Martí, retablillo anual

El día anterior a su muerte en combate el genio americano redactó la síntesis de una existencia de pensamiento y acción:

Ya estoy todos los días en situación de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo-; para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan sobre nuestras tierras de América. (Otro día, con su sangre, iba a cimentar sus palabras.)

 José Martí, cumbre señera del espíritu humano y uno de los  héroes primigenios del  anti-imperialismo en nuestra América mestiza, nació en La Habana un 28 de enero de 1853. Así se pondera una obra consagrada a libertar a Cuba del dominio extranjero, y esto hasta los límites del sacrificio final:

“Si en América se esculpiera dignamente la estatua de Martí habría que hacerlo con la representación de una de nuestras montañas. Es un personaje de libertad; es uno de los grandes hablistas de la lengua castellana, poeta y literato, hombre de pluma y de pensamiento. Martí trabajó para la patria, trabajó para América. Martí es una idea. Su palabra, anda; su espíritu, vela. Se sienten sus pisadas calientes de santo por la expiada, ungida senda del honor y la gloria de América”.

¿Cómo pudo comprender que se abrían nuevos peligros para la América mestiza y que se hacía necesario declarar su segunda independencia? El mismo parece responderlo en una frase célebre por lo que la repetimos: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David”. Las entrañas del rapaz:

“Basta una ojeada al mapa de Norteamérica para comprender que México forma un todo con los EU. ¡Hermosa provincia tropical para poseerla nosotros!

La voz del adelantado, que no quisimos escuchar:

“¡Cuidado! Estados Unidos tiene sobre nuestros países miras muy distintas a las nuestras; miras de factoría y pontón estratégico. Cuidado con el trato con EU. Jamás hubo en América asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos –potentes, prepotentes, repletos de productos invendibles y determinados a extender sus dominios en nuestra América mestiza- hacen a las naciones americanas de menor poder”. Y que tal convite: “podrá festejarlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles. Pero el que vigila y prevé, ése ha de inquirir qué elementos componen el carácter del que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si hay riesgo de que los elementos  temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado.

Ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive cerca de un pueblo que por tradición nos desdeña y nos codicia (…)  es deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de mover a respeto a los que no podemos evitar. Ellos, celosos de su libertad, nos despreciarían si no nos mostrásemos celosos de la nuestra. Ellos, que nos creen inermes, deben vernos a toda hora prontos y viriles.

Hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena, a ver si es blanda o si resiste. Y hay que poner la carne dura, de modo que eche fuera los dedos atrevidos. ¡En su lengua hay que hablarles, puesto que ellos no entienden la nuestra. ¡Cuidado!”

José Martí. (A su memoria.)

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