Virgos que remendar

La Celestina, mis valedores, de la que a su hora afirmó Cervantes: “Libro, a mi entender, divino, si no encubriera más lo humano”. La Celestina. ¿Conocen la historia de la alcahueta inmortal? ¿Alguno ha leído la Tragicomedia de Fernando de Rojas, fundamental de la picaresca española y, con El Quijote y todo Quevedo, obra cumbre del acervo literario español? La Celestina, esa maestra suprema del alcahuetaje, zurcidora de virgos, bruja y ensalmadora, y esperpento genial. La nota del diario me la trajo a la mente:

Aumenta la demanda ante los ginecólogos para la reconstrucción del himen por parte de jóvenes casaderas que quieren engañar al novio. La himenoplastia consiste en coser con hilos finísimos, o con hebras del cabello de la paciente unir las secciones desgarradas del himen. Esta operación se realiza horas antes de la boda, para que en el lecho, el flamante marido piense que se ha casado con una mujer virgen”.

Pero aquí el riesgo: “Por lo regular, la novia se delata en la noche de bodas porque se comporta sexualmente mejor que una mujer sin experiencia».

Terminé de leer, y reflejo condicionado: ¡La Celestina, componedora de virgos! Fui al estante, tomé mi ejemplar. A la distancia de más de 500 años sigue ufanándose: “Pocas vírgenes has visto tú en esta ciudad que hayan abierto tienda a vender de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. ¿Pues qué? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Conócesme otra hacienda más que este oficio?”

Y que son varios miles de virgos los que ha remendado esa inmoral que a una Areusa avergonzada porque la visitaban dos, aconseja:

“Aprende de tu prima, que tanto ha aprovechado mis consejos: uno en la cama y el otro en la puerta y otro que suspira por ella en su casa, y con todos cumple (…) Y todos piensan que no hay otro y le dan lo que ha menester. ¿Y tú piensas que con dos que tengas, que las tablas de la cama lo han de descubrir? ¿De una sola gotera te mantienes? Más pueden dos y más cuatro, y más dan».

Celestina cínica, tercerona inmoral, que así arruina a tantos por alcahuetear a Calixto, y que Melibea se le rinda sexualmente. Yo quería seguir leyendo, pero ya era la medianoche, y aquel sopor, el letargo, la duermevela. Me dormí. (Por suerte La Celestina es sólo ficción de la España del XVI. Hoy, aquí, entre nosotros, qué tendría que hacer una tercerona. Y fue entonces.)

– ¿Aquí qué tendría que hacer, dices tú, que te pasas de cándido? (Cascada su voz, pero entera en sus dejos toledanos.) ¿Acaso no sabes que en tu país viven y medran docenas de Celestinas hermanas mías y primas carnales, todas discípulas mías, todas iguales o mejores que yo misma para zurcir doncellitas desvirgadas?

– ¿Ah, sí? (Salte ya de mi sueño, vieja embustera, causa de malos amores de trasputín y  traspatio.) «¿Y quiénes son esas zurcidoras de virgos rotos que operan en México?»

Valdés Zurita y Luna Ramos, para empezar.

Ajale. Mi sueño comenzó a ser pesadilla cuando puso en mis manos aquellos papeles. «¡Oiga, que son las leyes con que los funcionarios del IFE y el TRIFE sancionaron el reciente proceso electoral!»

– Leyes impolutas que los violadores volvieron putas.  Ah, pero ahora los hipócritas intentan disimular los destrozos, y yo digo: ¿Qué saben Valdés y Luna de zurcir virgos? Mira los costurones con que los violadores pretenden venderlas a ustedes en calidad de doncellas. Obsérvalas, pobrecillas:  desfloradas y vueltas a remendar. ¿Qué hace La Celestina en México, dices? ¿Cómo anda el virgo de tu Carta Magna? (Válgame.)

 

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