Ajedrez para abuelitos

Así, a lo condescendiente: abuelitos. Que la Universidad de la Tercera Edad, Campus Cumbres, en la Delegación Benito Juárez, según explica la nota del pasado martes, realizó la final del Torneo de Verano 2012 de ajedrez. Que en total se jugaron 256 partidas, «Una de las cualidades que demuestran quienes participan en esta disciplina es el estimulo y desarrollo de habilidades nuevas, capacidades cognitivas, ayuda a la concentración, reflexión, autoconocimiento y control de las emociones».
Muy cierto, mis valedores. El ajedrez es todo eso y mucho más. Y a propósito, ¿conocen ustedes el juego? ¿Lo practican, lo jugaron alguna vez? Los estudiosos afirman que en su forma original nació por el siglo VI en la India por más que algunos, los más modestos, juran que el ajedrez es un regalo de los dioses. Sin más.
Su historia, de todas formas, habla de Persia, de Bagdad, de los musulmanes, del mítico Haroun al Rachid, «que obsequia un juego de mármol a Carlomagno». De ahí a la España de la Edad Oscura, donde va a toparse con Don. Alfonso X, el Sabio, y más tarde a Doña. Isabel la Católica, personaje que, según estudiosos, inspiró la figura de la reina en el tablero de ajedrez. Hoy Occidente mueve torres y alfiles, y todos contentos. Menos los perdidosos, por supuesto.
¿Las figuras del ajedrez? El rey, en primer lugar, siempre acosado por rivales furiosos, a cuya sobrevivencia se avocan la reina o dama, las torres y los alfiles, los peones y los caballos, todo en las 64 casillas de un tablero que representa el campo de batalla medieval, donde los ejecutantes guerrean a base de ataques y contraataques, avances y retrocesos, gambitos y otros engaños, hijos legítimos de técnicas, tácticas y estrategias que lleven a dar jaque mate al rey, y ahí terminó la partida Mis valedores:
Yo jugué el ajedrez. Jorobado sobre el tablero llegué a conocer victorias sobre el rival, pero reculé a tiempo y logré salvarme al abandonar para siempre la práctica del ajedrez. Porque han de saber quienes no lo conocen que no existe hasta ahora juego más absorbente, más apasionante, que ese mítico ajedrez, inspiración de relatos, novelas, leyendas y cintas cinematográficas donde el protagonista termina enloqueciendo o se salva de enloquecer con tan sólo que en el cautiverio dibuje o imagine un tablero, y se concentre en los movimientos de torres, caballos y alfiles en afanes de salvar a su rey. Esto, en pleno Auschwitz…
Abandoné el ajedrez porque me ocurría que la reina con todo y torre, alfil, peón o caballo, como el propio rey, todos se me tornaban humanos. Yo, penduleando de la excitación a la compasión y la angustia, ya aborrecía la agresividad del caballo rival, ya me espantaba la sesgada movilidad del alfil o el avance protervo de la torre contraria, y esto era dolerme en lo vivo por la impotencia de mi dama en apuros, de unos caballos trotando a lo desatinado y de ese patético avance de los peoncitos, tan humanos ellos, que no tenían más remedio que caminar hacia su muerte mientras se antellevaban al rival. En mis huestes en derrota me reflejaba, me daba y me daban lástima por su destino, sentenciado por la mano indecisa de un pusilánime como yo. Trágico.
Y qué experiencia ver desplegados a los dos bandos de «humanos» en lucha, 16 contra 16, dispuestos a desgarrarse entre ellos, cada uno con sus humanísimas formas de ser, y contemplar el fragor de la batalla, y llegar a escuchar alaridos de espanto y…
Más del ajedrez y algunos de sus significados, pasado mañana. (Vale.)

¿Pompa de jabón?

