Los muladares de la superstición

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo es como el salvaje y el niño.

Y esas supersticiones, pústulas purulentosas, revientan en todo tiempo y lugar, pero es en estos días de principios de año cuando sueltan toda su virulencia Es ahora cuando el vividor, el embelecador y toda suerte de charlatanes se dan a medrar con la ignorancia, la credulidad y la irracionalidad de esos pobres de espíritu que en el  intento de reforzar su desfalleciente sentido de la vida y una vez que les ha fallado la fe en su Dios, en los políticos y sobre todo en sí mismos, depositan toda la carga de su irracional esperanza en el licor, la droga, Saturno y Plutón. Y vengan sobre los lomos del crédulo el ensalmo y la limpia, el sortilegio y el talismán, y a echarle dinero bueno al malo, y a cebar los ahorros de los picaros de la engañifa y la estafa.

El hombre no necesita, para avanzar, las muletas de ninguna superstición. Las supersticiones nos hacen retroceder en razón inversa a nuestra capacidad de vivir. En razón directa a nuestra propia mediocridad. Todo progreso moral es el triunfo de una verdad sobre una superstición.

Las fuerzas morales emancipan al humano de ese yugo nefasto. El varón de ideales concilia sus sentimientos con su razón a tenor del aforismo clásico: no hay religión más elevada que la verdad.  Y que todo progreso moral presupone el triunfo de la verdad sobre la superstición. Y la síntesis de eso horroroso que ocurre en los muladares del pensamiento mágico: la ignorancia, el dogma, el prejuicio, la debilidad. Año nuevo, vieja superstición. Lástima.

Es así, por “arte de magia”, como en un terreno abonado por la ignorancia retoña una vez más y florece y echa vaina la industria del fraude que perpetran brujas y brujos, zahoríes y augures, hechiceros y ensalmadores, el falso adivino y los embusteros del arcano, los arúspices de la irracionalidad y toda la cáfila de charlatanes de la falsa esperanza. El arranque del año es la edad de oro de pícaros buscavidas peritos del fraude y de la engañifa, cuyas víctimas se encuentran entre los cándidos, los ignorantes y los analfabetos funcionales, y aún más doloroso: entre los débiles, los angustiados y los desprotegidos, tan pobres de espíritu como de bienes terrenales. Y rápido, a comprar  zarandajas “mágicas…”

Hoy les propongo, mis valedores, que hablemos de brujos, santones y merolicos; de pícaros, de videntes, de vividores que medran con la neurosis de los angustiados. Hablemos esta vez del pensamiento mágico, ese universo de embuste,  fantasmagoría y esperanza irracional en que se refugian los pobres de espíritu cuyo carácter encanijado se deja vencer por una realidad objetiva que los rebasa en el áspero oficio del diario vivir una vida dificultosa.  Hablemos de los embelecos del pensamiento mágico que florecen en estos días iniciales del año, cuando en algunos aflora lo que guardamos de crédulos e inseguros, que nos  fuerza a refugiarnos en lo pretendidamente sobrenatural. El pasado oprime a los débiles y los ata a dogmas que otros forjaron; los muertos se imponen a mortecinos en razón inversa a nuestra capacidad de vivir. El pensamiento mágico.

No, y los fementidos horóscopos. De Acuario afirma en la radio una tal “bruja blanca”, negociante de basura “mágica”:

Católicos y charlatanes

Las supersticiones perpetúan el odio y la injusticia. Son residuos fósiles de creencias ya extinguidas; del remoto pasado, inmenso sepulcro, se levantan sus fantasmas para cruzar el paso a los que investigan la verdad. Son males que en el porvenir no tendrán remedio si es irreparable la mentira que esclaviza a los hombres y la ignorancia que los domestica.  (J. Ingenieros.)

La industria de la superstición, mis valedores, esa plaga recurrente,  grotesca superchería que vive su época de oro a principios de cada año, tiempos en que florece y echa su fruto mostrenco. ¿Los logreros? Los de cada día y  cada año: brujas blancas, brujos “mayores” y el engaño de los «mensajes estrelleros».. ¿Sus víctimas? Los pobres de siempre, sobre todo de espíritu, que se niegan a crecer, a madurar y, criaturas irremediables, andan en busca de la teta materna. Son esos crédulos que,  impotentes para enfrentar por sí mismos los coletazos del áspero oficio del diario vivir, buscan la protección de la “limpia”, el tarot y demás zarandajas (amuleto, talismán) de las que medran los charlatanes.

Pero lo que más admira es que  las víctimas voluntarias de las «brujas blancas» se asuman católicos. Cómo admitir que quienes tengan como guía las enseñanzas bíblicas puedan creer en semejantes supercherías. ¿No, acaso, se los prohíbe la Biblia, y el Papa y los cardenales? ¿Qué clase de catolicismo es el ésos que así recurren a aberraciones tales como el ensalmo y los amuletos de brujos, videntes y demás charlatanes? La religiosidad del católico: ¿creer en su Dios, confiar en él o en Venus cuando anda en la cuarta casa de Júpiter y demás embustes? ¿Qué dice, al respecto, la Biblia? Leo, en el Levítico (si el católico quisiera entender):

“No os volváis a los encantadores y adivinos: no los consultéis ensuciándoos con ellos. Yo Jehová vuestro Dios”.  en Crónicas, el caso del crédulo, ignorante rey de los descendientes de Abrahám:

“De 12 años era Manasés cuando comenzó a reinar, y 55 años reinó en Jerusalén. Mas hizo lo malo en ojos de Jehová, conforme a las abominaciones de las gentes que había echado Jehová delante de los hijos de Israel. Porque Manasés (…) adoró a todo el ejército de los cielos, y a él sirvió (…) Y miraba en los tiempos, miraba en agueros, era dado a adivinaciones, y consultaba pithones,  Consultaba y encantadores, y subió de punto en hacer lo malo en ojos de Jehová para irritarle”. (Si el católico entendiera los conceptos vertidos en el semanario Desde la fe, vocero oficial del Episcopado Mexicano:

«El acudir a prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo, aunque sea para procurarle su salud, además de ser gravemente contrarias a la virtud de la fe, son un fraude».

Un fraude, delito en el que caen esos charlatanes que como las «brujas blancas» desde la radio, la televisión y los medios impresos inducen al de carácter endeble y temple de jericalla a creer en los astros, someterse a “limpias” y, por salir del bache económico hundirse más al echarle dinero bueno al malo. En el Código penal: «Fraudes». En su artículo 386: “Comete el delito de fraude el que engañando a uno o aprovechándose del error en que éste se halla se hace ilícitamente de alguna cosa o alcanza un lucro indebido”.

Y que ese delito se castigará  con penas que van de la multa en metálico a los días, meses o años de prisión. (Sigo mañana.)