Valedor del fregadaje

Y por esa razón, mis valedores, aquí exalto la presencia del Metro, benefactor de los pobres, que en México lo somos todos, si exceptuamos a los ricos. Ayer nomás, ya con un pie en el estribo, de pronto ahí, en el matutino: «Urge un examen antidoping a los celadores del metro». ¿Que qué? Cruz, cruz. Me trepé en el vagón, y el estremecimiento en la columna vertebral: «Columna vertebral de transporte en la Ciudad de México, el sistema de Transporte Colectivo Metro está en crisis ante la falta de mantenimiento de sus vías, trenes e instalaciones». Y que de continuar así, el próximo año podría sufrir un grave colapso. Ájale, ¿y entonces los que viajamos en él? Nosotros qué? Nomás me quedé pensando y…

¿Recuerdan ustedes cómo era el metro todavía hace unos ayeres? Nuevo, flamante, rechinando de limpio y acabado de engrasar, que como entre nubes se deslizaba en sus rieles. ¿Se acuerdan? Ayer observé el vagón que me tocó en suerte, y aquella tristura. El tiempo, constructor y destructor. Suspiré.

Y es que en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, de días y días y trabajo todos los días, el flamante vagón ha envejecido, y qué melancólico: apenas arrastrado por el convoy, al tener que avanzar le escuché aquel largo quejido que de las entrañas le brotaba, y de redaños aquel pujar. Al jalón de arrastre todos sus nervios y costillares se pusieron a chirriar, chillaron al modo del animalillo al que aplastan al pasar. Lo oí jadear mientras avanzaba, y arrojar chisguetes de viento que desparramaban humanísimos tufos de entrepierna, sudor y sufrimiento recóndito (yo, aquella tristura). Bajé los ojos; el piso, desbastado hasta el material de la base Examiné el resto del vagón: en el espacio donde van los indicadores de ruta, todo despapelado, descarapelado, leproso. Y qué fue de aquella agradable voz femenina que, en el sonido iba anunciando la hora exacta y el nombre de la estación a la que nos aproximábamos. El vagón, como todo joven (sangre roja, caliente), cantaba al andar, canto jocundo de enamorado. Hoy, viejo asmático, impotente…

«Por favor, permita el libre cierre de puertas». ¡Cuando el convoy iba ya en frieguiza! Y al llegar a su máxima velocidad, la femenina voz: «En breve reanudaremos el servicio. Por su comprensión, gracias». Ya el infeliz, alzhaimer y demás achaques de la edad, decía una cosa por otra, puros dislates. Yo, ¿por qué me encogí en el asiento? ¿Por qué aquella pena, la vergüenza aquella, la nostalgia? La vejez, el aletazo de la Descarnada

Un soterrado quejido al arribar a la estación. Un largo lamento cuando lo forzaban a continuar. Como que en su queja reclamaba la piedad del depósito donde descansar antes del inevitable deshuesadero. Y allá vamos, a querer o no, él rechinando y no precisamente de limpio, que debajo de los asientos observé el pomo de plástico, la caja embarrada de cremas y salsas, el pegote de la goma de mascar, todo oliendo a desgaste, desajuste, aflojamiento, vetustez. (Mi ánimo, que se añublaba). En su pelleja los viejos grafitos: «Warriors», «Puto yo». Fechas, mensajes, entrañables nombres que el punzón garrapateó en los cristales: «Lisa«, «Marta«, «Paulenka mi nena«, «Aída, tú, la de todos los días». El aletazo de tiempo que se nos fue para nunca más, dejándonos a su paso tan sólo un desplumadero de recuerdos. No lloro, nomás me acuerdo. ¿Me permiten? Una toallita de papel…

Y allá vamos, el reumático y el suspirante, el gotoso de los engranes artríticos y el pasajero que meditaba, reflexionaba, se oscurecía y en silencio moqueaba Allá vamos, en la tripa de la madre Gea, madre tierra, metros debajo de donde la vida fluye de cara al sol. Avanzamos a jadeos y pujidos y entre cimbrar de articulaciones mal ajustadas. Y de repente la súbita sacudida El convoy, en la oscuridad del túnel, se engarrotó entre dos estaciones. ¡Se apagaron las luces! ¡Jesucris….’ De inmediato, la iluminación, qué alivio, por más que sólo al 60 por ciento, y pistojeado. Sentí que en la cabina de mandos el operador soltaba la rienda y clavaba el acicate en los corvejones del anciano anquilosado, que reventó en rechinantes lamentos y estridencia de ventosidades. En el equipo de sonido: «Por favor, permita el libre cierre de puertas». Válgame. Y ya se avistan las luces de la terminal, y ya el operador aplica los frenos, y al rejón, el viejo asmático suelta el lamento que implora piedad. Yo, mi ánimo gemelo del ánima del vagón, andaba ya al borde de los pucheros y la lagrimilla Y fue entonces cuando alcancé a ver de ganchete: «Potrero«. ¿Que qué? Friégale, ¿cómo de que «Potrero«, si yo iba aquí nomás, a «Viveros«? Quise brincarme las trancas, corrí a la puerta, y en un convoy a su máxima velocidad grité, y los ojos de todos encima de mí:

– ¡Bajan, chofer! ¡Esquinaaa.!

Mis valedores: el Metro, valedor benemérito del fregadaje, sí, pero ahí nomás, al acecho… ¿el colapso? (¡Cuidado!)

Gatos de Washington

Oiga, don Mario Méndez Acosta miro en el diario la foto de Fox, de la Marta, la de los hijos de toda su reverenda Marta. Leo en el diario del sexenio anterior a una Cecilia Romero, panista «El papel de Martita es importante porque hay que romper el paradigma de las primeras damas que sólo eran acompañantes del Presidente o que se dedicaban a promover obras de beneficencia». En el diario de hoy: «Deja Margarita el bajo perfil. Agotó agenda con tres eventos en un solo día Se veía espléndida en el presidium, y se siguió con su sonrisa espléndida». Miro la foto de un chaparrito al que la gorra de comandante le queda tan grande como la camisola militar. En el diario: «El PRI dejó para mejor ocasión ubicarse como un partido de izquierda«. Y la escandalera de Chuchos talamanteros y agentes del Poder, y este mareo, este amago de vómito y la parodia del dicharajo: «Cuanto mas observo a los tales, más estimo a mi gato…»

El Rosco, sí, y con él La Bicha personajes que aceptan compartir este hogar. Ella, mansa bolita que rueda a los vientos de la caricia con sus modales de novia solterona que no ha perdido los coqueteos de la novia novicia. La aman Aída, el Ariel, la Mayahuel de las zarcas pupilas. Pues sí, pero ahí nomás, a dos metros, se engrifa El Rosco. Vejez y decrepitud, de repente se reviene y se sacude en accesos de tos y convulsiones y estridencias de estornudos. Se arquea entonces, toma resuello, y al sueño otra vez. Gato corriente, brusquedad de modales y la pelambre hirsuta, El Rosco es desapacible de ver, de tocar. Lo miro, y porque acabemos por entendernos le busco la cara y trato de granjearme su voluntad sobornándolo con el cacho de embutido. Pero él, nada Inaccesible, ni pide ni acepta Inexpugnable, ni implora no se doblega El es la dignidad pura, la solitaria libertad. Integro.

Y qué traqueteado a lastimaduras, qué áspera geografía su pelleja, fruncimiento y rasgaduras; y cómo no, si para sus nocturnas batallas más son los colmillos que le faltan que los caninos que le sobreviven. Pero él, indomable, irreductible, amo de la azotea Gatazos de callejón me lo acorralan, lastiman, revuelcan, pero El Rosco y su colmillo, ni un paso de reculón. Él, vacilante el colmillo, pero los redaños macizos, a enfrentar a los atrabiliarios. Al puro instinto, a la dignidad. Fogonazos sus pupilas y el colmillo desenfundado, El Rosco enseña esas encías huérfanas, y a espeluznantes maullidos mantiene a raya al sobrón, y al puro valor lo doblega, que valor es lo que al otro le falta- y a echarlo de la azotea, y a chisguetes ardorosos delimitar el territorio. Que El Rosco así es: el temple, el carácter, la dignidad sobre el desvalimiento. En la defensa de lo justo no claudicar. No importa dónde, cuándo, cómo, con cuál, con cuántos. Y ya rasgada la cuera, no culimpinarse ni gimotear, que B Rosco no es dado a lambidas (asi). Ya después bajará a la estancia y se echará a dormir, como si nada Luego va a alzar la testa y quedarse mirando algo a lo lejos, indefinido. (Ah, si pudieses pensar, o yo captar lo que piensas, qué paradigma serías de filósofo). Los aspirantes a guerreros vinieran a aprender de este samurai. Los intelectuales pedigüeños de la beca, el embute y la dádiva, invertebrados, vinieran a palpar el espinazo de El Rosco, indomable. Yo, al verlo enroscado en su duermevela

– Si supieras sonreír, ¿sonreirías? ¿Cuándo, a qué horas, por qué? Cuando estás a solas contigo tal vez para ti sonríes, que el de la sonrisa, como el del llanto es, para el decoroso, placer solitario. Y piso de puntillas para no turbarle su sueño. ¿Sus sueños? ¿El Rosco sabrá soñar? ¿Qué altivos sueños serán los suyos, tanto como su integridad, su autenticidad? El Rosco…

Llega la noche Escucho sus maullidos en la azotea, y con ellos me duermo y sueño con Lanzarotes, reinas Ginebra y Galaor con todo y el Santo Grial, y en sueños recorro azoteas de embeleco y, Sancho Panza que alucina con las hazañas de mi Dn. Rosco de la Mancha tras de su rastro camino entre merlines,endriagos y alucinantes molinos de viento. Con El Rosco cabalgo en Clavileño y me echo a hender los aires y remontarme hasta el éter, nidal de fulgores y errantes estrellas; más allá de la mediocridad, de la rampante vulgaridad, de lo ruin, de lo pequeñajo. Detrás de esos muros de embrujados castillos, magia y encantamiento, me aguarda mi Dulcinea la amantísima En las azoteas de mi sueño -mis sueños- yo, tras de mi Sr. Dn. Rosco de la Triste Figura, enhiesto el espíritu y el ideal flechando la inasible excelsitud, en sueños enfrento molinos de viento y gatos de la engañifa, la simulación, la ventaja, la gesticulación, la más cara máscara El Rosco…

Ahora lo estoy mirando: decrépito, lastimado, indefenso. Se me viene el impulso de compadecerlo. ¿Que qué? Alza la testa, me mira así, desde su altiva eminencia Yo agacho la cabeza.

El Rosco, la dignidad enteriza, inaccesible al deshonor. Bien haya ¿Y los gatos de allá arriba los gatos al servicio del Plan Washington? ¿Semejantes capones? (¡Puaf..!)

He de morir…

(Lo dicho, mis valedores: para todos ustedes, esta mi recordación anual de la Descarnada, redactado ayer.)