«Democracia en construcción». Con ese título inició su análisis del pasado proceso electoral el semanario «Desde la Fe», del Episcopado Mexicano, en su edición del domingo pasado. El párrafo inicial:
«Finalmente tuvo lugar la conclusión jurídico-legal del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sobre los comicios del pasado 1° de julio, en cuya grave responsabilidad se encontró la verificación de que el proceso electoral respondiera a los criterios de legalidad, libertad y equidad. Su labor ha sido ampliamente cubierta por los medios de comunicación y su decisión ofrece certeza razonable de que, institucionalmente, hay mecanismos para fortalecer y salvaguardar los derechos democráticos de los mexicanos. Sin embargo, aunque el proceso electoral concluya y se resuelva en plenitud tras el fallo que el Tribunal ha sentenciado, el ejercicio de la construcción democrática y de las responsabilidades ciudadanas debe permanecer en el ánimo y voluntad de la sociedad».
Esto, hoy, pero en  el 2006 y en los días previos al proceso electoral, el clero político se valió del púlpito para prender entre sus feligreses el temor a López Obrador  y provocar el voto a favor del panista:
«¡No permitamos que se siembre el miedo! Llamamos a los mexicanos a no permitir que por intereses muy particulares se violente la institucionalidad de los órganos electorales».
Y una vez que las instancias electorales otorgaron el triunfo al beato del Verbo Encarnado:
«La Conferencia del Episcopado Mexicano se congratula por la labor realizada por los medios de comunicación en el proceso electoral. El seguimiento que hicieron del escrutinio de los votos nos habló de la transparencia reinante en la elección. Todos los medios estuvieron a la altura de lo que el pueblo ha querido».
Pero frente al descontento popular que originó el «triunfo» de Calderón lo proclamó El Semanario, que por aquel entonces dirigía Juan Sandoval Iñiguez, cardenal de Guadalajara, Jal. hoy en retiro:
«¡López Obrador y los perredistas lloran como plañideras lo que no supieron ganar como hombres!»
Por su parte un Francisco Gil Díaz, Secretario de Hacienda, se refería a la labor del Instituto Federal Electoral, que validó el triunfo del Verbo Encarnado:
«¡El IFE se ha cubierto de gloria!»
Al propio tiempo,  como estrategia para forzar a las instancias legales correspondientes a contar voto por voto en las casillas impugnadas, el candidato de la Alianza por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, convocó el domingo  16 de julio del 2006 a una concentración de masas sociales que logró congregar a más de un millón de personas. Una plaza de armas repleta con todo y las calles adyacentes, mostró al Sistema el estado de ánimo de unas multitudes que no querían volver a los tiempos priístas de la alquimia electoral y la subcultura del fraude. Ahí mismo se anunció la estrategia con la que se pretende forzar al Poder al recuento de votos en todas las casillas impugnadas: la resistencia civil. Para una próxima fecha se anunciaba otra concentración multitudinaria, quizá más nutrida que la anterior. Hasta ahí la estrategia del movimiento civil.
Eso, en el 2006. Hoy, según el editorialista del matutino (martes pasado), el panorama es distinto:
«El estallido: una pompa de jabón. (…) Así transcurrieron las 72 horas decisivas que siguieron a la declaración de Peña Nieto como presidente electo, sin estallido alguno que no fuera el de una pompa de jabón».
Resistencia civil. De ella hablaré después. (Vale.)

