Terrorismo sagrado

Terrorismo que hizo explosión la madrugada de ayer y que  me dejó el sistema nervioso hecho garras. Porque ocurrió que yo en sueños acariciaba a mi amantísima ausente cuando, de súbito, el estallido. “Párpados atrozmente abiertos a la fuerza”, brinqué del sueño a la explosiva realidad. ¡Terrorismo! ¿O sería el tanque de gas? Cuál gas, si a la primera explosión sucedieron muchas más: una a una, dos a dos, en manada. Pistojeé, miré al techo, calculé la forma de huir. ¡Pólvora!

Por el estrépito logré ubicar la fuente del terrorismo: la ermita de Santa Rita, la santa de mi barrio, que a deshoras de la madrugada alborotaba el fervor de unos penitentes en brama religiosa. ¡Bum, burrrum! El mastique de los vidrios comenzó a chisparse. El Rosco y su runfla de gatos, en la azotea, aquellos espantables aullidos como en medio del trance amoroso, como orgía sexual. Los perracos, lo supe más tarde, huían despavoridos, desparramando desechos. El barrio, convulsionado. Los estallidos activaron las alarmas de todos los coches del vecindario. Santa Rita de Casia…

Tembloriqueando bajé a la cocina y me preparé la primera vasija de infusión del día. Más tarde se reunirían conmigo algunos vecinos que daban su versión del estrépito parido por un rito religioso que ahora, a media mañana, se resolvía en música de banda, de tambora, de mariachis, de licor. Los bandazos de viento acarreaban retazos de la melodía, trompeta y guitarrón, desde el templo católico:

 “Esta noche saco un gallo – y lo saco con linterna – y lo paso por tu casa – a ver qué chivo me cuerna…

Cocina, comedor, cuarto de trabajo: a cada bombazo, histéricas y con tufo de cable chamuscado, las lámparas arrojaban luces altas, bajas, pálidas, rojizas. Llegó mi vecina del 16: “¿Lo pasará a creer? A cada explosión las hornillas encendidas en mi estufa se apagaban, y las apagadas se encendían”.

El vecino Fabián: “A los bombazos oí a mis dos fieras rod-wailer quejarse en la azotea. Subí, y válgame: atejonadas en un rincón, cimbrándose al espeluzno”.

Mediodía. Yo, solo y mi alma, pensando, nomás pensando. El indispensable estallido de pólvora en el templo de Santa Rita no sería tan grave de no haberse producido metástasis en todos los templos de la ciudad (del país), porque a cada capillita le llega su fiestecita. Mis valedores: ¿semejante derroche de pólvora qué quiere dar a entender? ¿Un alarde de religiosidad? ¿Armar alboroto, y friéguese el vecindario, sus nervios, su sueño, su tranquilidad? ¿En nombre de qué, de quién o de quiénes? ¿Qué ley los ampara contra el supuesto protector de vecinos, ese Bando de Policía y Buen Gobierno que, con su nuevo título, prohíbe ruidajos que afecten al vecindario? Yo hubiese querido que semejante terrorismo “religioso” hubiese estallado en las orejas de los políticos que se llenan la boca con su “estado de derecho y respeto a la ley”. ¡Bum, bummm..!

El padrecito, ancho, orondo y protagónico, se sentiría reina por un día, por una noche y una madrugada, con el vecindario aguantando a pie firme, que no a pierna suelta, la agresión de una pólvora (china) cuya venta “está prohibida en México”. El barrio, en tanto, la taquicardia…

Noche cerrada de un día difícil. Nublazón de humo. Partículas de pólvora suspendidas en el aire. Pestilencia por los flatos que ventoseó el de Santa Rita (el templo). Yo, al intento de dormir, imploré el auxilio del Cristo de mi cabecera. ¿Pero esas ojeras, ese divino rostro desencajado? Me dio una lástima. Y ni cómo auxiliarlo.  (Dios.)

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