Organillo callejero que en el barrio – y en tu vieja melodía – vas llorando una tristeza – Tu tristeza por tan vieja- se asemeja con la mía…

La voz del cilindro, sí, por supuesto, que es decir la voz lamentosa del barrio bajo, la del corazón arrabalero cuando la hora de las tristuras. Esa, la del organillo callejero, fue la voz que hace rato oí errar por mi calleja, desparramando nostalgias en las notas de un vals (Olímpica) desmolado, destartalado, que en tono menor convocaba memorias añejas y remembranzas. Yo, el ánima contristada por los fieles difuntos, aquel suspirar. Mi padre Juan, Dolores, Remedios, y ahora pronto aquella que cubrió de platónico amor imposible mi niñez y primera juventud. Memento homo…

Será que noviembre ha invadido esta casa, con su aroma de cempazúchil; será que me hace guiños la Inexorable; el caso es que desde que abrí los ojos esta mañana percibí que el ánimo me amanecía anochecido, y asordinada mi mañanera alegría ¿O será que es noviembre? El caso es que la mañana pasé encerrado en el cuarto de los trebejos, y contemplaba aquellas fotografías que, de tan añejas, se visten de daguerrotipos, y me puse entonces a practicar el ejercicio onanista de la remembranza, la evocación, la tristura Y aquel suspirar…

Examiné las agendas en desuso con su fecha de hace qué años, cuántos, y sus señas telefónicas de 6,7 dígitos, y tantos nombres allí asentados que hoy son sombras nada más, y fantasmones familiares de amores que se esfumaron para nunca más, y de súbito: entre las hojas de la agenda que se deshojaba, la deshojada flor, casi polvo descolorido: un nomeolvides. ¿Quién sería la de la flor? Ah, la de nomeolvides que los amores marchitos han terminado por marchitar; la de mujeres que en el río de la vida, yo con su flor de nomeolvides en un libro de poemas, he olvidado a estas horas, como tantas mi nombre habrán olvidado. Quedo, suspirando apenas (a penas), Bach…

Sólo vinimos a dormir, – sólo vinimos a soñar; – no es cierto, no es cierto – que vinimos a vivir en la tierra…

Así, ceniciento el ánimo, a media tarde me di a levantar, con Aída (tú, la de todos los días), el altar de mis fieles difuntos: la mesa del comedor, un taburete encima, la oscura cubierta de lienzo y el reguero de crisantemos y cempazúchiles, grecas de papel morado, pan de muerto, cigarros, mezcal, el incienso y la calabaza en tacha Pastoreando la ofrenda, la vera efigie de nuestros ausentes: mi padre Juan, y con mi padre la parcelilla de cartulinas desde donde los descarnados me miran con ese modo turbador, recordándome (¡como si lo pudiese olvidar!) que polvo soy, y que tenemos una cita para reanudar esa plática que interrumpieron para morirse; que, entretanto, viva mi cacho de vida a todo vivir; que estoy vivo todavía, y a pesar de las carretadas de tiempo con que he edificado mi biografía personal, soy joven por el solo hecho de que no me he muerto. «Esto, ténlo presente, porque es más tarde de lo que te imaginas». Noviembre

Con mis muertos redivivos, viviendo entre ceras y cruces su vida efímera, terminé la ofrenda y las manos se me vinieron olorosas a noviembre, a oficio de tiniebla, a huesa y camposanto. Las almas de los fieles difuntos. Y la tristura La pinción, como allá decimos. Animas…

Por librarme de la presión (prisión, opresión) que me enrarecía el aliento, me escapé a la calle y la anduve unas cuadras y por si algo faltase a mi espíritu macilento, aquel pausado doblar de esquilas en La Porciúncula, en tanto a la distancia se venía, largo gemir de La Llorona, el carrito camotero. La oscurana, que ennegrece el caserío mientras la tarde, por no morir del todo, hace el último esfuerzo y cae en el estertor. Y achaques de día de muertos: a las primeras sombras, las primeras luciérnagas: unas cajas de cartón, como de muerto, su ánima de parafina, y el pregón infantil: «¿Me da mi calaverita?»
Y ahí: ante la reja del caserón, el repicar de la campanilla, y a la luz del farol la joven ya avejentada ¿oficinista, del servicio doméstico? Un nuevo repique, una ventruda que acude a reclamo y: «Seño, ¿me da mi calaverita?»

¿Que qué? ¿A su edad, y enganchada en la tradición de los niños? Y entonces, mis valedores, que veo venir a la ventruda de blanco uniforme trayendo en brazos a la criatura Guardería A la vista de la mamá tiende los brazos y suelta el llanto. «Su calaverita María. Anda con diarrea, cúrela».

La mujer tomó su criatura, la cobijó, se la acunó en el pecho y se fue alejando por esa calle Con su calaverita..

Y en la dulce mansedumbre de tu queja – que las sombras diluyeron – y en perfumes evapora la distancia – mi alma aspira la fragancia – de las cosas que se fueron… (Réquiem…)

He de morir…

(Aquí, para ustedes, mi recordación anual de la Descarnada.)

Me gustaría vivir siempre, siempre (…) -Porque como iba diciendo y lo repito: ¡Tanta vida y jamás! -Tantos años, ¡y siempre, muchos siempre, siempre, siempre!

Porque, a querer o no, mis valedores: se impone hablar de la muerte; tenerla presente siempre, y esto por una razón vital: vivos estamos, y por esta sola condición es la muerte nuestra segunda naturaleza y desembocadura natural. La edad no importa. No importa el estado de salud. Nada importa nada frente a la muerte que, dice el filósofo, siempre es posible, aunque no probable; esa que nos será siempre espantable, y prematura siempre, no importa a qué edad sobrevenga; y lo provechoso: si tenemos presente que nuestro destino es morir, más habremos de apreciar este nuestro tiempo de vida. Porque mientras nosotros somos, ella no es, y cuando ella es, nosotros ya no somos. Y qué tiempo mejor para recordar a la muerte, la propia y particular, que estos días cenicientos de noviembre Memento homo…

Cuando yaces agonizante no mueres sólo de la enfermedad. Mueres de toda tu vida. Aprende a morir y vivirás, porque nadie aprenderá a vivir si no ha aprendido a morir. Si no sabes, no te preocupes: la naturaleza te dará todas las instrucciones a la hora precisa. Ella tomará por su cuenta el asunto…

Hoy, día de los «muertos chiquitos», yo invito a ustedes a recordar a nuestros difuntos (don Juan mi padre, mi madre Tula, mi hermana, Remedios, Rogelia la inolvidable); los invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desaforada carrera rumbo a ninguna parte, y meditar en la única certidumbre que tenemos en esta vida: la muerte. Porque en verdad les digo, mis valedores: para morir sólo se necesita estar vivo, y sólo está vivo quien habrá de morir, y créanme: es más tarde de lo que suponemos; de lo que desearíamos tantos.

Y no quiero morir. No quisiera morir -amo la vida porque está colmada de poesía- y de crímenes, y de odio, y rabia y lágrimas…

No; ni el poeta, ni nosotros, sobre todo quienes ya andamos doblando el Cabo de Buena Esperanza. Pues no, pero habrá que morir. Hay que morirse: -hay que irse muriendo a piedra y lodo. -A soledad, a gritos, a poemas: -hay que morirse. Nada más. A secas…

Miguel Guardia, Sabines: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre. -A ella le dijeron: tendrá suerte. -Alguien me habló todos los días de mi vida -al oído, despacio, lentamente. -Me dijo: ¡vive, vive, vive! -Era la muerte…

Y la figura de la muerte, a decir de Cervantes, en cualquier traje que venga es espantosa, y Octavio Paz: ‘Para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a la otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida».

Aunque temerario y desaprensivo no sólo el mexicano; lo afirma Sabater el filósofo «Tan obsesionados viven los hombres por la presencia pavorosa de la muerte, que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida (…) Pasan el tiempo -lo matan-tratando de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o viendo morir a los suyos, compadeciéndolos, enviándoles, calculando el tiempo que les falta para quedarse del todo sin tiempo…»

La mortecina voz de un melancólico y resignado Nezahualcóyotl:

«¿Acaso se vive con la raíz en la tierra? -No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. -Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra -aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. -No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…»

Pues sí, pero algo que desde los tiempos sin memoria obsesionan al hombre: ¿qué es la muerte? ¿Cuál es el misterio sin fondo de la muerte? ¿Cuál? Sabiduría quintaesenciada, la literatura oriental:

«Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no buscáis en el corazón de la vida? Si en realidad queréis conocer el espíritu de la muerte, abrid bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el rio y el mar…»

Pero arriba corazones, estos que anidan vivos dentro del pecho, que ya lo afirma el Popol Vuh: «Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estirpe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana». Y entonces, mis valedores…

Porque muerte y lucero están ahí nomás, tras lomita, vivir; pero vivir a cabalidad, con todos los sentidos vivos todavía; vivir hasta atragantarnos, cada día y en el cogollo de cada minuto. Hoy nada más. Por siempre hoy, por más que el «siempre» sea un invento del humano para sus dioses, no para simples humanos. Vivir la vida. Porque habrá que morir. (Memento mori.)

La náusea…

Y digo ahora, mis valedores: lo candido que era yo cuando apenas me iniciaba en el aprendizaje de la teoría política La de ocasiones que, sin atreverme a contradecirlo en voz alta, puse en esa clase de tela que es la de la duda las teorías de mi maestro en cuanto a la corrupción del Sistema de Poder. De la Superestructura, como la designa él, y que engloba las cúpulas castrense, clerical, de los partidos políticos y de esos organismos corporativos de control obrero que apodan «sindicatos», al igual que la industria del periodismo y los grandes capitales de aquí y el exterior, con los intelectuales orgánicos en calidad de parientes pobres, arrimados al Poder y mamando del FONCA y de CONACULTA, la Divina Providencia de tales menesterosos. Yo oía a mi maestro hablar de corrupción y entre mí lo juzgaba de exagerado. Lo que es la ignorancia Si seré cándido…

Lo ingenuo que era, lo tierno que estaba en aquel entonces. Porque recuerdo que hace algunos ayeres, en muchas de sus lecciones de teoría política rni maestro afirmaba que el sistema de gobierno de nuestro país funciona a base de un lubricante que hace trabajar de manera suave y sin peligrosas turbulencias el motor del sistema Ese lubricante, me dijo, se llama corrupción; una corrupción lucrativa e impune, «y esto lo puedes comprobar en la historia y la realidad objetiva». (Me reí por dentro.)

Corrupción. «Ese es el aceite con que el gobierno lubrica la maquinaria de la administración pública para que funcione de forma suave, sin sobresaltos ni rispideces que la vayan a desbielar». Yo lo escuchaba en silencio, pero dudando de lo que entonces supuse una exageración. Dudé, incluso cuando ilustró su tesis con diversos ejemplos. «Imagina, me dijo, y esto sólo es una suposición, que por tu aptitud y conocimientos el de Los Pinos te nombra director general de PEMEX o de la Lotería Nacional. Tú ya despachas en la oficina principal de la paraestatal cuando recibes una indicación de tu superior jerárquico: debes desviar cierta cantidad de dinero para una campaña política, pongamos por caso. «No, señor, no puedo llevar a cabo esa maniobra», le contestas. «Eso sería ilegal». ¿Que qué? «¿Ilegal, dice? ¿Y entonces qué hace usted en el puesto..?»

Tienes que renunciar. Por cuanto al hombre que te sustituya..

Tu sucesor será aquél que esté dispuesto a acatar la orden y realizar la maniobra de corrupción ordenada por el superior. A cambio de su docilidad, en el ejercicio de sus funciones tendrá licencia para robar hasta cierto límite, el del escándalo público, que hay que evitar. En el gobierno robar es una ley no escrita Roba pero con una condición: que si se tiene que llegar a tomar esa medida extrema el propio gobierno va a exhibirte de ladrón, y tú ya habrás de quedarte callado y apechugar, sin el recurso de defenderte acusando a tus colegas o superiores jerárquicos, de los que te constan sus latrocinios. Ni aun en la cárcel vas a poder revelar secretos «de estado…»

Y que para el caso ya existirá un expediente donde se documentan puntual, minuciosamente, las depredaciones de tu sustituto, que se activará cuando el gobierno lo considere oportuno. ‘Todos los funcionarios públicos tienen su expediente archivado. La pirámide del Poder mantiene su cohesión y su buen funcionamiento por medio de la corrupción pública»

Pues sí, pero no. Yo, candoroso de mí, no procesé cabalmente el dato, que quedó sepultado entre el borbollón de enseñanzas que en cada sesión recibía del maestro. Pero al paso del tiempo, mis valedores, y ahora mismo, mirando hacia atrás…

Ahí los López Portillo y congéneres, ahí el mediocre de las cejas alacranadas, ahí la corrupción descomunal de Salinas y compinches, y un Zedillo asesino de Ferrocarriles Nacionales de México. Y hoy, hoy, hoy, de repente, mis valedores…

¡La tufarada el estercolero, el nauseabundo excusado con el Tamarindillo de Fox atascado de miércoles, al igual que el de los hijos de toda su reverenda Marta, esa que en seis años justos -injustos- enriqueció hasta la náusea a toda su parentela con los dineros de todos nosotros, que debían beneficiarnos a todos! Es México. El de los Fox. (Cristo.)

¿Torta, empanada o chorizo…?

La Bicha y El Rosco, gatita y gato que forman parte de la familia, mis valedores. Mansa La Bicha, solterona virgen, su suave mansedumbre contrasta con los arrestos de El Rosco: viejo él y decrépito, pero altivo y enhiesto como guerrero que no conoce la rendición. Cada mañana, tras de una noche en las azoteas, con la pelleja cuadriculada a arañazos retorna a casa, pero entero él, inaccesible a la decrepitud, corazón y entrepierna enterizos. Me ordena entonces que le sirva el desayuno, y más tarde a ronronear sus ensueños de dulcineas de barcino color y pupilas fosforescentes. Y la paz…

Pues sí, pero yo también, gato viejo pero entero (o casi), tengo esa mi Dulcinea a la que sueño despierto, miro en mis sueños y echo de menos al yacer juntos en el compartido amor, y ahí el problemón: cada mañana, oscura todavía, el aventurero volvía de su errabundaje, y a maullidos me arrancaba de mi mágico universo de ensoñación y ordenábame le abriese la puerta, y en derechura hasta la cocina, y a colocarse al cuello la servilleta, y vengan de ahí esas croquetas; yo, en tanto, a la desmañanada, tragos de bilis. El Arieluco.