La serpiente se muerde la cola

Y a fin de cuentas, mis valedores, en la costosísima «democracia» que nos vende el Poder las masas sociales vivimos, una vez más, los tiempos aborrascados del 2006 y del 1988, primero contra Cuauhtémoc Cárdenas y más tarde contra López Obrador. Todo sea por el sistema neoliberal que nos impone el Imperio.
Cierto es que en cuestión de matices los tiempos cambian,  pero no los sistemas de poder. A diferencia del fraude electoral del 88, hoy no hay 25 mil paquetes electorales que urge incinerar. Hoy, transición de terciopelo, se va un beato del Verbo Encarnado y un priísta se dispone a tomar el poder. Y todos ellos contentos. Es México.
Por cuanto a la quemazón que produjo la «democracia» en 1988: un neo-priísta fue impuesto en Los Pinos y un contingente de neo-panistas le ayudó a cargar el paquete; los paquetes que certificaban el fraude electoral. Ahí, prepotente y protagónico, se alzó la controvertida figura  del «jefe» Diego Fernández, que apodaron «la ardilla» porque no se bajaba de Los Pinos.
«La ardilla» fue el Nerón de los paquetes electorales. La razón del incendio:
«Ya nada representan y ya nada significan. A la historia nadie la puede reformar. Por eso nos pronunciamos por que se destruyan esos paquetes».
Pues sí, pero interrogado al respecto en julio de 1994, él ya como candidato presidencial de su partido, eludió precisar si era necesario reabrir la investigación para llegar a la verdad:
«Acción Nacional apoyó al PRI para que se quemaran los paquetes electorales de 1988 porque esa elección presidencial es parte ya de la historia y porque no deben seguir alimentándose ni odios ni rencores. Por ahora yo, como candidato a la Presidencia, creo que mi deber fundamental es hacer campaña, tratar de ganar adeptos y ganar la elección, pero no centrarme en los problemas del proceso anterior. Mi tarea fundamental es hacer campaña».
En ese mismo año Ignacio Pichardo, por aquel entonces dirigente del PRI:
«La caída del sistema en 1988 es una cosa juzgada, en donde el triunfo de nuestro partido fue validado de acuerdo a la legislación vigente. Para nosotros los priistas 1988 es una fecha de júbilo porque ahí se confirmó una vez más el triunfo de la Revolución Mexicana en el poder político del país».
El ex-director del IFE Emilio Chuayffet:
“En materia electoral, en México estamos desde hace muchos años en una sola línea, en la de la transparencia, y cualquier persona debe tener acceso a cualquier tipo de información. ¿Los documentos del 6 de julio de 1988? Fueron destruidos en 1991, así es que la caída del sistema es imposible indagarla».
Por su parte, Miguel González Avelar, uno de los seis aspirantes a la candidatura presidencial del PRI:
“En 1988 las autoridades no actuaron de manera irresponsable. Hicieron una proyección muy optimista de la capacidad tecnológica que estaba a su disposición; lo que ocurrió realmente es que hubo tal flujo de información que el sistema se azolvó”.
Octubre de 1994. Miguel de la Madrid:
“¡Yo rechazo que el sistema de cómputo se haya caído! Esas fueron ideas de propaganda política. El fenómeno fue tardanza en las cifras. Eso es todo. ¡Lo demás son especulaciones sin fundamento alguno!”
El diputado Florencio Salazar encaraba a las víctimas del fraude electoral:
“¡Ya dejen de andar haciendo acusaciones sin fundamento! ¡Si tienen los elementos suficientes para probar lo que sostienen, preséntenlas o dejen ya de andar haciendo sus escandalitos!»
Hoy, como ayer, esto es México. Esto somos nosotros. (Lástima.)

Malmaridada de la soledad

Media tarde de domingo en el jardincillo del manicomio, a donde acudí a visitar a mi tía Gabriela. El final de la historia que inicié anteayer:
La tía Gabriela, que nació y vivió media vida en tierra zacatecana, de pronto tiró su fortuna al mar. En una de sus fugas  cayó en esa manía:  barco que llegaba a puerto, barco al que trepaba la malmaridada de la soledad, y entre los marineros buscaba al ausente, y al desengaño se acercaba a babor, echaba al vuelo las zarcas pupilas, humedecidas de yodo y de sal, y de su escarcela extraía las monedas que sus dedos alcanzaban a tomar y, los ojos cerrados y en la boca, en susurro, la invocación del ausente, a lo calmoso las dejaba ir a las ondas del mar.
Curiosa manía de la tía Gabriela y su verídica historia de amor, tan verídica como son todas esas historias donde intervienen amor y cordura, locura y  soledad. “La herencia me hubiese durado unos años más, y con ella mi afán de maromear de barco en barco navegando con bandera de trascuerda, pero qué fortuna resiste tantos sexenios de infamia».
Ya le afloró la loquera, pensé. No lejos, un esquilón. El rosario. Aquí, la cabeza se nos llenaba de pájaros. En el follaje, condóminos alboroteros, los visitantes nocturnos se preparaban para dormir. Dije, nomás por decir:
– Qué relación pueda haber entre el derroche de su fortuna y la mala fortuna de los sexenios priístas, el de Fox y el del causante de ciento y tantos miles de cadáveres. Usted arrojó al mar todos sus dineros hasta quedarse como está, mírese. ¿Y ahora culpa al «Sistema»? No veo la…
– Yo te la voy a enseñar. Más antes, cuando México disfrutaba de un discreto pasar, ¿cuántos barcos llegaban a sus puertos? Pocos, ¡y a cargar mercancía, no a descargarla! Uno a Manzanillo, dos o tres a Coatzacoalcos, a Veracruz. ¿Cuántas monedas podría yo sembrar en el mar? Ah, pero priístas, Fox  y el beato ese del Verbo Encarnado del que ni el nombre conozco, permitieron y permiten la rapacidad del modelo neoliberal, y entonces ¡la invasión de los barcos! Barcos extranjeros copeteados de carne y maíz para puercos (que nosotros consumimos), y frutas del trópico, que de las que les exportamos, falluca, quincalla, y tú sabes: quincalla otorga. Barcos y más barcos, cargas y más cargas, pacas y más pacas: repelos de llantas, calzones de segundos cachetes, armamento para narcos, dinero sucio del Vaticano, tequila, medicamentos, viagras y afrodisíacos. No, y huevos, a ver si a ti, cuando menos a ti, te da algún amago de vergüenza. Tantos navíos, tantos marineros, ¡pero nunca el mío!
Y aquel manso llorar en el más apartado rincón de un manicomio hasta donde la intolerancia familiar fue a empozar a la Tía Gabriela, porque: “Quien alimenta el mar con dinero sólo puede estar mal de la cabeza”
– Hijo, ¿me llevarás algún día a las orillas del mar?
La tarde se oscurecía cuando dejé a la tía Gabriela. Mientras trepaba en el volks me sentí basura, redrojo, pariente de los Salinas, de la Gordillo, de Romero Deschamps,  de Peña y Montiel. Basura, porque eso de prometer a una pobre loca llevarla algún día hasta los puertos donde decenas y más decenas de barcos, frenéticos, siguen acarreándole al México soberano e independiente su qué comer. Ahí, sobre el asiento del volks., los diarios: “México, importador creciente de alimentos”. “Para fines de noviembre habrá huevos en México. Los importaremos de Estados Unidos. Pero los precios de hace unos meses, esos no volverán».
El huevo gringo. Mi tía Gabriela. México. (Mi país.)

