malo que ocurre en un país es responsabilidad del nativo, dueño de la soberanía nacional. (¿Y?)

¿Atenco ya se olvidó?

(Lo dije hace meses y por obvias razones hoy lo reitero. La factura de Atenco sigue aún sin cobrar.)

Estoy mirando las fotos, y el espeluzno: cabezas resquebrajadas, rostros amoratados, bocas que chorrean sangre, manos y bocas a la defensiva. Golpes, maltratos, manoseos nauseabundos a la intimidad de algunas mujeres, extranjeras varias de ellas, a manos, a dedos, a hormonas encabritadas de los policías de un mediocre Peña puntero en la carrera presidencial. Miro este cuerpo tronchado y ese que, macerado a leñazos de tolete y culata de rifle, cae de rodillas, codos y frente contra el asfalto. A ese otro  cuatro de uniforme derriban a garrotazos, y a aquel otro  llevan a rastras. Hago a un lado las fotos y me pongo a pensar: cuánto hacía que  hasta antes del Verbo Encarnado y su cementerio particular (el territorio patrio) las primeras planas no se habían empapado hasta grado tal. Sangre de humano.  Atenco.

Todo se inició un día de tianguis en Texcoco los días 3 y 4 de mayo del 2006. La venta de flores por parte de algunos comerciantes de San Salvador Atenco derivó en una guerra florida de fulgurantes rencores, violencia aberrante y sangre desparramada. Resecos yerbajos en aquella pradera, una chispa bastó, y unas flores, para convertir Atenco en hornaza que estalló entre unos machetes enardecidos y unos sicópatas disfrazados con uniforme policíaco al mando de un lobo con piel de humanista y antifaz de demócrata. Dígalo, si no, la respuesta que esa mala copia de Díaz Ordaz dio hace algunas semanas a los requerimientos de 132 estudiantes universitarios:

– ¡Para eso tiene el Estado el monopolio de la fuerza legal, para ejercerla cuando las circunstancias lo ameritan!

Una violencia legal como la que perpetró en Atenco  su horda de sádicos disfrazados de cuerpo represivo. El ejecutor intelectual de un asesinato y un delirio de sangraduras encabeza las preferencias en la carrera presidencial. Tal es el poder de las «fuerzas vivas» del país; tal es la desmemoria de las masas sociales. (Mañana ese Peña  se encueva en Los Pinos. Es México.)

Y los resultados de una violencia que el Díaz Ordaz de masquiña provocó en Atenco: los enjuiciados no fueron los de uniforme, no fue el autor intelectual; fue un Ignacio del Valle, dirigente del Frente del Pueblos en defensa de la Tierra, condenado con varios de sus compañeros, libres el día de hoy, a más de un siglo de prisión. Fue  una América del Valle tiempo después refugiada en la sede de alguna embajada. Aberrante.

Tal es la justicia en México. Tal  es el violador los derechos elementales de los habitantes de aquel caserío. Tal es la desmemoria de las masas sociales, que a la manipulación aplastante  de Televisa lo mantienen como posible sucesor del Verbo Encarnado. «Para eso tiene el Estado la violencia legal».

Pero ante la pasividad y la indiferencia de quienes se disponen a votar: América del Valle sentenció a los agresores, comenzando con el de la «violencia legal».  América del Valle:

– ¡Que esos perros  se cuiden las espaldas, porque mañana, porque  hoy mismo, el muerto será uno de su lado. El pueblo de Atenco tiene licencia para machetear a cualquier militar, policía o granadero!

Atenco,  mayo del 2006. El autor intelectual de la masacre va a embrocarse mañana la banda presidencial. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. El 1o. de julio se les olvidó. ¿En el retorno del PRI-Gobierno lo tendrán presente?   Es Atenco, es Peña, es el pobre de espíritu que votó  por él.  (Es México.)

¿Atenco ya se olvidó?