-¿Y si en la azotehuela le mandas abrir una puertecita para que El Rosco entre directamente a la cocina, pa?

Santo remedio. Llegaba el madrugador, empujaba su puerta, y a la cocina. Yo, a vivir mis sueños, que de repente tornáronse pesadillas, porque horror: la cocina comenzó a amanecer devastada, violada, patas arriba. Tanto estimamos al Rosco que en un principio soportamos saqueos, guerra sucia, guerra de baja intensidad y un caos de tierra arrasada: carnes, leches, embutidos, horror. Un acto de suprema depredación agotó la paciencia: familiar todas las empanadas que Aída, la de todos los días, acababa de hornear…

-¡De jamón, queso, tocino, mis empanadas! A la basura las sobras.

Tibias todavía, palpitantes fueron sacrificadas, y el acabóse: con las empanadas se despanzurró la paciencia familiar. De aquí en adelante. Tolerancia Cero. Reunión de emergencia en el Camp David del antecomedor. Gesto agrio del paranoico Bush (mi Tomás primogénito); de falderillo, Blair (el compa jardinero), y al lado, sicópata belicista, la Condolezza Rice de Seguridad, o sea la de las empanadas. Y que hay que exterminar ese eje del mal, clamaba el Bush casero, «porque en esta casa hay que preservar del Bin Laden doméstico la paz, la democracia, la libertad y las empanadas». Y arrojarlo de un hogar que ha deshonrado, o ya de perdida caparlo, gesticulaba. Blair. Yo, un Ban kimoon casi tan inservible como todos los de la ONU, trataba de salvar los valores (los hovos) del Rosco Hussein

-¿Y si le diésemos 4 semanas para que desarme sus malos instintos?

Nada. Arrasar con las alilayas del Rosco, por Al-Qaeda y talibán

Bendito sea Alá, Dios de apelativo. Cierta mañana descubrimos a los agentes del mal No El Rosco, qué alivio, sino una célula de terroristas, puro gato de callejón, que se aprovechaba de ola puerta para mandarse hasta la cocina y arrasarla que ni el PRI-Gobierno en sus buenos tiempos, para los paisas pésimos. Exonerado de culpas, mi Rosco quedó más puro y beatífico que cuando hizo su primera
comunión. A clausurar la puerta, y el problema terminó. ¿Terminó? Acababa de comenzar, porque amargas se tornan mis noches y miserable el descanso nocturno; y es que desde el oscurecer y hasta el alba la pandilla de bergantes se congrega en techumbres y azotehuela, y a la evocación de un chorizo de generoso tamaño y una empanada jugosita y tibia todavía, a plañidos, rugidos e imprecaciones intentan tentármelo, el corazón, o provocarme miedo. Ah, esas riñas entre ellos mismos (dientes, uñas, garras,) al delinear estrategias de lucha Esos llantos de niños sufrientes, esos aullidos que mezclan súplica y rabia, y tales bufidos que amenazan, que maldicen:

– ¡No seamos intransigentes! ¡Dialoguemos con él! Hay que reconocerlo como el presidente legítimo de esta casa. O qué, ¿no somos demócratas..?

– ¡La manga! Lo que dicen ustedes es empanada. ¡Quieren chorizo, punta de dialoguistas, gradualistas de miércoles! Qué vocación de colaboracionistas la suya. ¡Talamanteros dejaran de ser!»

– ¡Momento! Yo insisto: a ese chiche bigotonzón hay que reconocerlo. Si ese pato tiene plumas de pato, tiene cola de pato, nada como pato, camina como pato y hace cuá-cuá como pato, ¿voy a ir a ver si hace croac-croac.?

– ¡No mame, compañera, deje de leer Selecciones! Ustedes, los chuchos, no hacen cua-cua, no hacen croac-croac, sino puro gua-gua Pero bueno, ¿conque, queremos chorizo, queremos empanada? Entonces a seguirnos jodiendo a ese bigotón, hasta que afloje la empanada como el derecho de piso que le cobramos. Órale pues: a la una, a las dos y a las…

Yo, insomne, espumante de rabia y los ojos al techo clavados, juro a chuchos y Cía: «A ustedes, agentes del Poder, puro chorizo, porque empanada ya no hay». Y
punto. (Faltaría más.)

¿Lo conocen ustedes? El Jiricua

Noche cerrada. De repente válgame, que se va la luz. Todo mi mundo en tinieblas. Lámparas, libros, computadora, todo a la oscuridad. ¿Y ahora qué hacer? Volando por instrumentos (tentaleando los muros) llegué hasta mi cama, donde chocaron uno de sus filos y una de mis espinillas. Al dolor vi estrellitas; pero estrellitas de verdad, no de esas pacotonas del Gran Canal (de TV). Logré ubicar mi sillón y aquí estoy, sobándomela, lamentándome y lamentándosela a los del servicio de luz. Yo, que me disponía a redactar una fabulilla de alta filosofía (La esencia del ser y estar del mexicano), estoy aquí, hundido en el sillón, la viva imagen del acto fallido, y esto cuando mal me reponía del sofocón que me ocurrió al mediodía. Y qué hacer…

¿Lo que al mediodía me ocurrió? A compartir garnachas y chicharrones había invitado a los vecinos de la tertulia, pero sucedió que al convivio llegué a los postres. Y qué hacer, si el volks. cremita me dejó tirado allá por la terra incógnita de Cd. Neza cuando regresaba de inspeccionar un salón para reanudar mi taller de lectura. El condenado mecánico, que habiéndome cobrado una bobina legítima, al volks. me le embombilló una de segundo cachete. Pringado de grasa llegué a Cádiz y me metí a la ducha, pero de súbito: ¡la sorpresa, el sofocón! Al mirarme, La Lichona apretó en su mano el tasajo y la tía Conchis se engarrotó con el chorizo en la boca «¡Impúdico, sucio, libidinoso de miércoles!» (Era domingo.) Y es que de repente, ante los comensales aparecí encueradito y culimpinado, buscando mis chonchines (lilas, con adornos de corazones magenta). El cortinero que divide baño y comedor, por los suelos. Yo ahí, mostrándolos a los invitados, Dios. Y a encogerme, engarruñarme, cubrir con la mano lo que a la mano tenía lo que a la mano tenemos todos. Eso, a mediodía Ahora, en tinieblas, el suspirillo: y pensar que el artesano por su madre que está en el cielo me juró que el cortinero quedaba firme en el muro, y «si le cobro caro es porque soy un profesional». Sí, de la falta de responsabilidad. Ah, paisas, cuándo se nos quitará lo paisas…

Mientras vuelve la luz pienso en los buscavidas de mi país, los del «ai se va, pa lo que pagan, total»; y luego «exigimos» en Los Pinos todo un estadista y no lo que merecemos: apenas «uno chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes». A la añoranza traje a aquellos esforzados artesanos de mi Jalpa Mineral cuando yo chamaco de párvulos: herreros del cuchillo cachicuerno, guaracheros, gente de jarciería y el esforzado zapatero remendón que a remiendos y medias suelas alimentó mi niñez, y entonces, la evocación del esforzado aquel…

Ah, tú, El Jiricua, espejo y flor de artesanos que aman su oficio, que lo honran hasta el sacrificio de la propia vida En la añoranza te miro, te admiro, presente con tu prieta pelleja claveteada de rosetones color de rosa Al alba carretonero de la basura, y el resto del día aguador, capa-puercos, gritón cuando requerido por los vecinos o la autoridad La bocina de victrola en los belfos:

«¡Aaa..tención! ¡Don Sidronio Tiscareno perdió una vaquilla prieta cuatezona con un lucero en la frente! ¡Se pagarán las albricias al que..»

Pues sí, pero todo su celo profesional afloraba en la actividad donde fue a dejar la vida- vaciador de fosas sépticas. ¿Que ésta llena ya hasta los bordes, amenaza con derramarse? Venga El Jiricua, y problema resuelto. Él, pala y bote alcoholero, a bordar una obra de arte de suprema exquisitez, y el servicio excusado nuevo otra vez, flamante, rechinando de limpio. Orgulloso, en la obra El Jiricua le estampara su firma de no ser analfabeto. Él, hombre digno frente a mecánicos, cortineros y autoridades de mi país, bien haya..

De esa pasta de privilegios fue forjado El Jiricua, la de los varones de pro, los de los redaños en su nidal Que muy profunda, resbaladiza y a punto de derrumbarse estaba la fosa aquella le advirtieron los precavidos, y que el riesgo era excesivo para paga tan exigua Pero él, varón de ética y moral personal, no hacía distingos entre lo dificultoso y lo fácil, y no discriminaba fuera la fosa séptica de la escuela, la de los billares o la del mesón. Él, celoso de su trabajo, no se arrugaba cuando para vaciar inmundicias era requerido. Muerto lo sacaron, ahogado en aquel hondón de inmundicias. Hasta donde él se encuentre, le envío mi reconocimiento sin límites. Aquí y ahora evoco la vera estampa del benemérito, y le expreso el presar de tenerlo tan lejos, que de otra forma la mano puesta en el corazón, habría de decirle: Mi señor El Jiricua..

No conozco el sistema de inodoros en que los Fox-Sahagún depositen El Tamarindillo y anexas, ni sé en qué sanitarios planten sus dos reales los hijos de toda su reverenda Marta, pero de algo sí estoy seguro: por su fétido olor, que contamina todo el país y trasciende fronteras, esos servicios se encuentran atascados de porquerías. Cubriéndome la nariz lo evoco e invoco, mi señor El Jiricua: ah benemérito, allá donde usted ande a estas horas, cuánto se requieren sus servicios en México.

(Mi país.)

Kafkiano…

A la kafkiana cita de Kafka que ventoseó Fox cuando presidente del país me referí ayer, y que el de San Cristóbal cayó en el lugar común como tantos que, sin haber leído al de Praga, repiten a lo indecoroso: «Si Kafka hubiera escrito en México, su obra sería costumbrista». Fue en la ciudad de Durango donde Fox se atrevió a abrir su boca para ventosear el vituperio:

– Es kafkiano que siendo un país con un extraordinario potencial en materia energética, estemos atorados por unos cuantos diputados necios…

Ironizó la legisladora priísta Marcela Guerra:

– Me pregunto si alguna vez Vicente Fox ha leido a Kafka. Iría más allá, me pregunto si sabe el nombre propio de Kafka...

Hablando del escritor y su sub-mundo de angustia, pesadilla y deshumanización, pienso en El Proceso, metáfora alucinante de la justicia. De la falta de justicia Yo, a la vista de un Calderón que tan pronto y decidido se exhibió a una gastritis mal atendida, hubiese podido apostar que iba a manifestarse frente a la presunta riqueza ilícita de Fox, de su segunda esposa y de todos esos hijos de toda su reverenda Marta. Pero no. Un prudente silencio, y una falta de justicia descomunal. Y a mí se me vino a la mente aquella escena de El Proceso que se refiere a la justicia, esa que no conoció en vida la señora Ernestina y que Fox conoce todavía menos que a Kafka.

