Vidas paralelas

¡Oh, Dios, el Papa nos ha visto! ¡Y nos ha dado su santísima bendición!

– ¡Si, María, ahora todo irá bien! ¡Jesús  está con nosotros! ¡El Santo Padre nos ha visto, ha escuchado nuestros ruegos! ¡La tierra será buena otra vez!

 ¡La lluvia llegará, Miguel!!

Ella, agradecida, volvió su mirada al cielo y soltó el llanto. El sacó una imagen de Juan Pablo II. Se arrodilló y empezó a musitar: Padre nuestro que estás en los cielos…”

Con que su santísima bendición. En fin, que ya el católico cuenta con su San Juan Pablo II. Más dificultoso el llegar a ser cristiano. Pero hablando de altares y aureolas:

Un santo como San Juan Pablo II, pero mucho más milagroso y caritativo, me visitó anoche  en sueños, y en mis sueños pude reproducir las diversas visitas que me han llevado hasta su templo y su altar de abigarrados adornos. Como arropado en magia y encantamiento me volví a ver en su templo entre mármoles, tibieza y calor de ceras ardientes, arpegios de música y búcaros que se derraman de toda suerte de flores, ofrenda de sus feligreses. En mis sueños volví a enfrentar al santo rostro con rostro y sentir su mirada en la mía. “Protector de  desamparados, que a mí también…”

Ahora en sueños miraba a los devotos que acuden a agradecer el auxilio de su seráfico valedor. Los observé no de rodillas ni gacha la testa, sino de pie, pecho enhiesto, pupilas ardorosas, el fervor en el rostro y la confianza en su santo protector. De aquí y de allá, de todas partes acudían los devotos a agradecer la protección del benemérito. Edificante.

Porque el santo en su templo aglutina y congrega una muy especial feligresía, puro amoroso fervor, esperanza pura y agradecimiento a raudales. Aquí se trata de un santo verdadero, al que no abofetean el rostro señalamientos ni acusaciones de corrupto. Un santo de verdad, no un personaje polémico y controvertido al que una maniobra politiquera le enjaretó esa aureola que le sentó como unos aretes al irracional.

En sueños visité el templo del santo, donde  los devotos sacaban a relucir fulgores de pensamiento mágico, milagrero y prodigioso, y hoy mismo, al despertar, me he puesto a redactar este mi respetuoso pedimento a quien corresponde:

Francisco, sumo pontífice: ¿por qué no instalar a este  santo  junto al polaco? Porque de santo a santo, Su Santidad: dineros como los que mercaron la aureola polaca, al santo le llegan por carretadas. Como al de El Vaticano, los cercanos al santo viven en palacetes. Como entre los jerarcas que en vida rodearon a San Juan Pablo II, los del santo le fomentan una popularidad mediática que  día con día se extiende a más vastos territorios. Yo de usted solicito, Su Santidad:

Si a 9 años de su muerte tuvo a bien embrocar la aureola al manipulador de los fondos del Banco Ambrosiano y los Legionarios no de Cristo, sino del hijo de toda su reverenda Maurita (por cierto, ¿sigue el proceso de beatificación de la madre de Maciel?); si fue capaz de trepar a los altares al socio de la Tatcher y Reagan para empobrecer más a los pobres con la imposición del sistema neoliberal, ¿ y el santo que en vida quitó a los ricos para remediar el hambre de las víctimas del hacendado? ¿El santo que también recibe los dineros procedentes de la droga no merece una aureola como la del polaco?

Vidas paralelas son el polaco y el sinaloense,  Su Santidad. ¿Por qué no reconocer, como a Juan Pablo II, al santo  protector de  narcotraficantes,  Jesús Malverde?

¿Sí? (Vale, pues.)

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