Loco amor

Aquí sigue la crónica de la extraña locura que atacó a la tía Gabriela, pariente mía lejana. Y lo que es el imperativo de la soledad, la fuerza de las ensoñaciones, el espíritu aventurero de algunos. De la tía Gabriela, pongamos por caso, a la que atacó súbita locura de amor por el mar, las gaviotas, los marineros. La enamorada anocheció en  tierra adentro, tierra zacatecana, y fue a amanecer a la orilla del mar.
De puerto en puerto, de ahí en adelante: Tuxpan, Salina Cruz, Manzanillo, algún Champotón, algún ignoto Puerto Peñasco. Y entonces a marinar, en la mejor de sus acepciones. La tía Gabriela, novelera velera de vela y timón…
Un hombre de mar, danés, fue el gran amor de aquella de la fantasía encandilada. Con aquél de nombre impronunciable anduvo los siete mares y algunos más, y con él dilapidó media fortuna por la fortuna de dilapidarla con él. Pero ya de vuelta al hogar, todavía paciente impaciente de aquel sufriente amor, malaventurado, la tía mostraba que había quedado para siempre dañada del mar y sus marineros.
Entonces de los peñascales de mi Zacatecas se volvió a desaparecer, y en mucho tiempo de la tía Gabriela no volvimos a saber ni su rastro.
Y es que la malquerida, buscando de puerto en puerto al danés de impronunciable nombre  (que ella repetía en sueños) pasó de Tuxpan a Veracruz, y de ahí a Coatzacoalcos y Salina Cruz, buscando durante doce, quince años, al perdido amor. Y vaciando en los mares el resto de su fortuna.
– Tú sí me entiendes, ¿verdad? Siento que tú me comprendes porque estás chiflado como yo, pobrecillo niño viejo. ¿O viejo niño, tal vez? ¿Qué edad tienes? ¿No sientes que tú y yo andamos viviendo de más en un mundo ajeno? Como que habitamos en vidas hurtadas a sus legítimos dueños, ¿no lo percibes a medias de una tarde de domingo? Ay, que lo dijo el poeta: tanta vida y jamás. Tú sí me entiendes, ¿verdad que tú sí me entiendes?
Las zarcas pupilas se le rasaron. Una gota exprimida del ánima se deslizó mejilla abajo. En un pecho que fue de cimas y era de simas, el suspirar. Yo, el deseo de salir de aquel sitio, de huir, de recomponer la figura, que se me desencuadernaba. Porque yo digo, mis valedores, ¿habrá dolencias más pegadizas que locura y tristuras? Dios, yo con estos mostachos y haciendo pucheros…
– Tú sí entiendes que yo, buena amante del mar, nunca iba a poder vivir en nuestro Zacatecas, ¿verdad? Demasiada tierra, demasiados peñascos. ¿Sabes, hijo? En ciertas noches de fantasías en brama hasta mi duermevela arribaba el barco aquel cargado de marineros, y atracaba en un puerto en penumbra, y mi amor danés bajaba la escalerilla al encuentro de mis brazos, y me subía a bordo, y esto era pasarnos la infinita noche tocando puertos de nombres exóticos y atracar en muelles fantasmales,  y en barrios penumbrosos acompañar a mi danés entre rones y negras de pechos empitonados que llevan pelambre color azafrán. Lástima, todo en mis sueños. Y escucha, porque tú, chiflado también,  sí me entiendes: duelen los sueños más que la realidad porque son mucho más crueles, que ellos no se prestan a la ilusión, como la realidad. ¿Oyes allá, lejos? Como trenes que se despiden, ¿Estás oyendo?
Y suspiraba, su vista fija en el muro. La vi perderse, desasirse de mi, fuera del mundo. Más dentro de el. En sus entresijos…
Me removí en la banca, y la tía Gabriela regresó al rincón sombroso de una casa de salud en una ciudad de locos pacíficos en cautiverio y peligrosísimos cuerdos en libertad.
(Vuelvo mañana.)