La justicia Elocuente, a propósito, la alegoría que se consigna en la escena del desplome que sufre el protagonista de El proceso, un tal José K., empleado bancario, en la triunfadora maquinaria de la «justicia»? Sí, leyes, jueces, tribunales, expedientes y una atmósfera enrarecida donde nunca el acusado llega a enterarse del delito por el que sufre un proceso que lo va a conducir hasta donde ustedes habrán de enterarse en el capítulo final. La escena, que Fox, estoy cierto, no conocía cuando aseguró aquello de que es kafkiano que unos diputados necios, etc., va más o menos así:

Hubo una cierta ocasión en que José K., buscando algún juez con quién indagar acerca de su expediente, acudió al tribunal de justicia y penetra en sombríos corredores hasta desembocar en una oficina que atienden una joven secretaria y un burócrata menor 0os magistrados, invisibles). Joven y pleno de salud y vigor, conforme se interna en el ruinoso edificio va sintiéndose presa de náusea, debilidad, vahídos, desvanecimientos. La joven, al observarlo:

– Se debe haber mareado. Casi todos experimentan los mismos síntomas cuando vienen aquí la primera vez. Hay que llevarlo a la enfermería

José K. evitaba internarse aún más en el edificio, porque según se alejaba de la puerta de entrada iba en aumento su malestar. «Estoy en condiciones de irme yo solo», pero comprobó, desalentado, que le era imposible mantenerse en pie. Se alegró cuando decidieron trasladarlo a la calle. «Bastará con que me dejen en la puerta Estoy seguro de reponerme enseguida». «Vamos -dijo el hombre-. Levántese. Supere su debilidad».
José K. sentía náuseas, mareos, como estar en un barco golpeado con violencia por las olas en medio de la tempestad. Le pareció oír el rugido de olas que se precipitan sobre él. Como si el corredor se balanceara, como si los que en sus asientos aguardaban justicia oscilasen al compás del balanceo. Le era imposible comprender la calma que manifestaban los dos funcionarios menores que le conducían casi en vilo. Se percató de que le hablaban, pero le era imposible entenderles. Sólo podía oír el ruido que llenaba todo el espacio y que retumbaba como una sirena (…) De pronto notó un golpe de aire fresco. «Está en la salida ¿no quiere marcharse?»

José K. sintió que volvían todas sus fuerzas, y descendió con rapidez los escalones. Sus acompañantes le observaban desde arriba

– Gracias, muchas gracias -Casi no pudieron responderle. José K. se dio cuenta de que ellos, acostumbrados a la atmósfera viciada de las oficinas, no soportaban el aire fresco que se colaba por la puerta. Es probable que la muchacha se hubiese desmayado si José K. no se apresurase a cerrar la puerta Bajó brincando los escalones, sintiéndose fuerte otra vez, vigoroso…

Hasta aquí Kafka, y a esto quería yo llegar: nosotros, fuertes y enteros, ¿resistiríamos el contacto con la justicia esa desconocida del paisanaje? ¿No sufriríamos mareos y vahídos si nos viésemos forzados a reconocer los laberintos de la «justicia» a la mexicana, ese mundo viscoso, vicioso y viciado del Fobaproa-IPAB, la entrega de bancos, aerolíneas, etc., al capital extranjero, la ‘Iniciativa Mérida» de los vendepatrias y su silencio ante la riqueza de la que por intocable es la «sagrada familia»? Los magistrados, si de pronto se viesen forzados a aplicar la justicia, ¿conservarían su salud física.?

Abyecto, sí, pero nosotros, mientras tanto… (Kafkiano.)

Apague la TV y encienda un libro

Un rasgo común entre un joven europeo que ataca con bombas incendiarias y el muchacho que asalta y viola en un microbús: ambos son incapaces de ponerse en el lugar de los demás. Sin la oportunidad de leer, su imaginación y su sensibilidad quedaron muertas…

(J Emilio Pacheco, escritor.)

Y perdonando la curiosidad, mis valedores: ustedes, durante los casi diez mese que van del año, ¿Cuántos libros leyeron? ¿Cuántas horas dedicaron a la lectura? Y a ver la televisión, ¿cuántas horas? ¿A cuál de los dos ejercicios (leer, ver TV) favorece el balance? Entonces, ante el resultado que yo sospecho, rindámonos a la evidencia: Cada uno de nosotros, en cuanto humano, es lo que su espíritu es, y su espíritu es eso que le dimos por alimento. Y entonces, la conclusión: somos idealistas o somos mediocres. Sin vuelta de hoja. Sin cambio de canal, más propiamente…

Y luego por qué somos como somos; por qué estamos como estamos; por qué nos damos semejante gobierno, por qué lo aceptamos y lo soportamos; por qué, debatiéndonos en tan mortificante crisis global, nos mostramos negados para pensar, y entonces crear esa estrategia que nos lleve a darnos un gobierno aliado al que obedecer como sus mandantes. ¿No está ahí, mis valedores, la explicación del por qué nos hemos atornillado en el puro reniego y la pura mega-marchita, que de pura no tiene nada? Ah, este nuestro país que así exhibe tan siniestro balance entre el ejercicio de la lectura y el de las horas que dedicamos aplastados a dos nalgas frente al cinescopio, en una postura que remeda la de El Pensador de Rodin, pero que en materia de intelecto es la postura del lugar excusado…

Y hablando de leer, mis valedores: ¿alguno de ustedes ha leído a Kafka, o lo citamos como al Quijote o a la Biblia, por imitación vil? Que esta situación es kafkiana, y que si Kafka escribiese hoy día acerca de México su literatura sería costumbrista, y tonteras de ese calibre. Los mediocres son temerarios, y no les arredra ponerse en evidencia como ignorantes que piensan con cabeza ajena y sólo repiten opiniones y conceptos que escuchan en los diversos medios de condicionamiento de masas…

Uno, mediocre e ignorante, ayuno del más elemental sentido de recato y autocrítica, es ese de triste memoria como presidente del país que hoy, tragicómica figura del esperpento y la picaresca política, sigue causando lástima y vergüenza ajena. Sí, un Vicente Fox que a medias de su sexenio se permitía la desmesura de llenarse la boca con citas de «José Luis Borgues«, al igual que la «señora Marta«, tan zafia e ignorante como él, convertía a Rabindranath Tagore en «La Gran Rabina Tagore«. También Kafka iba a pasar por el bochorno de la cita por parte del ranchero de Hummer y Jaguar blanco, y aquí me parece válida la aclaración:

Desde Alvaro Obregón y Plutarco Elias Calles hasta Ernesto Zedillo todos, en los seis años justos de su mandato -ni tan justos, la mayoría-, jugaron de forma espléndida el papel del personaje que aparece en Al otro lado del espejo, de Lewis Carroll: Humpty-Dumpty (una gran cabeza en forma de huevo de la que sobresalen dos bracitos y un par de zancas como popotes), que se proclamaba soberano del salón vacío donde Alicia fue a toparse con semejante parlanchín surrealista que ventoseaba palabras sin sentido y sin hilación, y al que Alicia se atrevió a contradecir.

– Pero «gloria» no significa «un hermoso argumento apabullante», ni poseen las demás palabras el significado que usted es confiere. El problema está en cómo hacer que todas esas palabras signifiquen tantas cosas diferentes. Ese es el problema.

– No, contesta Humpty-Dumpty; el problema sólo radica en saber quién tiene el mando y el poder en sus manos…

Sin más. Y mis valedores: de Obregón a Zedillo las palabras que pronunciaban al opinar de todo y de todos, muchas veces a lo disparatado, en sus labios de poderosos eran la ley. Ellos, autoritarios, decían la última palabra, y esa palabra se respetaba. ¿Pero Fox? ¿Respetar a quien como titular del Ejecutivo se negó sistemáticamente a inspirar el menor respeto? Hoy, como ayer, Fox dice blanco y yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos, y sobre todo la realidad objetiva, le gritamos que está equivocado; que miente, de plano. «¡Cállate, chachalaca..!»

Ahora, ya el Humpty-Dumpty Fox sin trono ni reina, que no sea una de masquiña y utilería, sigue abriendo la boca, lástima, y ventoseando aquí, allá y acuyá, su diarrea de dislates, Dios. ¿Cuándo, cómo, dónde y por qué el vendedor de coca-colas citó a Kafka? Esto ocurrió hace tres años, en su enésima pugna con el Legislativo, (lo cuento mañana.)

El parto de los montes

Estoy de fiesta, mis valedores. Los Montes bautizan, y me invitaron al negro, el mole. La Bicha, sí, que tuvo mellizos, el vivo retrato de cierto ingenierillo de los trabajos de vialidad allá por el aeropuerto, que le jugó de pisa y corre (el ingeniero, no el aeropuerto.) «No le aunque -con sus motolitos de carne, el abuelo, eufórico-. Yo les doy mi apellido, que tengo más Montes que la Madre, o sea la sierra». Y que para el bautizo piensa echar la casa por la ventana. «Total, que de todas maneras Ebrard me la cuarteó con su trabajada». Y que un fiestón para celebrar que las dos criaturas vinieron predestinadas de Dios. ‘Y si no, bigotón, ¿cómo iba a sobrevenir al recinto del mal donde fueron a nacer estos inocentes?» (¿Eecinto del mal? Ájale.)

La Bicha, según su propia versión, comenzó con las contracciones por ahí de las 6 ara, con don Cuco Montes todavía en la esperanza de que todo se redujera a lo indigesto que en la noche resultan pozole y tlacoyos. Cuando se rindió a la evidencia, ya con la cabecita del primero pidiendo pista para aterrizar, don Cuco solicitó al sanatorio una ambulancia que en menos de tres horas levantaba a la parturienta y vamonos a cubrir las 20 o 25 cuadras que nos separaban de Urgencias. «Aguanta, Bicha». Yo, de acomedido.

10:13 ara A sirena abierta nos enfrentamos a las callejas del Centro Histórico.
En Mil Metros, esquina con Mil Usos, nos engarrota el primer embotellamiento del día. Los 14 militantes de la Federación Popular Revolucionaria de Comerciantes en Ropa Reciclada y Similares, que bloquean Madero y Cinco de Mayo: – ¡Este! ¡Puño! ¡Síse! ¡Veee…! ¡Exigí! ¡Mooosss..!

Dentro de la ambulancia la Bicha, todavía ecuánime, experimenta los dolores cada 20 minutos. Yo, que le ayudo a bien parir, voy tronándomelas de nervios, las manos. «Calma, bigotón». Me sonríe. Su frente húmeda de sudor.

12:26 p.m Logramos librar la mega-marcha de los 14 y avanzar casi media cuadra Y aquel caloren. Metros adelante, integrantes de la Asamblea de Barros, Artesanías y Similares, que secuestraron Venustiano Carranza, la calle. Yo, aquella ansiedad. Mis nervios, pariendo cuates. Los de la mega-marcha, ambulantes desplazados: «¡Ebrard, carbón, sal pa fuera y óyenos…!»

13:21 La ambulancia el frenón. Los de esta nueva mega-marcha poco exigen: paz en el orbe, fuera gringos de Iraq, fuera Ulises de Oaxaca, fuera de Puebla el gober precioso. «¡El pueblo! ¡Unido! ¡Jamaseráven-cído…!«. Los coches atrapados sin salida Vendaval de cláxons, música de viento. Como si seis millares de cláxons pudiesen enfriar el ardor revolucionario de un pacifista sé lo que digo. Las causas de los marchantes, justísimas, casi siempre. Sus estrategias, pésimas, porque el Poder ya sintentizó el antídoto: «Ni los veo, ni los oigo, nilos siento, y háganle como quieraa.»

13:59 p.m. El semáforo sí funciona sólo que de Tránsito maneja las luces a discreción. Novatón o psicópata, las enciende al revés: el rojo (9 minutos), la preventiva (4 minutos), y al final el verde (7 segundos). La Bicha, por suerte, ya va pujando y quejándose, y no alcanza a oír las mentadas a los que por otra parte, las mentadas de nuestra sirena van opacando. Las contracciones cada 5,3 minutos. «Los retortijones del pozole son muy parecidos», don Cuco Montes. «¿No serán ganas de obrar, m’ija.?»

15:09. A ritmo de regge cientos de jóvenes: «¡Exigí! ¡Mos!» Despenalización de la droga La ambulancia engarrotada entre la banqueta y el seto de arbustos. Dolores, contracciones, pujidos sin interrupción. Me seco con mi falda, (de la camisa). En eso, el golpazo, el alarido de La Bicha. Estiré el pescuezo. «¿Qué ocurre?» La ambulancia que chocó con el minibús, cayó de trompa en una alcantarilla Abriendo a la viva fuerza un hueco en la mega-marcha en Apoyo a la Paz, el chofer de la ambulancia y el del minibús se estaban partiendo todo lo que se dice Tula (Tula es mi madre). En eso, ya que la pareja se vino (pareja de patrulleros, su unidad en sentido contrario por la banqueta y parte de los patios vecinos): «¡Oríllense pa la orilla..!»

– A ver, ¿causa motivo o razón de la madriza? ¿Qué armas portan? ¿Onde tráin la droga? Van a tener que acompañarnos.

