Ya Taesa primero, y Aero-California después, que las dos se habían convertido en enemigas públicas del pasajero; de mí, por ejemplo, que tuve la mala fortuna de experimentar la agonía y el éxtasis encerrado en los ataúdes volantes de las dos empresas hoy, por suerte para los usuarios, ya fuera de circulación. Y aquí la pregunta de rigor en casos como este: ¿no que no, mis valedores? ¿Conque era exageración mía la denuncia que les di a conocer hace año y medio aquí mismo sobre mi terrorífica experiencia de volar en un papalote de Taesa o Aero-California, lo mismo da? Hoy, por fin, han aplastado tales cucarachas, y aún andan por ahí algunas más, que producen noticias como esta del 2 de enero de 2005.
Aviacsa extravió a una menor. Ella debió viajar a Tuxtia. La olvidaron en el Aeropuerto del D.F. Un empleado negó el acceso a familiares a la sala de espera. Los pinches gringos nos lo prohiben, dijo. (Tal cual).
Yo, por aquellos tiempos, me vi precisado a habilitarme de kamikaze y jugar a la ruleta rusa, quiero decir: a treparme en un papalote de Taesa o Aero-California, para el caso da igual. Me acuerdo y aún se me enchinan. Pero los viajes ilustran, jura el lugar común.
A mí, que a mi edad tan inocente permanecía sobre los peligros que en este país representa volar en alguna aerolínea de matrícula nacional, un viajecillo de aquí a Guadalajara 50 minutos de duración, bastóme para abrírmelos en relación al problema, me refiero a los ojos. Ya de vuelta a mi depto. de Cádiz mediante guajolotero autobús que en día y medio me regresó de Guadalajara a esta mi amadísima ciudad de todas mis crisis, apenas pisé la Central Camionera me culimpiné, besé el pavimento, me alcé y me limpié la boca (peatones, tan cochinos) y de inmediato me fui y me puse a bailar hasta desahogarme, bañado en sudor.
¿Que qué? Vejete chirrisco, desarreglado carcamal, ¿a su edad es amante de orgías, francachelas y otras chelas, de las chelas que se toman y de las Chelas que se dejan de tomar? Momento, no escandalizarse imaginándome desfiguros y regazón de polilla en la discoteca. Fui a bailar, ciertamente, pero a Chalina para bailoteando agradecer al Santo Señor que me permitió nacer por segunda vez; reencarnar, como si dijéramos, lástima que vine a reencarnar en el mismo pseudo-neo-co-munistoide de siempre. Mis valedores.
Repuesto ya del espanto a bombazos de tila, cuasia, valeriana, borraja, cuachalalá y gordolobo para que agarre sabor, en la paz del espíritu y en la paz de mi cuarto de trabajo (la cantata de Bach a media voz) he acopiado el valor y el ánimo para en mi mente rumiar los incidentes del vuelo y aportar la crónica respectiva para que Taesa o Aero-California nunca más en el cielo de México. Aquí, la bitácora:
4:27 am. El vuelo de referencia, lo juraba el boleto afianzado en mi diestra, estaba programado para las 7:35 am. Yo, a mi edad primerizo en tantos asuntos de la humana condición, lo soy también en la práctica del vuelo en líneas aéreas, por lo que había proyectado dormir en la sala de espera del aeropuerto, no fuera a ser que perdiese el avión. Los vecinos de Cádiz me persuadieron de renunciar al intento; que si reglamentos, que si prohibiciones, que la nica, qué pena, y que ni dónde calentar mi bolsa de agua para los pies, lástima. Desistí de mi intento, desarrollé cobija, colchoneta y pijama (la de lujo, franela guinda, cocolitos fiusha y corazoncillos magenta) y puse mis tres despertadores para las tres de la mañana Y a esperar, y qué noche larguísima, yo en vela y en los labios las palabras de Job, a la medida de los viajeros novatos y los enfermos desahuciados que aguardan, con las primeras luces, una leve claridad de consuelo:
«Y mide mi corazón la noche». Y el alba, que se hacía esperar…
Los despertadores vomitaron su estridente clamor y a su sonido trepidó mi corazón, y una hora más tarde ahí me tienen ustedes, mi boleto aferrado en la diestra, pajareando frente al pizarrón que indicaba la salida de vuelos, yo preguntando a todo el que iba pasando. Novatón que no fuera. Y a mi edad…
Y así me dieron las siete, y así me dieron las siete con treinta y cinco, y así me dieron el ultimátum de que con una fregada, ya, que me mantuviese quieto en mi asiento de la sala de espera, que con tal de quitarme de encima, ellos mismos, los de «Information» (estamos en México) irían a avisarme a qué horas debería abordar el avión, pero que ya les permitiera liberarse de mí y seguir con su labor de «information», es México.
De repente, entre estática e intermitencias, el sonido:
«¡Your atention, please! ¡Passenge… flay to Guad…jara..!»
Y que abordar por la puerta número quién sabe cuál. Yo, una.. (Una, el lunes.)