El poder de los símbolos, mis valedores. Aquí los que ofrece el cuentecillo oriental:
“Tres hombres marchaban por el bosque cuando, de súbito, se toparon con un tigre que amenazaba desgarrarlos. El primero de ellos dijo:
-Hermanos, nuestra suerte está decidida. Nuestra muerte es segura, porque el tigre va a devorarlos.
Hablaba así porque era fatalista.
El segundo de aquellos hombres habló y dijo:
– Hermanos, imploremos juntos al Dios Todopoderoso. Sólo la gracia de Dios puede salvarnos.
Este hombre era piadoso.
Pero el tercero de ellos dijo, a su vez:
– ¿Por qué molestar a Dios? Mejor será que cuanto antes nos subamos a esos árboles.
Este hombre en verdad amaba a Dios”
Y más que esa moraleja del relato oriental, mis valedores: el tercero de aquellos hombres poseía madurez mental. Había dejado de delegar, en Dios en el caso presente, y había adoptado como táctica la de asumir. No delegar en Dios cuando el hombre podía resolver el problema, pero tampoco delegar en el tigre, mis valedores, y deambular por vías públicas y explanadas exigiendo a gritos al tigre que deje de comer lugareños.
Que por amor a nosotros se vuelva vegetariano, y lástima de veras…
Lástima, porque toda la energía acumulada a lo largo de sexenios en los que el tigre nos ha venido agrediendo en todos los terrenos sociales, políticos y económicos, hoy que los abominables sucesos de Tlatlaya, Iguala y la Casa Blanca han provocado el salto de calidad en unas masas hasta ayer adormecidas, ahora se yerguen, iracundas, y … ¡exigen la renuncia de Peña y su gabinete de seguridad! ¡Exigimos!
¿Qué nos dice al respecto la historia del país? Si no hemos perdido la memoria histórica, ¿tenemos presente que las tácticas de lucha son las de maestros, ferrocarrileros y médicos de fines de 1960? ¿Y?
La marcha, afirma el maestro, es necesaria, pero limitada. Una vez que ha creado conciencia en la comunidad local, estatal, nacional e internacional si el problema lo amerita, esa herramienta de lucha se torna obsoleta. Salinas, en su momento, mostró el antídoto del Poder:
– Ni los veo ni los oigo, y háganle como quieran.
Si en un ejercicio de autocrítica meditásemos en la advertencia de Erich Fromm, el psicólogo de El miedo a la libertad, miedo por el que la entregamos al Sistema de poder:
“Si queremos combatir (el fascismo, por ejemplo) debemos entenderlo. El pensamiento que se deja engañar a sí mismo, guiándose por el deseo, no nos ayudará. Y el reclamar formulas optimistas resultará anticuado e inútil como lo es una danza india para provocar la lluvia”.
A propósito, mis valedores: de la espada hablé con ustedes aquí mismo hará un año, ¿pero cuándo tendrá más vigencia el tema, si: en la tensión de entonces o en la actual crispación del ánimo colectivo? Dije y digo a todos ustedes:
A la advocación del Alucinado de la Triste figura me acojo, vale decir: caballo tordo, armadura, lanza en astillero, venablo, lanzón y la espada, naturalmente, esa que, como la Excalibur del adulterino amador de Ginebra, es el arma de combate de todos los adalides de los tiempos idos que la blanden contra sus propios molinos de viento.
Siglos más tarde, la del Magno de Macedonia, la Tizona del De Vivar y demás legendarios aceros de hazañosos legendarios que…
(Todo esto sigue mañana.)