El alarido de La Bicha. «¡Que ya está pariendo!» – grité a los mordelones, y el del diente de oro: «No, si la paridera va a ser cuando los remitamos a la carcelita clandestina de aquí a la vuelta». Les mostré a la parturienta Entendieron. «Chamba extra pareja». Se las arremangaron. Y qué destreza Yo, a los que pasaban «La viva metáfora del automovilista en el D.F. pariendo gemelos frente a la mega-marcha Discreción, y sigan camino».

Mis valedores: en el recinto del mal (la patrulla) nacieron los cuates Montes. Los patrulleros serán los padrinos, a ver si hay bolo; que esta vez la mordida vaya de allá para acá. Ahora que si salen con que bolo madres, les forjo una mega-marcha de un solo hombre que… «¡Exi! ¡gimos…!» (Dios.)

La santa de mi barrio

Ya voy de alivio, mis valedores. Galones de cuasia con gordolobo me hicieron sobrevivir. Sudoroso, acalambrado, el sistema nervioso hecho garras, pero sobreviví a los bombazos. Trémulo aún, sudoroso, pergeño la crónica:

Madrugada de ayer. El músculo duerme, la ambición descansa De repente rájale, el estallido. Me di el zafón de los brazos de Galilea y brinque desde el sueño a la explosiva realidad. ¡El tanque de gas! Pero no, que a la primera explosión sucedieron muchos más: una a una, dos a dos, en manada. Pistojejé, miré al techo. Por el estrépito de la pólvora, la nitroglicerina o el material utilizado para volar los ductos de PEMEX, logré ubicar la fuente de las explosiones: el templo de aquí a la vuelta La santa de mi barrio, que a deshoras de la madrugada alborotaba el fervor de unos penitentes en brama religiosa ¡Bum, burrum! El mastique de los vidrios comenzó a chisparse. En la azotea El Rosco y su runfla de gatos, unos aullidos espantables: como en medio del trance amoroso, como orgía sexual. Allá, afuera supe más tarde por los vecinos, los perracos se soltaban de la panza, y al espanto corrían desparramando desechos. («¿Qué cree? Yo ando igual», me confesaría más tarde la Tía Conchis, y agregaba hojas de azhar a la infusión. Eso más tarde, porque ahora, en la madrugada..)

En la madrugada y a los estallidos se activaron las alarmas de todos los coches del vecindario. A mil decibeles. Tembloroso bajé a la cocina y me preparé la primera vasija de infusión del día Más tarde se reunirían conmigo los vecinos de la tertulia, y daban su versión del estrépito generado por un rito religioso que ahora a media mañana se resolvía en música de banda de tambgora de mariachis. Los bandazos de viento traían fragmentos de la melodía que se ejecutaba en el atrio del templo católico: «¡Le puso el doctor- la mano en la cintura- y ella le contestó – ay, doctor, que sabrosura..

Habló don Tlntoreto: «Cada bombazo alborota el follaje de los pirules». La Maconda (la. señora viuda de Vélez, Ovado, le agrega El Síquiri): «¿Lo pasarán a creer? A cada explosión las hornillas encendidas en mi estufa se apagan, y las apagadas se encienden». Y las lámparas: histéricas, neuróticas, menopáusicas, se pusieron a arrojar luces altas, bajas, amarillas y rojizas. «No, y luego yo, que desahogaba una necesidad menor (la desahogaba El Síquiri) Menos mal que fue menor, porque regué todo el tepache, que hasta me tuve que cambiar de pantalón». Milagros de la santita virgen y mártir…
Levemente exageradas ciertas versiones: «Dos rod-wailer tiene mi vecino en su azotea Dos fieras. Al estrépito los oyó quejarse y subió a la azotea y lo que allí vio: ellos, atejonados en un rincón, se cimbraban de escalofríos, y el extraño aquel, sobándoles el espinazo: Ya, ya chiquitos, ya.» Un ratero de buen corazón. Doña Cuca lo invitó a almorzar». Habló la hermana de mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., esa Tencha chica (hija de mi tía Tencha grande) que ficha en El Burro de Oro bajo nombre artístico de La Princesa Tamal: «A los primeros estallidos La Pingüica entró en trance. Ni ella misma sabía que estaba preñada».

La Jana Chantal, travestí: «No, y yo. A dos que tres de mis clientes se les cortó la brigada, pero la cruda los atacó con furor. Varios de ellos se me quedaron en la suerte, sin poder entrar a matar».

Mediodía de bombazos. Los vecinos se retiran a comer. Yo, solo y mi alma nomás me quedé pensando. Semejante ritual de la Iglesia Católica, con su indispensable estallido de pólvora no sería tan grave, de no ser el de todos los templos de la ciudad (del país), porque a cada capillita le llega su fiestecita, y yo me pregunto, mis valedores: ¿esos derroches de pólvora qué quieren dar a entender? ¿Un alarde de religiosidad? ¿Armar alboroto, y friéguense el vecindario, sus nervios, su sueño, su tranquilidad? ¿En nombre de qué, de quién o de quiénes? ¿Qué ley los ampara contra el que supuestamente nos protege a nosotros, ese Bando de Policía y Buen Gobierno que, con su nuevo título, prohibe ruidajos que afecten a los vecinos? ¿Estado de derecho? Yo hubiese querido que a la hora de las explosiones estuviesen aquí esos peritos del embuste que se llenan la boca con su «estado de derecho». ¡Bum, bummm! El padrecito, ancho, orondo y protagónico, se sentiría reina por un día por una noche y una madrugada que fue cuando el vecindario aguantó a pie firme, que no a pierna suelta la agresión de la pólvora cuya venta «está prohibida en México». El padrecito: «aquí nomás mis chicharrones truenan». Sí, cargados de pólvora El barrio, entre tanto, la taquicardia

Noche cerrada Nublazón de humo. Partículas de pólvora suspendidas en el aire. Pestilencia por los flatos que ventoseó el templo. Yo, al intento de dormir, me encomiendo al Cristo de mi cabecera ¿Pero y esas lagrimillas? «Ya, ya, mi señor, cálmese», y mirándolo yo, todo un bigotón, aquellos pucheros. (Dios.)

No se culpe a nadie de mi muerte

Abren calle de Uruguay (CH) con banquetas mas anchas…

Eran las cinco y media de la mañana cuando di mi brazo a torcer, con todo y rodilla izquierda. De inmediato levanté aquel papel para limpiarme la mancha en la ropa y válgame, era un recado postumo. Leí: «Son las cinco y media de la mañana». De algún día anterior, por supuesto. «No se culpe a nadie de mi muerte». Ájale, la sorpresa me forzó a acercarme al farol, y aquel frío que me producía espeluznos. «En la hora del alba me decido a un suicidio inminente. De mi muerte sólo hay un responsable». La lectura me produjo calosfríos. Y yo que al azar había recogido del suelo aquel papel para tratar de limpiarme el pantalón con el que me había echado a correr en mis ejercicios matinales. Y resultó ser la carta póstuma de un suicida! Una carta sin fecha. Pensé: ¿Llegaría la muerte para este infeliz? Mientras leía el manuscrito me sobaba la cuera lastimada; y la sangraza en la rodilla, y aquel mal olor. ¿Mi sangre? Caramba, yo cuándo iba a pensar que soltara aquel tufillo a boñiga. ¿Explicará este detalle mi genio dificilón, mis ironías y sarcasmos, lo sangrón que soy? ¿Cuestión de la sangre tan apestosa a lo que apestaba? Pero aquel documento que me sollamaba las manos. Seguí la lectura. (Tigres dormidos, los edificios. Llegaban sus primeras víctimas, los empleados de la limpieza. Los pobres encarcelados, los guardias de seguridad.) Leí:

«Que no vaya a morir frente a T.V. Azteca, cuyos terrenos ando pisando. Que mi sangre no sea ese alimento espiritual del mexicano que es la nota roja. Si la muerte llega qué cosa será peor que, a lo morboso, mi deceso sea festín de los zopilotes del cinescopio». Yo, la torcedura del tobillo izquierdo, intolerable. ¿Los hematomas? Es que cuadras atrás me tropecé en uno de los tubos que colocan para que no se trepen los coches. Y antes el resbalón en un montón de basura y desechos del perro y humanos, y los trastabilleos en charcos de agua corrompida, y baches y desnivel de la banqueta, y postes de luz, y postes con señales de ductos de PEMEX y los postes de anuncios, y cráteres por placas de cemento que se rajuelearon, y yerbajos y botellas y frascos y pomos y lata rodadas en la banqueta. Todo esto cerca del bosque de Tlalpan, no lejos del templo católico más horroroso y grotesco que he conocido. Yo, respetuoso de los símbolos religiosos, por su arquitectura de esperpento llamo a ese adefesio «Nuestra Señora de la Cam-pamocha», que ese bicharajo semeja el galerón con cuernos donde se oficia para los ricachones de la colonia. Seguí leyendo:

«Si no fallezco llegaré tarde el trabajo, forma más rigurosa de fallecer. Por aquí no hay transporte colectivo ni a esa hora pasan taxis que no podría pagar para entrar a mi trabajo, un par de colonias adelante». Yo, mi rodilla despellejada Pero esta ciudad es la de Su Majestad el automóvil. Para él, el arrollo vehicular es transitable, si el coche sobrevive a los baches. Para el peatón, por contras, ¿quién le mantiene las aceras en buen estado? ¿Quién..?

«No puedo con el peligro de estas banquetas, estacionamientos de coches», Leí. Banquetas donde cuadras atrás tropecé con un montón de troncos de árbol con
todo y ramaje. Y aquí árboles no existen. ¿Quién, quiénes, desde dónde habrán acarreado semejante osario vegetal? Las banquetas, estacionamientos de coches. Unas banquetas erizadas de cuartuchos de soleras que al rato van a apestar a fritangas el viento de la mañana. Teporochos tirados en la banqueta banquetas tiradas en el basural. Leí:

«De hoy en adelante me echaré a correr por el periférico rumbo a donde me espera el reloj checador, a esta hora en que los coches van a más de 120 por hora Si me salvo llegaré sano al trabajo, pero cualquier día me atropella un coche y se sigue de largo amparado por la penumbra del alba y ahí habré terminado. De mi muerte cúlpase sólo al jefe político de esta delegación, tan irresponsable como el de cualquiera otra de las 16 que conforman una ciudad que, según el estado en que mantienen sus banquetas, está prohibida a los peatones. Por cuanto a Marcelo Ebrard…» El texto se corta abruptamente.

Qué fin haya tenido el de la carta, sepa Dios. Suspiré y seguí sobándome una rodilla como doncella que viaja en el minibús, a la que desfloró una de las placas de concreto con aristas, irregular. La sangraza enrojecía mi rodilla y aquel mal olor. Ya intentaba explicarme mi forma de ser defectuosa, cuando aquel suspiro de alivio. La hedentina procedía del desecho en el que, luego de caer de rodillas, me aplasté una costilla Izquierda Porque yo sí soy de izquierda no como los chuchos de «Nueva Izquierda» a los que provengo: no se les ocurra hacer sus ejercicios cardiovasculares una madrugada de estas en plena banqueta; puedan resbalar y desflorarse una de sus pocas izquierdas, costilla o rodilla y estoy bien seguro de que si sangran, su sangre sí va a oler a lo que creí que apestaba la mía (Conste.)

La señora Fox molesta a México

Tal es la cabeza del reportaje, hoy tan actual, que apareció en The Economist de mayo del 2005, y que provocó la réplica melcochosa de la por aquel entonces senadora panista Cecilia Romero:

– El papel de Martita es importante porque hay que romper el paradigma de las primeras damas que sólo eran acompañantes del Presidente o que se dedicaban a promover obras de beneficencia

Y nosotros a apechugar con los fraudes de la «pareja presidencial» y todos los hijos de su reverenda Marta, y a aguantar topetazos al Estado laico con campañas como la Guia de Padres (que exhibían la marca de la sotana y la capa pluvial), y el arribismo y derroches de la nueva rica, su protagonismo atroz, su exhibicionismo desaforado. ¡Vamos, México!

Marta Sahagún, genio y figura. Ella, la trepadora que «molestaba a México» (no lo ha dejado de molestar); ella, que mantenía una compulsiva agenda de actividades que a matacaballo perpetraba (sé lo que digo) desde la cresta de Chapultepec. Porque era el suyo un cotidiano programa de acciones cuyos resultados parecían dar al dicharajo:
«La que mucho abarca ya muy poco aprieta…» (Por ahí va.)