(Lo dije hace meses y por obvias razones hoy lo reitero. La factura de Atenco sigue aún sin cobrar.)
Estoy mirando las fotos, y el espeluzno: cabezas resquebrajadas, rostros amoratados, bocas que chorrean sangre, manos y bocas a la defensiva. Golpes, maltratos, manoseos nauseabundos a la intimidad de algunas mujeres, extranjeras varias de ellas, a manos, a dedos, a hormonas encabritadas de los policías de un mediocre Peña puntero en la carrera presidencial. Miro este cuerpo tronchado y ese que, macerado a leñazos de tolete y culata de rifle, cae de rodillas, codos y frente contra el asfalto. A ese otro  cuatro de uniforme derriban a garrotazos, y a aquel otro  llevan a rastras. Hago a un lado las fotos y me pongo a pensar: cuánto hacía que  hasta antes del Verbo Encarnado y su cementerio particular (el territorio patrio) las primeras planas no se habían empapado hasta grado tal. Sangre de humano.  Atenco.
Todo se inició un día de tianguis en Texcoco los días 3 y 4 de mayo del 2006. La venta de flores por parte de algunos comerciantes de San Salvador Atenco derivó en una guerra florida de fulgurantes rencores, violencia aberrante y sangre desparramada. Resecos yerbajos en aquella pradera, una chispa bastó, y unas flores, para convertir Atenco en hornaza que estalló entre unos machetes enardecidos y unos sicópatas disfrazados con uniforme policíaco al mando de un lobo con piel de humanista y antifaz de demócrata. Dígalo, si no, la respuesta que esa mala copia de Díaz Ordaz dio hace algunas semanas a los requerimientos de 132 estudiantes universitarios:
– ¡Para eso tiene el Estado el monopolio de la fuerza legal, para ejercerla cuando las circunstancias lo ameritan!
Una violencia legal como la que perpetró en Atenco  su horda de sádicos disfrazados de cuerpo represivo. El ejecutor intelectual de un asesinato y un delirio de sangraduras encabeza las preferencias en la carrera presidencial. Tal es el poder de las «fuerzas vivas» del país; tal es la desmemoria de las masas sociales. (Mañana ese Peña  se encueva en Los Pinos. Es México.)
Y los resultados de una violencia que el Díaz Ordaz de masquiña provocó en Atenco: los enjuiciados no fueron los de uniforme, no fue el autor intelectual; fue un Ignacio del Valle, dirigente del Frente del Pueblos en defensa de la Tierra, condenado con varios de sus compañeros, libres el día de hoy, a más de un siglo de prisión. Fue  una América del Valle tiempo después refugiada en la sede de alguna embajada. Aberrante.
Tal es la justicia en México. Tal  es el violador los derechos elementales de los habitantes de aquel caserío. Tal es la desmemoria de las masas sociales, que a la manipulación aplastante  de Televisa lo mantienen como posible sucesor del Verbo Encarnado. «Para eso tiene el Estado la violencia legal».
Pero ante la pasividad y la indiferencia de quienes se disponen a votar: América del Valle sentenció a los agresores, comenzando con el de la «violencia legal».  América del Valle:
– ¡Que esos perros  se cuiden las espaldas, porque mañana, porque  hoy mismo, el muerto será uno de su lado. El pueblo de Atenco tiene licencia para machetear a cualquier militar, policía o granadero!
Atenco,  mayo del 2006. El autor intelectual de la masacre va a embrocarse mañana la banda presidencial. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. El 1o. de julio se les olvidó. ¿En el retorno del PRI-Gobierno lo tendrán presente?   Es Atenco, es Peña, es el pobre de espíritu que votó  por él.  (Es México.)

Los adioses

“Rechifla de más de 5 minutos opaca inicio de campaña de Calderón».
Silbatina fue la música de fondo de su campaña. Feo de aspecto, magro de alzada, desagradable de voz, discurso plagado de lugares comunes y todo él sin una astilla de duende, ángel, carisma, personalidad. Ya que la industria del periodismo, una treinta de mega-ricos, el clero político y el voto corporativo de la Gordillo lograron encaramar a Los Pinos al que mañana han de descobijar, más facha de presidente se advertía en la implacable caricatura de López Obrador reiterada en ciertos diarios que en la foto retocada del que del polvo salió y vuelve al polvo.
«No hay nada peor que prometer algo a la gente y no cumplirle».
Y el milagro ocurrió. Lo que hace 6 años fue intento imposible se logró de repente la noche de ayer. A la vista del que salió antes de tiempo de la Sec. de Energía (cierto préstamo de 300 mil para una casita de interés social) y que más tarde fue  destapado por un boquiflojo Ramírez Acuña, los vecinos de Cádiz intentamos unirnos a la silbatina general que el candidato provocaba en los lugares donde se atrevía a presentarse, pero nada. Como silbar, regazón de saliva, y no más. Pero la noche de ayer el milagro.
«Cambié el rostro al país en materia de salud». (Salucita.)
De no creerse. Como si súbitamente hablaran los ciegos, los sordos vieran y los cojos resucitasen, todos nosotros, vecinos de Cádiz, como los apóstoles al recibir el carisma del Espíritu Santo logramos el prodigio. Porque hace seis años…
En mi depto. y con el tintorero en plan de mentor los vecinos intentábamos aprender el arte del chiflido con qué acompasar la campaña de Calderón.
– La teoría, primero. Hay de chiflidos a chiflidos. Uno es el del patrón y otro el del desempleado. Uno el del CCH y otro el del chavo banda, pero Calderón ha logrado unificar el de todo el país. Millones de mexicanos le chiflan en el mismo tono, con la misma cadencia y una idéntica intención.  Vamos ahora a la práctica.
«Aspiro a erradicar la migración».
Intentamos un silbido discreto, cadencia y modulación. Luego en tono mayor, arpegios y florituras. Nada.
– Flojitos y relajados. Labios, lengua, glotis, epiglotis, gañote.
Ridículo. Uno la abría y aquél lo frunció, este lo paraba, el mostacho, y la tía Conchis bizqueaba. No, y  aquella regazón de saliva; pero como chiflar, de la pura chiflada. “La lengua. Acanálenla. Canalita, doña Pragedis. ¿Nunca puso la lengua de canal?”
Pobrina. Y qué desfiguros de unos labios ancianos que se rizaban al esfuerzo, pero como chiflar…
Terminó la campaña de Calderón. Otros, afortunados, lo acompañaron a coro. Sinfonía de silbidos. Y hasta ahí la historia. Pero 6 años más tarde don Tintoreto cambió de estrategia. Sus notas de prensa:
– Los embustes de Calderón. Ayer: «Haré un México más moderno», y hoy: «Puse las bases para un México más moderno». ¿Captan la engañifa?
Seis años y 100 mil cadáveres más tarde, y una corrupción impune que las familias Fox y Salinas, Gordillo, Sahagún, Montiel y compinches pueden atestiguar, para darle una digna despedida los vecinos hicimos un último esfuerzo. Don Tintoreto: «Su sentido de la autocrítica:»
«Puedo asegurarles que avanzamos por la ruta correcta y que vamos a derrotar a los criminales, para construir finalmente un México de paz, un México seguro, un México donde nadie esté al margen de la ley y donde nadie viva con temor».
¿Sí?  ¡Y el milagro! De súbito los vecinos, y todo Cádiz se estremeció: ¡Fiú-fiu-fiu..!
(Shs…)

