Convicciones de rastrojo

Y va de mulas, mis valedores. Dije a ustedes ayer que en busca de locaciones para su nueva película y porque en pleno desierto de Marruecos le falló el transporte, el actor Tom Hanks tuvo que agenciarse una mula. Cité el incidente y lo empalmé al caso de un cierto Mr. McCrea,  chofer de un camión de transporte en EU que, frustrado por los reglamentos del gobierno, vendió su camión y se compró una mula. La prefiero, afirmó.

Yo, dije a ustedes ayer, durante algún tiempo cabalgué una mula de manejo  fácil que me transportaba por la ruta que  la rienda le iba marcando. Pues sí, pero mulas vemos, convicciones no sabemos. Un mal día, de repente, la mula matrera pegó el respingo y un chaquetazo que me arrojó al piso. Me alzaba, dolorido, cuando lo vi pelar una hilera de dientes amarillentos y luego volverse y colocar sus cuartos traseros frente a mi cara, para luego dejarme ir una corrompida ventosidad. Asqueroso.

Y allá va la acémila después la defección, trotando, toda jocundia, en dirección contraria a donde hasta entonces se conducía. Yo, por entender conducta tan aberrante,  investigué, y entonces… ¡madre Tula! ¿Sabe, Mr. McCrea, lo que ocasionó la defección de la acémila? De no creerse: ¡fue un puñado de mazorcas que desde el maizal de Los Pinos le badajeó el amansador de mulas e intelectuales orgánicos que ante las masas pasan por ser muy honestos y muy de izquierda, tal como fingía ser la mula de marras! ¡Muy de izquierda todos esos, y no salen del maizal! Unas mazorcas compran valores morales, principios éticos, varonía, dignidad, vergüenza, decoro, en fin. Traicionera resultó la acémila que por aquel entonces encabezaba el sindicato en el que yo era delegado sindical. Un Pérez.  Todavía candoroso, yo entre mí decía:

¿Tan deleznable es la condición de las mulas? ¿De nacimiento lo son, o es vicio aprendido? ¿Las enviciaron sus tiempos de muertas de hambre? ¿La presente crisis de valores? No lo entendía, y aun escribí: “Me resisto a creer que mulas de esta condición padezcan un hambre tan compulsiva que un talego de mazorcas las lleve a defeccionar.  ¿Harinolina y rastrojo no les llenan la panza, que así pierden todo decoro, toda la dignidad, y van a culimpinarse y servir no a los intereses de todos nosotros, sino a los del amansador?” Lóbrego.

Golpeado y adolorido,  asqueado y colérico, reflexionaba: y pensar que a lomos de mula tan traicionera creí que podría llegar a tierras de mi querencia; y pensar que en noches cerradas avancé a ciegas, confiado en el puro instinto y en la supuesta nobleza del animal; y pensar que bordeando barrancas y desfiladeros en noches de cerrazón la dejé suelta de rienda, atenido nomás a su supuesta lealtad. Hoy, aunque tarde, me explico la causa de que el camino fuese un puro fracaso y una pura decepción: ya la acémila, para aquel entonces, saboreaba rastrojo y  mazorcas del ajeno maizal. Mula baquetona…

Yo por aquel entonces era un ignorante total en cultura política, y como hoy mismo algunos de quienes pueblan el país, vivía esperanzado en  que de la recua esta mula o esta otra me llevaran a donde quería yo llegar.  Ilusionado viajé a lomos de acémilas tan traicioneras como las de Tlatelolco y San Cosme, pero eso sí: curado ya del candor, nunca  volví a cabalgar en acémila alguna,  fuese tricolor, colaboracionista o del Verbo Encarnado. Mis valedores:

¿Alguno de ustedes se arriesgaría a trepar en los lomos de una de esas acémilas pragmático-utilitaristas, convicciones de rastrojo y nuevaizquierderas?  (Agh.)

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