Pero no, que según don Tintoreto, vecino de Cádiz, «esa mucho abarca, pero
mucho aprieta también. Hasta la asfixia…»

– Piensen, sino, dijo el maestro, en acciones que van desde ese Vamos México, su monumento personal, hasta la directa agresión al Articulo 3. Constitucional que se agazapa en las páginas de su Guía de Padres, pasando por un alocado proseli-tismo político y medidas de gobierno que corresponden a la estricta responsabilidad de un titular del Ejecutivo agachón, mandilón. Y ay de quien atente contra su protagonismo desbozalado, que índice en alto amenazado Fox; «¡todos aquellos que quieren ver caer a la pareja presidencial (¡sic!) van a beber una sopa (¡resic!) de su propio chocolate..!» (Bueno. Nomás me quedé pensando…)

México, 2005. ¿Recuerdan ustedes, mis valedores, a la Marta aquella apoderarse de todos los titulares, y parchar con su vera efigie, en vivo y a todo color, las primeras planas, y tomar por su cuenta el cinescopio y atragantarse con las revistas de modas, las de sociales, las de los corazones solitarios, en papel couché, lo mismo que ahora asaltó la revista Quién (pompó)? Gárrula, expresiva, extrovertida, enferma de la más desaforada compulsión por las candilejas, ella que ya se miraba posando sus reales en el sillón que el marido le había calentado durante seis años justos, lo más injustos de que se tenga memoria..?

¡Dios! Congestionada mi mente con la imagen de una Marta con el motor hoy como ayer acelerado al máximo, pegué rudo amamantón a mi gordolobo, y a modo de oración, de conjuro contra las trapacerías que a estas horas y en San Cristóbal y anexas perpetre la «primera dama», como aún la denomina su segundo marido, musité los versitos de la fábula inmortal:

«Tantas idas y venidas – tantas vueltas y revueltas – quiero, amiga, qué me digas -¿son de alguna utilidad..?»

Las idas y venidas de su Vamos México; las vueltas y revueltas de su Guia de Padres, sus apariciones en el cinescopio, su pepena de toda la morralla que corresponde al «redondeo» en los servicios que le prestaron bancos y supermercados. Marta Sahagún el ama de casa hoy acalambrada de protagonismo, la hiperkinética que lo mismo encabezaba una ceremonia cívica que se presentaba ante sus aliadas de ayer y hoy, Televisa y TV Azteca, para más tarde encabezar un mitin político. En la tertulia habló don Tintoreto:

– Pero hay que estar conscientes de que la culpa no es toda de Marta. El culpable principal de la plaguita que nos vino a caer en Los Pinos es, bien mirado, ese tal Manuel Bribiesca, primer marido de la «primera dama». Ese fue el individuo que, con criterio y acciones de macho cerril, no quiso o no supo conservar a «Martita» como honesta consorte y oscura y anónima ayudante de boticario allá en Guanajuato. Por culpa de ese Bribiesca miren nomás hasta qué alturas se nos fue a encaramar una que apenas ayer fue una discreta mujer de su casa para que hoy, de un día para el siguiente, válgame: el clásico chivo en cristalería. Mal rayo parta al Bribiesca. ¿O no, contertulios..?

Alguno asintió con la testa. Algún otro suspiró. Uno más miró al techo, y yo dije esto que dos años más tarde repito a todos ustedes: muy cierto, mis valedores, mudanzas que se le ocurren a la muy caprichosa fortuna, que así le gusta probar al humano para ver si en la repentina bonanza, más que en la adversidad, se mantiene ecuánime o pierde cabeza y estribos y se despeña en la vorágine del ridículo personal y el perjuicio colectivo. De esto mucho sabían Dostoievski, Balzac, Shakespeare. (Léanlos.)

“Puntilla del rubor helado…»

Tal denomina el poeta a la palabra esa que prostituyen los picaros del embuste como el panista José Rodríguez Prats, pongamos por caso:

«Fox fue un mandatario honesto, y tan es asi que en su admiración propició la transparencia. El linchamiento es una actitud de venganza, de revancha obscena, y yo creo que ni Fox ni Marta merecen ese trato…»

Las trampas verbales, mis valedores. Las palabras enmascaradas. Si hay en la sociedad hombres interesados en formar centros de sombras, según afirma el filósofo, todo el pueblo se verá inmerso en una profunda oscuridad. ¿No es el caso de México? Y el reverso de la trama la verdad es esencia de la paz, la justicia, la belleza la libertad. «La verdad os hará libres…»

Bueno, sí, ¿pero qué es la verdad? ¿Alguno puede definirla? La verdad es la adecuación de lo que pensamos y decimos a lo que realmente existe. La mentira es lo opuesto. Los entes humanos aspiramos a la verdad, pero vivimos en un zarzal de vocablos enmascarados. «Se la tengo para el lunes». «Es la última copa de mi vida». «Yo te lo ¡uro que yo no fui». O la afirmación de un Manuel Minjares, panista:

«Fox es un ser transparente. No tiene cola que le pisen. Su único delito es abrir la puerta de la democracia en México, lo que agravia al PRD y al PRI».

Porque «no hay mejor manera de lograr que se acepten doctrinas extrañas y absurdas, o de defenderlas, que rodearlas de legiones palabras oscuras, dudosas e indefinidas, las que los picaros toman como refugios, como guaridas o madrigueras de las que resulta difícil hacer salir a los tales embusteros no por la fuerza que tienen, sino por las zarzas y espinas y las oscuridad de los matorrales en que se han atejonado. Cuidado.

El ente humano teme a la verdad porque teme a la libertad. La enmascaramos y nos enmascaramos. Vaciamos de sentido las palabras. La verdad, en el fondo de la caverna disfrazada disimulada con espinas, follaje de mentiras. Exaltamos la verdad, pero existimos, coexistimos y cohabitamos con la mentira Por vía de muestra la reciente afirmación de José Pérez Sámano, director de una institución bancaria:

«La economía mexicana no está en crisis. Somos optimistas y de ninguna manera vemos una crisis en el país».

Mucho se cuida de aclarar el banquero a qué clase de economía se refiere: si a la macroeconomía, que puede estar sana y robusta, o a la microeconomía, la economía familiar, que mal resiste los topetazos de la carestía galopante del gobierno que jura «hacer más por los que menos tienen», frase trillada embustera frase. Las palabras enmascaradas…

Lenguaje de embustes el del Poder, pero qué importa las masas prefieren la ficción a la realidad. Prefieren la fantasía como fuga de la realidad. Viven, felices, la mentira Así, en la comunidad, el hombre común dice mentiras comunes. Hombre importante, grandes mentiras. Los embustes de un Fox zafio, mediocre hasta el tuétano:

«Quien me acusó de enriquecimiento ilícito es un patán. ¿Qué les duele? ¿Qué problema tienen? ¿Quién les paga? Lo desconozco. Dejen que me investiguen, que hagan sus tonterías. Son acciones de los oponentes para poner piedritas en el camino. No a mi, a mi partido, el PAN. Claro, detrás de las acusaciones en mi contra están quienes no han digerido sus derrotas electorales en el 2000 y el 2006. Hay dos razones para las acusaciones: porque yo iba en camino de presidir la Internacional Demócrata de partidos de centro en Roma, que obtuve, y porque la biblioteca avanza y será una plataforma de promoción de transparencia, honestidad, libertad y democracia…»

Pero no sólo el «presidente» del Jeep rojo y la Hummer: también esa ave de todas las tempestades, ese enfermo de protagonismo que viaja no en Hummer, sino en Mercedes-Benz 500, blindado, con escolta y chofer. Norberto Rivera Carrera, cardenal, acusa «La Iglesia tiene un compromiso con la justicia y la verdad. (Lo tiene, sí, ¿pero lo cumple?)

Y que la Arquidiócesis Primada de México exige el derecho de pronunciarse públicamente en asuntos que atañen a la sociedad. (¿Sus pronunciamientos benefician a las masas o al Sistema de Poder? ¿En qué sentido se expresó el clero católico durante la campaña presidencial del 2006?)

Algo que afirma, «Desde la fe«, Norberto Rivera

«Nadie tiene derecho a expresar sus ideas a través de la violencia verbal física, independiente de las diferencias políticas, religiosas o ideológicas».

Y, mis valedores, lo que faltaba por escuchar:

«A los que malévolamente pretenden atacar a la unidad de la Iglesia, o de sus bienes más preciados: Los ataques no son contra el señor Cardenal Norberto Rivera, sino una ofensa directa a Jesucristo…»

(¿A Jesucristo? ¡Dios!)

¡Ábranse los paquetes!

En pleno recinto legislativo y en la sesión del Colegio Electoral han ocurrido desórdenes sin cuento. Para aumentar el caos, el c. diputado Vicente Fox se levanta y con dos boletas electorales improvisa unas orejas, que exhibe ante el escándalo general. Exige que se abran los paquetes electorales…

Hablé ayer del escándalo que en 1988 y en plena sesión del Colegio Electoral provocó un opositor a la maniobra con la que el priismo impuso en Los Pinos a Carlos Salinas como hoy fue impuesto, se afirma, el panista Calderón. El provocador de la escandalera fue un diputado federal por el III distrito de Guanajuato, el «neo-panista» Vicente Fox, que a gritos exigía se abriesen los paquetes electorales y se evidenciara «la intolerable imposición» de Salinas en la presidencia del país. «Para hechos», el diputado pide la palabra y en su perorata pone en labios de Carlos Salinas ironías ofensivas. El C. Presidente del Colegio Electoral, Miguel Montes:

«Con todo respeto se ruega al orador aclare los hechos que solicitó el uso de la palabra en su intervención (sic)»

Terco, obcecado, el diputado Fox sigue su soliloquio, que atribuye a Salinas hablando con sus hijos. Así ironizó Fox, representando a un Salinas imaginario que hablaba a sus hijos:

– Tengo que cuidar, hijos, que por la vía democrática no llegue al poder la amenaza de la desordenada y anárquica izquierda Ni tampoco, hijos, que participe el poder la reacción; pero mucho menos, hijos, podemos entregar el país a nuestros enemigos, quienes de llegar al poder, impedirían que todos mis amigos priistas, quienes viven holgadamente en sus posiciones políticas, puedan continuar sacando a México del barranco.

(Esto en referencia a reciente discurso de Miguel De la Madrid, donde el de las cejas alacranadas prometió que entre todos sacaríamos a México del barranco. El susodicho Fox siguió con el imaginario parlamento atribuido a Salinas):

– Por otro lado, siento miedo de no poder cumplir con México; miedo, porque la verdad es que la gente no votó por mí, sino mis amigos tuvieron que llenar las urnas; miedo, porque acabo de ver que Miguel, para poder informar al pueblo, tuvo que instalar el primero de septiembre un dispositivo de seguridad que abarcó más de ocho cuadras a la redonda del Palacio Legislativo, porque la situación es extraordinariamente critica…

Intervino el presidente de la Mesa Directiva: «Ruego a la asamblea guardar atención, pero ruego también al orador que el uso de la tribuna, para hechos, no sea un pretexto para desviar el debate ni para hablar en contra del dictamen, sino estrictamente para lo que señala el artículo reglamentario».

Irónico, Fox: «¿Quién juzga eso, señor presidente.?»

Montes: -La presidencia, señor diputado, la que conduce la asamblea

Siguió Fox: Yo, Salinas, tengo miedo, hijos. Miedo, porque la situación extraordinariamente critica de la economía pone en entredicho el futuro y la viabilidad de esta nación; miedo, porque el pueblo no tiene qué comer y qué vestir, ni tiene cómo satisfacer sus más mínimas necesidades. Miedo, porque no puedo evitar cargar a mis espaldas la pesada y nefasta carga que se llama PRI. Estos momentos de reflexión, antes de enfrentar el triste destino que me espera, quiero recomendarles a ustedes que vivan una vida con verdad, que sean congruentes consigo mismos, que rijan sus vidas bajo principios sólidos, metas claras y honestidad en todas sus acciones. Cómo quisiera que el Colegio Electoral pudiera no sólo abrir los paquetes electorales…

Impaciente, el C. Montes García: «¡Ciudadano diputado Fox! Con todo respeto le ruego que no sea esto un pretexto para hacer el estudio literario que usted está intentando; refiérase por favor a los hechos para los que pidió el uso de la palabra. Se lo suplico.

Exasperado, Fox: «¡Me está usted quitando mucho de mi tiempo..!»

