Muchos mexicanos, ya marchita su esperanza, nada esperan de su vida, su familia, los partidos, la autoridad, de Dios. (Obispo F. Arizmendi.)
El individuo, mis valedores, esa criatura que puebla el haz de la tierra y cuyo destino, en cuanto humana ralea, es la sobrevivencia. Ente humano de cumbres y abismos, de cimas y simas, sus hechos proyectan luz y tinieblas en humanísimo claroscuro: alguno conquista las crestas del heroísmo, del saber o del humanismo, en tanto que una infinita mayoría se arracima en contingentes de masas que sobreviven en la cotidiana rutina del áspero oficio del diario vivir a ras de los suelos. Los desconocidos de siempre, esos seres anónimos…
El mexicano, pongamos por caso. Si intenta la perfección casi siempre carece de la educación adecuada porque lo mantienen en la ignorancia y en situación vulnerable esos enemigos de clase que le impiden el vuelo natural hacia la entelequia, que decía el clásico.
La televisión es el único consuelo de los jodidos («Tigre» Azcárraga.)
Y claro, entre los factores que le mutilan las alas están los «medios», voceros de un Sistema de poder del que forman parte integral. Porque el pobre de espíritu, inquilino de la violencia, la pobreza y la inseguridad, busca evadirse de una realidad que lo supera, rebasa, lacera y agobia, y en el intento de hurtarle el cuerpo a lo que no puede evitar se refugia en el alcohol u otras drogas casi igual de nefastas: mariguana, cocaína, metanfetaminas o el televisor, esa puerta falsa, puerta excusada, que el mexicano mantiene abierta de par en par en el lugar preferente de la sala y en donde recibe su cotidiana descarga de radioactividad.
Y qué hacer, si esas masas necesitan y reclaman una rajuela de esperanza que les avive su desfalleciente sentido de la existencia, y esa esperanza la van a encontrar, junto a la de plasma en el pensamiento mágico, que es decir en la superstición o en la práctica de un credo religioso sustentado en la autoridad, el misterio y el milagro.
La católica es la religión mayoritaria, y en ella se refugian esas masas en busca de la esperanza de una vida mejor que se le promete, sí, pero en la otra vida, y ello si logran pasar el juicio de su Dios. Es ahí donde la jerarquía católica manipula su tremendo ascendiente en los feligreses para aplicar en ellos una moral restrictiva, represiva, que les lleva a caer en el engaño de tomar como preceptos religiosos tabús como el preservativo y la educación sexual, la píldora del día siguiente y el matrimonio entre personas del mismo sexo, la muerte asistida y otros tantos derechos humanos que la sotana disfraza de pecados, como la interrupción voluntaria del embarazo antes de las 12 semanas. Anatema, excomunión, cárcel. Trágico.
Pero el mexicano, según lo afirmó en su momento el obispo católico Genaro Alamila, es un analfabeta religioso. «Es muy doloroso reconocerlo, pero la Iglesia Católica debe reconocer que se ha olvidado de orientar a los feligreses sobre el verdadero sentido del cristianismo. En vez de impartir adecuadamente la doctrina, sólo ha privilegiado el culto. La Iglesia no ha ejercido la capacidad de enseñar adecuadamente la doctrina católica porque ha preferido dedicarse sólo al culto, provocando con ello que México sea una nación de analfabetismo religioso. De nada sirve que haya muchas misas, rosarios, imágenes de santos y procesiones, si el pueblo no conoce el significado de la cristiandad y no respeta los 10 mandamientos».
El mexicano: cómo es, cómo se cree ser. (Después.)