Reforma energética

Los mexicanos deben esperar al menos otros 19 gasolinazos.  P. J. Coldwell, Sec. de Energía.

Estremecido te invoco, payaso del arrabal; te honro en esta hora aciaga; en los días del desánimo yo te saludo, juglar de la boca-calle. Mis valedores:

Fue ayer tarde, a esa hora mortecina en que las farolas acosan la tarde y la fuerzan a huir. En la banca del parquecillo mi amigo y  yo rumiábamos asuntos del sentimiento, de los amores idos, del tiempo que pasa para nunca más, de las cosas que en el camino se quedan, de que nosotros, los de entonces… Y aquel suspirar…

Más allá, la vida que pasa a frenazos, acelerones, altisonancias. De coche a coche el rumoroso panal de los buscavidas: chicles, flores y esas fregaderitas de plástico con las que medio México sobrevive vendiéndolas a la otra mitad. Y entonces ah,  pobre payaso: malabareaba sus pelotas (de goma); y de mano en mano se le cuatrapeaban, y allá va la pelota verde, y acá le rebrinca la roja, y allá le rebota la azul, y tiene que alagartarse bajo la panza del Neón en procura de la amarilla, que hasta allá fue a dar. Pobrín.

–  Tú y yo aquí tristeando, cuando ese pobre payaso…

Mi amigo se le quedó viendo. “A ese yo lo conozco. Claro, sí, el Boquerones. Vamos a verlo de cerca”.

Joven de cuerpo, moreno, pintarrajeado el semblante, en la testa greñuda una peluca ya medio calva. Mi amigo se le acercó: “¿No es usted tragafuegos?”

– El mejor del rumbo. ¿Por qué la pregunta?

– Veo que cambió de giro y anda haciéndole a la payasada…

– Es que el hambre es carbona, y a puras pelotas hay que aplacarla.

Y que si podría hacer para nosotros la suerte del lanzallamas, y que los ando haciendo sobre pedido, y que cotícense y me llegan al precio.

Cerrado el trato entró en una caseta de velador, abrió un par de candados y sacó, como manejando nitroglicerina, una latita de gasolina. “Sésguense, que ái les voy”.

Trozó el aire la primera columna de fuego, con la lata alcoholera sujeta entre dos brazos. Y allá va la segunda, y la tercera, y ya. “Servidos, mis estimados”.

¿Ya? ¿Fue todo? Pagamos, y el traga-fuego a seguir haciendo el ridículo con sus pelotas (de goma), que a lo chambón pasaba de mano en mano.  La tristeza, en vez de írsenos,  se nos enconó.

–  ¿Por qué el Boquerones mudaría de profesión?

– Por qué ha de ser, por el costo de la gasolina. ¿Te fijaste en las llamas que lanzaba en su acto espectacular?

– El chispoteo, dirás. Más antes unas columnas de fuego que encendían la vía pública. Horrísono el zumbar de unas llamas de infierno de Dante. Ah, aquel órgano de fuego como de mancebo dotado. ¿Y el de hace rato? Un organillo de viejo, moco de guajolote. Unas llamas fueron como el sol de invierno y las amantes frígidas: calientan, pero no satisfacen.

– Pues sí, pero el Boquerones qué culpa tiene. Harto hace él. ¿No ves que para cubrir los costos de la gasolina en el tiempo de Peña la campechanea con agua al 85 por ciento? Por eso fue que de fuego salía nomás el chisguete y un rociadón de agua, baba y gargajos que hasta me alcanzaron a salpicar. El rugido del fuego, ¿no lo notaste? Con la garganta, estilo ventrílocuo: ¡fuzzz, fuzzz..!

Y que ya nomás se echó tres, cuando antes unas columnas de fuego para iluminar el mundo. “Porque en México todo se va degradando. Al igual que en los chorros de lumbre del Boquerones, todo en nosotros ya más que el fuego es la pura saliva”.

Callamos. Nos fuimos yendo por la penumbra de un ensayo de noche todavía sin amacizar. Más melancólicos que antes. (Ah…)

Un pensamiento en “Reforma energética

  1. Estimado maestro, hace más de 25 años que usted nos está diciendo, de diferentes formas, que la organización en células auto gestíbas de no más
    diez personas de entre nuestros vecinos, es una de las formas de lucha social
    que podríamos utilizar, yo lo he intentado algunas veces por año, confieso que
    fracasé, mis vecinos están más interesados en el futbol que en el futuro de nuestras familias y mucho menos en él de nuestra saqueada nación.

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