Y siguió con la farsa de que era Salinas quien hablaba a sus hijos: «Cómo quisiera que el Colegio Electoral pudiera no sólo abrir los paquetes electorales, sino que en apoyo a la Constitución y al derecho pudiera legitimar y aclarar ante todo el pueblo mi triunfo electoral, o que de no haber sido un proceso electoral limpio se me relevara de la obligación de tomar este trago amargo de gobernar contra la voluntad del pueblo, y sobre todo se me relevara de tener que dar la cara a ustedes, mis hijos y mi esposa. Pero todo esto, claro, es un sueño». ‘Y así sigue él soñando y soñando. Yo les pido que aunque tenga él que ser el Presidente de México, lo legitimen haciendo siquiera un buen dictamen, de acuerdo a la Constitución, a la ley, a los reglamentos y a la lógica Muchas gracias». Esto, el Fox opositor. ¿Y hoy, hoy, hoy..?

¿Cuál fue su conducta en el proceso electoral del 2006? (Ah, Tartufo.)

¡Trampa, fraude, imposición!

Y que ábranse uno por uno los paquetes electorales para que todas las dudas puedan despejarse y a la vista surja la evidencia de que el nuevo inquilino de Los Pinos fue impuesto mediante intolerable fraude electoral. Una exigencia que el iracundo vociferaba a gritos, y que convirtió el recinto legislativo en gallera, avispero y palenque. Genio y figura, mis valedores…

Y es que a semejanza de un Tenorio que alardea con aquello de que: «por dondequiera que voy – va el escándalo conmigo», desde que al profesional del esperpento lo hicieron figura pública ha convertido el ejercicio político en plazuela de tienta y redondel para la charlotada. Y si no, ¿recuerdan ustedes cuando en 1988 el hoy señalado de corrupto (casi tan poca-vergüenza como sus parientes políticos, lo único de político que se le conoce al de marras), a lo alharaquiento se opuso a la imposición de Salinas que perpetró el priismo con ayuda de su incondicional, el neo-panismo que hoy gobierna el país, por más que «gobierna» sea sólo un eufemismo? Y caramba, lo que va de ayer a hoy.

«¡Que se abran los paquetes electorales!», clamó Fox. ¿Y cuál fue su papel en las elecciones del 2006? La crónica de la imposición salinsta de 1988:

A la mala y a punta de componendas, complicidades y cooptaciones, Salinas fue proclamado ganador en el proceso electoral que decidió el relevo de De la Madrid. El ruiderío y las protestas cimbraron San Lázaro, aunque pocos legisladores se significaron por su estridencia como un cierto Vicente Fox, diputado que a punta de gracejadas, alharaca y escándalo, sacudió el recinto legislativo y a gritos criticó que para la toma de posesión de Salinas «se tuvo que instalar un dispositivo de seguridad que abarcó más de ocho cuadras a la redonda del Palacio Legislativo: había mucho miedo porque la situación era extraordinariamente critica» (¿Y años más tarde, con un tal Calderón, panista?)

Quien presidía la sesión del Colegio Electoral, un Miguel Montes, intentaba, a lo inútil, reducir al orden a Vicente Fox. Y lo sustancial de la crónica, que tomo de Ortiz Pinchetti: Cámara de diputados. Colegio Electoral. Calificación de la elección presidencial. Madrugada de septiembre de 1988. Miguel Montes preside la tormentosa sesión. Han ocurrido desórdenes sin cuento. Hay boletas electorales -prueba del fraude, según la oposición- regadas por el piso, en las escalinatas, sobre las curules. Se levantan los dos metros de estatura de Vicente Fox y…

El que hoy todavía se autonombra «presidente» del país era por aquel entonces diputado por el III distrito de Guanajuato, «un exitoso empresario que ascendió los más altos puestos de la transnacional Coca Cola; que se inició en la política gracias al ex-candidato presidencial panista Manuel J. Clouthier«. Se acababa de perpetrar el fraude electoral (Bartlett, Diego el barbón), con la quema de casi 25 mil paquetes electorales que pudieran certificar el triunfo de Cárdenas en las urnas. Y fue entonces: en el Colegio Electoral que calificó las elecciones presidenciales, el diputado Fox pidió la palabra, y Miguel Montes García «Para hechos, tiene la palabra el c. diputado Vicente Fox«.

Y ándenle, que en plena sesión del Colegio Electoral, el de Guanajuato se coloca un par de boletas a modo de orejas de burro (las de Salinas), e inicia el siguiente discurso, de renovada actualidad hoy, hoy, hoy.

– Buenos días. Yo quiero referirme a los hechos del simpático compañero Cuauhtemoc Anda en su relación de hablar tres veces sobre el candidato Salinas (aplausos, protestas). Yo quisiera invitarlos conmigo a la residencia de este señor Salinas, a verlo ahí en su sala, sentado con su señora y con sus hijos y él les está diciendo: hoy, antes de las doce seré nombrado Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Este es un gran honor y representa la más alta responsabilidad a la que puede aspirar un mexicano; ser el guía moral de 80 millones de ciudadanos, ser el coordinador y promotor del esfuerzo de todos esos mexicanos, ser el motivo de unión y solidaridad de todos los habitantes de esta patria para mantenerle soberana, libre e independiente…

Quiero aprovechar estos momentos en la intimidad de nuestro hogar para comentarles cómo me siento. Me encuentro incómodo, me siento triste por un lado y siento miedo por otro, miedo de no poder cumplir con esta altísima responsabilidad: sí, hijos, me siento triste porque me he visto obligado a pedir a muchos de mis amigos que aun por encima de sus principios morales me ayudaran a lograr este triunfo y lo tuve que hacer porque pienso que México no está preparado para la democracia, que necesitamos continuidad en el mando y que tengo que responder al compromiso que mi amigo Miguel (De la Madrid) me ha transferido para seguir llevando este pueblo mal educado y desnutrido, empobrecido, a mejores estadios de desarrollo.

Revuelo, protestas, malestar ante tales palabras. El C. Presidente (Mañana)

Látigo, macerados lomos

Esta vez, mis valedores, la colisión de dos mundos que sucedió hoy hace 515 años, acontecimiento que algunos convocan a celebrar. Lo afirmó en su momento Guillermo Bonfil, y Magdalena Gómez lo cita en La Jornada del pasado martes:

Los que tal vez no encuentren motivo de celebración son los indios, que no entenderán que se hable del descubrimiento cuando sus antepasados llevaban milenios en estas tierras. Si hubo descubrimiento fue el indio el que descubrió, por ejemplo, que sus tierras originales no eran suyas, sino de un señor que se llamaba la Corona; que sus dioses no eran ciertos; que su piel cobriza era signo de inferioridad y motivo de discriminación; que él y todos sus ancestros habían vivido en el pecado; que de entonces en adelante debía llevar otro nombre, uno cristiano; de gente, pues; que era indio. Entró a otra historia por la media puerta de abajo, como los perros. Y aquello lleva ya siglos…»

Cómo podrían los recién llegados entender el mundo que ahora pisaban, y menos aún entender a los dueños de ese mundo «nuevo». Las primeras impresiones de Colón:
«Ellos andan todos desnudos como su madre los parió muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras I (…) Les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hobieron mucho placer…»

Pues sí, pero también iba a advertir las piezas de oro que los isleños llevaban en la nariz, y entonces: «No puedo errar en el ayuda de nuestro Señor que yo no le falle adonde nace (ese oro)».

Los fulgores del oro: semejante alucinación iba a propiciar el mayor genocidio que registra la historia del mundo. El tamaño de la devastación la entremiramos en la tremebunda requisitoria del benemérito De las Casas, Protector de las Indias: «La causa porque han muerto y destruido tan infinito número de ánimas los Cristianos, ha sido solamente por el oro y henchirse de riquezas en muy breves días».

El oro, obsesión del «descubridor»: «Cansado me adormecí gimiendo: una voz muy piadosa oí (…) Dios (…) maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas (…) De los atamientos de la mar Océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves, y fuiste obedescido en tantas tierras (…) Y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años (…) De allí sacarán oro (…) El oro es excelentísimo (…) y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso…»

¿Lo dijo Dios? Mucho lo dudo. Aquí, el esclavista Colón: «Diréis a Sus Altezas qu’ el provecho de las almas de los dichos Caníbales que quantos más allá se llevasen sería mejores (…) que otros ningunos esclavos…

Año de gracia de 1492, cuando se produce el encontronazo de dos mundos, que siglos más tarde iban a justipreciar Marx y Engels: «El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición…»

Pero a ver, un momento: ¿fue Colón el primer visitante de este «nuevo» mundo, ancho y ajeno? Malqueriente de su gloria, M. André: «En Porto Santo Colón conoció por casualidad a Alonso Sánchez, que había desembarcado, moribundo; lo llevó a su casa y se enteró por él de que la Antilia, de donde él retornaba, existía en realidad (…) Desde ese momento el objetivo principal de la vida de Colón fue descubrir la Antilia y las otras tierras de la parte occidental del océano. Pero no quiso que se dijese con fundamento que había seguido los pasos de otros, que no había descubierto, sino simplemente encontrado lo descubierto por otros».

Dolorimiento e indignación, De las Casas, Protector de los Indios: «Andaban los Españoles con perros bravos matando a los indios, mujeres y hombres. Una india enferma, viendo que no podía huir de los perros que no la hiciesen pedazos como lo hacían a los otros, tomó una soga, y atóse al pie un niño que tenía de un año, y ahorcóse de una viga; y no lo hizo tan presto que no llegaron los perros, y despedazaron al niño: aunque antes que acabase de morir lo bautizó un fraile…»

La América mestiza el día de hoy: el látigo al norte, lomos macerados al sur. (La historia)

Es por México

Yo invito a todos ustedes, mis valedores, a que se unan conmigo en favor de una causa que me parece ventajosa para el país, y que promueven los vecinos de la tertulia de Cádiz. La iniciativa fue bautizada por el joven juguero, y el nombre aceptado por mayoría de votos y una sola abstención: la mía «El Señor de los Cielos» válgame En fin Ya escucho al suspicaz: «¿Qué clase de tipos son los convocadores?» Aquí la semblanza de algunos:

Don Tintoreto, lavado y seco y a todo vapor, se angostan o enanchan corbatas. Ciudadano honorable sensible al momento político que vive el país. Opina Sabe opinar. Aun se rumora que lee Libros, sí. Teoría política De compañera fiel: doña Tintorera, noventa arrobas de sobrepeso.

El Cosilión, individuo de clase media del que apenas me voy a ocupar. Cómo podré perdonarle que sea él, precisamente, el suertudo marido de La Lichona, frutal sota moza de los ojos garzos y un rulo rubio en la frente que día con día a todas horas, sube y baja, baja y sube los cuatro tramos de escalera de Cádiz, ella enguantada en ese blusón y esos mallones tres tallas más ajustados de lo que piden, exigen, demandan sus formas. (Hace rato pasó a mi vera canturreando una de Shakira. Cerrando los ojos la dejé pasar…)

La Señora viuda de Vélez (Ovando, le agrega El Siquirí). o sea La Maconda neopanista adoradora de los espinosos Espino y Espina, que apenas ayer sostuvo una viciosa relación con mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. (que levanta cabeza y mueve la cola), y que anda hoy en sospechosos devaneos con alguna mafia de abogados católicos, allá ella y su vida privada que cada quién hace del suyo un papalote, según reza el cantar.