El amor, esa estrella marinera

Prevén alzas en la carne por sequía en EU.
Esta vez el problema del huevo, mis valedores. Que si fiebre aviar, y que si no hay tal, y que si se trata de un problema ficticio, artificial, y que si…
Para el consumidor esta falta del huevo es una mortificante realidad. Pero, optimismo oficial, la producción y venta del huevo se habrá estabilizado para fines de noviembre, «aunque no a los precios de hace un par de meses», advierte la voz oficial. Bruno Ferrari, secretario de Economía:
– Hemos iniciado los trámites para importar huevo de diversos países. De los Estados Unidos, principalmente.
Yo, ante la incómoda situación de un comercio emasculado, recuerdo la fabulilla que me inspiró cierta pariente lejana (a mí, a su mundo) que enloqueció de amor. La crónica:
Fue un domingo en la tarde, me acuerdo. Apático, el sol. Entelerido.
– Acércate, hijo. Mi chifladura es pacífica –y la tía Gabriela sonreía.
Yo, por aquello de las dudas, al reunirme con ella en el jardincillo apacible del manicomio me fui a sentar en el otro extremo de la banca. El bochorno me impedía hablar. Ni dónde poner los ojos. Y ella:
– Acércate, que tu tía es inofensiva, no temas.
De ganchete la observé; la reclusión le ha conferido una apariencia de beatitud: carnes amojamadas, traslúcida la piel y mansos sus ojos garzos, como moldeados para columbrar distancias y ausencias, sobre todo de pupilas adentro, donde más lejanas son las ausencias y más ausentes las lejanías. Mi tía Gabriela.  La oí suspirar…
Y fue así, mis valedores, como aquel cacho de domingo lo pasé con ella por hacerle compañía, por aligerarle la soledad. Ah, las tardes de domingo, del día más lóbrego, letárgico y macilento para quienes habitamos en la almendra de la soledad; los suicidas en ciernes, los nostálgicos, los desahuciados, los abandonados, yo…
Una historia de amor, dije antes. Según la plática familiar, desde muy tierna mi tía Gabriela vivió las horas muertas hojeando un viejo álbum de estampas marinas que le cayó  por causalidad. Barcos, sí, todo tipo de barcos: balandros, veleros, bajeles, navíos de ágiles velas, trasatlánticos que, frente a las pupilas de una tía fantasiosa, cruzan eternamente las ondas del glauco mar, que mentaba Homero. A la de fantasía atorrenciada los ojos se le iban, encandilados, tras la salina inmensidad, y su espíritu se llenaba de gozo y se sacudía en unas escondidas urgencias de tornarse gaviota que, alas de argentada espuma, marcara la ruta marinera sobre los lomos del mar. “Boga, boga, marinero. Boga, boga, bogavante…” Canturreos.
Mi tía Gabriela creció, alcanzó la edad de merecer, y entonces vino a heredar la fortuna de aquel su padre minero de ascendencia rubia y apellido con reminiscencias de whisky escocés. Fue entonces cuando la susodicha tía se desapareció por primera vez. Cierta madrugada anocheció y no amaneció, porque se nos fue de viajante en aquel carromato sonámbulo que, como el son, “se lleva a los hombres a las orillas del mar”. La enamorada del océano y sus marineros iba al encuentro de su destino: conocer el mar, las gaviotas, los barcos, los marineros. “Boga, boga, bogavante…”
Veracruz. Ahí estaba aquella mañana la tía Gabriela, el vivo asombro en las zarcas pupilas, frente a la rizada inmensidad. En el muelle, cabeceando su modorra, aquel barquito camaronero.
– Uno de juguete, comparado con los navíos de mi niñez, los del libro de estampas. ¿No te estoy aburriendo, mi hijo?
De ahí en adelante, los puertos del país. (Sigo mañana.)

