A la advocación del alucinante Alucinado de la Triste figura y los molinos de viento me acojo, vale decir: caballo tordo, duro metal la armadura, lanza en astillero, venablo, lanzón y la espada, La espada, naturalmente, esa que, como la Excalibur del adulterino amador de la reina Ginebra es el arma de combate de todos los héroes de los tiempos idos, adalides que, brazo esforzado, la blanden contra sus propios molinos de viento. La espada.
Siglos y siglos más tarde, la del Magno de Macedonia, la Tizona del De Vivar y demás legendarios aceros de hazañosos que cabalgaban, todavía hoy, en olor de leyenda y en los bajíos del mito, la fantasía y la realidad, nefastos algunos de ellos, como el Rodrigo violador de la Cava, que por ello perdió el reino y que, cuando roto y desecho tras la derrota se acerca a la confesión, los monjes le dan como penitencia convivir en tumba abierta con bichos y ofidios, «Ya me comen, ya me comen por do más pecado había».
La tizona, supremo símbolo del poder, la hidalguía, la nobleza, la justicia y el honor. Una espada pronta a acorrer viudas, huérfanos y demás desvalidos; la de poderes mágicos, conquistadora de mundos en la diestra del torvo Cortés, esa con la que el padre de mestizos (a querer o no), impondría esclavitud, mestizaje, religión, todo, o casi. Esa espada que, tinta en sangre de sus víctimas, víctima caería en estertores a los tempranos fogonazos de la bombarda, el mosquete, la culebrina, y así hasta hoy.
Hasta hoy que, caída en desuso la espada de mi Dn. Quijote (casi tanto como el propio visionario del ideal, del vuelo, de la alucinación, del espíritu), ambos renacen de sus cenizas y se rehabilitan en nuestro país y con nuestra gente. El Quijote no tanto, y muy mucho su acero, redivivo en las manos de esos esforzados que se confrontan a estas horas con la ralea de los rapaces hidrópicos. Sí, los «Altermundistas». ¡Helos, helos por do vienen, adarga y espada el frente, redivivos quijotes de la triste figura! Espléndido.
A ver, a ver: ¿espléndido? ¿Con la exigencia y la mega-marchita como estrategia para lograr la utopía? (¡No a la privatización del agua! Que renuncie Pancho Salazar! ¡Que Mario Marín renuncie! ¡E-xi-gi-mos!) ¿Con la espada en la diestra, cuando su enemigo histórico maneja, como arma menor, la AK-47? De la estrategia del foro, la demanda, la «movilización» y la mega-marchita, ¿qué resultados benéficos para los intereses del paisanaje, más allá de crear conciencia del problemón, arroja la «exigencia» y la toma de calles y plazas públicas? Ayer mismo se burlaba Salinas: «Ni los veo, ni los oigo…»
Y hoy: «Desoye Bush repudio global a la invasión en Irak».
Ahí, el antídoto contra la mega-marchita como fin, cuando debe ser, un medio, no un fin en sí mismo, como al son de «¡Este puño sí se ve!», y «¡El pueblo-unido-jamáseráven-cido..!» lo quieren convertir los profesionales de la toma de calles. A estos modernos quijotes, alucinados con la Justicia, pero que intentan conseguir con la espada las exigencias y mega-marchitas, ¿qué dicen los resultados, que a fin de cuentas son los que cuentan? Hoy, ayer, hace años, décadas, ¿qué cuentas benéficas para los justos y legítimos intereses del paisanaje arrojan la exigencia y la toma de calles y plazas públicas? A los modernos quijotes, encandilados con el deleitoso fulgor de la Justicia pero que la intentan a exigencias y mega-marchitas les falta el atributo principal del revolucionario, o no lo es: la autocrítica De tenerla se detendrían a analizar un hecho fehaciente: para sus estrategias de lucha el enemigo histórico ya sintetizó el antídoto: «¡Ni los veo ni los etc.!» Aquí, allá, en Davos, en Génova, en Monterrey, Cancún, Mar de Plata, D.F. «Ni los veo ni los etc», y ahí terminó la eficacia de la «movilización». Digo aquí a los altermundistas:
– Su campaña de protestas contra la privatización del agua es muy justa. ¿Con qué estrategia quieren lograr su noble propósito?
– Con una espada mejor. Tenemos preparada una más grande que la de ayer, de un acero mejor, y de este tamaño, calcúlale.
¿Espada contra pólvora, compañeros? ¿Así defenderán sus justísimas causas para rendir buenas cuentas a un paisanaje que, renuente a la acción, delega en ustedes? El revolucionario primero piensa, desecha luego arma y estrategias ya obsoletas, y luego crea las formas de lucha para las que el enemigo aún no tenga el antídoto, que entonces habrá de cambiar. ¿Si ustedes juntaran autocrítica y enseñanzas históricas? Al exigir, ¿con qué poder real exigen, más allá del poder de enloquecer el tránsito y hacerse aborrecer de los automovilistas? ¿Leyes, dicen, Justicia, soberanía popular? ¿Podrá lograrlas una muchedumbre de átomos en movimiento espontáneo? Al enemigo no se le exige Se le vence, sin más. A menos que crean que La Casa Blanca, Los Pinos, los grandes capitales y la TV son aliados nuestros. ¿La espada? (Paisas…)