De la chiflada

(Y porque mañana se les va el beato del Verbo encarnado…)
Lo reconozco, mis valedores. Entre mis tantas limitaciones una padezco que  desde mis tiempos muchachos se me iba a tornar frustración, algo por demás explicable: a mí, cercano al cerro y al peñascal, a la serranía y el pesebre, y las mulas en el corral, no se me dio el arte del silbido. Nunca  puedo arrojar el más torpe amago de chiflido, y que cada vez que lo intento  nomás la riego, me refiero a la salivilla. Y después de la tarde aquella de hace seis años corridos estaba yo convencido de que nunca lo iba a lograr, porque en verdad les digo: esto de chiflar está de la pura chiflada. Pero entonces, ayer, el prodigio…
Alguno, al llegar a este punto, me la va a interpelar: “Bueno, ¿y el chiflido para qué? Arriero no eres, Perra Brava tampoco. Tú no eres aficionado pasivo a ninguno de esos opiáceos para pobres de espíritu que les administra el Poder. ¿Entonces? ¿Para qué un arte tan de la chiflada como es el chiflido?”
No, no se trataba de desfogar, desde el Goloso de Santa Ursula, mis frustraciones de mediocre irredento, pero me urgía aprender a silbar, y conmigo a todos los vecinos de Cádiz. Y cuanto antes, mejor. Y cómo no iba a ser una urgencia para un vecindario así de «politizado»,  si ahí nomás, tras lomita, el arranque de las campañas de los candidatos a la presidencia del país para el 2006 se iniciaba a chiflidos.  Nosotros, en Cádiz, obvio, nos sentíamos desplazados, verdaderos inválidos del arte de la alta política nacional. En todas partes mirábamos la foto del Madrazo, la del mediocre aquel chaparrito, peloncito, de lentes, cuyo nombre se me escapaba, y aquella sensación de fracaso.
– Y cómo no, miren esto.
Y el juguero nos mostraba las notas de prensa de aquel entonces: “Rechifla al PAN-Edomex opaca inicio de campaña de Calderón. Fue una silbatina de más de cinco minutos con treinta segundos, ante la sonrisa crispada de Calderón».
– No, y qué me dicen de esta otra?- El Síquiri.
Qué podíamos decirle ante la evidencia que nos ponía enfrente: “Silbatina y sillazos en el arranque de su campaña, con  una pelea donde volaron sillas y golpes: ¡Nosotros llegamos desde la mañana, pinches huevones!” Y esta, definitiva: “Al recibirlo en Pachuca, la silbatina de los estudiantes fue general».
¿Y nosotros? ¿Cómo ser ciudadanos, cómo ejercer nuestros derechos políticos, si no sabíamos chiflar?
Porque, según la encuesta levantada entre los vecinos, ¡ninguno dominaba ese arte! Nadie, excepto quien menos pudiésemos imaginar: don Tintoreto (lavado en seco y a todo vapor. Se angosta y enanchan corbatas). Pues él sí, ¿pero el resto de nosotros permanecer al margen de la política, a la orilla de la vida nacional, en el cabús de la Historia? ¡Nunca! Los vecinos de Cádiz no nos resignamos a permanecer a la orilla de la historia patria.  Fue así como acordamos superar la carencia que nos impedía participar de manera activa en los puntos más finos de la alta política nacional. El Cosilión:
–  ¡A aprender a chiflar! ¡De inmediato! ¡Curso intensivo, don Tintoreto!
Nos pusimos en manos del tintorero para que nos iniciara en la ciencia política del país. Suspiró ante lo inevitable, y por principio de cuentas, con aquel dejo de resignación:
– Vamos a ver qué se puede hacer. Pero eso sí: entre los educandos tendría que haber mucha disciplina. Doña Prageditas, por principio de cuentas se me presenta con su dentadura completa. (Lo oí suspirar.) Total, con paciencia y salivita…
(La salivita, mañana.)

