Y todavía aplauden

La Bicha y el Rosco, mis valedores, esa pareja de gatos domésticos que han aceptado vivir en esta su casa (la de ellos),  al amor y cuidados de mi gente, que se les ha aquerenciado (a los dos). Mansos de corazón, medio día se lo pasan durmiendo entre ronroneos, y el otro medio remoliendo croquetas, y todavía se dan tiempo para condescender, si a modo traen el humor, con arrumacos como esos con los que los incomodan el guerejo Ariel y mi Mayahuel de las zarcas pupilas, ella tan hermosa que en ratos creo que lo hace a propósito. Luego de permitir a lo displicente que les soben los lomos, la Bicha y el Rosco tornan al sueño (apenas se insinúen las sombras nocturnas, el par de bolas de pelos van a escabullirse por la azotehuela hasta las  azoteas vecinas y habrá de aplicarse a “forjar una patria espeluznante”, que dijo López Velarde.

Pues sí, pero aquí lo asombroso, lo que me llenó de estupor y me llevó a formular un hervidero de reflexiones, interrogantes e hipótesis que a su hora formularé ante todos ustedes: ocurrió que  ayer, anteayer,  solicitamos los servicios del veterinario, que acudió ya prevenido para aplicar a la pareja de gatos su ración de vacunas.  La Bicha y el Rosco, en tanto, ronroneaban su siesta acá arriba, sobre mi mesa de trabajo, engarruñados entre libros, carpetas y discos compactos. Música de concierto. ¿Terminarán por deleitarse con Bach? (Favor de ir tomando nota, porque el incidente encierra su muy buena  moraleja que a todos concierne. Sigo.)

Y fue entonces.  Ocurrió que en llegando el veterinario, la puerta abierta por aquello del sigilo total,  y mientras el susodicho aguardaba allá abajo, subió Mayahuel y con la naturalidad de costumbre y acariciándola tomó a la Bicha, y al Rosco el Ariel, pero ándenle, de no creerse: el par de animalejos revuélvese entre los brazos que los acunaban, y bufan, se encrespan, se engrifan, se crispan y se acalambran, tirando arañazos y tarascadas. ¿Pues cómo se enteraron de..?  Y en mala hora acudí en auxilio de la de las zarcas pupilas: recibí generosa ración de arañazos, tatuajes de hemoglobina que me cuadricularon la pelleja, pa su. Abajo, aguardando en silencio, el veterinario…

Y qué hacer. Aída (tú, la de todos los días) compartió con nosotros la ración de arañazos y ayudó a bajar el dúo de  rebeldes sin causa hasta donde el veterinario los tomó entre arañazos y  rápido, me jeringó al par:  próstata, rabia,   moquillo, parásitos, papanicolau. Y la paz. Yo, de regreso frente al trabajo, me puse a reflexionar en el incidente de los mininos. Mientras me daba el pasón ¡de yodo! sobre la desatinada caligrafía de los arañazos, que hagan de cuenta electrocardiogramas de esquizofrénico en brama, me puse a reflexionar en relación al misterio del que fui testigo, verdugo y víctima. En mi mente formulaba aquella sucesión de preguntas, y no me explicaba la razón del extraño incidente. Con trabajos volví a la lectura del matutino, que había suspendido para meterme a amansador. Leí, acalambrado al estilo del Rosco:

Consuma el Senado la reforma energética. Tras la votación, la mayoría de los senadores se puso de pie para aplaudir, con el notorio entusiasmo de los priístas y panistas.

Y que el titular del Ejecutivo “tuiteó” el mensaje:

Expreso mi mayor reconocimiento a las cámaras de senadores y diputados. Felicidades a México.

¿La relación de lo que ocurrió con el Rosco y la Bicha y el  saqueo de nuestra casa común para beneficiar petroleras de EU? Esa, mañana. (Vale.)

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