Escupiré sobre su tumba

Ni quién se acuerde de George W Bush. Los medios de comunicación ignoran a un presidente que no fue popular.  (Nota de prensa en EU.)

Que no les cause extrañeza, mis valedores. Si me advierten más precavido que de costumbre o si se topan conmigo en el consultorio del médico o en la farmacia no es por quebrantos de salud, que nunca antes me sentí tan saludable. De todas formas últimamente mi dieta incluye ginsen, polen y germen de trigo, los productos del árbol de la vida y generosas dosis de jalea real. ¿El motivo? El expresidentes norteamericano  G.W. Bush.

Algunos ni lo recuerdan, pero cuántos a estas horas maldicen la memoria del alcohólico que tanto daño causó a todo lo que tuvo a su alcance, y cuya chatura y zafiedad afloró al parejo de una personalidad de mediocre, corto de entendederas, falto de espíritu, de carisma y don de gentes; un individuo chato, vulgar, sin un asomo de enjundia, mística, temple, redaños, imaginación.  No, y la forma en que se amacizó en el gobierno…

Ese individuo nunca se apeó de la boca la palabra “democracia”, pero  consiguió encaramarse en el gobierno a base del fraude más estridente, descarado y escandaloso, y fue así como en el intento de una legitimación imposible se  metió a aprendiz de brujo y dio vida a un Frankenstein matancero,  a un golen que se le fue de las manos y lastimó en lo vivo a toda una comunidad, lesionó las instituciones del Estado y empapó su país con un borbollón de sangre, dolor, duelos y lágrimas de más de 40 mil cabezas humanas sin cuerpo y cuerpos descabezados, cifra macabra que algunos multiplican por dos, multiplicada por el número de viudas, huérfanos, padres sin hijos, hijos sin padre y familias deshechas. ¿Tanta sangre, tantos duelos, tantas lágrimas lograron legitimar el fraude que vició  de origen su paso por el poder? ¿Qué contestan ustedes? Aborrecible, el asesino intelectual de tantos miles, que tal fue lo único que tuvo de intelectual ese que, despreciable como político, está muerto e incinerado y no merece de la memoria colectiva más que el desdén, la indiferencia, la nada. El basurero de la historia, y no más.

Pero destino de pueblos débiles: ¿cómo pudo llegar al poder un pequeñajo indigno de gobernar ni siquiera en su casa? ¿De qué innobles recursos echaría mano para lograrlo, qué cáfila de truhanes lo ayudarían a encaramarse en el gobierno?  Mis valedores:

Si mal soporta a estas horas, cuando políticamente no acaba de morirse, la rabia creciente por más que todavía sofrenada de unas laceradas masas sociales que lo insultan y agreden de una forma tal que para dar un paso fuera de su bunker tiene que auxiliarse de tropas, escuadrones y contingentes de guardias que acordonan y congelan el pulso de diez colonias en derredor del sitio donde, amurallado, se atrevía a presentarse el aborrecido, ¿qué irá a suceder cuando deje el gobierno? ¿Qué irán a comentar de él, en qué tono, si trágico o esperpéntico? En fin, que  Bush se irá de testa al desván de la historia, pero el renegrido historial de sus malas acciones se ha troquelado en la memoria de tantos agraviados cuyo dolor inaudito no ha logrado limpiar un gobierno viciado de origen. Atroz.

Ese, mis valedores; ese el motivo de los cuidados con mi salud: no quiero perderme el linchamiento inminente, por más que no habrá de pasar de esperpento, mascarada y pachanga, sin más.  Bush no merece algo trágico.

¿Por qué hablar de ése en futuro, pregunta alguno de ustedes? Es que echo mano al recurso del anacronismo.  (México.)