Marta, Margarita, Cocoa

Dije a ustedes ayer, y hoy reitero: recuerdo a la hermana de López Portillo porque me enteré de que por estos días algún particular se quería adueñar de un pedazo del bosque de Chapultepec para allí edificar su residencia. No se lo permitió el gobierno de esta ciudad capital, caso muy distinto al de Margarita, que se quedó con un buen pedazo del bosque al que años después tuvo que retornar el espacio donde había fincado la cancha de tenis o el campo de golf. Algo por el estilo. El suceso de hoy me llevó a recordar a aquella Margarita que conocí en persona. Qué tiempos…
Y así fue. De repente vino el remolino y nos alevantó. De un día para otro se desató el ciclón y experimentamos el vértigo, y yo asistí, azozobrado,  a la transfiguración de aquella buena mujercilla (que en todo había sido apenitas) en el símbolo rutilante de un sexenio que fue de alucinación, despilfarro y frivolidad. ¿Se acuerdan, mis valedores, de aquel rebumbio, del bataclán, y el boato, la prepotencia, la ostentación y el brillo postizo de una Margarita que  amaneció a ser reina y señora de una corte de los milagros en donde de todo había, menos decoro? Sí, aquella soberana de hojalata y sololoy a la que enloqueció una abyecta adulación, hermana de la ostentación y lo vacío de sustancia, tanto más sonoro cuanto más vacío. Qué tiempos. Qué sexenio de la(s) pompa(s) y circunstancias…
Por que calibremos la falta de decoro y la capacidad de servilismo y bajeza de un Agustín Yáñez novelista que descendió a la tenebra politiquera y al ejercicio del servilismo:
Margarita sin discusión, es albacea patrimonial de la Décima Musa, fabulaciones de aire oriental, que recrean encantamientos de Scherezada; y, muy especial este poemario, Los días de la voz, que fue cautivándome a medida de imágenes, melodías y ritmo».  (Mira, mira.)
Y es que a su hora fue objeto de servilismo, adulación y tufaradas de copal, esa que fue reina por un día; por un sexenio,  el de un López Portillo, que le dio carta blanca para sus robos y tropelías. De su muerte ocurrida hace seis años muy pocos nos enteramos y nada nos importó. Yo la conocí, la visitaba en su casa de la Colonia del Valle.
Por aquellos años era sólo una  tímida gordezuela de medio pelo que a la hora de las confianzas me reveló que se dedicaba a tramar historias que Televisa siempre le rechazó. “Mi sueño dorado es que algún día me acepten una telenovela”. Me reveló su seudónimo: Sibila. “Una diosa, o algo así”. Le expliqué lo referente al personaje mitológico y, porque la vida nos apartaba, la dejé de ver. Cuándo íbamos a imaginarnos, ella y yo mismo, que la Moira estaba por maltratarla tan rudamente.
Mirándola, oyéndola, recordaba yo a la buena mujer, a la honesta mediocre que, con años y achaques a cuestas, trepaba los cuatro tramos de escalera que daban a mi depto. de Cádiz y, resoplando, intentaba resuello para contarme sus planes de una telenovela imposible. (De estos destinos sabía un rato largo mi señor Shakespeare; de las abruptas mudanzas de la fortuna y de los cambios que en el débil perpetran, para perderlo, el poder excesivo y el dinero fácil.)  Escribí alguna vez:
«Detrás de la máquina de escribir, esta misma que ahora utilizo, recibía a Margarita, que aún no alcanzaba el rango de doña. Aquí sigo yo, tecleando para comer. Comiendo para luego teclear. Margarita, en cambio, tras de una borrachera sexenal que desangró las arcas de una comunidad pobre y que se apoderó de los dineros de todos…»  (Seguiré con el tema.)