Hablando de engendros…

La trascendencia, mis valedores. En este mundo todos nosotros, por imperativos de salud mental, requerimos de arraigo, vinculación, identidad y, para no morir del todo, de trascendencia. Con ánimo de que perdure la memoria de nuestro paso por este mundo queremos realizar una obra benéfica para nuestro mundo familiar, y así prolongarnos el tanto de un suspirillo en el recuerdo de la familia, los amigos, los vecinos y conocidos, en fin. La trascendencia.

Por afanes de esa humana necesidad tantos héroes míticos de vida hazañosa erigieron templos y estatuas y fundaron ciudades. Dido, por no ir más lejos, funda Cartago, y en la Biblia Nimrod sobrevive como soberbio cazador y  padre de pueblos. Ya en los terrenos de la realidad, en el antiguo Egipto Akhenatón levantó templos y estelas en honor de un tal Amón, el dios único, y desde Roma uno dejó su nombre en Alejandría y uno más transformó en Constantinopla la antigua Bizancio. No del todo morir.

Mientras tanto, acá entre nos los meshicas inventaron México-Tenochtitlan en una tierra de sapos, culebras, ajolotes y renacuajos que al transcurrir de los siglos hemos alcanzado la pretensión de seres humanos. Es así como la obra benéfica para la comunidad producirá en los demás un recuerdo agradecido del benefactor. A propósito:

Hubo en alguna ciudad un individuo solo y su alma, sin familia ninguna, que de barrer las calles por cuenta del municipio ahorró centavo a centavo hasta lograr la compra  de un terreno baldío encajado en la zona roja de aquella barriada pobre de la ciudad, y lo escrituró a nombre de las prostitutas de la localidad.

El barrendero murió de viejo, y al tomar posesión del predio, las rameras lo convirtieron en su centro de reunión y convivencia, mandaron forjar un busto con la vera efigie del donador y a diario le llevan flores frescas. Así fue como  el barrendero logró trascender. Perfecto.

Claro, también es posible trascender con el expediente de una acción negativa. Eróstrato, pastor de ovejas, no teniendo otro recurso para dejar memoria de sí  en la comunidad incendió una de las siete maravillas del mundo antiguo, el templo de Diana en Efeso. Su nombre, compruébenlo ustedes, se asienta en el diccionario. La trascendencia del mediocre, del nefasto, del negativo. Eróstrato.

La trascendencia machihembrada al poder de los símbolos. Para dejar un recuerdo de su paso por el mundo un tal “caudillo por la gracia de Dios” mandó edificar el ostentoso Valle de los Caídos, por más que el mundo lo tiene en la mente (en los hígados) por el reguero de cadáveres que produjo durante la guerra civil del 1926-29, delirante masacre que llevó al poeta a dolerse:

“España ha muerto. Murió de la otra mitad”. Y a esto, mis valedores,  quería yo llegar.

Ya hablando de nuestro México semejanzas diversas se advierten entre el Franco gallego y  el residente actual de Los Pinos. Este también  ha barbechado el territorio patrio y le planta un almácigo de cadáveres y desaparecidos, un “daño colateral” de familias rotas y comunidades fantasmas. “Y en todas partes dejé – memoria amarga de mí”, fanfarronea el Tenorio.

El de Los Pinos, mientras tanto,  continúa arrojando paladas de carbón a la caldera reina de la nota roja y generando en la población civil sangre, luto, dolor, lágrimas y rencores mal encubiertos. México.

Pero hasta en el de Los Pinos se advierte ese afán compulsivo por trascender,  de tal modo que hace meses mandó edificar una con pretensiones de torre de Babel. (Del tal engendro les hablaré mañana.)