 

A Lecumberri, becado

¨Nada de nadie debemos esperar sino de nosotros mismos.
José Revueltas, mis valedores. Solía entrevistarme con Andrea, su hija, y preguntarle sobre las ideas políticas y literarias del autor de Los errores, el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza y tantos títulos más. En una de nuestras charlas Andrea me dijo:
– Para mi padre Lecumberri significaba una especie de beca, según le gustaba decir de broma, para poder trabajar, estudiar y tomar notas, para elaborar esquemas que más tarde iba a desarrollar, siempre centrado en torno al análisis de la historia del Siglo XX. Su trabajo durante las temporadas de encierro era intenso, fructífero. En 1974, días después de haber salido de Lecumberri me escribió a París:
«Estoy trabajando en las notas sobre mi actividad teórica que se refieren a mi punto de vista sobre las revisiones que tenemos que hacer respecto a la teoría del Estado. Mi trabajo se llama Los nuevos contenidos de la realidad contemporánea. Este me lleva cada vez más lejos, y en México casi no me atrevo a dar a conocer mis puntos de vista. Es dogmatismo es mucho más fuerte de lo que podemos imaginar».
– Ya en 1971 mi padre me había comunicado, con aquél su entusiasmo cuando se refería a su obra teórica:
«Trabajo sobre todo lo nuevo: los cambios en la composición orgánica de la clase obrera, el papel del Estado, etc. Nada de nadie debemos esperar sino de nosotros mismos. Pensar, escribir, luchar con audacia, despojados de todo fetiche, de todo dogmatismo, no importa a dónde lleguemos».
– Sus trabajos teóricos, que no publicaba por falta de editor o que de editados tuvieron una nula o escasa difusión, pronto se darán a conocer como un todo: su obra teórica tanto como por sus libros de ficción. Estos son algunos conceptos sobre cultura latinoamericana que me escribió a fines de 1971:
«América Latina se asoma a la cultura universal mientras conquista su independencia política en el primer tercio del siglo XX. Una doble apertura hacia el mercado internacional capitalista y hacia las ideas de la época. En ambas, con un retraso de dos siglos, al menos.
España, a partir de la Contrarreforma, se convirtió en un ghetto cultural de alcances planetarios, lo cual acaso explique el reblandecimiento intelectual que apartó al lenguaje castellano de todas las manifestaciones avanzadas del pensamiento. Aquí reside el punto de arranque de nuestra tragedia: la Conquista, en lugar de representar un avance, sólo produjo un engendro, un monstruo desintegrado: cabeza de perro en cuerpo de serpiente con alas y un arcángel diabólico por dentro. De ahí el asombro un tanto perverso de los europeos».
– Acerca de su propia obra mi padre me escribía a París:
«Cada uno de mis libros representa un momento, dicho de modo hegeliano, del proceso que integra la totalidad de mi obra. Esto me inclina a considerar la más reciente como la más representativa. Me considero inserto en una literatura cuya actividad intenta despejar lo insólito de la realidad; una literatura que actúa con la dialéctica de la conciencia como expresión crítica de la enajenación de la realidad y de toda realidad enajenada. No presupone ni asume, entonces, ninguna clase de propósito o tendencias extrínsecas: políticas, sociales, morales. Hay que huir de los personajes teleológicos, esos que tienen una personalidad ética, moral o política, porque introducen en el material una tesis preconcebida, que disminuye la calidad artística de lo producido».
Esto afirmaba José Revueltas. (A su memoria.)