La tía Conchis, conserje del edificio. ¿Tendrá López Obrador partidaria más fiel, adoradora más extremosa fanática más contundente más visceral fundamentalista que La Tía Conchis? Un libro se ha sorbido en su vida, uno solo, pero lo compra por tirajes (ella sola absorbió la primera edición y la reparte en el barrio como otras distribuyen la hojita parroquial). ¿El título del volumen? «La maña nos robó la Presidencia.» Y qué foto la del tabasqueño. Qué foto. (No olvidar la invitación al proyecto «El Señor de los Cielos«)

Un invitado del joven juguero que desentona en la tertulia: El Siquirí, pendenciero y bravucón, mascafierro y tragaldabas de mecha corta y bandolero corazón. En el barrio bajo donde malvivía dejó fierros en la lumbre, y se afianzó al grupo gracias a la amistad que amarró con la Jana Chantal. Alta ella frondosa medias cuadriculadas y mini-mini de licra Cintura cimbreante al andar y modales untuosos, La Jana Chantal lleva aretes por todas partes y unas fregaderitas prendidas en cejas, labios, lengua y zonas que a mí no me consta Se le queda viendo a usted, y esa caída de ojos preludia la caída A quien lo solicite doy las señas telefónicas, y un detalle menor: La Jana Chantal es, de día el Tano, vulcanizador de repelos de llantas que Texas nos avienta por la cara. Para terminar, El joven juguero:

Su puesto de jugos y similares sobrevive apenas, a penas, a quejumbres, que expone en la tertulia- «Cuando Zedillo, muy de mañana las tandadas de marchantes: A mí me va preparando un licuado tamaño familiar, y me le pone harta azúcar, con leche cremosa plátano macho y dos huevotes de yema cuata espolvoreados de canelita en flor». Y ándenle su licuado tamaño familiar. Pero en eso que llega Fox. Mi licuado me lo sirve chiclán, con un solo huevito. No vaya a ser el colesterol, uno nunca sabe’. Y sale el chiclán, y ya a finales del sexenio: «Mire, démelo ora sí que sin huevos, que nomás empanzonan, y después de todo para qué nos sirven los huevos’. A hoy, con Calderón: Me lo sirve en vasito de veladora y le suprime también la leche, que desde anoche el grueso lo traigo muy delicado y la caseína me lo acabaría de engrosar. Luego aquella diarrea, y como ando con tos…»‘

Calla el juguero. Lo oigo suspirar. Ah, las tristuras. El maestro: «Hablemos de nuestro plan». Y nos muestra el tabloide donde aparece una foto, y qué foto, la síntesis de la más aplastante mediocridad: rostro fofo, mofletudo, papadón; lo que falta de pelo sobra de anteojos; apenas cuarentón y ya un vientre adiposo, el físico acojinado a carnazas. La vulgaridad…

– Es un tal Germán Martínez, delfín de Calderón para presidente del PAN, desde donde intenta lanzarlo a Los Pinos. ¿Este, pinta de estadista.?

Que de cuajar la maniobra, ¿habrá llegado allá arriba una figura más vulgar que esta de la foto? Y el plan: entre todos forzar a Martínez a someterse a la misma cirugía y con los mismos especialistas que ‘El Señor de los Cielos‘. De la operación sale con rostro menos mediocre o el delfín del «chaparrito, jetoncito», se queda en la plancha como el traficante. En cualquiera de los dos casos, ¿no sale ganando el país? Del plan urdido en la tertulia, mis valedores, ¿qué opinan ustedes? (México.)

En los tiempos del cólera

No quisiera más ventura – ni más dicha merecer – que de tu boca a la mía – no cupiera un alfiler…

Miro la foto en el matutino del pasado sábado. Veo a la pareja trenzada de brazos, sonriendo al mirarse a los ojos, pura mielecita en penca. Observo en sus rostros ese amor senil, y tan joven, que es el de Fox y la Marta. El amor en los tiempos del cólera. De la cólera, más propiamente, esa que en todos nosotros rebulle ante la sensación de que fuimos robados por la vieja «pareja presidencial». Vamos, México…

A mí me gusta hablar del amor. Declarar el amor. Proclamarlo, gozarlo, sumergirme en él. Fue por ello que hace años, cuando el presidente Fox se casó con Marta Sahagún y vi en las fotos sus bocas unidas, quise alabar cumplidamente al varón. Sin asomo de sarcasmo, sin ironía.’ «Pero no azozobrarse», aclaré para evitar suspicacias. No me he vuelto de los intelectuales orgánicos, inorgánicos, que viven de culimpinarse. Yo nunca Mi loa sin reticencias, dije, va para ese varón que, según todos los indicios, padece de cierta dolencia en su corazón que de corazón le alabo, dolencia común y tan poco común entre los humanos. El hombre Fox está enamorado hasta el tuétano, y vive ese estado de. gracia que es el amor. Yo, y por esto ya puedo morir en paz, años y felices días he padecido semejante achaque en la carne viva de la viva entraña de cada telilla del corazón. Cómo no entender los desplantes de Fox frente a su amantísima..

Lo entiendo y aplaudo: a mí, como enamorado, campo y tablas me faltaban para gritar mi adoración, en público y en privado, que de la abundancia del corazón hablan mis fabulillas. Así miro a Fox a estas horas, y alabo al varón enamorado, sin más. Pondero aquí a ese amador al que el fervor amoroso le brota en el rostro como esplendorosa erisipela, y lo canta a los cuatro rumbos: Ay, malhaya, malhaya – vengo diciendo – que me quiten el gusto -de estarte viendo…

¿Motivos para exaltar al Fox enamorado? Pienso en esas historias de amoríos clandestinos, sórdidas historias, de tantos de sus antecesores. López Mateos: un garañón que, carisma, juventud, coche deportivo y buen físico, para negocios de cachonderías le echó de ribete el prestigio de la figura presidencial. Luego eso sórdido, grotesco, que fueron los amoríos de un adefesio todo dientes y jetas, un Díaz Hordas que a espaldas -a lomos- de doña Guadalupe se refocilaba con los silicones, las cirugías y lo todo postizo, incluyendo los lunares, de cuanta bataclana accedía a soportar, por amor al billete, que el hocicudo me la dejara toda embijada de sangre fresca (Tlatelolco) donde hubiese puesto las manos: tetas, glúteos, entrepierna y anexas. Grotesco.

¿Alharaquiento el amor de Fox? Compárenlo con el miserable del que en vida y ante familiares y públicos funcionarios se vació en una descabellada compulsión por todo lo que oliera a pompa(s) y circunstancias, ese López Portillo que de Los Pinos hizo leonera, con el teléfono rojo como instrumento para enlaces de pantaleta según me contó con inexplicable confianza don Jesús Reyes Heroles; que de su tiempo vital hizo un alardoso currículo de garañón y padrillo, de morueco y burro manadero. Y que a familiares y colaboradores se les caiga de vergüenza Ajena. (No voy a profundizar, porque no me consta, aunque los conozco, en los chismarajos que acompañaron a De la Madrid cuando ocupante de Los Pinos. Pesqueira, Salinas, etc.)

Feo, pelón, chaparrín, orejudo y cascorvo, tipluda vocezuca de pito de calabaza como aspirante a las Mes de amor, ¿habrá ente más desdichado que el mothernizador? Pero qué maquillista no será el dinero para una ambiciocilla que a la hora de la intimidad cierre los ojos y las apriete, refiérome a las quijadas. ¿Cuánta estrellita de buen canal (el de las estrellas) no se involucró con el que se decía de Agualeguas? De culiprontos tales reflexionó en aquel entonces la inefable tía Conchis, conserje del edificio:

Pior es chile y Agualeguas, han de decir.

Frente a tanta indignidad y cachondería de compra-venta y trasputín, mis valedores: ¿no son de admirar las públicas muestras de genuino amor (hoy en La Estancia como ayer en Los Pinos), por más ostentoso, por más estentóreo, que nos parezca? Al hombre aludo, no al atrabiliario que usara de taparrabos la investidura presidencial. Tal dije entonces, y rectifico, de plano, y me la muerdo Qa lengua): ¿cuándo me iba a imaginar a dónde lo conducirían, a dónde nos conducirían (a usted, a mí, a México) unos amores que así se salieron de madre? Mis valedores: los amoríos de los crápulas de anteriores sexenios sólo nos costaron joyas, viajes, el catre de alguna emperatriz. Pero Fox…

Si Vicente quiere a Marta – y ella es todo su querer – ya la besa, ya la exalta -ya no sabe ni qué hacer.

¡Ya supo! ¡Vamos, México! (Dios…)

Como el recién casado…

¿Me permiten que esta vez, mis valedores, les hable de mi persona? Para empezar: codo, agarrado, amarretas no soy, pero manirroto, tampoco. Tengo, por otra parte, un empleo razonablemente seguro, y hueseando aquí y allá logro completar mi gasto y el de los míos. Por cuanto a mis costumbres y aficiones, que es de lo que quiero hablar ante ustedes…

Aficionado al buen cine lo fui en otros tiempos, pero de mala manera me expulsó la nula educación de esos mediocres que llegan a la sala cargados con botes de helados, refrescos, palomitas de maíz. Y a pasarse la película regodeándose con los ojazos de Harrison Ford mientras a trago y trago, cronchi-cronchi, remuele y remuele, eructo y suspiro abajeño, intercambian comentarios acerca del vestido de la Jody Foster y el peinado de la Angelina Jolie. ¿Películas chinas, iraníes? Ay, no, qué horror, a esas ni se le entienden. Hollywood qué diferencia. Mira ahí, qué mono el Richard Gere…

ítem más: parrandero no soy. Antros, no los conozco. ¿A mi edad? Ridículo. ¿Deportes? De vómito. Decir deportes es referirse a la acción personal: juego, toxinas, sudor, endorfinas, no que me siente a dos nalgas frente a la sección de deportes para leer la sesuda opinión del merolicronista, que pontifica sobre el hecho trascendental de que Blanco se trompeó con Chainguiño, que por poco cae al área penal de El Altiplano…

Modas. Para mí esto de estar a la moda ya pasó de moda, como también la perspectiva de viajar. No, y la suprema cursilería de los nuevos ricos, que en la sección de sociales exhiben el grado de su incultura, mediocridad, zafiedad; de su nuevo-riquismo muy al estilo de Marta, con todo y sus ashagunes. Mis valedores: ¿qué tanto de inculto, mediocre e irracional se precisa para perder el tiempo en los «mensajes estrelleros»? ¿Pudiera yo sorprenderme curioseando lo que para mi futuro predicen los astros con astros de la engañifa y la charlatanería de la alzada de los adivinos de pacotilla que desde las páginas del matutino anuncian el horóscopo de vírgenes como yo? Virgen, sí, aunque no por muchas horas, que doña Tula se tarda un poco más, y amanezco libra. En fin.

A pornografías no soy afecto, ni a los desfiguras de una gringa joven que desde el remoto universo del alcohol y las drogas enseña, para el babeo de los impotentes, que calzones no le cubren una entrepierna mal rasurada, pero que, en cambio, sostén tampoco llevan sus pechos. Como ilustración del periódico no me interesa tal espectáculo, espectaculito o espectaculazo. Lobos se dicen los que se regodean con la pornografía impresa, pero no, jovencitos de espinilla a flor de piel, adultos impotentes, viejos decrépitos. Y ya.

No, las caricaturas gringas para nada me importan, ni les encuentro gracia ninguna, ni voy a permitir la manipulación ni la filtración de valores ajenos a mi idiosincracia y a mi modo de ser. ¿Yo, gringo de cuarta? ¿Yo..?

Amarretas, repito, no soy, pero manirroto menos, y a esto quería yo llegan sábados y domingos, muy temprano en la mañana, antes de prepararme mi desayuno (vivo solo y mi alma, solo me hablo y solo me contesto, solo pongo en mis manos el par de huevos y solo y mi alma los pongo a freír con choricín y cebolla), voy al puesto de la esquina y regreso cargado con cinco o seis de los matutinos. Kilos calentándome el sobaco, y entonces…

Ya freí mis huevos, ya me acerqué mi café, ya me traje una rodaja de pan (¡no Bimbo, sino Mi General), ya me dispongo a enterarme de lo que ocurre en México y el resto del mundo, allá donde los países tienen a orgullo poseer un gobierno, un gobernante, un estadista, tal vez, y ministros e instituciones, suertudos ellos. Y mis valedores, es entonces cuando me arde el derroche. Me duele entonces haber pagado medio centenar de pesos por el desperdicio descomunal Yo, ¿vendo, algo, acaso? ¿Algo estoy por comprar? A la basura avisos clasificados, con todo y sus ofertas y solicitudes de empleo. Yo, ¿interesado en la moda? ¿Yo? Al demonio (bueno, al cesto). ¿Me interesan las hazañas futbolísticas del orgullo nacional, un tal Gío? A la fregada la de deportes, y así la de modas, y la de sociales, y la de turismo, y la de las gringas alcohólicas y drogadictas que prescindieron de los calzones. Al final, a lo resignado: forrada de anuncios comerciales a doble página, la primera sección, que se encarga de forrar de lodo a Marcelo Ebrard mientras clama que ya encuentren a alguna escuincla que se les perdió en Portugal. ¿Las víctimas del invasor en Irak, esos pedazos de carne sangrante? Esas no cuentan, ¿o son inglesas, acaso, y se llaman Madelaine..? Total:

Yo, frente al deshojadero de diarios, como el recién casado en los viejos tiempos: ya deshojada la novia de vestido, refajo, corpiño, polizón, fondo, faldillas y similares, él suspiraba: «¿nomás esto nos vino quedando?» Así yo. Qué desperdicio de papel Y en un país pobre como es el mío. (México.)