Apuntes de un lugareño

La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes. T. Edison.

La defensa de los animales. Tengo la satisfacción de que en esta casa no se priva de la vida a ningún ser, así sea  ponzoñoso, al que con precaución se traslada a donde no pueda dañar. Semejante respeto por todo lo que represente la vida, trátese de toros de lidia, animales de circo o perros y gatos a los que llaman “mascotas”,  lo aprendí de mi propia hija, defensora de los animales por todos los medios que tiene a su alcance. Mayahuel

Esto lo traigo a propósito de un antiguo recuerdo de cuando adolescente, en mis viajes desde Jalpa Mineral hasta La Cañada, ranchería de mis familiares, donde conviví con ellos y me percaté de su trato con los bueyes de yunta, los burros de carga y los perros y gatos aquerenciados en la cabaña familiar.  Era aquel un trato inhumano que rayaba en la crueldad. Conductas heredadas, y qué hacer.

Con la runfla de perros mis gentes tenían un gato barcino, desmolado él,  que de vez en cuando, cuestión de vejez y achaques anexos,  solía rechazar el cacharro de sopas de tortilla remojadas en leche tibia. “Ah, gato mañoso, ¿con que caprichitos, carbón?” Y aquel tío tomaba al barcino en sus manos, lo inmovilizaba por el pescuezo y le aprontaba el hocico a la comida que el minino se negaba a tragar, y válgame, aquello era remolerle la cola con el guarache, y ahí la reacción del barcino: a tarascadas, sin mascar, bufando y atragantándose, el felino engullía sus sopas, y en un momento el cacharro quedaba limpio. “¿No que no, carbón?”

El animalillo torturado corría a esconderse entre el yerbazal, y cierto estoy de que se descargaba por todos sus orificios. Yo, a lo inconsciente y  sin apenas definirlo, percibía dentro de mí un íntimo rechazo al maltrato que se aplicaba al pobre animal. Y a esto quería yo llegar.

Es imperdonable que los científicos torturen a los animales; ¿no tienen, acaso,  políticos y periodistas?  H. Ibsen.

¿Saben ustedes que en días violentos como los que hoy vivimos, si esto es vivir, se me representa la vera estampa del gato barcino? Los barcinos en el gobierno, pongamos por caso. El gobernador neolonés hoy día y el presidente del país desde que inició, de forma unilateral, su descoyuntada guerra, que ha enloquecido el país.  Las víctimas de su guerra caen de una en una, de dos en dos, por decenas, docenas, cientos, un día sí y el otro también. El de la guerra, impávido. Ni siquiera ante la atrocidad de la guardería ABC de Sonora. El (ceja arriscada), inconmovible.

Ah, pero que no clamen, exasperadas, las masas sociales, ante la masacre del Casino Royale, de Monterrey, porque entonces el barcino, cola aplastada, a engullir el bocado a tarascadas, sin masticar, jadeando, movimientos convulsivos, compulsivos, taquicardias, colapso total.  Y rápido, la zurda en el corazón,  el más sentido pésame, y a izar la tricolor a media asta,  y vístanse de luto y, lágrimas de glicerina,  retrátense a la vera de una corona mortuoria de un tamaño mayor que el de él, y decrétense tres días de duelo, y láncese  rumbo a las ruinas humeantes esa choricera de vehículos verde olivo erizados de plomos de alto poder. Ahogándose, atragantándose, sin apenas masticar, entre visajes y crispaciones y lengua escaldada porque las sopas están que arden y sollaman las papilas gustativas, y por ahora ni cómo enfriar el guiso. Pobrín del barcino. Pobres de nosotros. (México.)

 

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