El halconazo, mis valedores. A los sucesos trágicos del 10 de junio de 1971 me referí ayer aquí mismo, apalancado en la memoria de los hechos que años más tarde publicó alguno de los asesinos, cronista de la masacre. En su relato afirma que un día de aquellos lo llamó el Fish, su jefe: “Habla a los halcones. Vamos a trabajar de nuevo”.
– ¿Trabajar con el gobierno?
– ¡Nooo! –me contestó casi gritando-. ¡No seas bárbaro! Vamos a servir de brigadas de choque al servicio de los hombres más ricos de México, que ven con terror el avance del comunismo en la Universidad, en el Poli, en las Normales y en todos los sectores de la población. Ellos nos van a pagar.
En un principio, por sugestión de Guajardo Suárez, el de la COPARMEX, se había planeado en la Ibero una manifestación estudiantil lo suficientemente tumultuosa como para provocar una reacción violenta del régimen. Ellos iban a injuriar al Presidente, cometer atropellos y hacer todo lo posible para provocar la represión del ejército y de la policía. Pero como estaban tan desacreditados por lo de Tlatelolco, tal vez no reaccionarían. En ese instante entraríamos nosotros y los haríamos pedazos.
Los halcones, mientras funcionamos como tales al servicio de la regencia del Gral. Alfonso Corona del Rosal, estuvimos organizados a la manera de una entidad paramilitar. Insisto: en la Universidadéramos porros. Y recibíamos nuestra paga de la Universidad”.
Y amaneció el 10 de junio…
Recorrí lo que sería el campo de batalla; no había gente sospechosa en los pasillos, angostos y semioscuros, donde iba a meter a los halcones que irían armados con pistolas y metralletas. Me agradaron una rejitas que están frente a la casa 268 de Alzate, desde las cuales se puede disparar como trincheras. La orden del Fish:
– ¡Pártanles toda la madre! Ah, pero a los periodistas patadas, golpes y romperles las cámaras. A ellos ni un balazo.
Y llegó la hora cero. El estudiante: “Al llegar a la México-Tacuba se escuchó un disparo de lanzagranadas y de atrás de los granaderos aparecieron unos mil halcones divididos en seis grupos, que portaban garrotes de bambú de dos metros, macanas y varillas forradas. Oímos sus gritos. Iba por el cine Cosmos. Luego se oyeron los primeros disparos. De pronto parecía que los disparos provenían de todas partes. Sus cargas eran respaldadas por descargas de gases lacrimógenos. Venían armados con metralletas, fusiles automáticos M-1, M-2 e incluso M-16. Comenzaron a caer compañeros. Muertos unos, otros heridos. Los halcones se entregaban a la persecución, a la masacre, a la caza de seres humanos y al saqueo y la destrucción. Los granaderos permanecían inmóviles.
El halcón: “Cuando faltaban siete minutos para las cinco p.m. arrancó la descubierta de la manifestación. Se empezó a escuchar el grito de guerra: ¡México… libertad! ¡México… libertad! Los nuestros ripostaron: ¡Viva Nuevo León!…¡Viva el Che Guevara! ¡Libertad para los presos políticos!
A mí me sudaban las manos. Tenía seca la boca. Venían como diez mil estudiantes y gente del pueblo. Nada mansos se notaban. Algunos traían metralletas, palos, cuchillos, unos bultos. ¿Granadas de mano? Dí el grito:
– ¡Halcones!…¡Halcones! El ataque, con todo.
De atrás escuché el tableteo que hizo caer a medio metro de mí a un halcón herido con cuatro balas en la espalda y nuca. Ahogándose en su sangre que vomitaba con fuerza, pues estaba herido en los dos pulmones me rogó:
– ¡Ayúdame… no me dejes… ayúdame hermanito!”
(Mañana, 10 de junio, el final.)