(Y porque mañana se les va el beato del Verbo encarnado…)
Lo reconozco, mis valedores. Entre mis tantas limitaciones una padezco que desde mis tiempos muchachos se me iba a tornar frustración, algo por demás explicable: a mí, cercano al cerro y al peñascal, a la serranía y el pesebre, y las mulas en el corral, no se me dio el arte del silbido. Nunca puedo arrojar el más torpe amago de chiflido, y que cada vez que lo intento nomás la riego, me refiero a la salivilla. Y después de la tarde aquella de hace seis años corridos estaba yo convencido de que nunca lo iba a lograr, porque en verdad les digo: esto de chiflar está de la pura chiflada. Pero entonces, ayer, el prodigio…
Alguno, al llegar a este punto, me la va a interpelar: “Bueno, ¿y el chiflido para qué? Arriero no eres, Perra Brava tampoco. Tú no eres aficionado pasivo a ninguno de esos opiáceos para pobres de espíritu que les administra el Poder. ¿Entonces? ¿Para qué un arte tan de la chiflada como es el chiflido?”
No, no se trataba de desfogar, desde el Goloso de Santa Ursula, mis frustraciones de mediocre irredento, pero me urgía aprender a silbar, y conmigo a todos los vecinos de Cádiz. Y cuanto antes, mejor. Y cómo no iba a ser una urgencia para un vecindario así de «politizado», si ahí nomás, tras lomita, el arranque de las campañas de los candidatos a la presidencia del país para el 2006 se iniciaba a chiflidos. Nosotros, en Cádiz, obvio, nos sentíamos desplazados, verdaderos inválidos del arte de la alta política nacional. En todas partes mirábamos la foto del Madrazo, la del mediocre aquel chaparrito, peloncito, de lentes, cuyo nombre se me escapaba, y aquella sensación de fracaso.
– Y cómo no, miren esto.
Y el juguero nos mostraba las notas de prensa de aquel entonces: “Rechifla al PAN-Edomex opaca inicio de campaña de Calderón. Fue una silbatina de más de cinco minutos con treinta segundos, ante la sonrisa crispada de Calderón».
– No, y qué me dicen de esta otra?- El Síquiri.
Qué podíamos decirle ante la evidencia que nos ponía enfrente: “Silbatina y sillazos en el arranque de su campaña, con una pelea donde volaron sillas y golpes: ¡Nosotros llegamos desde la mañana, pinches huevones!” Y esta, definitiva: “Al recibirlo en Pachuca, la silbatina de los estudiantes fue general».
¿Y nosotros? ¿Cómo ser ciudadanos, cómo ejercer nuestros derechos políticos, si no sabíamos chiflar?
Porque, según la encuesta levantada entre los vecinos, ¡ninguno dominaba ese arte! Nadie, excepto quien menos pudiésemos imaginar: don Tintoreto (lavado en seco y a todo vapor. Se angosta y enanchan corbatas). Pues él sí, ¿pero el resto de nosotros permanecer al margen de la política, a la orilla de la vida nacional, en el cabús de la Historia? ¡Nunca! Los vecinos de Cádiz no nos resignamos a permanecer a la orilla de la historia patria. Fue así como acordamos superar la carencia que nos impedía participar de manera activa en los puntos más finos de la alta política nacional. El Cosilión:
– ¡A aprender a chiflar! ¡De inmediato! ¡Curso intensivo, don Tintoreto!
Nos pusimos en manos del tintorero para que nos iniciara en la ciencia política del país. Suspiró ante lo inevitable, y por principio de cuentas, con aquel dejo de resignación:
– Vamos a ver qué se puede hacer. Pero eso sí: entre los educandos tendría que haber mucha disciplina. Doña Prageditas, por principio de cuentas se me presenta con su dentadura completa. (Lo oí suspirar.) Total, con paciencia y salivita…
(La salivita, mañana.)