Asquerosa bacteria

Y aquí estoy, esperando, mientras percibo cómo el microbio, con toda la cepa invasora, deambula por mi organismo, carcome mis órganos y vive  a mis costillas (y a mi riñón, mi hígado y, sobre todo, a mis compañones, si algo de ellos sobrevive). No sé como seguir  soportando su inmunda presencia ni cómo logre expulsar la familia de asquerosos bichos que me corroe por dentro.  Yo aquí, sentado, aguardando, esforzándome. Cuánto tiempo tendré que esperar todavía…

¿Dónde pesqué la infección? Aquí, donde más. Todo esto que me rodea es sucio, insalubre, asqueroso,  y saturado de heces excrementosas. Mi organismo siempre ha sido receptor pasivo de toda suerte (mala) de amibas, lombrices, bacterias y demás seres inmundos, pero nunca antes tuve que padecer el que a estas horas me corroe el bajo vientre. Noche y día lo percibo en esta zona blanda de mi organismo, y en la de este otro lado, y en la de más allá, siempre nutriéndose de mi zumo vital. Trágico.

Qué zona de mi organismo se haya librado de la infección, qué cantidad de hemoglobina me haya costado el corrosivo accionar del microbio, qué daños no siga causando en la carne, la sangre, la médula de los huesos. Yo aquí permanezco, doblado  por el dolor de mis cavidades internas. Ahora mismo esta bocanada de bilis. Negra…

Pero lo peor me aconteció ayer, anteayer, algún día de estos: con su cepa de virus el bicho  intentó concentrarse en mi propio cerebro. ¿Qué?  ¿El  nauseabundo  infectar mis ideas? A pura fuerza de voluntad lo impedí. Entonces la cepa de virus, con una que otra bacteria, alguna lombriz y diversas amibas, intentó hacer su reunión en mi pecho. ¡Nunca! Corrompidas criaturas, cómo voy a permitir que así infecten mi corazón. Tétrico.

Tétrico, sí, porque mientras ejerzo mi periodismo o me abstraigo en la lectura o escucho a Bach, de repente el punzadón por las regiones del colon, del pulmón, de los intestinos. Conozco entonces que la voracidad del bicho castiga mi pleura, mi esófago, la vesícula; y aquí el  regueldo con sabor a bilis,  a sangre fresca, recién derramada. Y la náusea. Yo sigo aquí, sentado, la frente perlada de frío sudor. Un solapado suspirillo y algún pujidillo me salen del puro cogollo del corazón. Y aquí sigo, doliéndome y esperando,  desesperado, porque percibo que el virus, con su cepa de microbios, está donde debe estar, en el intestino grueso, ya cerca de la salida, con su conjunto de bicharajos en conciliábulo excrementoso. Atroz.

Y aquí sigo, a dos nalgas, intentando arrojar virus, cepa, bacterias, amibas, lombrices, todo lo que acompaña al invasor. Las quijadas remachadas y los ojos abiertos de par en par intento expulsarlos a todos, porque después de este SIDA de la reforma energética con que enferma mi organismo, ¿con qué clase de cáncer me infectará después? Y todo esto a lo impune, porque de mis glóbulos blancos, los supuestos atacantes del virus, qué puedo esperar, que no sean los consabidos reniego, las mega-marchitas y, puño en alto, las consignas cargadas de pensamiento mágico: «¡No a la privatización del energético!» «Este puño sí se ve!» «¡El pueblo unido jamás será vencido!»

Y al virus invasor, vendepatrias proyanqui,  le quedan aún cinco años de permanencia en un organismo tan lastimado como es el mío, y su vida significa mi muerte. ¿Mis defensores, en tanto? Los  glóbulos blancos «al ataque». Consulta popular. ¿Nada más? ¿Y después de la consulta qué? ¿No pensar, no autocrítica, no creación de tácticas triunfadoras? Ah, México.(Qué país.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *