La sucesión presidencial

Tal es el título de la obra que redactó Francisco I. Madero, vitivinicultor coahuilense, dos años antes de lanzarse a la lucha armada, cuando iba a hacer explosión, cargado de agitación y energía, su Plan de San Luis. Hoy, cuando el Sistema de poder nos diluye la conmemoración del salto de calidad que logró derrocar al que parecía inconmovible, aquí una semblanza personal que de Porfirio Díaz nos legó Madero, víctima, actor y testigo de aquellos años de turbulencia y depredación. Ello nos dará la estatura del mártir ante la dimensión del Precursor, un Ricardo Flores Magón arrumbado mañosamente en el desván de la historia oficial. Es México.

En esta fecha, en contrapunto y a contracanto de la historia oficial, muestro aquí, con sus propias palabras,  a un  Francisco I. Madero que en La sucesión presidencial se muestra como admirador decidido del dictador.

El general Díaz, con su mano de hierro ha acabado con nuestro espíritu turbulento e inquieto y ahora que tenemos la calma necesaria y que comprendemos cuán deseable es el reino de la ley, ahora sí estamos aptos para concurrir pacíficamente a las urnas electorales.

Curioso, mis valedores. La humana condición. Culpas son del tiempo, que no del vitiviniocultor, tales conceptos, humazo  del  copal que en 1908 y ante el altar del dictador, depredador y genocida (Tomóchic, indígenas yaquis, Cananea, Río Blanco, Valle Nacional) quemó el personaje a quien tocó en suerte provocar la eclosión de 1810, mérito que parecía destinado a los Flores Magón). A propósito:

Van aquí algunos conceptos que al hombre del espadón y la dictadura dedicó el honesto vitivinicultor coahuilense que más tarde acometió una hazaña que lo iba a rebasar y que le dio un lugar en la historia que parecía destinado a los Flores Magón:

“Ahora que el Gral. Díaz no tiene más que temer que el fallo de la Historia, ni más que desear que la gratitud nacional, no será remoto que procure atraerse a esta última y asegurarse un fallo favorable de la primera, respetando en sus últimos días la voluntad nacional.

Ante la Historia podrá justificarse diciendo: Con mi permanencia en el poder, maté al militarismo, acabé con el espíritu turbulento, hice que en todos los ámbitos de la República se respetase la ley; consolidé la paz, extendí por todo el país una vasta red ferrocarrilera, construí grandiosas obras materiales; favorecí la creación de cuantiosos intereses privados, aumenté la riqueza pública; de mi patria, turbulenta, pobre, sin crédito, he hecho un país pacífico, rico y que goza de un justo crédito en el extranjero.

Es posible que para llevar a cima esta obra, haya yo cometido algunas faltas; todo el mundo está expuesto a errar, pero esas faltas han sido de buena fe y la prueba de ello es que la principal que se me puede imputar: que me haya colocado arriba de la ley, sólo la he cometido mientras lo he juzgado indispensable para llevar a feliz término mi obra, puesto que ahora que creo que ésta está terminada, que el país está apto para ejercer sus derechos, devuelvo a la ley su imperio, su majestad y yo mismo me coloco debajo de ella, a fin de que en lo sucesivo sea la ley, la guardiana de la paz, la que asegure el progreso indefinido de mi patria, pues creo que no podré tener sucesor más digno. Los últimos días de mi vida los consagraré a defenderla, a consolidar su prestigio, poniendo a su servicio todo el mío, y ¡ay de quien quiera atentar contra la ley que yo seré el primero en respetar!»

Ricardo Flores Magón, mis valedores. (A su memoria.).

Un pensamiento en “La sucesión presidencial

  1. Me hubiera gustado haber nacido en un país más justo, donde toda la gente pudiera estudiar lo que quisiera, al nivel que quisiera, tener el trabajo que quisiera, ganar más de lo indispensable, tener una cultura que nos permitiera pensar con claridad para saber quienes son nuestros aliados o no, en fin que el Valedor no fuera uno de los pocos que tratan de sacarnos de la mediocridad como lo fueron unos cuantos en la Historia de nuestro México.

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